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"El penal más largo en el mundo". Osvaldo Soriano
Hay muchas joyas de cuentos que ya son clásicos de la literatura futbolera. Escritores que no necesitan ni de presentación como Osvaldo Soriano o Roberto Fontanarrosa entre otros. Los lectores del sitio son de diversas edades, niños, adolescentes, jóvenes, jóvenes adultos, adultos adultos, etc. En un mundo tan informatizado, a veces se complica comprar un libro o uno "se olvida" de acceder a gloriosos cuentos que fueron escritos hace no mucho tiempo. Por eso en la pagina, hemos decidido, poner un cuento clásico de fútbol, un sábado de por medio. Intercalando (también sábado de por medio) con aquellos cuentos de "elaboración propia". La idea principal es que algunos que no hayan leido esos clásicos, puedan hacerlo. Y aquellos que ya los han leído, que revivan esos enormes cuentos. Haremos dos sábados seguidos con glorias de la literatura futbolera. En resumen, este sábado 3 de agosto y el próximo sábado 10 pondremos clásicos. Para luego, intercalar desde el sábado 17 de Agosto con un cuento propio y un clásico. Hoy arrancamos con dos gemas imperdibles: "El penal más largo en el mundo" del maestro Osvaldo Soriano y luego, en otra entrega, "Wilmar Everton Cardaña, numero 5 de Peñarol" de Roberto Fontanarrosa. Que los disfruten.
_______________
"El penal más largo en el mundo"
El penal más fantástico
del que yo tenga noticia se tiró en 1958 en un lugar perdido del valle de Río
Negro, en Argentina, un domingo por la tarde en un estadio vacío. Estrella
Polar era un club de billares y mesas de baraja, un boliche de borrachos en una
calle de tierra que terminaba en la orilla del río. Tenía un equipo de fútbol
que participaba en el campeonato del valle porque los domingos no había otra
cosa que hacer y el viento arrastraba la arena de las bardas y el polen de las
chacras.
Los jugadores eran siempre los mismos, o
los hermanos de los mismos. Cuando yo tenía quince años, ellos tendrían treinta
y me parecían viejísimos. Díaz, el arquero, tenía casi cuarenta y el pelo
blanco que le caía sobre la frente de indio araucano. En el campeonato
participaban dieciséis clubes y Estrella Polar siempre terminaba más abajo del
décimo puesto. Creo que en 1957 se habían colocado en el decimotercer lugar y
volvían a sus casas cantando, con la camiseta roja bien doblada en el bolso
porque era la única que tenían. En 1958 empezaron ganándole a Escudo Chileno,
otro club de miseria.
A nadie le llamo la atención eso. En
cambio, un mes después, cuando habían ganado cuatro partidos seguidos y eran
los punteros del torneo, en los doce pueblos del valle empezó a hablarse de
ellos.
Las victorias habían sido por un gol, pero
alcanzaban para que Deportivo Belgrano, el eterno campeón, el de Padini,
Constante Gauna y Tata Cardiles, quedara relegado al segundo puesto, un punto
más abajo. Se hablaba de Estrella Polar en la escuela, en el ómnibus, en la
plaza, pero no imaginaba todavía que al terminar el otoño tuvieran 22 puntos
contra 21 de los nuestros.
Las canchas se llenaban para verlos perder
de una buena vez. Eran lentos como burros y pesados como roperos, pero marcaban
hombre a hombre y gritaban como marranos cuando no tenían la pelota. El
entrenador, un tipo de traje negro, bigotitos recortados, lunar en frente y
pucho apagado entre los labios, corría junto a la línea de toque y los azuzaba
con una vara de mimbre cuando pasaban a su lado. El público se divertía con eso
y nosotros, que por ser menores jugábamos los sábados, no nos explicábamos como
ganaban si eran tan malos.
Daban y recibían golpes con tanta lealtad y
entusiasmo, que terminaban apoyándose unos sobre otros para salir de la cancha
mientras la gente les aplaudía el 1 a 0 y les alcanzaba botellas de vino
refrescadas en la tierra húmeda. Por las noches celebraban en el prostíbulo de
Santa Ana y la gorda Leticia se quejaba de que se comieran los restos del pollo
que ella guardaban en la heladera. Eran la atracción y en el pueblo se les
permitía todo. Los viejos los recogían de los bares cuando tomaban demasiado y
se ponían pendencieros; los comerciantes les regalaban algún juguete o
caramelos para los hijos y en el cine, las novias les consentían caricias por
encima de las rodillas. Fuera de su pueblo nadie los tomaba en serio, ni
siquiera cuando le ganaron a Atlético San Martín por 2 a 1.
En medio de la euforia perdieron, como todo
el mundo, en Barda del Medio y al terminar la primera rueda dejaron el primer
puesto cuando Deportivo Belgrano los puso en su lugar con siete goles. Todos
creímos, entonces, que la normalidad empezaba a restablecerse. Pero el domingo
siguiente ganaron 1 a 0 y siguieron con su letanía de laboriosos, horribles triunfos
y llegaron a la primavera con apenas un punto menos que el campeón.
El último enfrentamiento fue histórico por
el penal. El estadio estaba repleto y los techos de las casas también. Todo el
mundo esperaba que Deportivo Belgrano repitiera los siete goles de la primera
rueda. El día era fresco y soleado y las manzanas empezaban a colorearse en los
árboles. Estrella Polar trajo más de quinientos hinchas que tomaron una tribuna
por asalto y los bomberos tuvieron que sacar las mangueras para que se quedaran
quietos.
El referí que pitó el penal era Herminio
Silva, un epiléptico que vendía las rifas del club local y todo el mundo
entendió que se estaba jugando el empleo cuando a los cuarenta minutos del
segundo tiempo estaban uno a uno y todavía no había cobrado la pena por más que
los de Deportivo Belgrano se tiraran de cabeza en el área de Estrella Polar y
dieran volteretas y malabarismos para impresionarlo. Con el empate el local era
campeón y Herminio Silva quería conservar el respeto por sí mismo y no daba
penal porque no había infracción.
Pero a los 42 minutos, todos nos quedamos
con la boca abierta cuando el puntero izquierdo de Estrella Polar clavó un tiro
libre desde muy lejos y se pusieron arriba 2 a 1. Entonces sí, Herminio Silva
pensó en su empleo y alargó el partido hasta que Padini entró en el área y ni
bien se le acercó un defensor pitó. Ahí nomás dio un pitazo estridente,
aparatoso y sancionó el penal. En ese tiempo el lugar de ejecución no estaba
señalado con una mancha blanca y había que contar doce pasos de hombre.
Herminio Silva no alcanzó siquiera a recoger la pelota porque el lateral
derecho de Estrella Polar, el Colo Rivero, lo durmió de un cachetazo en la
nariz. Hubo tanta pelea que se hizo de noche y no hubo manera de despejar la
cancha ni de despertar a Herminio Silva. El comisario, con la linterna
encendida, suspendió el partido y ordenó disparar al aire. Esa noche el comando
militar dictó estado de emergencia, o algo así, y mandó a enganchar un tren
para expulsar del pueblo a toda persona que no tuviera apariencia de vivir
allí.
Según el tribunal de la Liga, que se reunió
el martes, faltaban jugarse veinte segundos a partir de la ejecución del tiro
penal y ese match aparte entre Constante Gauna, el shoteador y el gato Díaz al
arco, tendría lugar el domingo siguiente, en el mismo estadio a puertas
cerradas. De manera que el penal duró una semana y fue, si nadie me informa lo
contrario, el más largo de toda la historia. El miércoles faltamos al colegio y
nos fuimos al pueblo vecino a curiosear. El club estaba cerrado y todos los
hombres se habían reunido en la cancha, entre las bardas. Formaban una larga
fila para patearle penales al Gato Díaz y el entrenador de traje negro y lunar
trataba de explicarles que esa era la mejor manera de probar al arquero.
Al final, todos tiraron su penal y el Gato
atajó unos cuantos porque le pateaban con alpargatas y zapatos de calle. Un
soldado bajito, callado, que estaba en la cola, le tiró un puntazo con el
borceguí militar y casi arranca la red. Al caer la tarde volvieron al pueblo,
abrieron el club y se pusieron a jugar a las cartas. Díaz se quedó toda la
noche sin hablar, tirándose para atrás el pelo blanco y duro hasta que después
de comer se puso un escarbadientes en la boca y dijo:
-Constante los tira a la derecha.
-Siempre -dijo el presidente del club.
-Pero él sabe que yo sé.
-Entonces estamos jodidos.
-Sí, pero yo sé que él sabe -dijo el Gato.
-Entonces tírate a la izquierda y listo
-dijo uno de los que estaban en la mesa.
-No. Él sabe que yo sé que él sabe -dijo el
Gato Díaz y se levantó para ir a dormir.
-El Gato esta cada vez más raro -dijo el
presidente del club cuando lo vio salir pensativo, caminando despacio.
El martes no fue a entrenar y el miércoles
tampoco. El jueves, cuando lo encontraron caminando por las vías del tren
estaba hablando solo y lo seguía un perro con el rabo cortado.
-¿Lo vas a atajar?- le preguntó, ansioso,
el empleado de la bicicletería.
–No sé. ¿Qué me cambia eso? –preguntó.
–Que nos consagramos todos, Gato. Les
tocamos el culo a esos maricones de Belgrano.
–Yo me voy consagrar cuando la rubia de
Ferreyra me quiera querer –dijo y silbó al perro para volver a su casa.
El viernes, la rubia de Ferreyra estaba
atendiendo la mercería cuando el intendente del pueblo entró con un ramo de
flores y una sonrisa ancha como una sandía abierta. Esto te lo manda el Gato
Díaz y hasta el lunes vos decís que es tu novio.
–Pobre tipo –dijo ella con una mueca y ni
miró las flores que habían llegado de Neuquén por el ómnibus de las diez y
media.
A la noche fueron juntos al cine. En el
entreacto el Gato salió al hall a fumar y la rubia de los Ferreyra se quedó
sola en la media luz, con la cartera sobre la falda, leyendo cien veces el
programa sin levantar la vista.
El sábado a la tarde el Gato Díaz pidió
prestadas dos bicicletas y fueron a pasear a las orillas del río. Al caer la
tarde la quiso besar, pero ella dio vuelta la cara y dijo que el domingo a la
noche, tal vez, después que atajara el penal, en el baile.
–¿Y yo cómo sé? –dijo él.
–¿Cómo sabés qué?
–Si me tengo que tirar para ese lado.
La rubia Ferreyra lo tomó de la mano y lo
llevó hasta donde habían dejado las bicicletas.
–En esta vida nunca se sabe quién engaña a
quién –dijo ella.
–¿Y si no lo atajo? –preguntó él.
–Entonces quiere decir que no me querés
–respondió la rubia, y volvieron al pueblo.
El domingo del penal salieron del club
veinte camiones cargados de gente, pero la policía los detuvo a la entrada del
pueblo y tuvieron que quedarse a un costado de la ruta, esperando bajo el sol.
En aquel tiempo y en aquel lugar no había emisoras de radio, ni forma de
enterarse de lo que ocurría en una cancha cerrada, de manera que los de
Estrella Polar establecieron una posta entre el estadio y la ruta.
El empleado del bicicletero subió a un
techo desde donde se veía el arco del Gato Díaz y desde allí narraba lo que
ocurría a otro muchacho que había quedado en la vereda que a su vez transmitía
a otro que estaba a veinte metros y así hasta que cada detalle llegaba a donde
esperaban los hinchas de Estrella Polar.
A las tres de la tarde, los dos equipos salieron
a la cancha vestidos como si fueran a jugar un partido en serio. Herminio Silva
tenía un uniforme negro, desteñido pero limpio y cuando todos estuvieron
reunidos en el centro de la cancha fue derecho hasta donde estaba el Colo
Rivero que le había dado el cachetazo el domingo anterior y lo expulsó de la
cancha. Todavía no se había inventado la tarjeta roja, y Herminio señalaba la entrada del túnel con una
mano temblorosa de la que colgaba el silbato.
Al fin, la policía sacó a empujones al Colo
que quería quedarse a ver el penal. Entonces el árbitro fue hasta el arco con
la pelota apretada contra una cadera, contó doce pasos y la puso en su lugar.
El Gato Díaz se había peinado a la gomina y la cabeza le brillaba como una
cacerola de aluminio.
Nosotros los veíamos desde el paredón que
rodeaba la cancha, justo detrás del arco, y cuando se colocó sobre la raya de
cal y empezó a frotarse las manos desnudas, empezamos a apostar hacía dónde
tiraría Constante Gauna.
En la ruta habían cortado el tránsito y
todo el Valle estaba pendiente de ese instante porque hacía diez años que el
Deportivo Belgrano no perdía un campeonato. También la policía quería saber,
así que dejaron que la cadena de relatores se organizara a lo largo de tres
kilómetros y las noticias llegaban de boca en boca apenas espaciadas por los
sobresaltos de la respiración.
Recién a las tres y media, cuando Herminio
Silva consiguió que los dirigentes de los dos clubes, los entrenadores y las
fuerzas vivas del pueblo abandonaran la cancha, Constante Gauna se acercó a
acomodar la pelota. Era flaco y musculoso y tenía las cejas tan pobladas que
parecían cortarle la cara en dos. Había tirado ese penal tantas veces –contó
después– que volvería a patearlo a cada instante de su vida, dormido o
despierto.
A las cuatro menos cuarto, Herminio Silva
se puso a medio camino entre el arco y la pelota, se llevó el silbato a la boca
y sopló con todas sus fuerzas. Estaba tan nervioso y el sol le había machacado
tanto sobre la nuca, que cuando la pelota salió hacia el arco, el referí sintió
que los ojos se reviraban y cayó de espalda echando espuma por la boca. Díaz
dio un paso al frente y se tiró a su derecha. La pelota salió dando vueltas
hacía el medio del arco y Constante Gauna adivinó enseguida que las piernas del
Gato Díaz llegarían justo para desviarla hacia un costado. El gato pensó en el baile
de la noche, en la gloria tardía y en que alguien corriera a tirar la pelota al
córner porque había quedado picando en el área.
El petiso Mirabelli llegó primero que nadie
y la sacó afuera, contra el alambrado, pero el árbitro Herminio Silva no podía
verlo porque estaba en el suelo, revolcándose con su epilepsia. Cuando todo
Estrella Polar se tiró sobre el Gato Díaz, el juez de línea corrió hacía
Herminio Silva con la bandera parada y desde el paredón donde estábamos
sentados oímos que gritaba: “¡no vale, no vale!”.
La noticia corrió de boca en boca,
jubilosa. La atajada del Gato y el desmayo del árbitro. Entonces en la ruta
todos abrieron las botellas de vino y empezaron a festejar, aunque el “no vale”
llegara balbuceado por los mensajeros como una mueca atónita.
Hasta que Herminio Silva
no se puso de pie, desencajado por el ataque, no hubo respuesta definitiva. Lo
primero que preguntó fue “qué pasó” y cuando se lo contaron sacudió la cabeza y
dijo que había que patear de nuevo porque él no había estado allí y el
reglamento decía que el partido no puede jugarse con un árbitro desmayado.
Entonces el Gato Díaz apartó a los que querían pegarle al vendedor de rifas de
Deportivo Belgrano y dijo que había que apurarse porque esa noche él tenía una
cita y una promesa y fue otra vez bajo el arco.
Constante Gauna debía tenerse poca fe,
porque le ofreció el tiro a Padini y recién después fue hacía la pelota
mientras el juez de línea ayudaba a Herminio Silva a mantenerse parado. Afuera
se escuchaban bocinazos de festejo y los jugadores de Estrella Polar empezaron
a retirarse de la cancha rodeados por la policía.
El pelotazo salió hacia
la izquierda y el Gato Díaz se fue para el mismo lado con una elegancia y una
seguridad que nunca más volvió a tener. Costante Gauna miró al cielo y después
se echó a llorar. Nosotros saltamos del paredón y fuimos a mirar de cerca a
Díaz, el viejo, el grandote, que miraba la pelota que tenía entre las manos
como si hubiera sacado la sortija de la calesita.
Dos años más tarde, cuando él era una ruina
y yo un joven insolente, me lo encontré otra vez, a doce pasos de distancia y
lo vi inmenso, agazapado en puntas de pie, con los dedos abiertos y largos. En
una mano llevaba un anillo de matrimonio que no era de la rubia de los Ferreyra
sino de la hermana del Colo Rivero, que era tan india y tan vieja como él.
Evité mirarlo a los ojos y le cambié la pierna; después tiré de zurda, abajo,
sabiendo que no llegaría porque estaba un poco duro y le pesaba la gloria.
Cuando fui a buscar la pelota dentro del arco, el Gato Díaz estaba levantándose
como un perro apaleado.
–Bien, pibe –me dijo–. Algún día, cuando
seas viejo, vas a andar contando por ahí que le hiciste un gol al Gato Díaz,
pero para entonces ya nadie se va a acordar de mí.
Osvaldo Soriano
El Antiequipo de la semana
Arriba: Matías Ibáñez (casi arquero de
Argentinos Juniors); Hugo Armando Campagnaro (Defensor, bestia, fan de
Sabella); Alejandro Fantino
(conductor televisivo, guerrero con códigos); Humberto Rosales (Corrupto, transa, mercenario, arrepentido); Federico Beligoy (árbitro honestísimo,
sacro, defensor de la fe arbitral); Periodismo
(hincha huevos, corta mambo, anti, botones); Fotógrafos (corta mambos, anti, botones).
Abajo: Pablo Calvari (Flashero, venehumo, Passarellista); Lionel Messi
(¿Partuzero? ¿tipo serio?); Julio Grondona (Eterno, chorro, corrupto); Ricardo
Casal (Ministro, futbolero, desbocado)
Selección.
Todo parecía dado para
que Matías Ibáñez, el ex arquero de
Olimpo y de San Lorenzo, sea el nuevo arquero de Argentinos Juniors. El pibe
hasta ya había posado con la camiseta. Pero Pablo Migliore decidió pegarse la
vuelta desde Croacia y el siempre polémico Ricardo Caruso Lombardi lo descarto
enseguida y pidió que lo contraten a Migliore. El pobre de Ibañez ahora esta
sin club, cuando el mercado de pases llego a su fin, marche otro enemigo para
Caruso. Hubo un amistoso entre el Inter de Milán y el Chelsea, pero el que no
se lo tomo como amistoso fue, Hugo
Campagnaro. El defensor que suele ser convocado por Sabella, le pego una
terrible patada a Terry, casi le parte la gamba al medio. Obviamente, roja y a
dormir al vestuario. El domingo pasado en el Programa de Alejandro Fantino se vivió un momento de tremenda tensión. En pleno
aire, se agarraron de un lado, Humberto
Rosales y Fantino contra Federico
Beligoy que había llamado por teléfono. El primer cruce fue cuando Beligoy arremetió
contra el programa, Fantino se indignó tanto que le dijo que hace “el programa
que se le canta los huevos” y para rematar Rosales, muy amablemente, lo invito
a pelear. Beligoy hizo una defensa encarnizada de lo “buenos” que son los árbitros
y encima casi medio que lo termino
gastando al Ale. Y fue una semana en la que Lionel Messi no la paso nada bien en términos mediatos. El siempre
querible Periodismo, publico una
foto “dudosa” si se quiere, sobre la noche que había pasado el astro del Barça
en el boliche donde fue con Ronaldo y compañía. Muchos cuestionaron la
violación de la privacidad por parte de los fotógrafos diciendo que Messi tiene derecho a “tirar alguna cañita
voladora por ahí”, otros en cambio dijeron que no había códigos por haber truchado
la foto. No nos queda claro si Messi es un partuzero o un buen padre de
familia.
Deja, lo pateo yo.
Amistoso entre el Everton y la Juventus, en Estados Unidos. Un partido más en la preparación de ambos equipos. Carlitos Tevez jugó unos minutos. Los 90 minutos dejo un empate en uno y se iban a penales (interesante ¿no?) y se fueron a los penales. (ya llega la emoción estimado lector, no se vaya aún) Todo estaba tranquilo, hasta que Asamoah iba a patear su penal en la definición. Pero irrumpió un hincha y lo pateó él. La pelota fue mansita a las manos del arquero, sin embargo el "intruso" festejo como si hubiese metido el gol. Una mezcla perfecta entre el "Keko" Villalva, el "Rolfi"Montenegro y el encapuchado que apretó a Adalberto Román.
¡¡¡Salile!!! pero no así...
Partido intrascendente ente el Hammarby contra el Örgryte Idrottsällskap (los de rojo bah), todo por la Superettan (segunda división de Suecia). Ese partido no sería noticia, pero resulta que el arquero del Örgryte Idrottsällskap Peter Abrahamsson (con cierto parecido a Martillo Hammer); salio a cortar un avance rival a los 44 segundos. Esto tampoco sería noticia, salvo por un pequeño detalle: rechazo con los puños casi dos metros afuera del área. Era para roja directa, si. Pero el temita es que el bueno de Peter se quiso hacer olímpicamente el boludo. El árbitro le mostró la roja y el blondo arquero seguía como si nada. Obviamente el Örgryte perdió el partido, 3-0 fue el resultado. Era esto o seguir trucando fotos de Messi.
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