Todo marchaba bien [Parte 2 de 2]
Llego el viernes, delante mío ya tenía al sábado, generalmente
los sábados suelen pasar muy rápido. Sin embargo después de hacer miles de
estrategias posibles, de hacer “ingeniería horaria” hice lo más fácil para ir a
ambas cosas a la vez. “Puta que soy
boludo” pensé, tres días pensando y la solución era más que fácil. El partido
terminaba a las 21.00 horas, pongámosle que siempre se demora un cachito mas,
21.20 horas terminaba, si todo salía bien, 21.30 o 40 ya estaba adentro de mi
auto rumbo al recital. Son rockeros, son egocéntricos y siempre arrancan más
tarde… pongámosle que arrancan media hora más tarde de lo pactado, perfecto, a
lo sumo me perderé 20 o 25 minutos, no importa, la cosa es verlos, disfrutar de
unos momentos de su música y listo, finalizado el mejor domingo de mi vida. La
suerte ya estaba echada, iba a la cancha, si salíamos campeones, iba a festejar
al recital, si perdíamos me iba a desquitar con buena música al recital. Ahora
solo faltaba que el destino me tirara un centro.
Llego el gran día. Sinceramente no pude dormir, ese día iba
a estar cargadísimo de emociones para, mis dos mundos se iban a unir, estaba
muy pero muy ansioso, no me entraba un alfiler en el… bueno ahí. Ya a las 15.30
Salí de mi casa, le di un beso a mi vieja, salude a mi viejo que me despidió
medio con cara de culo y me camine las tres cuadras a la casa de mi abuelo a
buscar el viejo pero fiel Citroën 3CV. Allí estaba mi abuela barriendo la
vereda, la gente grande le da particular atención a la higiene de la vereda de
su propiedad, nunca supe el porqué. Pasé al garaje, encendí el auto y me fui.
Avanzaba calles por calles, como dando pequeños saltitos, el 3CV tenía el maravilloso
andar de una sapo ebrio.
Todo marchaba bien hasta que un Renault 12 se me pone al
lado, me señala a través de la ventanilla mi rueda trasera… había pinchado y ni
siquiera me había dado cuenta. De
repente recordé algo, no tenía llave para cambiar la rueda, se la había
prestado a Martín, un amigo, y nunca me la devolvió, yo tampoco me calenté en
pedírsela. “Jodete por pelotudo” me decía mi conciencia. Estaba jugadísimo. Lo primero que se me
ocurrió era ir hasta la casa de mis abuelos, pero ya estaba como a 60 cuadras y
no llegaba. Estuve meditando como media hora lo que iba a hacer, no tenía ni
idea, sin embargo tuve unos segundos de extrema a viveza y se me ocurrió parar
a un taxi que venía por la calle. No, no
iba a ir en taxi, tenía unas pocas chirolas en el bolsillo, no mucho, no me
alcanzaba ni para llegar a lo de mis abuelos. Lo pare amablemente, le explique
mi situación, y le pedí si no me prestaba unos minutos la llave. El destino me
hizo un guiño, el tachero era hincha del mismo equipo que yo y justo había
terminaba el turno y se iba a la casa a ver el partido. Cambie la cubierta
mientras el camarada taxista iba deglutiéndose uno a unos sus cigarrillos. Ni
bien termine de darle la última vuelta a la última tuerca siento la mano del
taxista en el hombro “Pibe, son las cuatro y media, no vas a llegar”. Rápidamente
le devuelvo la llave, le doy unos cinco mil australes de propina y me zambullí
en el auto.

No sé ni de donde saque fuerzas, ni sé cómo la subí al auto,
de golpe estaba manejando a lo loco hacia un hospital, con una mujer a la que
había atropellado hacia minutos. Llegue al hospital, corriéndola entre en
brazos a la guardia, vinieron rápido los médicos. Luego de preguntarme muy por
encima que había pasado, me rajaron afuera a la sala de espera. Los minutos se
me hicieron eternos, por mi cabeza solo pasaban pensamientos pesimistas, desde
que seguro que ahora voy a ir preso a que el novio o marido de la chica a la
que atropelle me iba a fajar, y bien merecido me lo tenía eh. No sé si habrán
pasado dos horas o dos días o siete minutos, no sé la verdad, no tenía reloj y
estaba muy nervioso, en la sala de espera con el corazón en la boca por alguien
que no conocía. Es curioso, pero en ese momento mi cerebro pensó que en ese
momento tendría que estar en la cancha y que iba a estar también muy nervioso
por un simple partido, acá por lo menos estaba nervioso por algo concreto como
una vida. Creo más bien que tenía miedo de ir preso.
Fue cuando salió uno de los médicos, me dijo que había
sufrido una fuerte contusión en la cabeza y que estaba fuera de peligro, en uno
de sus bolsillos habían encontrado su cedula de identidad, se llamaba Nazarena
y efectivamente tenía 20 años. Le
pregunte al doctor si ella estaba consciente y si podía pasar a verla, ambas
respuestas fueron positivas. Entre a verla y me deshice en disculpas, casi
implore su perdón. Ella, a pesar de estar medio adolorida, se sonrió, no sé si
porque vio que yo estaba más golpeado
que ella, y me dijo que no me preocupará y que la culpa era de ella por haber
cruzado así. Le pregunte si no que llamara a sus padres y me dijo que ya venían
en camino, que los doctores ya les habían avisado. Tenía pensado preguntarle si
me iba a hacer juicio, pero me daba mucha vergüenza hacerlo. Le deje mi número
de teléfono para cualquier cosa que necesite, como no tenía papel para anotarlo
lo anote en la entrada al recital, que a esa altura de la noche no servía para
nada.
Subí a mi auto, prendí la radio y lo primero que escuché fue el pitido de que entrabamos en una nueva
hora, segundos después el locutor informaba que era la una de la mañana. Ahí empecé
a desesperarme por querer saber cómo había terminado el partido, fui moviendo
el dial y llegue a la voz desaforada de un periodista que hablaba casi a los
gritos pero como si estuviese afónico, me detuve a escucharlo. Hablaba de nuestro equipo, de cómo la había
corajeado frente a Boca, de cómo a los 10 minutos del primer tiempo comenzaba a
ganar Boca con penal que le costó la expulsión a Loiacono, nuestro zaguero que
era un terrible calentón, no le importaba dejarte con 10, él iba al frente y se
peleaba con todo el mundo… de cómo lo empato nuestro equipo a los 30 minutos
del segundo tiempo con una guapeada de nuestro lateral Santoro, se había metido
hasta el fondo para ponerle un centro justo al gringo Schvarzman en la cabeza t
de cómo en la última pelota que teníamos a nuestro favor, el petiso Sallese
metió un pase en profundidad para dejar solo mano a mano al gordo Rachiele
frente al arquero de Boca y definir de picándola por arriba desatando la locura
de todo un barrio. Cuando termine de escuchar todo esto, salte dentro del auto
y empecé a tocar bocina a lo loco, poco me importo que estuviese casi frente a
un hospital y sea la una de la madrugada. Llegue a casa como a las dos, me
acosté a dormir y me levante al otro día, lo primero que hice fue llamar a
Martín para ver cómo le había ido en el recital. Según él, fue el mejor recital
al que había asistido y al que iba a asistir en su vida, tocaron todos sus
temas clásicos, bromearon con el público, pero lo mejor y lo más importante que
pasó y que él nunca se iba a olvidar fue cuando iba a pedirle un autógrafo al
cantante, este lo invito a tomarse unas cervezas en un bar que estaba a dos
cuadras. No solo se ligó el alcohol gratis sino que también le dieron un
casette firmado por toda la banda. “El destino me ayudo loco, sos un pelotudo,
si venias conmigo también ibas a ligar lo mismo, pero preferiste ir a ese
partido de mierda”. No le dije que no pude ir al partido, le di la razón y
corte.
El destino quiso que no fuese al partido del campeonato, ni
al recital. ¿Me hubiese cambiado la vida? La verdad que no lo sé, tendría que
preguntárselo a aquella chica a la que atropelle con el auto, esa con la que
ahora tengo dos hijos.
Antonio Schweinheim