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¿De qué te ponés contento?

 Yo la verdad es que no te entiendo Cacho, la verdad que no te entiendo. Ni a vos, ni a todos aquellos que van a una cancha. O a esos hinchas que siguen a sus equipos. Es medio una locura hermano. ¿Medio? Es una locura sideral completa. Sufrir, amargarse o estar de capa caída por el resultado donde un par de tipos no puede meterla en un arco. Es enfermizo eso, es enfermizo. Ni hablar cuando vas a la cancha. Parado haciendo fila bajo el sol, después en la popular cagado de calor, en el trayecto la cana te maltrata. No te entiendo, no los entiendo.


Y eso de ponerse contento cuando ganan, mamita querida. Eso sí que no lo entiendo. Si ganaras el prode, lo entendería. O si fueses parte del equipo y te dan una moneda. ¿De qué te pones contento? Si mañana tenés que ponerte a laburar como si nada. Y encima en un par de semanas el torneo empieza otra vez y nuevamente comenzás a ponerte nervioso. Es un círculo vicioso. Para mí eso del futbol es un vicio. Es como fumar, pero con más altibajos emocionales. Pero claro Cacho, si sos un tobogán de emociones. Más que tobogán sos una montaña rusa, hermano. Hasta te peleas con amigos.


Pero que te voy a decir yo, si no escuchas a nadie, estas como loco. Todos los domingos lo mismo. Aunque últimamente no son los domingos. Son casi todos los días, porque lo que organizan el futbol ponen un partido cuando se les canta el orto. Ahí tenés lo poco que lo respetan a ustedes. Es una locura, pero vos seguís y seguís yendo. Y no solo vos, son miles, millones en todo el país.

Anda tranquilo Cacho, anda, disfruta de eso a lo que le llaman pasión. Yo también me tengo que ir yendo, porque a las siete abre el bingo y hoy me tengo fe. Vengo perdiendo seguido y en casa me quieren matar, pero yo me tengo fe que hoy algo bueno saco. Si no saque nada hace rato, pero esto es cuestión de persistencia, la maquinita tarde o temprano algo te va a soltar. Además, me hace bien, me relaja, me saca de la rutina. Vos dirás que estoy loco por pasarme como doce horas ahí adentro, pero vos tenés que estar ahí. Y somos varios eh. Tendrías que probar un día ¿te vas a la cancha? Anda tranca, yo no entiendo la verdad como te gusta eso, la flauta.


Por lo único que seguiría un partido sería por las apuestas. Pero lo veo difícil. Los jugadores son muy permeables. Vos viste la cantidad de partidos arreglados que hay. Y hasta te amargas por eso, Cachín, si sabes que esto es un negocio. Ahora encima vino el VAR. Vos me dirás que vino a mejorar el futbol. No, mi viejo, no, para nada. Vino a meter la mano negra ¿O por qué te crees que hay más casas de apuestas on line con el futbol? Hasta la selección tiene una de sponsor. Vos déjame con las maquinitas que no tarde o temprano te tiran una ficha y no me hago mala sangre, bueno un poco si cuando me dejan seco y me amargan la semana. Pero es un juego y vos lo sabes ¿Qué lo tuyo también es un juego? No Cachito, vos le metes pasión a eso. Una cosa es meter una moneda y darle a la palanquita. Otra es ir disfrazado con los colores de tu equipo a la cancha, cantar, todo eso que haces gratis y porque, según decís, te gusta.

¿Cuántos partidos ganaste? ¿Cuántos torneos? ¿Te dieron un premio? Nada viejo, al otro día a la misma rutina como siempre. Vos me dirás que vas contento, pero se te pasa cuando empieza el otro torneo, y ustedes no salen campeones muy seguido eh. Parecen el cometa Halley. Si fueses del Real Madrid por ahí te entiendo, te cansas de festejar. Siempre ahí arriba, y debo decirte que sí, eso debe ponerte contento. ¿Pero lo tuyo? No, olvídate. Si ganan uno y pierden tres. Se te van a años de vida, viejo. Claro, vos decís que soy un amargo, que de pasión no entiendo una goma, pero yo me caliento por cosas concretas, no porque el 9 del equipo al que le pagan por hacer goles metió un gol después de cinco partidos. Es como ponerme contento cuando la maquinita me tira que gané algo ¿Sabes la plata que le metí? Esto es lo mismo Cacho, estas enfermo, tenés que hacerte ver, te va a hacer mal este fanatismo, es como una enfermedad, querido amigo.

Toni Schweinheim
Obra Publicada, expediente Nº 510614. Dirección Nacional del Derecho de Autor
Por Toni Seguilo!  

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De la cuna al cajón

Jorgito corrió a toda velocidad a la esquina donde se juntaba con los pibes. Traía consigo el diario de la tarde y a juzgar por su color pálido parecía que había visto un fantasma.  El grupo de amigos debía estar todavía en la esquina. Siempre se quedaban allí hasta entrada la tarde para luego irse al bar de la otra esquina a jugar algo de pool o algún que otro partido de truco. Las piernas no le daban más, pero la trágica noticia que llevaba encima no le dio respiro. Cuando por fin llego, se puso en frente de donde estaba el Ruso, puso sus manos sobre las rodillas en clara señal de cansancio mientras jadeaba fuerte. 

—Se murió el Cabezón —dijo por fin Jorgito mientras le brotaban las lágrimas.

— ¿¡Qué!? —Dijeron a coro los pibes.

—Le pegó… un bobazo… no lo puedo… creer —dijo entre sollozos y jadeos el recién llegado.

— ¡Pero el Esteban tiene 27 años!  —gritó el Gordo.

—Acá tenés el aviso fúnebre, mirá si voy a joder con una cosa así, pelotudo —respondió Esteban mientras le señalaba una necrológica en el diario.

“Esteban Rapetti partiste hoy. Siendo tan joven te nos fuiste al cielo. Te extrañaremos. Tu familia” decía el texto por debajo de una cruz. El gordo tiró el diario y se agarró la cabeza. El Ruso se sentó en el cordón, otros como Sebas y Fede  quedaron en silencio. Juan se puso la mano a la altura de la boca y se largó a llorar.

—Pero pará un poco ¿Cómo sabemos que es el cabezón? —el Gordo se resistía a creer lo de Esteban.
 
—Lo llamé al celular, no atiende, da apagado… no sé. Además vengo de la casa, está lleno de gente llorando, muchos vecinos… no me animé a más.

— ¿¡Fuiste hasta la casa!? —se sorprendió Juan.

—Tenía que confirmar, hice de tripas corazón y me mandé. Ojo, solo miré, desde la vereda de enfrente, no voy a ser tan pelotudo de meterme ahí cuando en esa familia no nos juna nadie y más en un momento así.

Este aborrecimiento de la familia de Esteban a sus amigos provenía por una cuestión netamente futbolistica. La familia Rapetti siempre estuvo vinculada a la vida social de Newell’s Old Boys, uno de los tatarabuelos maternos había llegado a ser vicepresidente de la institución leprosa. Era una familia que respiraba los colores rojinegros. Pero por esas cuestiones de la vida, el Cabezón Esteban se había hecho fanático de Rosario Central desde pequeño. No hubo oferta u amenaza familiar que lo sacase de ser canalla.  La familia no tuvo más remedio que aceptar esa elección. Eso sí,  lo que no aceptaba era la relación con sus amigos. Esa banda de vagos sin oficio ni beneficio. Fue en el cumpleaños del abuelo Cholo, allá por 2008, cuando se armo la podrida y a Esteban casi lo rajan de la casa. El Cabezón había ido al cumple del nono con los amigos canallas. Fue como una olla a presión. No tardaron mucho en  trenzarse a golpes con unos primos y unos tios leprosos que empezaron a cantar canciones de cancha en contra de los canallas. El saldo de esa fiesta fue lamentable: el viejo terminó internado y los amigos junto con los primos y esos tíos en la comisaria demorados. Desde ese día ni un amigo del Cabezón podía pisar ni siquiera la vereda de la casa. Ni siquiera podían llamar a la casa.

—Como mierda vamos a hacer para darle el último saludo al Cabezón —dijo con desazón Sebas.

—Yo iría igual, viejo. No creo que sean tan chotos de impedirnos entrar al velatorio de un amigo —terció el Gordo.

—Son chotos, hermano… son chotos. Olvidate.

—A mí me preocupa que no le vamos a poder cumplir la última voluntad al Esteban —dijo en tono preocupado Jorgito.

—Siempre supimos que esa voluntad iba a ser imposible de cumplir —se resignaba el gordo.

—Justo mañana jugamos, loco, parece una puta ironía del destino…

—Ustedes están en pedo, en primer lugar como carajo hacemos para meter un ataúd en un una tribuna, más en medio de un partido —se indignaba Juan—, segundo ¿Ustedes se piensan que la familia va a dejar que hagamos eso? Todo muy lindo con la romántica idea de ir por última vez a la cancha en lugar de tener velatorio. De estar en una tribuna en lugar de un lugar de mierda con un monton de caretas. Pero seamos realistas, no podemos y si queremos hacerlo primero nos caga a tiros la familia y después la policía cuando queramos entrar el ataúd a la cancha. Es imposible. Ahora ni velarlo en la sede podríamos…

—El Cabezón es un hermano más que un amigo, yo daría hasta la vida por cumplir su sueño, que en definitiva es nuestro sueño, nuestro pacto de amistad…—se rebelaba Jorgito.

—Yo también, loco. Daría la vida. Vamos a hacerlo  —se sumaba el gordo. Otros asentían con la cabeza. Un silencio quedo flotando en el aire, como si esa falta de palabras fuese un compromiso asumido.


Esteban y sus amigos tenían un “pacto”, por definirlo de alguna manera, un tanto difícil de cumplir. Tanto el Cabezón como sus amigos habían leído que en el 2011 en Colombia un hincha del Cúcuta, que había sido asesinado el día anterior,  había tenido su “última visita” a la cancha en pleno partido, cuando su equipo jugaba contra Envigado. Con el cajón en andas los hinchas irrumpieron en pleno partido, para que el difunto hincha tuviese un velatorio acorde a sus ideales. Mucho se habló del tema: que eran barras, que no lo eran, que fue un ajuste de cuenta... Lo cierto es que Esteban y sus amigos se habían “enamorado” de esa secuencia y se juraron que el día de la muerte de alguno de ellos, iban a hacer lo mismo. Nunca pensaron que eso iba a ocurrir tan pronto.


—Bueno ¿Cómo mierda hacemos? —se plegó al compromiso Juan— ¿Vamos hasta la casa le decimos que por favor nos presten el ataúd con Esteban para llevarlo a la cancha y volvemos? Nos van a sacar a tiros boludo…

—Hablando no se pierde nada —dijo el Gordo—, anda vos Fede, que sos el más educado…

—Ni loco, chabón.

— ¿Y si  robamos el ataúd?

— ¿Qué mierda fumaste pelotudo? —lo paro en seco Juan.

—Por la inseguridad las casas velatorio cierran a la medianoche, —empezó a maquinar Jorgito— ahí podemos entrar. Forzamos una puerta sacamos el féretro, lo subimos al auto de Sebas y nos mandamos para la cancha bien temprano, cuando la barra mete los trapos y eso…

—Estas completamente en pedo…

—Hay que pensar otra cosa ¿Tu tío es policía, no podrá hacer algo? —tiro un centro Jorgito

***

—Buenas tardes, Soy el sargento Roberto Esqueda de la policía científica. Recibimos una denuncia sobre el fallecimiento de Esteban Rapetti y tenemos que llevarnos el ataúd con los restos del causante a la morgue judicial.

—En este momento no se encuentra ningún familiar en la sala, son las seis de la mañana y hasta las siete está cerrado el lugar.

—Tenemos una orden judicial.

—Un momentito por favor —respondieron por el portero eléctrico. Al cabo de unos minutos abrió la puerta un hombre flaco de bigotes entrado en años. Intercambió un saludo frio con el sargento se interiorizó de la orden judicial, constató sobre su legalidad y por fin hizo pasar a los oficiales al hall.

—Bien, está todo en orden —dijo el de la funeraria—, ahora llamo a personal de la cochería para que los ayude a cargar el féretro ¿Quiere constatar al causante antes de retirarlo?

—No hace falta, confío en ustedes. Además no es la primera vez que pasa algo así —devolvió parcamente el sargento. Lo que siguió fue un papeleo, firmas, algún testigo que pasaba por allí. Al cabo de media hora cargaron el ataúd a la camioneta de la policía científica y emprendió su marcha. El móvil hizo un par de cuadras y doblo por una cortada y se detuvo frente a unos muchachos que estaban como esperando a la camioneta. El sargento, que iba del lado del acompañante, bajó la ventanilla. Uno de los jóvenes se acercó hasta él.

—Juli, ya tenemos a tu amigo a bordo —dijo mientras se prendía un cigarrillo—, tuvieron suerte, la denuncia que hicieron por muerte dudosa tuvo eco. La fiscalía nos mandó a recoger al causante y acá lo llevamos a la morgue judicial.

—Gracias tío, no sabes el favor enorme que te vamos a deber —dijo el gordo al borde de las lágrimas.

—Mira Julito, te voy a ser sincero. Con esto me juego el puesto, pero lo hago por nosotros para que esos pingüinos malparidos no impidan cumplir el sueño de uno de nosotros —dijo el sargento, ya abajo del móvil—. Ahora me lo llevo para la morgue, a eso de las tres, cuando falte poco para el partido lo llevo hasta la cancha. Voy a poner la chata en la calle, por detrás de la tribuna y de ahí no se mueve. No va a estar adentro de la cancha pero de la camioneta no lo podemos sacar.  Al fin y al cabo va a estar ahí de la cancha. Y es la única forma para que no se me arme quilombo porque la autopsia se la harán por la tarde noche.

El sargento volvió a subirse a la camioneta y partió hacia la morgue judicial. Los muchachos se abrazaron formando una ronda y se largaron a llorar como chicos en plena madrugada rosarina.

***

La camioneta se había estacionado ya. Faltaba muy poco para que el partido comience. Los muchachos habían ido tempranito a esperar al Cabezón. Era el último partido al que iban a asistir juntos y estaban muy emocionados. A lo largo de la tarde brotaban las anécdotas, las lágrimas, las risas. Hasta habían preparado una bandera que decía: “Por siempre Cabezón”.  Los pibes rodearon la camioneta y se pusieron a llorar. Sebas se largó a cantar y los otros lo siguieron. Los chicos no se querían mover de al lado del móvil de la científica. El encuentro en sí era uno más, Central se enfrentaba a Banfield, pero para ellos se trataba del partido más importante de sus vidas, puesto que Esteban, el Cabezón, partiría al cielo y ese sería su último encuentro.

—Vayan a ver el partido que ya empezó hace rato, eso es lo que hubiese querido su amigo, no se van a quedar acá —les dijo el sargento—, ustedes ya cumplieron, le aseguro que su amigo esta acá presente sonriendo y feliz por lo que hicieron por él.

Las palabras le calaron hondo al Gordo que se largó a llorar como desquiciado. Sebas seguía cantando como extasiado. Entraron a la cancha llorando y cantando. Cuando entraron había mucho silencio, eso los impactó aún más. Pero era porque justo el  Taladro había metido el primer gol, el uno a cero. A los pibes no les importaba el resultado, aunque si querían ganar así su amigo se iba para el cielo con una victoria del Canalla. Fue cuando llegó el empate: Todos se abrazaron fuertemente y el Gordo recordó lo que le dijo su tío hacia unos minutos. Que seguramente Esteban estaría allí, contento, celebrando el gol, llevándose consigo esa maravillosa postal del gol. Un grito eterno de gol. Y allí lo vieron a Esteban, sonriendo  y levantando una mano hacia donde estaban ellos. El gordo lo vio, Sebas lo vio, también lo vieron Jorgito y Juan. El Cabezón estaba allí.

— ¿Cómo andan muchachos? Llegue tarde, no saben lo que me paso —le dijo el cabezón mientras se acercaba—El gordo empalideció y se desmayó en el acto. Los otros se quedaron mirándolo atónitos, como tratando de entender semejante milagro.

— ¿Ehhh que carajo les pasa?

—Pero vos… vos… ¡Acá! —tartamudeo Sebas.

—Si yo acá, no iba a venir, ¡No sabes la que me pasó! Ayer se murió mi tío Esteban, un bobazo fulminante. Con todo el quilombo perdí el celular y no pude avisarles, garronazo loco. Hoy, ahora bah,  era el entierro,  no sé qué mierda paso pero la policía se llevó el cuerpo del velatorio, así que aproveche que no había entierro y vine. ¿Pero qué le pasa al gordo? Ni que fuera que vio un muerto…

Toni  Schweinheim
Obra Publicada, expediente Nº 510614. Dirección Nacional del Derecho de Autor

Ciego, no boludo

Leonel plegó su bastón blanco y se sentó en la platea. Iba solo a la cancha. En realidad no tan solo. Javier, su hermano, era jugador de reserva y en los últimos meses había pegado el salto a primera. Y Leonel muy emocionado quería estar presente en su debut. Ambos hermanos habían venido del interior, uno para jugar al futbol en forma profesional y él para estudiar.

— ¡Qué admirable lo tuyo, pichón! ¡Eso es querer al equipo! no te había visto antes por acá —le dijo un viejo mientras se sentaba a su lado.

—Gracias maestro, pero no soy hincha, yo vengo acá por mi hermano, antes iba a la popular pero mi hermano me consiguió un abono acá en platea la semana pasada —dijo con una sonrisa Leonel.

— ¿Ah, pero dónde está? Porque te veo solo acá — pregunto el viejo.

—En el banco de suplentes, es Javier Guerrero, el pibe de inferiores—comento con una gran sonrisa.

—Ah pero mira vos, que bien, dicen que es muy bueno… —comento el viejo un tanto desencantado.

—Ajá, por ahí debuta hoy, aunque la verdad es que dijeron eso desde hace tres meses pero el técnico no lo pone.

—Hay que tener paciencia ¡Hola Juancito! —dijo eufóricamente el viejo mientras se acercaba otro viejo con el diario bajo el brazo— mirá, te presento al hermano del futuro crack, Guerrero.

—Hola, nene —dijo el recién llegado mientras se rascaba la barba blanca.

—Mucho gusto señor, soy Leonel —se presentó el chico— Les quiero hacer una pregunta, ustedes que son hinchas y que seguro que vienen siempre, capaz que vieron algún partido de reserva o algo ¿Cómo lo ven a mi hermano? ¿Tiene futuro?

Ambos viejos se cruzaron miradas, Juan el recién llegado comenzó a rascarse un oído con el meñique, signo de que estaba dubitativo.

—Es bueno el pibe, es bueno —dijo por fin uno de los viejos, poniendo su dedo índice sobre la boca y mirando al otro viejo.

— ¿y si es bueno, porque no lo pone nunca el técnico? —dijo Leonel, en tono medio socarrón.

—Y… ¿sabes lo que pasa, nene? Con los pibes hay que ir de a poco, sino los quemás, ¿viste?
—Pero mi hermano no es tan chico, anda por los 23 años ya…

— No importa la edad, el tema es que Suarez, el titular, anda fenómeno —terció el otro viejo.

El bullicio y griterío general daba cuenta de que los jugadores salían a la cancha. Un par de petardos del lado de la popular y los típicos cantitos daban por comenzado ya el encuentro. El partido era un verdadero bodrio. Un cero a cero inamovible. Las ilusiones del debut del hermano de Leonel otra vez se hicieron añicos cuando la voz del estadio anunció el tercer cambio, pero no entraba él. Leonel se sentó tranquilo y jugueteaba nervioso con su bastón. Oscar y Juan, los dos viejos, se dieron cuenta de eso y trataron de animarlo con frases hechas del tipo “pero ya va a debutar, las condiciones no estaban dadas”… pero lo cierto es que Javier Guerrero era realmente horrible. Estaba en el banco de suplentes no porque fuera bueno, sino porque el club atravesaba una de las peores crisis económicas en su historia y tenía que atiborrar el banco de muertos. Ya los titulares eran un asco; los suplentes, ni hablar.

Pasaron diez partidos y Leonel siempre estaba firme con su bastoncito blanco en la platea. Con el correr de los encuentros se hizo muy amigo de ambos veteranos del tablón. Los viejos lo “adoptaron” y él les tomo cariño. Más de una vez terminaron en el bar de la esquina tomando algo o lo acompañaban a la parada del colectivo. Tanto Oscar como Juan no sabían cómo decirle a Leonel que su hermano era un tronco, que era horrible y que no lo iba a poner en la cancha ni a cortar el pasto.

—Hay que decirle al pibe que su hermano es horrible, no sirve ni para hacer sombra —dijo Oscar un día cuando se juntó con Juan a tomar una ginebra.

—No seas boludo, como le vas a matar la ilusión al pibe.

—Y pero pobre pibe va a venir siempre al pedo ¿Vos viste que asco que da el hermano en los partidos de reserva? No puede parar ni un colectivo en la terminal.

—Si pero deja que siga viniendo Leonel, es buen pibe, si hasta ya se hizo hincha. Se hace querer. Además llenamos un poco más la platea.

—Por mí que venga siempre, yo lo estimo al pibe, son de esos pibes que hay pocos. ¿El tema sabes cuál va a ser?

— ¿Cuál?

—Que si su hermano debuta, se va a mandar dos mil cagadas como lo hace en reserva y el pobre Leonel se va a poner mal.

—No te preocupes por eso, llegado el momento le mentimos.

— ¿Qué decís?

— El pobre pibe es no vidente, no va a ver lo horrendo que es su hermano, se manda una cagada y le decimos que fue otro jugador.

— ¿Y las puteadas y eso? Leonel es ciego, no sordo, mucho menos boludo.

—Las puteadas olvídate, si en la platea ya no hay ni ganas de putear a nadie, lo manejamos. Es una mentira blanca, le haces un favor al Leonel que quiere al hermano.

—Como digas.

Era el anteúltimo partido del campeonato, o sea, el último de local. Como en cada final de torneo, los equipos, por más perros que sean, siempre algún jugador venden o alguno es pretendido por otro equipo. Cuando pasa eso siempre se ponen suplentes, y entre esos suplentes que iban a salir al campo de juego estaba Javier Guerrero.

—Hoy llego el día nene, por fin sale tu hermano con la gloriosa casaca — lo palmeo Oscar a Leonel, ni bien llegó a la platea.

—Hoy la rompe el crack —aseguro Juan.  Leonel asintió con la cabeza y se sentó. Leo no estaba ansioso ni contento, no tenía ningún sentimiento a flor de piel. Tenía una paz envidiable, como si su hermano fuese Pelé o Beckenbauer. Juan y Oscar se miraron y se extrañaron de la tranquilidad del joven.

Cuando los altoparlantes dieron la formación Juan y Oscar aplaudieron y gritaron como locos. Fueron los únicos,  Leonel estaba apático y apenas sonrió de compromiso.

El partido comenzó y no pasaron ni tres minutos cuando el hermano de Leonel levanto por el aire al delantero rival dentro del área, penal y gol para los contrarios.

— ¿Quién hizo el penal? ¿Fue mi hermano? —pregunto muy nervioso Leonel

— No Leonel, tranquilízate, fue el 6 — mintió Oscar.

— ¿Estás seguro? Me pareció oír el nombre de mi hermano —desconfiaba Leonel.

—Idea tuya, pibe.

El partido siguió, un mal pase de Javier hacia atrás provoco lo que sería el segundo, la dejó corta. No había pasado un media hora y ya perdían dos a cero. La platea estaba insostenible, muchos ya puteaban a Guerrero. Juan se agarró la cabeza, Oscar iba a decir algo pero se contuvo. Leonel no pronuncio una palabra pero esbozaba una sonrisa, como si se estuviera divirtiendo con todo lo que le pasaba. Juan la confundió con una risa nerviosa u lo palmeó al joven.  Al cabo de los 45 minutos, el partido estaba dos a cero abajo gracias a los dos errores de Guerrero.

— ¿Cómo está jugando mi hermano? —pregunto Leonel

—Bastante bien, se la viene aguantando bien —mintió Juan mientras Oscar meneaba la cabeza.

El segundo tiempo empezó bien para los locales: a los seis minutos, Miñardi empalmó de volea un centro y puso el 1-2. El equipo comenzó a presionar arriba y el empate vino a los 35 minutos por intermedio de Casilda. Juan, Oscar y Leonel se abrazaron como nunca. Si bien el partido no definía nada, dar vuelta un resultado siempre era motivo de alegría y esta vez  se mezclaba con la nostalgia de no ver al equipo por dos meses, no ir a la cancha. Los cantitos se hicieron sentir en la popular y la platea hacía eco de ellos. A los 47, cuando el empate estaba más que manifiesto, Lara se la toca a Javier Guerrero, este intentó salir jugando pero pisó la pelota, se cayó  de culo al suelo y la pelota le quedó servida al delantero rival que solo tuvo en su camino al arquero. Gol. La cancha quedo en silencio por un par de segundos, hasta que un grito rompió ese sepulcro.

—¡¡¡LA REPUTISMA MADRE QUE TE PARIO JAVIER, TODA TU VIDA FUISTE UN TRONCO!!! —gritó Leonel mientras agitaba el bastón blanco. Oscar y Juan se miraron azorados, no lo podían creer.

—Pibe… ¿vos no eras…?

— ¡Soy ciego, no boludo!
Toni "Preusse" Schweinheim
Obra Publicada, expediente Nº 510614. Dirección Nacional del Derecho de Autor

Heavy Metal

"Lo amo. Él es Sir Arsene Wenger. Pero a él le gusta tener la pelota, jugar al fútbol, los pases... es como una orquesta. Pero es una melodía silenciosa. Me gusta más el heavy metal”
Jürgen Klopp.

Hay muchas formaciones, el 4-4-2 o el  4-3-3 o el 3-5-2 y muchas variantes más que podríamos estar enumerando todo el día. Pero la más linda, la más poderosa, esa que hace sentir inferior a todo el resto, la que se le anima a cualquiera y que gana cualquier tipo de campeonato es la 1-3-1. Una batería atrás, al medio dos guitarras y un bajo y, adelante, el cantante. A veces puede variar a un 2-2-1, cuando un teclado usurpa un lugar junto a la batería o a veces el sistema puede mutar a un 1-3, cuando hay un guitarrista-cantante.  El mejor equipo de futbol es una banda de heavy metal, señores. Duro, agresivo y que siempre va al frente. Un fondo compacto, un medio laborioso y más adelante un virtuoso que le ponga la pelota en el balero al delantero —que ni siquiera hace falta que sea un buen delantero; tiene que cumplir y llevar al equipo adelante. Que haga ruido, como la hinchada.

El guitarrista, claro, no gambetea a nadie y en muchos casos lo único redondo que puede llegar a tener atado es una barriga cervecera… pero, igual que aquel que tiene la 10 en la espalda, dibuja gambetas. Ambos son la magia del equipo, son los virtuosos, en un segundo te pintan la cara de arriba abajo. Un solo de guitarra tiene que ser como ese jugador que la agarra en su campo, que gambetea el sonido del bajo, que pasa limpiamente entre el doble bombo que ya está vencido y le da paso al rayo furioso en la que se convirtió esa guitarra. Su compañera, la otra guitarra, acompaña en silencio, como un testigo, como Valdano a Maradona en el segundo gol a los ingleses. Mientras el solo se va aproximando al área penal, el silencio va apoderándose del recinto, de los cuatro costados, como un trueno que no tiene apuro. Ya vimos el furioso relámpago y el trueno esta por caer,  se hace oír, y hasta ver. Ahí es cuando el solo, lejos de disminuir, la pone contra un palo para volver a fundirse en un único sonido con la otra viola, el bajo, y la batería, mientras la voz cargada de emociones del cantante parece la nerviosa voz de un relator prediciendo una nueva y magistral jugada del 10.

Allí está el bajista, casi en el medio, como un volante central. Silencioso, nadie lo ve, nadie lo siente. Pero allí está firme con su instrumento, sabiendo que todo el trabajo invisible es suyo. Si está nadie lo siente, si falta todo se viene abajo. Un trabajo en silencio, el del mártir invisible. Siempre es la figura pero las cámaras miran para otro lado. El relámpago de la gloria es para los otros, para los que meten goles, para los que dibujan solos en el aire.

Atrás, abajo, resistiendo los embates  y montado como si fuese una defensa antiaérea, esta apostada la batería. Un doble bombo que hace  sentir toda la brutalidad de la tierra. Que meta miedo, que no deje un hueco sonoro. El silencio es el enemigo y ese no entra acá, no entra al área. Y si entra sale lastimado, ultrajado y sin dignidad. Los arqueros tienen que ser alemanes y los bateros también, porque esos saben de artillería pesada. Son los latidos de una bestia que indican que el fin está cerca. No son humanos, tampoco maquinas. Son una especie de bestias míticas de cuatro brazos, como un Kintaro de rostro despiadado. Nadie se le atreve a hacer frente.

El momento crucial es cuando todos los elementos se juntan. La batería desde atrás lo empuja todo. Ambas hachas afiladísimas,  gritándole al mundo, desafiando la velocidad. Y allí, el cantante con la garganta hecha corazón, como ese relator que nos cuenta la poesía más hermosa: la jugada del equipo yéndose con todo al área rival.  Pegajosos, sudorosos saltando en un éxtasis de locura, de felicidad. No importa que te hagan pelota, que te duelan los huesos… ardiendo de locura y pasión en el mismísimo infierno.  Una multitud que se ha transformado en una única masa abrazada y saltando, moviendo la cabeza en un pogo o gritando gol. Da igual: el fútbol y el Heavy Metal no tienen ninguna frontera.

Toni Schweinheim
Obra Publicada, expediente Nº 510614. Dirección Nacional del Derecho de Autor


Un emperrado

Juan Carlos Poli era un misionero como cualquier otro. Trabajaba en la cosecha de yerba, estaba casado, tenía tres hijos y, como cualquier hijo de vecino, se ponía contento cada vez que veía a la selección. Deliraba con Messi; su sueño era sacarse una foto con él. Pero había algo en la vida de Juan Carlos; se emperraba o se transformaba en hombre lobo, como quiera decirle. Hombre lobo o Lobizón. Como gente del norte, nosotros le decimos emperrado o lobizón y a otra cosa. Muchos se imaginan como las películas de los yanquis, que los lobizones son mitad lobos y mitad humanos, todos musculosos, con ropa rota, justo a medida, parados en dos patas sembrando el terror. Créame que no.

 Cada vez que Juan Carlos se emperraba, se convertía en un perro común y corriente, más parecido a la mezcla entre un ovejero alemán y un collie. Nada fuera de lo corriente. Si uno lo veía en la calle, podía pasar como si fuese un perro más. Además, el emperrado adquiría la personalidad del humano que era. En este caso, Juan Carlos era un pan de Dios. Ni siquiera ladraba ni gruñía. La mujer le daba un plato de balanceado y a otra cosa. Los hijos jugaban con él o lo sacaban a pasear. La gente del lugar también lo conocía y más de uno, cada vez que lo veía emperrado, le daba unas palmaditas y unas galletitas. Lo que nadie supo nunca es por qué Juan Carlos se transformaba. No era séptimo hijo, ni siquiera tenía hermanos, ya que era hijo único; nadie le echó una maldición. Solo pasaba y ya. Ni siquiera pasaba en luna llena, ni cada periodo de tiempo. Era más al voleo. Podía emperrarse hoy, o quizás en un mes, o tal vez dentro de seis meses. Eso de la luna llena es otro cuento.

Un día le tocó viajar a Buenos Aires para hacer unos trámites, porque como todos sabemos: "Dios es argentino, pero atiende en Buenos Aires". Eligió una jornada particular para ir y matar dos pájaros de un tiro: un partido de eliminatorias después de la diligencia. Fueron como 26 horas en micro. Ahí lamentaba no emperrarse, ya que como perro podía enroscarse y dormir tranquilamente en el viaje. Llegó a la capital por la mañana, hizo los trámites que tenía que hacer y se mandó para la cancha. Fue a la San Martín baja, porque había ahorrado unos pesos y qué mejor que invertirlos en su sueño: ver a Messi. En realidad, su más grande anhelo era sacarse una foto con Lio, pero ya con verlo cerquita, él se conformaba.

La selección ya estaba clasificada y en frente estaba Bolivia, que todavía venía con chances. Sin embargo, la cancha explotaba. La prensa decía que Messi no iba a ser titular, como para cuidarlo o que iba a entrar unos minutos. Juan Carlos se aferraba a esto último. Tan solo pensar en que no iba a jugar Messi, y que se había gastado sus ahorros, le corría un frío por la espalda. Solo esperaba a que los periodistas se equivocaran. Pero no fue así. El once inicial era sin Messi. Ahora quedaba rezar para que el astro rosarino entrara un rato, así, por lo menos, "cubría" los gastos y lo veía cerquita.

Estaban De Paul, Mac Allister, el Dibu, Tagliafico, el Cuti... todos. Juan Carlos comenzó a disfrutar el partido. El primer gol lo hizo Lautaro Martínez. Se abrazó con todos y con cada uno de los que tenía a su lado. Si bien no estaba Messi, la cosa iba bastante bien. El segundo gol lo anotó Nicolás González. La fiesta seguía. Juan Carlos pensó que por más que no jugara Messi, la cosa estaba ya más que bien. Porque era la primera vez que veía a la selección en la cancha, cosa que muchos no pueden hacer. Se sintió contento y feliz, hasta que una puntada en los colmillos empezó a hacerle temer lo peor: se estaba por emperrarse...

Juan Carlos corrió al baño. Se encerró y la transformación comenzó, primero los colmillos, luego el pelaje, los ojos, el hocico... En cuestión de minutos, Juan Carlos era un lobizón. Pero este percance no lo inmutó; él iba a cumplir su sueño de todas formas. Abrió la puerta, se puso en cuatro patas y salió corriendo. Su aspecto de perro dócil hizo que pasara desapercibido. Pero él estaba nervioso. Empezó a correr como buscando una salida, iba esquivando piernas, gente que se preguntaba cómo llegó un perro hasta ahí. Juan Carlos se perdió, empezó a desesperarse hasta que encontró un pasillo. Olfateó olor a pasto mojado. Ese camino lo llevaba al terreno de juego. Se le cruzó una idea loca en el cerebro nublado. Enfiló por ese camino. Uno de seguridad lo quiso agarrar, fue cuando lo gambeteo y lo dejó culo arriba al gordo. Finalmente salió a la cancha a través de puertas grandes. El partido seguía jugándose. Ya en el campo de juego divisó a un Scaloni dando indicaciones. ¡Ahí estaba el banco de suplentes argentino! Encaró por ahí despacito, como para no levantar la perdiz, aunque jadeaba un poco de los nervios y cansancio. Poco a poco se fue acercando. Fue cuando lo vio, ahí estaba él, ahí estaba el rosarino, nada más y nada menos que Lionel Messi. "¡JUIIIIIRA!" se escuchó que decía un pelado de seguridad a los gritos. Juan Carlos se tiró al suelo y puso sus patitas por sobre su cabeza. Cuando el pelado maldito ese lo estaba por patear, se escuchó una voz mágica, una voz que solo había escuchado por la tele hasta ese momento, una voz que decía: "¿Eh, qué hace'? ¿Cómo le' va a pega' a un perro? Veni pa'ca vo". Sí, señoras y señores, era el mismísimo Messi sentado en el banco con los brazos apoyados en las rodillas. Lio lo llamó golpeando su muslo. Juan Carlos movió frenéticamente la cola, los ojos le brillaban y se acercó con la cabeza gacha. Los fotógrafos estaban extasiados por la tierna imagen del astro, la lluvia de flashes no se hizo esperar. Fue portada de muchos medios, salió en la tele. Juan Carlos lo logró, a su manera y en su forma de vida extraña. Y sí, Messi también tuvo otro récord, aunque sin saberlo: fue el primer jugador de fútbol en acariciar a un lobizón.


Toni Schweinheim
Obra Publicada, expediente Nº 510614. Dirección Nacional del Derecho de Autor
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Un parcial poco clásico.

A Andrés le gustaba que los profesores de la facultad hablen un poco de fútbol. Servía para descomprimir y romper el hielo en el siempre rígido ámbito académico. Disfrutaba como el profesor Constantino en algunos parates de la clase, hablaba de cómo era el fútbol antes, de por qué algunos apodos, para el deleite de muchos alumnos futboleros y la amargura de muchos que eran demasiado tragas y solo querían escuchar de costos.  Pasaba lo mismo con el doctor Gallez o Alfonso, pero jamás con el profesor Kropinski. Con ese sí que no se podía hablar de futbol. No porque no supiera, sino porque el tipo se pasaba de fanático. Era lo que todos conocemos por termo: un hincha bastante molesto y pesado. Lo fue desde el primer día de clases. Tal vez queriendo romper el hielo o tratando de querer encajar en los corazones de los hinchas de su equipo. Ese primer día se plantó frente a los alumnos y, lejos de hablarles de la materia, se presentó como profesor e hincha devoto de su equipo. Genero algunas sonrisas pero luego algo de estupor cuando dijo sin ningún tipo de miramientos, que cada vez que su equipo perdiera iba a haber parcialito. Claro, también habría recompensa si su equipo ganaba: todos se iban media hora antes. Si era por goleada, 40 minutos. A Andrés no le gustó para nada este profesor. Pero la frutilla del postre fue cuando paso lista. Nombre apellido y decir de qué equipo eran hinchas. River, Racing, Independiente, Banfield, San Lorenzo, otro de San Lorenzo, Lanús, Boca hasta que le tocó el turno a Andrés. Sí, Andrés era del rival de toda la vida del equipo del profesor Kropinski. Y sí, lo dijo. Dijo el club. Un comentario despectivo del profesor hizo que otros alumnos, hinchas del mismo equipo, saltasen en defensa de Andrés. En pocos segundos entre chicana y chicana, la cosa se fue calentando hasta que el profesor cortó la discusión. La tensión bajo y ya la presentación de la materia estaba en marcha. Pero Andrés sentía que había quedado marcado.
Pasaron los días y la materia no pudo haber sido peor.  Encima de que a Andrés lo habían tomado de punto, el equipo del profesor Kropinski andaba a los tumbos y casi nunca ganaba. Por tal motivo, el docente venia cada vez más caracúlico y cada vez más se la agarraba con Andrés, cuyo equipo sí andaba bastante derechito en el campeonato. Las clases se fueron apilando. Todas eran un suplicio, las preguntas y miradas del profesor parecían dirigidas siempre a él. Quiso dejar la materia pero le pareció una estupidez enorme dejarla por ese motivo.

Por fin llego el primer parcial. Andrés tenía un juramento: si le iba mal en el primer parcial iba a dejar la materia. Estaba cursando otras dos, en las que sí le iba bien y no se iba a hacer mala sangre por el boludo del profesor. Sin estudiar mucho y ya resignado a comerse un bochazo y dejar la materia se presentó a al primer parcial. Como si el hijo de puta de Kropinski hubiese adivinado la intención de dejar la materia ante un aplazo, le puso un cuatro, lo que implicaba estar con el respirador artificial hasta el segundo examen. Andrés sabía que en ese examen ni de casualidad llegaba al cuatro, el profesor lo había hecho adrede, para que sufriera hasta el final, pero estaba determinado a no abandonar la materia; si tenía que pelarse las pestañas estudiando para aprobar y refregarle en la cara a ese amargo el parcial aprobado, lo iba a hacer.

Como suele pasar en todo cuatrimestre académico, los días pasaron rápido. Las materias parecían multiplicarse y los apuntes, libros y fotocopias se elevaron a la enésima potencia. Las otras dos materias se empezaron a complicar, y esta quedo de lado. La fecha del segundo parcial estaba a la vuelta de la esquina, y para colmo de males se superponía con otro.  Pero aun había más: el día anterior al examen, se jugaba el clásico.

El viernes anterior al parcial el mismo profesor abrió un hilo de esperanza. Mientras daba la clase de repaso se paró frente a todos. El clásico es el domingo, hace mucho que no lo ganamos. Si lo hacemos el parcial se pospone para el otro lunes. Si perdemos, cosa que no creo que pase esta vez, prepárense porque entran todos los temas, dijo, mientras miraba a Andrés con una sonrisa macabra.
Por primera vez Andrés quería que su equipo pierda. No le importaba que fuera el clásico, tenía que aprobar esa maldita materia. El hijo de puta ese de Kropinski no podía salirse con la suya.  Pero también tenía que estudiar la otra materia, en la que tenía muchas chances de promocionar y, por supuesto, también quería ir a la cancha a ver el clásico. Arregló un cronograma: el sábado se lo dedicaría a la otra materia, y quedaría el domingo para ver el partido y luego estudiar. Si ganaban, estudiaba para la materia de Kropinski; de lo contrario, para la otra.

Por un lado Andrés quería que su equipo perdiera el clásico. Pero, por otro, le daba vergüenza hasta pensarlo. En el fondo, un ardor en el pecho le recordaba de qué equipo era y quería ganar como fuese. Con ese sentimiento encontrado se fue para la cancha. A medida que se acercaba al estadio, iba imaginándose de mil formas como Kropinski lo iba a hacer mierda en el parcial de todas formas, ganasen o no. Se vino el partido. Otra vez la tribuna era una fiesta y el partido fue un trámite. A los cinco minutos el equipo de Andrés ya ganaba dos a cero, un baile terrible. Andrés se imaginaba la cara de ojete que tendría Kropinski con tremendo resultado en contra y cantaba más fuerte. El partido termino 4-0 y a esa altura, en lo que menos pensaba Andrés era la facultad. Salió de la cancha en pleno éxtasis de júbilo y se fue con los pibes al  bar para festejar tremenda goleada. Cayó en su casa bien entrada la medianoche.

El despertador sonó a las 4 de la mañana. Andrés se despertó con una resaca espantosa y con una culpa que le calaba las entrañas.   Un parcial podía darlo más o menos, pero presentarse al de Kropinski era suicidio. Pero decidió que no le importaba, agarro algunos apuntes, bajo a la cocina, se hizo un café y arranco a estudiar. Andrés se iba a presentar igual, siempre se presentaba a los parciales y, más de una vez, su poder de chamuyo lo había ayudado a llegar al cuatro rasposo.

Estudio un par de horas y salió para la facultad. Llego al aula y estaba el hijo de puta de Kropinski parado al lado de la puerta con una cara de ojete que metía miedo. Andrés lo saludo socarronamente con una sonrisa. El profesor tuvo que morderse para no matarlo. El parcial era un asesinato.  Veinte preguntas a desarrollar. Andrés no sabía ni una, y su chamuyo no daba para tanto. Empezó a dar vueltas la hoja, a morder la birome, a mirar a cualquier lado... hasta que su mirada se cruzó con la del profesor. Andrés garabateó rápidamente unas líneas en la parte de atrás del examen, guardó sus cosas y se levantó. Dejo la hoja sobre el escritorio de Kropinski y salió. El profesor esbozo una sonrisa de maldad sabiendo que Andrés no había contestado ninguna pregunta. Agarró la hoja del recién salido y leyó: Me vas a desaprobar y lo vas a disfrutar, pero la amargura del cuatro a cero no te la vas a sacar nunca más, hijo de puta.

Toni Schweinheim
Obra Publicada, expediente Nº 510614. Dirección Nacional del Derecho de Autor

Edelmiro Jacinto Hanson

Edelmiro Jacinto Hanson fue, para mí, el mejor arquero que haya visto pasar por Unión Esperanza. Club de la misma localidad del interior de la Provincia de Buenos Aires. Tuvo un breve paso por Ferro para luego recalar en San Lorenzo de Almagro, club con el que se retiró. Su carrera fue brillante. Tuvo momentos memorables. Mantuvo la valla invicta durante 12 partidos en la liga provincial. Hanson no tenía grandes atajadas. No volaba como superman de palo a palo, tampoco salía jugando ni tenía una gran personalidad. No vendía humo, como dicen ahora. Provenía de una familia de campo, era humilde, sencillo y así lo demostraba en la cancha. Atajaba lo justo y necesario, ninguna monería o pirueta al cohete, pocas veces salía a cortar centros. Donde verdaderamente era infalible era en el mano a mano. En toda su carrera, solamente un jugador le hizo un gol enfrentándolo en el cara a cara. Fue el "Ciego" Mamberti, el centrofoward de Nueva Chicago. Le decían así por su avanzada miopía, que lo llevo siempre a tratar de definir mano a mano contra el arquero porque desde lejos no veía el arco.  Todas estas actuaciones le valieron a Hanson que se lo llevasen a San Lorenzo.

Físicamente, Edelmiro era un arquero distinto. No porque tuviese una capacidad fuera de lo común al atajar, no sobresalía por ser ni muy alto ni muy flaco, no era narigón o bocón, tampoco tenía brazos largos o cortos. Era un tipo normal, salvo por el enorme par de turgentes y firmes tetas que tenía Edelmiro.  Eran dos melones del tamaño de la cabeza de un enano de circo. Ni siquiera la vedete más agraciada de la época tenía una delantera así. Esto no fue un impedimento para su desempeño bajo los tres palos. Todo lo contrario, los delanteros se abatataban frente a la figura de Edelmiro, vaya uno a saber si por asombro por ese par de melones o porque se distraían. Obviamente, que ese par de senos no pasaba desapercibidos para nadie. Solo el periodismo era benévolo con Edelmiro, por una cuestión de códigos. Ningún periodista hacía alusión al tema en las distintas crónicas de la época. Todo porque Edelmiro les caía bien a todos, era un tipo que se hacía querer, siempre estaba disponible para hablar, con un saludo cordial. Se acordaba de los nombres de todos los cronistas. Era un tipazo con todas las letras. Tanto que cuando tuvo el honor de salir en la tapa de “El Gráfico”, el editor de imágenes le tapo los dos pechos con color. Recordemos que en la época las fotos de las tapas se coloreaban a mano. Alfredo Mamberti, el ilustrador de aquel entonces de dicha revista, lo consultó telefónicamente para ver que hacía. El consejo del arquero fue que le tapen las “lolas”, por temor a que le bajen el pulgar de la selección. En esos tiempos no había tanta comunicación como hasta ahora. Todo era por el boca a boca. Y esa forma de comunicación siempre agrandaba los mitos, por ende las gomas de Edelmiro podrían ser una fábula o una realidad.

Pero así como los periodistas lo respetábamos, las distintas hinchadas no lo hacían. La gente venía desde distintos pueblos a contemplar a este fenómeno que era más habitual encontrar en un circo que en una cancha. Todos dudaban de la hombría de Edelmiro. Época jodida. Los hinchas son jodidos para algunos temas, y siempre instalaron sospechas en torno a la sexualidad del arquero.  A Hanson, que tenía mujer y 8 hijos, esos rumores lo irritaban bastante. Él mismo se encargaba de hacer desaparecer los fantasmas sobre su masculinidad en cada nota mandándoles saludos a sus hijos. Pero eso ni mosqueaba a la hinchada rival, que seguía gastándolo por tener esa característica tan extraña. “Bien Hanson, vos ayudaste a tu mujer a amamantar a tus hijos”, “con esos pechos me separo de mi mujer y me caso con vos Edelmiro” o “con esa delantera ganábamos el mundial de Suecia”, eran algunos de los improperios que le tiraban al pobre arquero.

“Así como a algunos le crece de más el vello corporal y parecen que tienen puesto un pullover, a mí me crecieron las tetas; así como el 10 del equipo tiene una nariz gigante, yo tengo los pechos gigantes… no reniego, es lo que me tocó, pibe, qué le voy a hacer”, me dijo alguna vez, en una nota. Según los médicos, Edelmiro tenía una especie de ginecomastia, nada peligroso. Algunas veces a la hora de salir a cortar centros le era incómodo. Hanson fue uno de los precursores de esos sostenes deportivos que hoy suelen utilizar las tenistas. No era un sostén en sí, era una cámara de aire, esas que iban antes dentro de las ruedas, que se ajustaba por encima del pecho. Transpiraba como un cerdo pero al menos no le rebotaban tanto a la hora de saltar.

Cuando llego a San Lorenzo procuro ocultar sus encantos. Usaba un buzo muy holgado, siempre con esa faja que actuaba de corpiño deportivo. Sus compañeros lo respetaban y lo defendían porque era un tipo que se hacía querer, sus pechos pasaban desapercibidos. En poco tiempo se ganó a la hinchada y sus grandes actuaciones lo llevaron a ser citado a la selección nacional. Todo era felicidad para el gran arquero surgido de Unión Esperanza.  Pero parece ser que el entrenador, Carlos Monfrinotti no estaba al tanto de ese par de tetas que tenía Edelmiro… o se había olvidado. O quizás lo había convocado por la presión popular, ya que cuando lo vio en la primera práctica quedó boquiabierto. “No podemos poner a un arquero con tetas de titular, se nos van a cagar de risa hasta en Japón” fue la reacción del por entonces entrenador de la Selección. Pero ya lo había convocado para un amistoso contra Checoslovaquia, no podía echarse atrás.

El arquero titular de ese partido iba a ser Edelmiro, pero la valla fue ocupada por el arquero de Vélez, Roberto Girón, quien tuvo la desgracia de desgarrarse 5 minutos antes de empezar el partido. Todo indicaba que el arquero de San Lorenzo iba a ser el titular, pero no sucedió. El gringo Retamozo, el arquero del juvenil que hacía de sparring debutó ese día en la Selección con 16 años. Como una venganza del destino, no logró terminar el partido ya que, a los 38 minutos del complemento, salió a destiempo y se llevó puesto al 9 checoslovaco, fracturándose la clavícula. Parecía que Edelmiro Hanson por fin debutaba, pero Monfrinotti decidió poner de arquero al centro delantero Carlos Otero. Argentina, que ganaba 3-2, perdió ese partido 5-3.

Antes de que el periodismo deshiciera en críticas al entrenador, este se excusó diciendo que Edelmiro se había lesionado en el calentamiento previo, aunque todos sabíamos que no era cierto. El bueno de Hanson no dijo nada y afirmó ante las cámaras que había sentidos molestias y prefirió no arriesgarse.
Fui a entrevistarlo a su departamento del Abasto, dos días después. Me atendió con lágrimas en los ojos, tenía la moral destrozada.  “¿Sabes porque no jugué? ¡Por esto!” me dijo con bronca el arquero mientras agitaba sus enormes pectorales. Estaba enojado y compungido. Por respeto nunca publique esa nota.

El otro fin de semana se jugaba de nuevo el torneo local, San Lorenzo enfrentaba a Huracán y me tocaba cubrir ese partido. Edelmiro no jugó. Al principio se lo atribuí a su caballerosidad de no dejar en evidencia al técnico de la selección nacional y seguir con la mentira de su lesión. Pero en el partido siguiente frente a Banfield tampoco jugó. Muchos nos preocupamos cuando desde medios partidarios de San Lorenzo dejaron entrever que Edelmiro se reponía de una operación y que iba a estar entre 4 y 6 fechas afuera. No sabíamos que estaba lesionado y mucho menos que debía operarse. Tuvimos un mal presentimiento.

Fue Roberto Tejei el reportero de Crónica, quien fue a verlo. Antes se había comunicado conmigo para que vayamos juntos a la provincia a verlo, pero justo ese día me tocaba cubrir un partido de la selección de básquet. Por aquel entonces no había periodistas “especializados”, uno cubría lo que le mandaban cubrir y punto. Con Roberto quedamos en encontrarnos al otro día para que me contará como le había ido. Tal como habíamos acordado, nos juntamos en un café cerca de mi redacción. En efecto,  Edelmiro se había sometido a una operación. No fue una cirugía más, se había mandado sacar las tetas. No lo podía creer, sin embargo lo entendía, por culpa de esas gomas se había quedado afuera del partido de la selección. Lo habían marginado por tener “eso” ahí. Una canallada, sí, pero la verdad es que no me gustó es idea, y es hasta el día de hoy que recuerdo las palabras de Roberto en ese café de avenida de Mayo. "A Edelmiro no sólo le extirparon las mamas, le sacaron el alma. Estaba caído, con la mirada perdida, yo no sé si va a volver a ser el mismo”

Pero volvió. El día de su vuelta, los hinchas tendieron banderas de apoyo al gran arquero. La sorpresa fue grande cuando Edelmiro salió al campo de juego, levanto los brazos y no había nada. No tenía tetas. Los murmullos que comenzaron a escucharse cuando salto a la cancha, se hicieron más notorios y se transformaron en gritos cuando Edelmiro se comió tres goles boludos en apenas 10 minutos. Y no fueron 4 porque la Rata Maldonado saco una pelota en la línea a los ocho minutos. Suerte para él que San Lorenzo empezó a atacar y Newell’s no le llegó más.  Todos esperábamos que el segundo tiempo Edelmiro no saliera, pero salió y con una sorpresa. Le habían vuelto a crecer los pechos. Pero había algo raro ahí, no parecían naturales, no guardaban cierta relación geométrica entre ambos... La tribuna se deshizo en aplausos y ovaciones. Muchos compañeros se emocionaron, al Rulo Suarez, ríspido defensor rival, se le caían las lágrimas. El partido no pudo haber sido mejor. San Lorenzo en un cuarto de hora llego al empate, y era casi seguro que se iba a quedar con el triunfo. Entre tanto ataque cuervo hubo lugar para una contra de la lepra y fue allí que sucedió el desenlace fatal. El rengo Manso lo encaro como un tren a Edelmiro, que había quedado solo. El arquero se adelantó para achicar. Ya estaban frente a frente. Hanson se adelantó un paso y por debajo de su buzo cayo una pelota, de esas Pulpo, a medio desinflar. La cancha quedo en silencio. Edelmiro se quedó estático y rojo de la vergüenza. Nadie sabía qué hacer, salvo Manso que lo gambeteo como a una estaca y puso el 4-3. Los abucheos de la tribuna no se hicieron esperar, hasta el mismo utilero le grito a Edelmiro “La puta que te pario Hanson, te queríamos como a una madre y nos mentiste”. Ese fue su último partido en el mundo profesional. Años más tarde me encontré con él y me dijo: “Sabes que pasa Osvaldo, yo me equivoqué. Había que ponerle el pecho a la situación y me cagué”.

T. Schweinheim 
Obra publicada, expediente Nº 510614, Dirección Nacional de Derechos de Autor

¿De qué te ponés contento?

 Yo la verdad es que no te entiendo Cacho, la verdad que no te entiendo. Ni a vos, ni a todos aquellos que van a una cancha. O a esos hincha...


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