¿Vos sabias que tu abuelo Felix participó en la primera guerra mundial? Fue Mayor. Si lo sabes. Si me
Bueno, esta
historia se remonta a 1915. La navidad de ese año. La guerra había recrudecido
y ambos bandos se masacraban entre barro y dinamita. Los dos bandos estaban cansados.
De un lado los alemanes y austriacos. Del otro, algo más variopinto, estaban
los ingleses, los escoceses, algún irlandés, franceses y varios
norteamericanos.
***
Fritz observaba a
su alrededor. Todavía recordaba a Walter, su amigo de trinchera, al que le había
dado su ultimo cigarrillo. Walter estaba allí nomas de la trinchera o lo que
quedaba de él. Una granada lo había alcanzado. La orden fue sacarlo de la
trinchera. Allí se estaba pudriendo. Por allá estaba Wilhelm llorando sobre una
foto de su esposa e hija. El Mayor Felix estaba con el casco tirado para atrás,
preocupado por la cantidad de bajas en tan solo unos días. De pronto se hizo un
silencio. Se callaron las armas y los gritos de dolor. Solo se oía a la nieve
caer y a la espesa oscuridad de la noche. Porque a veces la oscuridad se hace oír
en los corazones de hasta los más valientes.
—¡Paz! —un grito
del lado aliado corto ese silencio.
—¡No hay paz! ¡No
hay tregua! —bramó de nuestro lado el
Mayor.
—Es navidad. —respondió
otra voz.
—Los altos mandos
no quieren tregua.
—Es navidad. Pero
los alemanes no creen en nada. —gritó un aliado.
—Ustedes durante
años creyeron en una reina con bigotes —devolvió socarronamente el Mayor.
Impensado en una
guerra. Pero se escucharon carcajadas en los dos bandos.
—¡Paz o mátenme
ahora alemanes! —Se escuchó del otro lado. Fritz se asomó por la trinchera y
vio como un rubio, al parecer teniente, se paró arriba del parapeto. El Mayor
lo miró, se acomodó el casco, tiro el fusil a un lado, subió a la superficie y
grito:
—¡Que así sea!
Fritz se levantó
de a poco, subió la trinchera, lo primero que hizo fue buscar a algún aliado
con cara de bueno para ver si le convidaba algún cigarrillo. Pero al dar dos
pasos se topó con un irlandés gigante, pelo colorado y todo embarrado. El
gigante irlandés lo abrazo a Fritz y se puso a llorar como un niño. Fritz quiso
soltarse. Las ganas de fumar podían más. Pero luego entendió que era en balde
hacerlo. Él también abrazo al irlandés y se largó a llorar pensando en sus
seres queridos, en Walter.
—¿Tenés
cigarrillos? —dijo por fin Fritz cuando se soltó del grandote. El irlandés se metió
la mano en un bolsillo delantero, saco un paquete y se lo dio. Fritz lo tomo
con bastante desesperación y se prendió uno. —¿irlandés, ¿no? — por fin preguntó Fritz señalándolo con el
cigarrillo.
—Así es.
—Pensé que los
irlandeses no se llevaban muy bien con los ingleses.
—Esta no es
nuestra guerra, amigo. Pero estoy por mi patria, por mi tierra. Tal vez después
de esta gran guerra nos den el lugar que corresponda.
—El lugar que nos
corresponde a nosotros es estar bajo tierra, ya sea en la trinchera o en una
tumba.
—Lo sé, perdí a
mis dos hermanos, pero yo peleo por nuestra causa. Mientras ellos están en sus
palacios, haciendo de una pelea familiar una guerra, nosotros nos tenemos que
matar el uno al otro y si eso le da el lugar merecido a mi pueblo, pelearé. —dijo
mientras se cruzaba de brazos, Eric, el irlandés.
De reojo, Fritz
vio como empezaron a enterrar a los muertos. Le puso una mano en el hombro a
Eric y se dirigió hacia el cadáver de Walter. Se arrodillo, rezo, lloro un
rato. Cuando se irguió, se dio cuenta que a su lado estaba Eric con dos palas.
Sin hablar y con solo miradas empezaron a cavar. Luego de un arduo trabajo, porque
cavar en barro es una tarea titánica, pusieron el cuerpo de Walter en la fosa.
Eric, extrajo un trébol y se lo puso en el pecho al cadáver del amigo de Fritz.
Lo sepultaron dignamente en una guerra indigna.
—¿Sabes jugar al
futbol? —preguntó el irlandés.
—Los alemanes
somos malos para el futbol — Se encogió de hombros Fritz.
—Vení, vení, yo
también soy malo, me gusta más el rugby, pero esta bueno.
A los lejos se
divisaba varios soldados, tanto alemanes como ingleses corriendo tras una
pelota. Ante la atenta mirada del Mayor alemán y del Teniente. Lo que todo
comenzó como un “loco”, término haciéndose un partido entre alemanes y
austriacos contra aliados. El campo de juego era un barral con nieve, iluminado
apenas por un par de linternas a kerosene. Del lado alemán había como 20
jugadores, del lado ingles alrededor de 25. Fritz entro, obviamente del lado
alemán y Eric del otro. Jugaron como tres horas, sin pensar en la guerra, sin
pensar en otra cosa más que en el futbol. Quedaba poco tiempo de la tregua,
pero ni pensaban en eso. El alba ya estaba cerca, cuando el Teniente inglés y
el mayor no tuvieron mejor idea que realizar una insólita apuesta.
—No son tan malos
jugando, pero van a perder. —dijo con saña el Teniente.
—Le apuesto el
que pierde este partido pierde la guerra y prevalecerá en los campos de
batalla, y el que gana dominará siempre el futbol —devolvió el Mayor con una
mueca irónica, sabiendo que esa contestación iba a dolerle al Teniente.
—Que esta Navidad
sea testigo de lo que acaba de decir. El perdedor de este partido dominara
siempre el campo de batalla y el ganador el futbol.
—Que así sea.
—dijo entre risas el Mayor, incrédulo.
—¡No importa como
este el resultado del partido hasta acá! ¡A partir de ahora los goles cuentan,
y el que gana, gana! —grito el teniente
ante la atónita mirada del Mayor.
El partido que
hasta ahí había sido amistoso, comenzó a disputarse con pierna fuerte. Fue un
hermoso espectáculo de ida y vuelta. Ganaban los aliados, empataban los
alemanes. Se ponían a dos los alemanes, empataban los británicos. Entre el
Teniente y el Mayor contabilizaron un 15 a 15. El alba se acercaba aún más y más.
La Weihnachtsfrieden iba llegando a su fin. Faltaban minutos para que la
guerra, volviese a batir sus heladas alas sobre los soldados. “Empantanada como
la guerra misma”, se le escucho decir a un soldado francés que miraba el
partido. Hasta que Fritz la agarro en la mitad de lo que era la cancha,
gambeteo rústicamente a dos aliados que quedaron en el lodo. Corrió con la
pelota que se le quedaba, de a ratos, atascada en el barro y la nieve.
—¡¡¡SE TERMINA LA
TREGUA!!! —grito el Mayor antes que Fritz haga lo que finalmente hizo: clavarla
al costado de un casco y un montículo de ropa que hacían de arco improvisado.
Sus compañeros lo abrazaron, mientras el Mayor se tomaba la cabeza.
Terminado el
partido, ambos bandos fueron a sus trincheras. Lentamente, porque los
condenados a muerte no se apuran. Reanudada la guerra el primero en morir fue
Fritz, mientras fumaba en la trinchera una granada arrojada por un irlandés le
explotó de lleno. El resto de la guerra es una triste historia conocida.
Por Toni.
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