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¿Vos sabias que tu abuelo Felix participó en la primera guerra mundial? Fue Mayor. Si lo sabes. Si me

la paso hablando de eso, como buen viejo que soy me la paso repitiendo historias. Pero hay algo que no sabes. Una historia que me contó él. Una historia de futbol. A mí el fútbol no me gusta mucho, pero veo que a vos sí. Siempre andas vestido de futbol. Con esas camisetas. Así que te voy a contar, te va a gustar.

Vos seguramente escuchaste hablar de la Weihnachtsfrieden. La famosa tregua de navidad. Situación en la que ambos bandos, los aliados y las potencias centrales, paraban de atacarse para enterrar a sus muertos o para intercambiar cosas durante la nochebuena. Jugar a la pelota, también, como te gusta a vos. Eran otros tiempos. La más conocida fue en 1914. Lo habrás estudiado seguro o leído por ahí. Ya en el 1915 no podían hacer esto porque los altos mandos no querían ningún tipo de camaradería con los enemigos. Pero algunas divisiones, que veían con ojos de humanos y no con ojos de guerra al prójimo, lo hicieron.

Bueno, esta historia se remonta a 1915. La navidad de ese año. La guerra había recrudecido y ambos bandos se masacraban entre barro y dinamita. Los dos bandos estaban cansados. De un lado los alemanes y austriacos. Del otro, algo más variopinto, estaban los ingleses, los escoceses, algún irlandés, franceses y varios norteamericanos.

***

Fritz observaba a su alrededor. Todavía recordaba a Walter, su amigo de trinchera, al que le había dado su ultimo cigarrillo. Walter estaba allí nomas de la trinchera o lo que quedaba de él. Una granada lo había alcanzado. La orden fue sacarlo de la trinchera. Allí se estaba pudriendo. Por allá estaba Wilhelm llorando sobre una foto de su esposa e hija. El Mayor Felix estaba con el casco tirado para atrás, preocupado por la cantidad de bajas en tan solo unos días. De pronto se hizo un silencio. Se callaron las armas y los gritos de dolor. Solo se oía a la nieve caer y a la espesa oscuridad de la noche. Porque a veces la oscuridad se hace oír en los corazones de hasta los más valientes.

—¡Paz! —un grito del lado aliado corto ese silencio.

—¡No hay paz! ¡No hay tregua!  —bramó de nuestro lado el Mayor.

—Es navidad. —respondió otra voz.

—Los altos mandos no quieren tregua.

—Es navidad. Pero los alemanes no creen en nada. —gritó un aliado.

—Ustedes durante años creyeron en una reina con bigotes —devolvió socarronamente el Mayor.

Impensado en una guerra. Pero se escucharon carcajadas en los dos bandos.

—¡Paz o mátenme ahora alemanes! —Se escuchó del otro lado. Fritz se asomó por la trinchera y vio como un rubio, al parecer teniente, se paró arriba del parapeto. El Mayor lo miró, se acomodó el casco, tiro el fusil a un lado, subió a la superficie y grito:

—¡Que así sea!

Fritz se levantó de a poco, subió la trinchera, lo primero que hizo fue buscar a algún aliado con cara de bueno para ver si le convidaba algún cigarrillo. Pero al dar dos pasos se topó con un irlandés gigante, pelo colorado y todo embarrado. El gigante irlandés lo abrazo a Fritz y se puso a llorar como un niño. Fritz quiso soltarse. Las ganas de fumar podían más. Pero luego entendió que era en balde hacerlo. Él también abrazo al irlandés y se largó a llorar pensando en sus seres queridos, en Walter.

—¿Tenés cigarrillos? —dijo por fin Fritz cuando se soltó del grandote. El irlandés se metió la mano en un bolsillo delantero, saco un paquete y se lo dio. Fritz lo tomo con bastante desesperación y se prendió uno. —¿irlandés, ¿no?  — por fin preguntó Fritz señalándolo con el cigarrillo.

—Así es.

—Pensé que los irlandeses no se llevaban muy bien con los ingleses.

—Esta no es nuestra guerra, amigo. Pero estoy por mi patria, por mi tierra. Tal vez después de esta gran guerra nos den el lugar que corresponda.

—El lugar que nos corresponde a nosotros es estar bajo tierra, ya sea en la trinchera o en una tumba.

—Lo sé, perdí a mis dos hermanos, pero yo peleo por nuestra causa. Mientras ellos están en sus palacios, haciendo de una pelea familiar una guerra, nosotros nos tenemos que matar el uno al otro y si eso le da el lugar merecido a mi pueblo, pelearé. —dijo mientras se cruzaba de brazos, Eric, el irlandés.

De reojo, Fritz vio como empezaron a enterrar a los muertos. Le puso una mano en el hombro a Eric y se dirigió hacia el cadáver de Walter. Se arrodillo, rezo, lloro un rato. Cuando se irguió, se dio cuenta que a su lado estaba Eric con dos palas. Sin hablar y con solo miradas empezaron a cavar. Luego de un arduo trabajo, porque cavar en barro es una tarea titánica, pusieron el cuerpo de Walter en la fosa. Eric, extrajo un trébol y se lo puso en el pecho al cadáver del amigo de Fritz. Lo sepultaron dignamente en una guerra indigna.

—¿Sabes jugar al futbol? —preguntó el irlandés.

—Los alemanes somos malos para el futbol — Se encogió de hombros Fritz.

—Vení, vení, yo también soy malo, me gusta más el rugby, pero esta bueno.

A los lejos se divisaba varios soldados, tanto alemanes como ingleses corriendo tras una pelota. Ante la atenta mirada del Mayor alemán y del Teniente. Lo que todo comenzó como un “loco”, término haciéndose un partido entre alemanes y austriacos contra aliados. El campo de juego era un barral con nieve, iluminado apenas por un par de linternas a kerosene. Del lado alemán había como 20 jugadores, del lado ingles alrededor de 25. Fritz entro, obviamente del lado alemán y Eric del otro. Jugaron como tres horas, sin pensar en la guerra, sin pensar en otra cosa más que en el futbol. Quedaba poco tiempo de la tregua, pero ni pensaban en eso. El alba ya estaba cerca, cuando el Teniente inglés y el mayor no tuvieron mejor idea que realizar una insólita apuesta.

—No son tan malos jugando, pero van a perder. —dijo con saña el Teniente.

—Le apuesto el que pierde este partido pierde la guerra y prevalecerá en los campos de batalla, y el que gana dominará siempre el futbol —devolvió el Mayor con una mueca irónica, sabiendo que esa contestación iba a dolerle al Teniente.

—Que esta Navidad sea testigo de lo que acaba de decir. El perdedor de este partido dominara siempre el campo de batalla y el ganador el futbol.

—Que así sea. —dijo entre risas el Mayor, incrédulo.

—¡No importa como este el resultado del partido hasta acá! ¡A partir de ahora los goles cuentan, y el que gana, gana!  —grito el teniente ante la atónita mirada del Mayor.

El partido que hasta ahí había sido amistoso, comenzó a disputarse con pierna fuerte. Fue un hermoso espectáculo de ida y vuelta. Ganaban los aliados, empataban los alemanes. Se ponían a dos los alemanes, empataban los británicos. Entre el Teniente y el Mayor contabilizaron un 15 a 15. El alba se acercaba aún más y más. La Weihnachtsfrieden iba llegando a su fin. Faltaban minutos para que la guerra, volviese a batir sus heladas alas sobre los soldados. “Empantanada como la guerra misma”, se le escucho decir a un soldado francés que miraba el partido. Hasta que Fritz la agarro en la mitad de lo que era la cancha, gambeteo rústicamente a dos aliados que quedaron en el lodo. Corrió con la pelota que se le quedaba, de a ratos, atascada en el barro y la nieve.

—¡¡¡SE TERMINA LA TREGUA!!! —grito el Mayor antes que Fritz haga lo que finalmente hizo: clavarla al costado de un casco y un montículo de ropa que hacían de arco improvisado. Sus compañeros lo abrazaron, mientras el Mayor se tomaba la cabeza.

Terminado el partido, ambos bandos fueron a sus trincheras. Lentamente, porque los condenados a muerte no se apuran. Reanudada la guerra el primero en morir fue Fritz, mientras fumaba en la trinchera una granada arrojada por un irlandés le explotó de lleno. El resto de la guerra es una triste historia conocida.

Obra Publicada, expediente Nº 510614. Dirección Nacional del Derecho de Autor


Por Toni.


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