Darío llego a primera. Había
cumplido un sueño, pero no era el suyo, sino el de su padre. Desiderio, su
padre, no había sido futbolista, ni siquiera era futbolero. Si le preguntaban
de que cuadro era, él decía que era hincha del club de barrio, porque, a decir
verdad, solo conocía el nombre de ese equipo. Pero él quería que su hijo fuese
futbolista. ¿Por qué? Básicamente porque el Roque, el hijo de Luis era
futbolista. Luis era un primo lejano suyo, que veía cada muerte de obispo
porque se mudó del barrio cuando su hijo Roque la pegó como futbolista. Pegar,
pegar lo que se dice pegar, fue un par de partidos en primera, y luego una
venta al futbol español —tercera división—, y no mucho más. Pero eso le permitió
a la familia de Luis acomodarse, puesto que el hijo mimado ganaba un poco.
Desiderio vio que esa vida era “fácil” y quiso eso para su hijo.
“Nosotros no somos buenos para el
estudio, enfócate en el futbol que te va a dar de comer”. Solía decirle el viejo
a Darío. Un consejo muy contrario a los que suelen escucharse en las distintas
casas. Pero insistía e insistía. A contramano, también, al pequeño le gustaban más
los números que la pelota. Descubrió su pasión por los números desde muy pibe.
Doña Olga lo mandaba a hacer los mandados con la plata justa. Pero él siempre
se las ingeniaba para terminar con un pequeño saldo a favor y comprarse alguna
golosina. Por ejemplo, en lugar de comprar 300 gramos de paleta, compraba 250.
En lugar de traer un kilo de pan, traía 800 gramos. Monedita aquí, monedita allá
y al final de las compras tenía un alfajor de los triples en las manos. En la escuela le iba muy bien en todo. Sí,
también en educación física… pero los números eran su debilidad. Con el correr
del tiempo, y ya con la secundaria empezada, Desiderio le consiguió una prueba
en un club de primera. No consiguió pasarla. Según los entrenadores le faltaba
masa muscular. Tenía que hacer más fierros, entrenarse más. Desiderio decidió
sacarlo de la escuela y mandarlo a entrenar, muy a pesar del pobre Darío que no
quería dejar el colegio, y no por sus amigos, sino por los números.
Al cabo de tres meses, el pibe
era un Cristiano Ronaldo, por lo menos en contextura. Desiderio escuchó que en
Banfield estaban haciendo pruebas de jugadores. Ese día quedaron seis, entre
ellos Darío. La alegría de su papá fue inmensa, pero la de Darío aún más: desde
el club le dijeron que si o si debía estudiar. Podría decirse que ganaron
ambos. El tiempo paso, Darío hizo la secundaria de taquito y mientras también subió
dentro del club: ya estaba en la reserva y en cualquier momento debutaba. Pero
había un problema: Darío quería ser contador. “No descuides tu carrera de
futbol, que te va a dar de comer”, fue el mismo consejo de su viejo, repetido
una y otra vez.
Llegó el día del debut, Darío
estaba nervioso, pero no por el partido, sino porque al otro día arrancaba el
CBC en económicas. Su debut como futbolista fue normal. Como defensor central
que era, no cometió ninguna irresponsabilidad, marcó bien y su equipo ganó 1-0.
Su calificación para el Clarín fue de seis. En casa, Don Desiderio armó un
asado, invitó a la familia. Al entrar al CBC de Avellaneda, a Darío le palpitaba
rápido el corazón. Se sentía en un mundo raro, pero estaba feliz. Le llamo la
atención el edificio del CBC: cuadrado, de dos plantas con un enorme patio
cuadrado al aire libre, solo los alrededores techados. Como si fuese una cancha
techada. Estaba lleno de gente, parecía el ingreso a una cancha. Las banderas
de las distintas agrupaciones colgadas de las barandas le daban un marco de
cancha hermoso. Su primera materia fue
Algebra y nunca se sintió tan feliz.

Toni Schweinheim
Obra Publicada, expediente Nº 510614. Dirección Nacional del Derecho de Autor
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