Todos los que hemos jugado al futbol, aunque sea entre amigos, hicimos
goles y dentro de esos tantos hay uno que es el mejor, el que más queremos
porque nos sirvió para ganar algo: un partido, una copa o simplemente para no
perder por tanto; porque nos catapultó a la gloria. Tal vez haya sido gol fue de
casualidad, de rebote, de cabeza o tal vez haya sido un gol “feo”, pero con
mucha carga emotiva.
Para mí no hay goles feos, todos los goles son hermosos. Hasta el gol en
contra tiene su gracia, no obviamente para el que lo mete si no para el que es beneficiado
con tamaño error. Incluso los goles de penales son hermosos.
Déjeme contarle brevemente mi gol, mi hermoso gol. Y créame que en mi país
muchos sostienen que ese gol ha sido el mejor de la historia de la selección —porque
el gol lo hice representando a mi país— hasta el día de hoy. No hay premio
mayor para un futbolista que jugar en la selección y mucho más si uno hace un
gol. Yo no soy delantero, soy volante central. Un cinco de los de antes, esos
que se quedan de brazos cruzados en el medio de la cancha cuando hay un cornero
propio. Estoy muy alejado del arco rival. Ni siquiera pateo penales. Pero ese día usted no
sabe cómo definí… la pare de pecho y la empalme de volea al ángulo. No le voy a
adelantar nada más. Pero sepa que me cuesta no atropellarme en palabras al
recordar eso. Esto sucedió en las eliminatorias de la Eurocopa. Ya pasaron
varios años eh, pero lo recuerdo como si hubiese sido hace media hora atrás.
Que terrible que son los goles eh. Yo no he metido muchos, a los sumo doce o
trece en toda mi carrera, distribuidos en más o menos 250 partidos. Y con tan
pocos goles uno se los acuerda al dedillo, sobre todo este que le voy a contar.
Como le decía, era fecha por las eliminatorias. Nos enfrentábamos a los
alemanes. Ellos siempre son unas máquinas. Lo de las eliminatorias lo toman
como si fuese un simple trámite bancario, si siempre clasifican… nosotros no.
Es un parto para nuestra selección. Ojo, somos un equipo joven que está
aprendiendo, pero cuando supimos que nos tocaría Alemania, la verdad nos
cagamos en las patas, como quien diría. Pensábamos en el papelonazo que íbamos
a hacer. La semana anterior al partido no dormimos de lo julepeado que
estábamos. Veníamos muy mal en la tabla… últimos estábamos. Otra chance más de
entrar a la Euro que se nos escapaba. Pero estábamos acostumbrados, nos
endurecimos de tanto perder y esa eliminatoria no era la excepción... La cosa era
que jugábamos contra Alemania. No porque había pica ni mucho menos, nuestro
entrenador era alemán sin ir más lejos. Sino porque jamás habíamos jugado
contra ningún campeón del mundo. Un cuco, viejo, un cuco. Contra la selección más
grande que habíamos jugado fue contra Francia en 1996, cuando todavía no había
ganado un mundial y nosotros estábamos dando nuestros primeros pasos. Ese
partido lo perdimos por goleada histórica, pero histórica para nosotros, porque
Francia ya había hecho más goles.
Al salir a la cancha nos temblaban las piernas. Cuando sonó nuestro himno
llorábamos como niños de la emoción. Los alemanes en cambio estaban fríos,
parecían estatuas. Solo movían los labios para cantar el himno, claro venían
para un trámite, nosotros en cambio estábamos ante el partido de nuestras
vidas. No se la voy a estirar mucho más: ni bien arrancó el partido, los alemanes
parecían aviones, parecía que jugaban con 22 jugadores. Una superioridad física
envidiable parecíamos bichos bolitas frente a liebres. La premisa que nos había
dado el técnico era simple: tocarla rápido, defender en bloque y ver si podamos
meter alguna contra como para cumplir. En menos de cinco minutos los alemanes
ya tenían definido el partido. Promediando el primer tiempo lo nuestro ya era
trágico, hasta que me quedo esa mágica pelota…
Los alemanes atacaban con nueve jugadores y nosotros defendíamos con once. Entre
tantas orgías de ataques, Meher, el siete de ellos, aprovecho un tumulto en el
área y saco un remate que pego en el palo y Antonelli, nuestro zaguero, la
revoleo de forma defectuosa con tanta
suerte que le cayó a Tomassi que estaba en la medialuna del área, y eso que era
nuestro hombre más adelantado. Tomassi le pego de puntín en diagonal hacia la
mitad de cancha y todos salimos corriendo como desaforados. Yo no sé si los
alemanes confiaban demasiado en su arquero y en su último hombre o en nuestras
limitadas capacidades para definir o si les chupaba todo un huevo si total el
partido ya estaba definido desde el primer minuto; pero la cosa es que apenas corrían,
o más bien, trotaban hacia el medio. El último hombre de ellos en lugar de
correr hacia la pelota fue retrocediendo como trotando para atrás en un
entrenamiento, eso posibilitó a que Tomassi la vuelva a tomar para mandarse con
todo hacia el área rival. Éramos cuatro contra dos, pero nuestras limitaciones
hacían que la ventaja la tuvieran ellos. Tomassi se abrió esperando arrastrar a
Müller, el defensor teutón, cosa que no ocurrió porque se quedó en el medio con
el arquero en sus espaldas obligándolo a nuestro jugador a tirar un centro,
cosa que Tomassi obviamente hizo. Fue un centro realmente horrible, tan malo
fue que el arquero en lugar de agarrarla mansita eligió agrandarse y tirar un
cabezazo para iniciar un avance alemán. Pero el uno no calculó bien y el cabezazo
lo mandó hacia donde estaba yo... la paré de pecho y le pegue de volea, la
pelota pegó en el palo y entró violentamente. Me arrodillé y empecé a llorar como
loco, mientras mis compañeros me cubrían con abrazos y algunos hasta lloraban
conmigo. Poco nos importó que estuviéramos perdiendo por siete a uno y mucho
menos nos afectó el resultado final de trece a uno, todo lo contrario ese gol
le dolió más a ellos que esos trece en nuestro arco.
Toni Schweinheim
Obra Publicada, expediente Nº 510614. Dirección Nacional del Derecho de Autor
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