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Pocha era una perrita de la calle de color negro. Puede que algunos de sus parientes cercanos o lejanos haya sido algún perro salchicha, porque era larguita como los de esa raza. Tenía una forma rechoncha y petacona con unos ojos vivaces de color remolacha. En pocas palabras, su linaje era calle o “puro perro”, PP como le dicen ahora. Su historia era como la de los otros perros callejeros, hasta que claro, se cruzó con el mundo del futbol y logro forjar un mito.

Pocha había llegado al club a mediados de 1947, cuando el torneo de ascenso recién comenzaba y otra vez Independencia de Gerli estaba penando en el fondo de la tabla. El descenso otra vez estaba a la vuelta de la esquina, como ya era costumbre por allí. Tres derrotas al hilo avisaban que este torneo no iba a ser la excepción. Pero igualmente habría lugar para los milagros.

 A Pocha la encontró Ramón Sosa, el canchero de la humilde institución gerliana. O mejor dicho: ella lo encontró a él. Estaba pintando las líneas de cal cuando de repente una perrita embarrada y muerta de hambre se lo puso a mirar desde del otro arco que da justo a la calle. El canchero se apiado del can, dejó de pintar y le acerco un tachito con agua, busco un poco de pollo que había sobrado en el buffet y se los dio. La perra comió con ganas y se quedó sentadita al lado del banco de suplentes moviendo la cola.  Ya caída la tarde, Ramón se estaba volviendo para su casa cuando se percató que la perrita no se había movido de la cancha. Él sabía lo quera no tener un hogar: su juventud la había pasado en la calle, hasta que el club lo rescato, le dio trabajo y pudo más o menos formar un hogar. Decidió dejarla en la cancha, por lo menos hasta encontrarle dueño. Pasó una semana y Ramón ya la había adoptado y la llamaba la perrita del club, los días de lluvia se quedaba en los vestuarios.

El sábado jugaba Independencia de local y la perra seguía allí. Ramón le había improvisado una cuchita en el vestuario, con un cajón de frutas y algunos trapos que le dio el utilero. Los jugadores le tomaron afecto enseguida. El entrenador del equipo, el gringo Sforza, se tomó con humor la presencia de la canina. “Un perro mas no nos hace nada”, dijo ni bien la vio. Ese partido lo ganaría el conjunto de Gerli por tres tantos contra cero frente a Provisión de Grand Bourg. El “Pocho” López, un central rustico como lima de talón, se había mandando los tres goles de cabeza. Algo inédito en la carrera del defensor. Ramón entendió que eso era un guiño del destino y bautizo a la perrita como “Pocha”.

Los partidos se fueron sucediendo y el equipo enarboló cuatro victorias al hilo de una manera increíble. Siempre era inferior al rival, pero la suerte lo acompañaba: mientras el rival ataca y metía tiros en los palos, en el travesaño o el arquero la sacaba con la espalda, Independencia llegaba una vez y convertía. Todos adujeron que Pocha era la encargada de traer esa suerte. Sin embargo no todo eran buenas noticias: el presidente cuando se enteró de la existencia de la perra en las instalaciones del club, quiso correrla instantáneamente. Los jugadores insistieron que se quedara, incluido el entrenador. Así y todo, Arnaldo Sparafuzzelle, quería que la perra se fuera lo antes posible. “empiezan con un perro y esto después se transforma en un zoológico” había esgrimido el tozudo tano. Cuando todos los jugadores comenzaban a deliberar quien se iba a quedar con la perrita —porque no la iban a largar a la calle—, apareció Ramón Sosa y le dijo al presidente que la perrita traía suerte. Justo ese era el punto débil de Arnaldo: las cábalas. “Con Pocha ganamos cuatro partidos al hilo” tercio Juano Rodríguez, el lateral derecho, mientras el presidente comenzó a rascarse la cabeza. “Bueno, bueno, que se quede entonces” dijo con una sonrisa para luego girar sobre sus talones e irse. Al sexto partido ganado de forma consecutiva, el mismo presidente fue quien se apareció con una cucha de madera con un enorme moño rojo, de esas “tipo casita” para ponerle a Pocha a un costado del banco de suplentes. Hasta al tano cabrero de Sparafuzzelle comenzó a querer a Pocha.

Pasaron trece partidos y el equipo no había perdido nunca, gano ocho y empato cinco. Llegaba a la última fecha primero con un punto de distancia del segundo y parecía que el ascenso estaba al alcance de la mano, sobre todo si tenemos en cuenta que en esa época un partido ganado sumaba dos puntos. Mucho tuvo que ver la mágica presencia de Pocha. Nunca el club había estado primero y a punto de ascender en dicha categoría. La perrita era una más del equipo. Posaba para la foto del equipo, salía a la cancha con un ponchito con los colores del club que especialmente le había tejido la madre del presidente. Era la estrella del equipo en pocas palabras. Hasta el grafico le hizo una pequeña nota a Ramón y a la perrita, la cual salió en un recuadro en la página 48. Estaban todos contentos con Pochita.

Se venía el último partido, que era de local y encima contra un equipo que ya estaba descendido. Con el empate ya estaba consumado prácticamente el ascenso. Independencia de Gerli se preparó con todo para la fiesta. Desde temprano los chicos iban y venían llevando consigo: pirotecnia, fuegos artificiales, papelitos, banderas, serpentinas, rollitos de máquinas de calcular… todo lo necesario para recibir al equipo. Faltaban dos horas y los tablones de madera ya estaban colmados de gente, no cabía un alfiler.  Pocha estaba acostada como siempre dentro de su cucha, mirando con ojitos nerviosos esa fiesta que se iba desarrollando en la popular. Una lluvia de papelitos sobre la salida de los vestuarios preanunciaba la venida de los futuros héroes del ascenso tan preciado. A la cabeza y con pelota bajo el brazo salía el capitán, el Moncho Acosta. Fue cuando sonó con todo el primer petardo, luego los fuegos artificiales. Pocha salió disparada al medio de la cancha, se quedó allí, miro para todos lados, mientras Ramón corrió con una flecha para agarrarla. Entre las explosiones Pocha diviso la puerta de salida y la encaró con la velocidad de un torpedo. Ni Ramón, ni el “Pocho” López pudieron agarrarla mientras el gringo Sforza pedía por favor que no tiraran más cohetes. Cuadras y cuadras corrió Ramón mientras lloraba como un nene. Pocha había desaparecido asustada por la pirotecnia. Nunca más la volvieron a ver.

Ese partido Independencia de Gerli lo perdió por dos a cero. El ascenso se le esfumó. Tuvo la chance de ir al octogonal, pero también perdió. No le quedo nada, solo el dolor del ascenso perdido y sobre todo la partida de Pochita. A los dos años descendió de categoría, para luego deambular por torneos regionales y semi amateurs. De Pocha no se supo más nada.

Sin embargo muchos aseguran que a la perrita la encontró y se la quedó doña Norma, la viuda de a la vuelta, que luego se ganó la lotería. Pero lo cierto es que Independencia de Gerli nunca más volvió a tirar cohetes, algunos dicen porque nunca más pudo festejar nada;  otros en cambio, dicen que todavía están esperando a que vuelva Pocha y no quieren que se vuelva a asustar. 

Toni Schweinheim
Obra Publicada, expediente Nº 510614. Dirección Nacional del Derecho de Autor

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