Quienes peinan canas, en el caso de tener la suerte de poder
peinar algo, afirman que nunca vieron tanta gente en el Estadio del barrio. El
cierre del año coincidió con la culminación del Torneo, y el Campeonato del pueblo
debía definirse en una Final, a todo o nada, entre Atlético y Cultural, los
Enemigos Íntimos de la región.
Rápidamente, 6500
almas colmaron las seis mil localidades puestas a la venta, y el pueblo, de
4500 habitantes, quedó desierto. Nadie podía (ni quería) perderse el Clásico:
hombres y mujeres, grandes y chicos; Rayados y Académicos (tales los apodos con
que se los conocía), todos estaban en el Estadio.
Todos, incluso el
Viejo Bernabé, Don Berna, el habitante más antiguo del pueblo, que no andaba
muy bien de salud (tenía los achaques lógicos de sus más de 90 abriles) y
quien, pese a la opinión en contrario de Capeletti, el médico de la familia, se
hizo presente en el Municipal.
El cotejo, como
toda Final, comenzó con el nerviosismo apoderándose de los protagonistas. Pases
errados, rezongos, e imprecisiones, sumados al calor que hacía en el pueblo,
hacían del decisivo, un partido tan olvidable como imposible de olvidar.
Cuando el Segundo
Tiempo avanzaba, y el empate en 0 parecía derivar, inexorablemente, en la
lotería de los penales, una gran escapada del Cuervo Jorquera, pequeño y
morocho marcapunta de Cultural, apilando defensores de Atlético, se transformó
en un centro, que más bien fue un largo pase a la cabeza del Ruso Staziuk quien,
como diciendo que sí, clavó el frentazo en el arco rival, y en la Gloria de la
Academia.
Todos los
sufridos hinchas de Cultural (equipo, históricamente postergado por Atlético,
el más grande del pueblo, en cantidad de asociados, y en títulos obtenidos)
rugieron en un solo grito. Al fin romperían la racha diabólica que los
perseguía desde épocas inmemoriales. Al fin podrían vencer, en un partido
final, a su acérrimo rival. Al fin, podrían, por primera vez en su Historia,
gritar Campeón.
Todos los
sufridos hinchas de Cultural se confundieron en un solo abrazo, y todos los
brazos, todos, parecieron ser uno solo.
Todos los
sufridos hinchas de Cultural saltaron, como en una coreografía perfecta, de
algún seleccionado de gimnasia artística de Europa del Este, festejando el gol,
que significaba el Triunfo, y el Título, y la Gloria, y la Felicidad...
Todos los
sufridos hinchas de Cultural, menos el Viejo Bernabé.
Don Berna, quien
había pasado más de media centuria apilando libros (como el Cuervo Jorquera
apilaba defensores rivales), para luego ordenarlos, limpiarlos y clasificarlos
en la Biblioteca del Cultural, donde trabajaba (un poco por el exiguo sueldo, y
mucho por su inmenso amor por los colores), disfrutó del gol del Ruso Staziuk casi
como del nacimiento de su único hijo, el finado Ermindo. Pero el corazón de Don
Berna, quien había resistido, estóicamente, el paso del tiempo, y la pena por
la rápida partida del descendiente del Viejo, sucumbió ante la inmensa emoción
de sentirse Campeón.
El Dr. Capeletti,
tan hincha de Atlético como buen profesional, saltó del palco (donde estaba
sufriendo la derrota de los Rayados) para intentar auxiliar a su paciente, que
era mucho más que eso, pero su desesperado intento fue en vano...
Mientras muchos
de los Académicos disfrutaban una improvisada Vuelta Olímpica por el Estadio
Municipal, y por el desierto pueblo, otros muchos acompañaron a la ambulancia
que trasladó al cuerpo de Bernabé y al apenado Capeletti.
Tal como era su
deseo, expresado en vida, Don Berna fue cremado, y sus cenizas arrojadas, en
una ceremonia tan emocionante como la Final de un Torneo de pueblo, en el
Estadio Municipal.
Rápidamente, 6499
almas colmaron las seis mil localidades del estadio y el pueblo, de 4500
habitantes, volvió a quedar desierto.
El Viejo, por fin
Campeón, descansó en Paz junto a su Hijo, justo en el área del arco donde, el
Ruso Staziuk, como diciendo que sí, clavó el frentazo ...
Ya estaban
juntos, Don Berna y Ermindo, para siempre y desde siempre, Campeones, porque ni
la Muerte los podría Separar...
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