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Naciste y eras la alegría de tus viejos. Con esos lloriqueos de cuna cautivaste la atención hogareña. Eras feliz en tus dulces momentos de bebe. Pero te faltaba algo. Alguien que te supiera entender y que multiplique tus sueños de niño inocente. Y llego ella, una tormentosa noche de navidad en 1993, fue donde la viste por primera vez. A tus tiernos tres años la viste llegar, tu viejo muy cuidadosamente la había comprado en la estación de trenes una tarde cuando volvía de trabajar. La empaqueto cuidadosamente y la deposito bajo el árbol navideño. Tenías que ver tu carita de alegría al ver esa pelota por primera vez. Fue un flechazo instantáneo. Ella también sintió que estaba en pleno paraíso. Esa inocencia de purrete con tu mejor amiga bajo sus pies fue la mejor niñez que has vivido.
¿Te acordás Dieguito de los retos de tu mamá por llegar todo embarrado del potrero? Todos polvorientos, negros llegabas vos y ella, pero eran felices. Tu madre te preparaba el baño con tanto cariño y tu llevabas a la pelota contigo y la lavabas con tanto amor. Eras la alegría de tu padre, quizás la única alegría de ese viejo duro que afrontaba desempleos, bronca y hambre. Pero vos y ella lo llenaban todo.  ¿Recordás? Dormías abrazado a ella, soñando quizás la final de algún mundial lejano. La sonrisa de tus padres en la humilde casa de Avellaneda ¿Cómo olvidar eso? Ellos siguen allí, en esa misma casita de verjas verdes, ahora un poco más despintada y comidas por el óxido, pero allí siguen, como si el paso del tiempo fuese inmutable para ellos. Claro, con más arrugas y achaques por el tiempo. Con dolor de cadera y algún sofocón por parte del cuore, pero allí están queriéndote como siempre.
Creciste y entraste a la primaria, pero ella seguía allí bajo tus pies, con esas caricias de la pisada de los habilidosos. Un gran futuro se asomaba para vos y para ella. Eran inseparables. Llegaba el tan ansiado recreo y salías con ella, dando firuletes en el patio escolar. ¡Como trataban de quitártela! Ni los raspones contra el piso de cemento  pudieron separarte de ella. Algunos preferían quedarse en el recreo a intercambiar “fichus” de tus ídolos, en cambio tú preferías salir con ella y dibujar gambetas como esos ídolos estampados en las figuritas.

Seguías creciendo y creciendo, pero ella siempre con vos. Esperabas el colectivo para ir a la secundaria y ahí estaba ella en tu zurda mágica, aminorando la espera aburrida en la parada del colectivo. La secundaria era más dura, pero tú seguías ahí con tu inocencia y con ella a tus pies. En las horas libres algunos preferían fumar a escondidas encerrados en el baño, vos en cambio salías a corretear con ella en el patio, tal como lo hacías en la primaria. En pleno examen de matemáticas, le dabas pequeñas pataditas a tu pelota para sacarse los nervios. Pero lo tuyo no era el estudio, por eso abandonaste para decepción de tu viejo. Él no quería que fueses como él, un simple changarín. “Sin estudio no se llega a ningún lado” solía decirte el viejo, pero  sabía de tu verdadero amor y nada ni nadie puede interponerse entre los sentimientos más lindos.

Te dedicaste al fútbol y ella estaba a tu lado. Fue duro el entrenamiento, a veces no había un mango para ir en bondi y te ibas trotando a las prácticas con ella a tu lado. Y llegaste al día de debut. Dos goles metiste Dieguito, dos goles. Ella tan juguetona como siempre se le coló en uno de los ángulos al arquero de enfrente. Miraba tu rostro y en ella sentía tu misma sonrisa de purrete, de alegría, de inocencia. Y ella fue muy feliz por tu progreso. Los partidos fueron pasando y te convertiste en ídolo. Ya salías en las primeras planas de los diarios. Todos comenzaron a hablar de vos. Pero los flashes de los fotógrafos te enceguecieron. Los millones de dólares comenzaron a importarte más. Las mujeres de la noche te enloquecieron, perdiste el corazón  en manos de la lujuria. Vino todo este mundo nuevo  y te hicieron olvidar de ella. La dejaste tirada. Quedo sola, abandonada, triste. Traicionada y mal herida por amor, por una pasión que parecía eterna y verdadera.  Pero como toda enamorada, aun resiste y piensa que volverás algún día, Dieguito. Ella te espera abandonada en un baldío, algo desgajada y desinflada, por las noches el roció la baña completamente, mezclándose con sus lágrimas de corazón encuerado. Pero tal vez sea tarde, allí viene un botellero, se la va a llevar como regalo a su hijo Carlitos. Tal vez todavía ella este a tiempo de poder volver a darlo todo por amor.


A. Schweinheim 
Obra Publicada, expediente Nº 510614. Dirección Nacional del Derecho de Autor


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