Me desperté bastante tranquilo, a pesar
de haberme sometido reciente a una cirugía de rodilla. No me dolía nada. Pensé
que me iba a despertar dolorido, pero no me dolía ni siquiera la reciente
operación. Algo raro pasaba. Nunca me sentí tan cómodo. Estaba acostado en un
colchón bastante mullido, cosa rara para la cama de una clínica. Me dispuse a
abrir lentamente los ojos para ver qué
pasaba —no sin cierto temor— porque conozco gente que se ha despertado en medio
de una cirugía. Al abrir los parpados me encontré contemplando un vasto cielo
celeste. Ya comenzaba a asustarme. Me erguí en lo que pensé que era una cama.
Eran nubes. Puta madre, estaba muerto. Operación de mierda. Cirujanos hijos de
remil putas. Me habían dicho que era una cirugía sin ningún tipo de riesgos.
Convengamos que era sólo la rodilla ¿Cómo se complicó tanto? Un súbito
pensamiento me tranquilizo, a lo mejor la anestesia me había pegado mal y
estaba alucinando o todavía no había despertado del todo. Palpe mis brazos y me
di un pellizco. Dolía. Puta madre, sí estaba muerto. Y dejé miles de cosas sin
hacer allá abajo o allá arriba, o donde miércoles quede la tierra para ese
lugar. Otro pensamiento me tranquilizo. Estaba en el cielo, mucho peor hubiese
sido estar en el infierno. Me levanté y vi en la cercanía un grupo de gente que
hacía una fila frente a una enorme puerta de rejas. Bueno, ahí debe estar San
Pedro. No todo es tan malo, por lo menos iba a poder ver a mi viejo. Pero la
puta madre, deje tantas cosas sin hacer. Seguí caminando sin prisa hasta dicha
cola. Me predispuse a esperar también.
—Discúlpeme señora ¿Esta fila para qué es?
—le pregunte a una anciana, que era la última.
—Es para poder entrar al cielo mi hijito,
pero no se preocupe por suerte va rápido —me contesto la viejita. Que continuo
hablando sobre con quien se iba a encontrar, de su marido que había muerto no
sé dónde. Yo seguía puteando en mi interior a esos médicos culorrotos. La vieja
seguía con su perorata.
Efectivamente la cola iba bastante ligero,
ya me acercaba. Entró la vieja cargosa esta y luego me tocó a mí. “El que
sigue” dijo una voz femenina desde adentro. Yo esperaba ver más… más… como
decirle, mas cielo. No sé, mas nubes, un par de angelitos con trompeta, santos
y que se yo. Pero nada que ver. Era un hall grande. Como de esos que hay en las
obras sociales caras o en las de medicina prepaga. En la recepción no estaba ni
Pedro, ni nada que se le parezca. Había una mesa larga de recepción, en donde
había doce computadoras. Bah creo que eran computadoras. Eran atendidas por
señoritas vestidas de blanco, con un pañuelo celeste al cuello. Era todo muy burocrático hermano. Creo que caí
en el cielo de los bancarios o de los contadores. Anda a saber. La señorita que
atendía el puesto cinco me miró y supe que me tocaba a mí.
—Buenos días caballero ¿Su nombre? —me dijo
en tono automático.
—Jorge Antonio Chznowicz —le respondí. Mire
su camisa y tenía una identificación que decía “Vanesa San Pedro,
recepcionista”.
La chica tipeo rápidamente el nombre y
apellido y se quedó mirando su pantalla o monitor.
—No me figura nadie con ese nombre ¿Me
repite el nombre por favor? —dijo contrariada. Se lo repetí con tono molesto,
si bien estaba en el cielo, me hinchaba un poco las bolas que fueran tan
boludos como en la tierra.
— ¡Oh aquí esta! — Dijo contenta— Pero hay
un pequeño detalle, usted no debería estar acá.
Le juro que me cague todo, por ahí me
mandaban al infierno. Ojo yo no fui malo en la tierra. Yo daba monedas en los
semáforos e iba de vez en cuando a la iglesia. No era un hijo de puta, tampoco
un santo. Era normal, como cualquier persona. Me cague a piñas como todos,
insultaba y eso pero ¿Quién no ha puteado en esta vida? Sin embargo por el otro
lado también tenía esperanzas, por ahí me mandaban de vuelta a la tierra. El
tema es que ya estoy muerto, por ahí ya me enterraron o ya me cremaron. ¿Mirá
si me mandan en otra persona? No viejo, que quilombo. Médicos hijos de puta.
— ¿Dónde debería estar? —dije casi entre
sollozos.
—No es algo que pueda determinar yo
—respondió burocráticamente la flaca— ahora lo consulto con mi superior. Dicho
esto se levantó de la silla giratoria y se fue a una oficina contigua. Yo pensé
que su superior seria Dios, o en todo caso San Pedro. Pero se apareció un tipo
de unos cuarenta y pico, pude leer en su identificación que se llamaba “Manuel San Pedro, supervisor Sénior”. Mira vos
hermano, todo eso de San Pedro y las puertas del cielo era una metáfora. Me
sentí un boludo. Yo siempre imaginándome a San Pedro con las llaves del paraíso
y todo eso. Mira que pelotudos que somos, viejo. Este muchacho cuchicheaba con
la recepcionista, estuvieron un rato así.
—Mire, señor Chowik —dijo, pronunciando mi
apellido como el orto— hay un lamentable error, usted no debería estar acá.
Tampoco podemos hacer nada, antes lo tenemos que consultar con el Director. Ya
lo hemos llamado y está bajando. No se preocupe, que no es la primera vez que
pasa.
Si hubiese estado en la obra social o en un
banco, ya los hubiese puteado de arriba abajo. Pero estábamos en el cielo.
Esperamos algo de cinco minutos y se abrió una puerta del costado de la
recepción. Por ella se apareció un hombre ya grande. Estaba casi pelado y tenia
una frondosa barba blanca. Vestía de levita blanca y en su mano traía consigo
lo que parecía un expediente.
Evidentemente este si era San Pedro.
— ¿Qué paso con el hombre? —dijo mientras
me señalaba con su pera que estaba como a 20 centímetros adentro de su barba
—Lo estaban operando y…
—Y otra vez se fueron a la mierda con la
anestesia —Interrumpió San Pedro— pero que manga de pelotudos estos anestesistas.
Mira que yo estoy acá desde hace más de dos mil años y en los últimos cincuenta
años tuvimos que laburar como burros. Todo porque estos hijos de puta se van al
carajo con la anestesia. Estos se piensan —prosiguió bastante indignado— que
uno porque esta acá en el cielo está al reverendo pedo. Pelotudos. Dale una
credencial de visitante y que en dos horas vuelva a la tierra, que es lo que
dura esa operación.
— ¿En este tiempo puedo ir a visitarlo a mi
viejo? —atine a responder.
—No, Enrique, no puede.
—Jorge —respondí.
—Discúlpeme, Jorge, pasa que atiendo mucha
gente por día —dijo en forma conciliadora San Pedro— Le comento que acá hay
leyes que cumplir. Una de esas es que sólo las personas que se quedan acá en
forma definitiva pueden visitar a sus parientes. Son las reglas, amigo.
Mientras puede esperar a en un bar que queda acá a dos cuadras.
Iba a cuestionar esa burocracia celestial,
pero yo era un don nadie. Así que decidí hacerle caso e irme hasta el bar. Por
lo menos para hacer tiempo y ver cómo eran las cosas. Salí por una puerta
giratoria y me encontré en una calle como cualquier otra de la tierra. Autos,
gente, semáforos. Llegue por fin al bar. Curiosamente quedaba al lado de unas
canchitas de fútbol. Entré como si nada
y me senté en una mesa de madera reluciente a esperar al mozo.
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