“Funes Mori no tiene los
recursos para
definir como un delantero de River”
(Nicolas Distasio)
(Nicolas Distasio)
Ahí está Rogelio, una vez
más la suerte le ha sido esquiva. Una vez más la pelota se perdió lejos del
arco. Una vez más bajan los gritos desaforados de los hinchas puteándolo. Se
acaba la paciencia y el partido. Un nuevo yerro sobre el final. Las manos en
jarra sobre la cintura, la mirada perdida en el césped como buscando una
explicación que nunca encontrara. Siguen llegando las puteadas, cada vez más
fuerte.
Un once de julio de mil
novecientos noventa y uno hubo un eclipse solar. Fue total en Costa Rica, el
día se transformó en noche. La luna jugueteo bravamente con el sol y este
tímidamente se escondió tras ella como un niño se esconde en las faldas de su
madre. Había magia en el aire, las
estrellas aparecieron como las salpicaduras de caspa de algún dios distante y
espacial algo descuidado. En la Argentina el fenómeno se vio en forma parcial
pero sin embargo eso no le quito la magia al día. Nacía Rogelio, no venía solo
al mundo, estaba junto con su hermano. Sin embargo su número en esta vida no sería el
once, tampoco el dos. Sería el nueve. Algunos dicen que fue un cinco de marzo
¡Hasta en eso le hacen errar al pobre de Rogelio!
Ahí está Rogelio
esperando solo, sus compañeros lo miran, dudan si darle el pase o no. Pero se
lo dan. Rogelio arremete con fuerza, mueve las piernas con la fuerza de un
caballo de molienda. Recibe la pelota y
como un corvette en las onduladas carreteras norteamericanas se lanza hacia al área.
Difícil que esta vez falle. “Off Side” dice la bandera del lineman que flamea.
Otra vez esa bandera enemiga flameando en el aire. ¡Ese banderín hijo de puta
de nuevo! Rogelio se agarra la camiseta y muerde la parte inferior, su mirada
febril otra vez descansa en la gramilla. “Esta semana en el gym no voy a hacer bíceps
porque me toca marcarle las jugadas a River, practico brazos levantando miles
de veces el banderín con los off sides de Rogelio”, había bromeado el hijo de
puta del juez de línea en la antesala del partido. Algún compañero solidario lo
consuela: “Será la próxima, no te preocupes”. Otros en cambio lo miran con cara
de culo y se lamentan haberle dado el pase. ¡Qué sabrán ellos! ¿Cuántos golpecitos
debe dar un orfebre para terminar su obra? ¿Cuántas veces fracaso Einstein
antes de desarrollar la teoría de la relatividad? El delantero, ese nueve de área
es como una ametralladora, en armas de ese calibre muchas balas se desperdician,
quizás tantas más de las que aciertan en el objetivo. ¿Cuántos goles se habrá errado
Pelé? ¿Cuántas veces Jürgen Klinsmann quedo en Off Side en toda su carrera? Claro,
nadie cuentas las malas. Solo valen las buenas, los goles asestados, las
asistencias. ¿Y si Rogelio se está
errando todo esto porque luego emboara todas? Difícil saberlo. De mil goles que
hizo Romario es más que seguro que habrá malogrado unos tres mil. Si los
delanteros son así. En una muy buena tarde de cinco ocasiones, dos te la mandan
al fondo de la red. Tres si están en una excelente racha. ¿Dicen algo de las
ocasiones falladas? No, pero ahora Rogelio está fallando de cinco de cinco.
Otra vez bajan las
puteadas, como esa lava que lentamente quema la vegetación. A Rogelio le zumban
los oídos, seguramente tendrá revancha, pero hoy el enemigo a batir es él. Sus
propios miedos y en dejar de darle bola a las oleadas de improperios que bajan
de las gradas. No va a tener mucho tiempo más, el reloj marca que solo quedan
un puñados de minutos. Tal vez pueda meter alguna y hacerle comer todas las
palabras a esos hijos de putas que no dejan de romper las bolas con insultos.
Se viene otro ataque, tal vez el ultimo del partido. “Pensá” le dice una voz
interior a Rogelio. Entonces detiene su carrera hacia el arco rival, observa al
último defensor y nota que no está en posición adelantada.
Entonces ve como la jugada se va desarrollando
por la banda derecha. Le llega el balón que quema, arde en los pies del
delantero. “¿Por qué justo a mí?” pensó hasta el hartazgo. Rogelio levanta la
cabeza, mira rápidamente a todos lados como para deshacerse de esa maldita
pelota y evitar el ridículo y las postreras puteadas. No puede. Todos están marcados.
Queda una única posibilidad, enfilar al arco. La gente brama, en el medio de la
soledad de sus pensamientos puede escuchar lo que dice cada uno de ellos, sin
embargo en su pecho los latidos cada vez se oyen más fuertes Siente un escozor
que va desde el estómago hasta la garganta. La transpiración le cae fría, los
ojos le brillan y siente una presión fuertísima en la nuca. Pero él
estoicamente va al frente logra deshacerse de un marcador y fusila al arquero.
El balón se pierde por los aires. Hoy a
la noche los programas deportivos lo mataran. Sus compañeros lamentaran haberle
dado el pase. Las palabrotas caen desde
la popular y la platea como una cascada en donde no se distingue nada, solo es
un ruido fuerte que lastima. Él sigue mirando el césped, buscando una
explicación. Sus ojos ahora se posan en aquel esférico inflado con aire y
maldad que descansa allá a lo lejos. La contempla como si pudiera desde lejos
una darle una confortación. Pero el balón, la “caprichosa” como la llama Quique
Wollf, sigue impávida allá a lo lejos como cagandose de risa de sus
infortunios. La pelota no habla, si hablara tal vez lo aconsejaría, tal vez lo consolaría
o tal vez lo putearía, como hacen todos.
Antonio Schweinheim
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