Todo empezó hace cuatro meses, a mediados de enero, el
primer día de entrenamiento. La cancha estaba con el pasto crecido, los arcos
desnudos, las tribunas tan vacías como durante los últimos partidos del torneo
anterior. Apenas era media mañana pero ya el sol apretaba, brillaba contra un
cielo casi blanco sobre las montañas opacas. En el vestuario, los vidrios rotos
por el ataque final de la barra brava permitían que entrara aire y dejaban
respirar un poco. No mucho.
Los muchachos estaban ahí, como invitados a una ejecución,
cuando entró Gagliardi con el tipo y saludó. Le contestó un rumor de abejas.
Menos que eso. Pero lo miraron con atención. Era casi un viejo, vestido con
ropa deportiva color violeta oscuro, con inscripciones raras. Levantó la mano apenas,
como si fuera un Papa que acallara a una multitud inexistente y esbozando una
leve sonrisa, empezó despacio:
- Chiste es muy viejo -aclaró con las consonantes
empedradas-. Había dos tipos que leyeron aviso en un diario de provincias:
“Señorita enseña el búlgaro”. Uno fue. Al rato volvió y el otro le pregunta:
“¿Y, qué tal?” Y el primero le contesta, cara larga: “No vayas: es un idioma”.
Je.
Y dejó la sonrisa en espera, como el cómico que inicia su
rutina con el chiste sutil y seguro.
Nadie, pero nadie se rió. Y eso que el vestuario estaba
lleno. Incluso habían aparecido caras nuevas, lesionados al borde del olvido,
algunos de los pibes de la tercera citados para la presentación del nuevo
entrenador: no menos de treinta jugadores con cara de póker. Fue un comienzo
duro.
Gagliardi, el protesorero, que era el único dirigente que
todavía podía entrar al vestuario sin custodia, se hizo cargo del silencio y
presentó al “señor Miraslav Voltov, técnico búlgaro, ex integrante de la
selección de su país, que ha desarrollado una extensa campaña en diversas
partes del mundo: un auténtico trotamundos del fútbol”.
Seguro que ese viejo de pelo crespo y ojitos claros de
astronauta retirado había trotado, porque las zapatillas las tenía a la
miseria. Eran una especie de botines Sacachispas fabricados probablemente en el
Este que parecían haber conocido el hielo de las estepas y las arenas de El
Cairo. Y el currículum del tipo, que leyó Gagliardi como mejor pudo, ratificaba
que no le quedaba continente por conocer. Los últimos años de trabajo en
Centroamérica lo habían familiarizado con el idioma, con el fútbol argentino incluso, a través del
contacto con Miguelito Brindisi, con Hugo Cordero, con técnicos y jugadores que
andaban por allá.
- Grande ilusión venir a dirigir acá- dijo el búlgaro como
conclusión-. Estoy seguro saldremos al pozo.
Y ahí sí hubo risas que no estaban programadas. El búlgaro
también rió, distendido y sin saber bien de qué. Sin saber nada, en realidad,
porque de haber sabido dónde había caído se hubiera quedado en cualquier lugar,
por más que estuviera en el culo del mundo, como dijo por lo bajo el utilero
Castrito.
- Para estos tipos, diez dólares son una fortuna...- comentó
Desimone, el lateral derecho y uno de los veteranos del plantel mientras
trotaba apenas diez minutos después- Si no, no se explica. Nos deben tres meses
y contratan un técnico extranjero... Les tiene que salir más barato que
cualquiera de los últimos ladrones.
- Dicen que se ofreció él- dijo casi sin resuello el arquero
Perrone-. Estaba de visita en el país para las fiestas, porque tiene unos
primos acá, que son del club. Arregló
por seis meses: casa, comida, un sueldito y los premios. Como nosotros, si nos
cumplieran.
Y siguieron trotando. Y aunque se fueron a almorzar tuvieron
que volver, y cuando el sol se puso estaban ahí todavía:
- Ponga, ponga... -indicaba el búlgaro tocando rápido con
los Sacachispas rusos-: uno corta, uno larga... Ponga...
Y todos se cagaban de risa pero corrían.
La cuestión es que el búlgaro con su medialengua enrevesada
se hizo entender bastante bien. Después de tres semanas de triple turno,
haciendo fútbol todos los días, reacomodó las piezas, cambió la defensa, le
enseñó un par de cosas a los laterales, mandó al nueve a los costados y, sin
comprar nada, sin ir a la playa, transpirando en el estadio, armó un equipo
nuevo. Ganaron un amistoso contra el campeón del regional, le empataron a Cerro
Porteño de Paraguay, le ganaron a Morón y a Los Andes que hacían pretemporada
en la zona y perdieron apenas 2-1 con el Gimnasia de Griguol. Estaban bien.
Por eso aunque a los demás les extrañó que para la décima
fecha estuvieran entreverados arriba y juntando puntos como para rajarle al
descenso tan temido, en el club y en el vestuario sabían que no había misterio,
que ahí estaba la mano de Voltov. El periodismo, no: no sabía nada. Perfil bajo
el del búlgaro: nunca una entrevista, siempre los sagaces ojitos grises tras
anteojos negros, la cordialidad para la negativa. Un ejemplo de discreción y
segundo plano.
Hasta que la semana pasada, cuando se confirmó el partido de
la Selección contra los búlgaros en Vélez y se supo que venían Stoichkov,
Penev, Kostadinov, todos los cracks a los que el viejo entrenador- según decía-
había tenido alguna vez en equipos juveniles o conocía bien, Miroslav Voltov no
pudo evitar que lo empezaran a buscar de los medios de Buenos Aires. Lo que sí
pudo fue evitar que lo encontraran.
Así, el viernes cobró el sueldo, los premios atrasados y
dirigió la práctica de fútbol con raro entusiasmo. Incluso se le escapó un
espontáneo ¡Volvé, pelotudo! dirigido al volante por derecha casi casi sin
acento eslavo. Después se fue, como siempre, pero un poco más apurado. Incluso
se olvidó el bolso en el vestuario. Cuando se lo alcanzaron a la casa, ya no
estaba.
Lo demás, ya se sabe: vinieron con cámaras, con apuro, con
malas noticias. Que un imbécil pendejo investigador en busca de fama haya
descubierto que el verdadero entrenador búlgaro Miroslav Voltov murió hace dos
años en Guatemala no le interesa a nadie en el club. Ni a los dirigentes, ni a
la hinchada, ni a los jugadores. Muchos ahora se llenan la boca hablando de
fraude y estafa. En el vestuario de los vidrios rotos, en cambio, se preguntan
quién los motivará el sábado con el “ponga, ponga” mientras contemplan,
testimonios de abandono, las auténticas
Sacachispas trotamundos y el buzo rojo oscuro e Industria Argentina, como debe
ser.
Juan Sasturain.
Extraido de "Picado grueso". Ed. Sudamericana 2012.
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