El Negro Carpi era un jugadorazo, fue catalogado como el
nuevo Messi cuando los directivos de la Massia lo vieron jugar. Juan Carlos Carpi tenía una particularidad:
así como Edgar Davis jugaba con un par de lentes o Petr Čech usaba un casco de
rugby, el Negro jugaba con auriculares conectados a un diminuto MP3. Tanto Davis como Čech jugaban con esos
aditamentos por cuestiones de salud, pero Carpi lo hacía por gusto, o tal vez por salud,
según se lo mire. Cuando jugaba en las infantiles, su padre lo volvía loco
desde las tribunas. Le gritaba todo tipo de cosas: a quien pasársela, como
bajar, que hacer, que no hacer… Hasta que un día agobiado con la presión decidió
dejar de jugar. Eso provocó un enojo tan grande en su padre que estuvo sin dirigirle la palabra por un mes
que fue lo que duro el “retiro” del Negrito Carpi. Diez años tenía el pobre
nene. Un tanto duro el viejo, como tantos padres que presionan a sus hijos para
que sean futbolistas. Pero el Negrito volvió, no por el padre, sino por
Leonardo, su hermano. Fue quien lo convenció y de paso encontró una solución para no escuchar
más los gritos de su viejo, literalmente: jugar escuchando música. Pero no
cualquier tipo de música, nada más y nada menos que Thrash, furioso y
aplastante Thrash metal. “Cuando yo escucho pelear a los viejos, pongo metal al
palo y chau problemas, no los escucho más”. Fue el consejo de Leonardo.
Perdido por perdido, se mandó a la cancha con el MP3 del
hermano. El primer partido, el Negro Carpi se sintió medio raro. Una música extraña
y ruidosa le taladraba los oídos y el balero. Gente enojada vociferando vaya a
saber uno que cosa. Si el único disco que tenía era el de Radio Panda cuando se
lo regalaron para su cumpleaños de cinco. Pero entre tanto sonido sentía paz y tenía la
libertad de jugar como quisiera sin escuchar las quejas de su padre. Se comió varias cagadas a
pedo del árbitro por no escuchar los silbatazos. También se perdió un par de
gritos del entrenador, pero así y todo fue la figura de la cancha. Hizo dos
goles, otras dos asistencias y se movía como pez en el agua. Se sacó los
auriculares mientras sus compañeros lo abrazaban entre loas. Esa música si le
gustaba. Su viejo vino a abrazarlo contento y le grito: “Viste nene, hoy me
hiciste caso y te comiste la cancha”, mientras por detrás Leonardo con su
camiseta de Megadeth sonreía y le guiñaba un ojo.
Los partidos se sucedieron, los años pasaron y el Negrito Carpi
pasó de infantiles a novena, a octava y así hasta la cuarta y el momento de
debutar… la seguía descosiendo mientras por los auriculares pasaban Metallica,
Anthrax, Kreator, Slayer, Sodom, Destruction, Exodus… El Negrito dejó de ser
Negrito y paso a ser el Negro se dejó el pelo largo y celebraba los goles
mostrando siempre una remera negra con alguna banda. Disfrutaba tanto del
Thrash como tirar gambetas. “Una buena jugada con gambeta y asistencia es como
un buen solo de guitarra”, solía decir. Estaba todo listo para debutar en la primera
de El Porvenir, cuando llegaron los de
la Massia. Lo vieron en Youtube y como
estaban de paso en el país aprovecharon para ir a verlo jugar en un partido de la
cuarta contra Dock Sud. Al cabo de verlo jugar cinco minutos se lo quisieron llevar
inmediatamente. La oferta fue irresistible: 600.000 euros, un laburo bien pago
para el padre, casa para la familia. Como ya tenía pasaporte europeo, cerraron
trato en tres segundos. A él ni le
preguntaron.
Llego y lo primero que le pidieron fue que se cortara el
pelo. Lo hizo a regañadientes. En la pensión enseguida lo apodaron el “jebi”
por obvias razones. Había pibes de todas las latitudes. Enseguida se hizo amigo
de Jarkko, un finés tan metalero como el propio Negro. En los entrenamientos no
tuvo ningún inconveniente en usar los auriculares, había tanta “extravagancia”
como quien dice, que uno podía usar un zorongo de sombrero o atado al cuello y
nadie diría nada. Todo era normal. Con
el correr de los meses al igual que en la Argentina: la siguió rompiendo y ya
pintaba para debutar en el Barcelona B.
Y llegó el momento del tan ansiado debut. El Barça B comenzaba el torneo de la División B y El
Negro Carpi iba a arrancar de titular frente al Hércules. Todo marchaba bien
hasta que el árbitro advirtió en la salida al campo de juego, los auriculares
del joven argentino. De nada sirvieron los ruegos del Negro, ni los de Jarkko.
El colegiado aducía que era antirreglamentario y que por los auriculares podía sacar
ventaja deportiva. El partido para él no pudo ser peor para Carpi. Extrañó el
machaque de Hetfield, extraño a Mustaine, a Hanneman y a Petrozza escupiendo su
odio contra el sistema. Y otra vez sintió esos gritos, esos que si lo aturdían:
“Pásala”, “Anda para allá”, “baja”, “Por ahí no”. Gritos, voces que no sabía si
eran de sus compañeros, de su entrenador o de su padre… no pudo tocar una
pelota en ese partido. Tampoco fue un partido, fue solo un tiempo porque el
entrenador lo sacó ni bien termino el primero.
Ese fue el último partido del Negro Carpi, no volvió a jugar
más profesionalmente. Se quedó en España a probar suerte. Lo último que supe de
él es que fundó una banda con el hermano y que iban a abrir un festival importante,
creo que el Wacken o algo así me dijo, la verdad que no tengo mucha idea porque
ese tipo de música no me gusta mucho porque no te deja escuchar nada.
Toni Schweinheim
Obra Publicada, expediente Nº 510614. Dirección Nacional del Derecho de Autor
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