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Horacio llegó como siempre a las 18.50 a lo del psicólogo Sergio Vaccario, saludó a la secretaria como de costumbre y acto seguido se sentó a esperar su turno. Hojeó impacientemente una revista “Caras” de tres años atrás.

Horacio de 45 años bien llevados, a simple vista no parecía tener muchos problemas encima. No necesariamente hay que tener muchos quilombos para acudir a un psicólogo. Él no los tenía. No tenía problemas de personalidad, tampoco de relaciones. Sin embargo se lo notaba apesadumbrado, como si algo reciente le hubiese hecho mucho daño. Ya hacía varios años que concurría a lo del licenciado Vaccario. Se lo había recomendado su mejor amigo y religiosamente iba todas las semanas.

Por fin se había abierto la puerta del consultorio, Vaccario asomo la cabeza.

—Rodríguez adelante por favor, póngase cómodo— dijo el psicólogo. Horacio entró arrastrando los pies pero bastante rápido, dando señales que estaba completamente abatido pero que quería recuperarse cuanto antes.

—No lo noto bien…

—No lo estoy —suspiro Horacio mientras se dejaba caer en el diván.

—Otra vez el fútbol ¿No?

Horacio asintió con la cabeza. 

—Bien —dijo el psicólogo mientras se cruzaba de piernas— hace un par de meses habíamos quedado que utilizaríamos otra manera de descargar tensiones. Nos había servido bastante ¿Recuerda? Se lo explico nuevamente, no se haga problema. El futbolero utiliza un partido de fútbol para descargar frustraciones de la vida cotidiana, como un cable a tierra. Al momento que el equipo gana, nos sentimos más relajados. Uno tiene una mejor semana, gana optimismo, se siente bien, etcétera. ¿Pero si se pierde? Ahí la descarga se invierte y créame que estamos complicados. Por eso le dije que se concentrará más en cuestiones cotidianas, todos las tenemos, hay que saber encontrarlas...

—Y lo hice —interrumpió seco Horacio.

—Cuénteme

—Yo estaba bien, se lo juro —dijo Horacio mientras se revolvía en el diván — estaba feliz, contento. Si, habíamos perdido un par de partidos antes, pero hice eso que me aconsejó. Me refugie en los míos. Además le cuento que Luquitas empezó esa semana el jardín ¡Que contento estaba con su bolsita, su delantal! Mi señora además fue ascendida en el trabajo. Bueno, la frustración la canalice por ahí y le juro licenciado que yo estaba bien, era feliz,  — las palabras de Horacio comenzaron a entrecortarse—, era feliz, estaba contento… pero  hijos de puta me arruinaron la semana, no la semana no, el semestre, que digo semestre, el año me cagaron estos hijos de mil millones de putas. ¡Estaba lo más bien! ¡La puta que los pario!

—Calmese,  Rodríguez —dijo el psicólogo abriendo todos los dedos de la mano izquierda, subiendo y bajándola lentamente— por lo que veo volvimos al punto de partida y eso que ya van dos años...

—Ya lo sé—dijo molesto Horacio— y le estoy pagando bastante bien si cree que estamos perdiendo el  tiempo...

—Usted me paga para que avancemos, pero por lo que veo... —interrumpió brusco el Vaccario.

—Por supuesto que sí —Horacio recobrando algo de  compostura— pero usted no entiende...

—Claro que entiendo perfectamente, no puede ser que un simple partido de fútbol le eclipse todo tipo de felicidad, mire que le mande a hacer ejercicios y todo...

—Usted no me entiende... está claro que no me entiende —dijo Horacio mientras movía negativamente la cabeza.

—Dígame que debo entender 

—Yo era un tipo feliz, perdíamos pero me importaba un carajo —Horacio iba poniéndose rojo del enojo—, pero llego ese puto día y me juré que no me iba a hacer mala sangre. Mire que los tenemos de hijos a estos chotos y venimos a perder. Era una fiesta, una verdadera fiesta. Color banderas ¡La cancha explotaba!

—Ajá…

—Estaba feliz, le digo sinceramente con todo ese ambiente le juro que jamás pensé que íbamos a perder ¡Pero la puta madre que lo pario! ¡Me cagaron el año estos putos!

—Estimado Rodríguez, dígame cuantos partidos perdió en el año…

—Seis perdimos, seis pero usted parece que no me entiende.

—Explíqueme bien a ver si entiendo, por favor —el tono del psicólogo adquiría cierta ironía.

—A ver, a mí no me importa perder con Boca, con River, con deportivo chota o con la puta madre que lo parió —dijo Horacio mientras su cara se deformaba en un gesto de bronca—  lo que  me jode realmente perder es el clásico ¡Un puto partido cada seis meses! No pido un campeonato, pido un partido.

Vaccario se levantó, fue hasta su escritorio, se apoyó en él y se cruzó de brazos.
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—Sígame contando por favor —respondió por fin.

— ¿Que quiere que le cuente? ¿Cómo nos rompieron el orto? ¿Quiere que le cuente como el forro de Manfrinotti  no marcó una mierda y que perdimos por su culpa?

Vaccario se quedó pensativo unos segundos, mientras se le iba dibujando una sonrisa en el rostro, como si hubiese descubierto la solución a los problemas del pobre Horacio.

—Me dijo que era el clásico ¿Verdad? ¿De qué cuadro es usted? —inquirió el profesional. 

—De Banfield…

—Le voy a explicar porque perdieron el clásico —dijo el psicólogo con una sonrisa entre maquiavélica mientras se acercaba a su paciente. 

—Dígame por favor —dijo Horacio como esperando oír una solución mágica, algo que lo aleje de ese sabor amargo.

— ¡Perdieron porque son pingüinos! Pechofrios es lo que son, amargos —le grito Vaccario casi al oído.

—Pero porque no te vas a la puta que pario villero —grito Horacio mientras se ponía de  pie— no tienen gente ni luz, estuviste en la C. ¡En la C!

—No tendremos luz pero te rompimos bien el culito —respondió el psicólogo haciendo el gesto universal del coito que consiste en juntar el índice y el pulgar de una mano para traspasarlo con el índice de la otra mano.

— ¿¡Pero que decís amargo!? Te tenemos de  hijo pingüino marroncito, nueve de ventaja del 5 a cero no te olvida más —Horacio estaba al borde del colapso mental.

—Váyase de acá yo no atiendo pingüinos, vaya a un veterinario hincha de bancien.

—Claro que me voy, villero de la C, puto —grito Horacio cerrando de un portazo violento la puerta del consultorio.

Vaccario se sentó en su escritorio, se quedó pensativo con una sonrisa algo melancólica. Escucho unos suaves golpecitos en la puerta mientras esta se abría.

— ¿Licenciado, que pasó que ese paciente se retiró a los gritos e insultando? —le pregunto la secretaria mientras entraba algo preocupada.

—Nada, le dije que era hincha de Lanús…

—Pero usted…

—Claro, yo soy de San Lorenzo

— ¿Entonces?

—Hay pacientes que no tienen cura y a veces es mejor deshacerse de ellos antes de que sea tarde. Ya que la tengo por acá, avísele por teléfono a la señora Gómez que puede venir a partir de las 19 horas como ella quería. 
T.Schweinheim
Obra Publicada, expediente Nº 510614. Dirección Nacional del Derecho de Autor

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¿De qué te ponés contento?

 Yo la verdad es que no te entiendo Cacho, la verdad que no te entiendo. Ni a vos, ni a todos aquellos que van a una cancha. O a esos hincha...


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