Nos persiguieron, señor, nos persiguieron. Mismamente que
animales, no que cristianos. Nos echaron de todas partes, señor, nos quitaron
todo. Usted nos ve ahora así, débiles y desparramados, señor, pero los
salileros supimos ser fuertes.
Claro, no estábamos aquí, estábamos en otra parte, lejos de
aquí. Y era un gusto vernos en los domingos de fiesta, señor, cuando había
partido. ¡Así de gente los carros y los camiones llenos de salileros hacia la
cancha! Con estos colores, señor, los que usted ve en la vincha. Y la cancha,
señor. No sé si había alguna mejor en todo el país, vea lo que le digo, no sé
si había alguna mejor. Y venían Boca y River y también San Lorenzo y se iban
humillados, señor. Los grandes decían que eran, señor, los grandes, pero de ahí
se iban con la cola entre las piernas. Y era una fiesta eso, señor.
Ahora nadie se acuerda de los salileros nadie se acuerda de
cuando éramos fuertes y llenábamos de banderas y trapos las canchas. Nadie se
acuerda, señor. Ni saben por qué nos llamamos "salileros", señor, ni
eso recuerdan las gentes. Venían River o Boca o San Lorenzo con esos equipos
bárbaros y cuando se venían al ataque todos nosotros gritábamos " ¡salíle!
¡salíle!" a los nuestros, para que les hicieran cara, señor. Por eso nos
decían los "salileros".
Ellos se venían con esas estrellas famosas que salían en las
figuritas y en las tapas de "El Gráfico", señor, una vez por año
venían, y ahí, en nuestra cancha se hacían pequeñitos, así quedaban los
pobrecitos cuando nos veían a nosotros en las tribunas repletas, que cuando me
acuerdo me vienen lágrimas a los ojos señor.
Y siempre la justicia en contra. Siempre la justicia en
contra. Como no podan con nosotros los porteños, nos ponían los jueces en
contra. Nosotros éramos buenos, señor, buenazos. Gritábamos nomás, a grito
pelado, para alentar a los nuestros. Alguna piedra de vez en cuando, también,
cuando ya veamos que la injusticia era muy grande o los contrarios muy
superiores. Esa es la verdad, señor. A nadie le gusta verse humillado en su
propio campo. Pero nada más que eso. Y empezaron a perseguirnos, señor. Siempre
los jueces en contra, nos penalizaban, señor. Nos echaban jugadores por
pavadas, señor. Y los linieres, señor, cierro los ojos y veo todavía esas
banderas amarillas o solferinas levantadas, señor, porque alguno de los
nuestros había invadido terreno prohibido. ¡Terreno prohibido, señor, si la
cancha era nuestra! La habíamos ido levantando nosotros mismos, con esfuerzo
señor. Con sacrificio. Era nuestro orgullo. Siempre los porteños persiguiéndonos.
Es cierto que degollamos a Candelo, señor. ¡Pero ellos habían quebrado a
Solibarrieta! Candelo, el juez Candelo Permítame que escupa señor. Y al domingo
siguiente tuvimos que ir a jugar a otra cancha porque nos habían suspendido la
nuestra. Por ahí cerca, pero en otra cancha. Y también hubo lo porque los
salileros ya estábamos enojados, señor, muy enojados. Nosotros somos buenos,
pero la injusticia era mucha. Los porteños nos perseguían, señor, como a
animales. Nos provocaban para que nosotros más nos enojamos señor y más nos
castigaran. Al Junín tuvimos que ir a jugar después señor. Daba pena, le juro,
ver esa caravana de hombres, ancianos, mujeres y niños, en carros y camiones,
yendo hacia el Junín para seguir los colores de nuestro equipo señor, los
mismos que usted ve en esa vincha, señor. Con un frío terrible y la lluvia. Con
los abuelos, con enfermos, con los perros. Le pegamos a un linier en Junín,
señor, un infame, y de ahí también nos echaron, también de ahí. ¿Adónde íbamos
a ir a jugar, señor, adónde íbamos a ir?
Cada vez ramos menos, castigados por la policía, por las
cárceles, los salileros cada vez ramos menos. Los más viejos se fueron quedando
en el camino, por esos caminos, cansados de seguir la divisa. Y perdimos la
divisional, señor, la perdimos, nos fuimos a la "B", que no es
deshonra, señor, pero no es lo mismo. Los tiempos de gloria se habían alejado
de nosotros señor, nos habían dejado de lado.
Y siempre la justicia en contra señor. Siempre en contra.
Nos castigaban por cualquier cosa, por pavadas señor, por tonteras. De la
"B" también bajamos, señor.
Ya ni cancha teníamos para jugar, nada era nuestro. Algunos
de los muchachos jugaban descalzos, señor, tan, pobres éramos. Y casi nadie
para alentar, sólo un grupito, chico. Las otras hinchadas se aprovechaban,
señor, y nos pegaban, nos corrían, nos humillaban. A nosotros a los salileros,
que habíamos sido fuertes y poderosos y que cuando gritábamos todos juntos no
dejábamos que se escuchara ningún otro canto, señor. No nos perdonaban el haber
sido fuertes, señor. A la "C" nos fuimos señor, pero ya no teníamos
más ganas de pelear, ni jugadores, ni cancha, y ramos un puñadito los que
alentaban, señor. Cada vez más lejos de nuestras tierras, cada vez menos
parecidos a nosotros mismos. Si hasta el color de las camisetas se había
borrado con el tiempo, señor, con las lavadas, con el tierras de los potreros
inmundos donde teníamos que ir a jugar, señor, nosotros, que habíamos sabido
del césped verde y el olor del césped verde recién cortado, señor.
Y aquí estamos, señor, para que cada tanto venga alguien
como usted para investigamos como a animales raros. Los últimos que quedamos,
señor. Los últimos salileros. Los porteños nos persiguieron mucho, señor. Muy
mucho nos persiguieron. Si hasta los domingos nos quitaron, señor. Hasta los
domingos.
Roberto Fontanarrosa.
Más detalles del "Mes homenaje" acá.
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