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Afirman que la CONMEBOL y el Chiqui Tapia invitarían al Inter Miami a la Copa Libertadores o, en todo caso, a la Copa Argentina contra Barracas Central.
El Inter Miami es furor, el equipo dirigido técnica y tácticamente por Gerardo Martino, ganó su primer título al imponerse por penales al Nashville SC, tras la llegada de Messi. “La verdad es que Messi hizo un milagro ¿Qué el Inter Miami gane algo? Nah, que el Tata Martino gane una tanda de penales, encima en una final”, desliza un hincha de Las Garzas de la primera hora del 7 de julio de este año. Messi además de estar invicto con el equipo de Miami, logró coronarse con su título número 44, superando a Dani Alves. Ante este hecho, desde la CONMEBOL miraron con buenos ojos la invitación de equipos mexicanos y de la Major League Soccer.
“La idea es ampliar los horizontes del negocio… eh perdón,
del futbol, sabemos que Messi genera muchísimos dólares… eh… expectativas,
expectativas. Si bien ya mudamos la Copa América a Estados Unidos por una
cuestión de guita… perdón, estratégica. No es suficiente, la CONMEBOL necesita más
plata, perdón, más llegada al púbico estadounidense”, confirma un miembro de la
CONMEBOL. “Si no prospera la idea, ya tenemos programada la invitación al Inter
Miami, será en la Copa Argentina, mas precisamente en la final contra Barracas
Central”, cierra un dirigente de la AFA.
Día del Niño
— ¿A vos te parece
llevarlo a la cancha? —Empezaba la interrogación de mi mujer— ¿No será peligroso?
—No mi vida, no pasa nada,
ya tiene cinco años Valen —le respondí desganadamente como para que le genere
seguridad.
—Por eso, es chiquito
—continuaba con su paranoia— Se puede asustar con los petardos, además no me
gusta eso de los barras y toda esa gente violenta.
—Andrea, fui toda mi vida
a la cancha —dije seriamente—, siempre fui a la popular y acá me tenés, vivito
y coleando. A Valentín lo voy a llevar a platea encima. Es mucho más tranquilo.
—No sé, no me gusta que
vayas vos, menos me gusta que lo lleves al nene —protesto Andrea.
—Mi amor, no pasa nada
—yo vire mi estrategia hacia la súplica—, es el día del niño además, se lo
vengo prometiendo al nene desde que cumplió cuatro años.
—Me parece peligroso para
un nene de su edad, llévalo a un pelotero —argumentaba ella.
—Linda, Roberto lleva a
su Guillermito desde los dos años —objete algo molesto— nunca le paso nada. Vos
me decís que lo lleve a un pelotero y está lleno de piojos eso.
— ¿Si, pero vos viste
como es Roberto, no? —dijo despectiva mi esposa.
—Es un tipazo no sé qué decís
de él —respondí enojado, me había molestado bastante ese maltrato a un amigo de
muchos años.
—Es un vago, Javier, un
vago —me dijo más despectivamente aun— está divorciado de Susana y uno de los
pocos días que puede estar con el hijo a solas, se lo lleva a la cancha.
— ¿Y qué mejor que
compartir un domingo de cancha con tu pibe? —me mande a la ofensiva.
—No son lugares buenos
para los chicos —seguía cerrándose mi mujer.
—Dale ma, deja que me
lleve a la cancha —pidió Valen que hasta ese momento permanecía callado,
haciendo rodar un autito.
—Valen es peligroso —dijo
comprensiva la madre.
—Pero papá viene conmigo,
dale ma —seguía con la súplica el pequeño.
—No sé, hijo —permanecía
inquebrantable Andrea— además vos Javier, siempre me decís que en la platea pasan
insultando y no quiero que Valentín aprenda malas palabras.
—Andrea déjate de joder —me defendí— en las novelas que escuchas vos, putean
más que en una cancha. En la tele están todo el día meta a decir malas
palabras.
Andrea se quedó pensando,
yo en cambio seguí tomando mi café y hojeando el diario. Valentín en cambio seguía
sumergido en su mundo, mientras paseaba su diminuto autito verde de plástico por
la mesa.
—Bueno llévatelo —tiro
Andrea mientras se levantaba de la silla— pero Valen, esta semana te vas a portar bien y no
vas a dejar tus juguetes tirados por ahí. Si querés que te deje ir.
—Te lo prometo, gracias
mami, te quiero mucho — dijo Valen mientras abandono su autito de juguete y corrió
a abrazar a su madre.
Yo sonreí por arriba del
diario y volví a zambullirme en la lectura. Estaba contento, le había ganado un
partido chivo a mi mujer. El asunto estaba cerrado pero al final de cuentas podía
llevármelo a Valentín a la cancha. Porque lo más lindo que uno les deja a los
hijos es el apellido y la pasión por el equipo de sus amores. Bueno, uno también
le deja otras cosas como educación y valores, pero ese es otro tema. Todavía me
acuerdo cuando mi viejo me llevo a la cancha por primera vez. Yo tendría unos
cinco o seis años. Mi viejo estaba más emocionado que yo. Me moría de ganas de
ver cómo era eso de festejar un gol en la tribuna. Pero fue un cero a cero
horrible. Me acuerdo que termine jugando a la pelota con otro pibe de la misma
edad que yo, en las escaleras de las viejas plateas. También recuerdo como mi
viejo se la había agarrado con el lineman y lo puteo durante todo el partido.
Pero la pase diez puntos, desde aquel hermoso día soleado, que relaciono el
olorcito a carbón con esa primera vez en una cancha.
La semana previa, Valentín
estuvo emocionadísimo. Se la paso correteando por toda la casa con la camiseta
puesta, juagando con su pelota naranja en el patio de casa. Para enojo de su
madre, que protestaba porque Valen siempre rompía alguna que otra planta. Mi
hijo me pregunto en más de una ocasión si íbamos a ganar, si podíamos ver de cerca
de algún jugador y todas las preguntas que puede hacer un niño inocente. Mi
objetivo era justamente ese. Como era el día del niño quería que mi pibe no se
olvide nunca de este regalo. Yo ya venía amasando esa idea desde hace rato. Le había
comprado una pelota oficial a los de la barra en el último partido que hicimos
de local. Tres gambas me salió, un poco cara sí, pero así y todo era mucho
menos de lo que me pedían en una casa de deportes. Al balón lo iba a hacer
firmar —con alguna dedicatoria— por algún jugador del plantel, luego del
partido. Así como Valen me preguntaba por las figuras de nuestro equipo y todo
lo relacionado a los jugadores. Su madre me inflo la paciencia durante toda la
semana. Con que era peligroso, con que esto,
lo otro. Yo le soy sincero, el año
pasado me fume que ella para el día del niño lo lleve a un pelotero. Estaba
lleno de payasos boludos, magos hinchapelotas que te hacían pasar adelante. Encima
tenía que fumarme a los otros padres. Más dominados que el carajo, hermano. Ojo
yo seré un gobernado por estar ahí, pero por lo menos tenía la rebeldía de
quejarme. Era un minúsculo acto de independencia, lo sé. Pero a estos pelotudos
lo llevaban de la oreja, y disfrutaban los muy boludos. Valentín la paso bien,
pero está en una edad en la que le pones en frente un pedazo de plástico con forma
de tereso y se divierte como si estuviese en Disney. Pero este año yo a mi pibe
le iba a regalar algo mucho mejor, algo que lo iba a marcar de por vida.
Llego el domingo y a
Valen le regalaron de todo. La abuela un tren eléctrico, mi mujer un conejo enorme de peluche. Me
acuerdo que ese conejo tenía una cara de boludo tan grande que te daban ganas
de cagarlo a trompadas. Mi hermana le
regalo una computadora de esas pedorras para que los nenes aprendan jugando. A
pesar de todos los regalos, medio que a Valen mucho no lo convencieron esos
regalos. Estaba mucho más emocionado y expectante por mi regalo, ese que iba a
llegar en un puñado de horas. Me sentí orgulloso de mi pibe. Almorzamos unos
ravioles en la casa de mis suegros y de ahí nos íbamos a la cancha. Durante el
almuerzo se formó un complot para romperme las bolas. Los abuelos —maternos
obvio— empezaron con que era peligroso, mi mujer encima los apoyaba. Mi cuñado
que es un flor de pelotudo me dijo que iba a llevar a su hijo a no sé qué
festival de mierda en la plaza y si no quería que lo acompañemos. Lo saque cagando, termine de comer rápido, lo
cargue a Valentín en el auto y nos fuimos a la cancha ante los ruegos de mi
mujer de que nos cuidásemos, como si iríamos a la guerra en lugar de a una
cancha. El chico iba mirando para todos lados, le brillaban los ojitos. Era
hermoso ver el entusiasmo en su carita de ángel. Llegamos al estadio, como de
costumbre deje el auto estacionado a dos cuadras de la cancha. Fui al baúl a
buscar la bolsita con la pelota desinflada que iba a hacer autografiar por algún
jugador.
— ¿Eh amigo, no tiene
algo a’ lo’ pibe’ por estaciona’ acá? —me sorprendió una voz a mis espaldas,
mientras cerraba el baúl.
—Si como no —atine a
responder mientras sacaba la billetera. No le iba a da más de veinte pesos,
como siempre lo hacía.
—Papi, papi le vas a dar
plata a este delincuente —me dijo Valentín inesperadamente, ante mi atónita mirada.
El “trapito” me miro con odio.
— ¡Valen como vas a decir
eso! —lo reprendí a mi hijo.
—Mami dice que estos son
unos vagos y sinvergüenzas —agrego Valen. Yo no sabía dónde meterme, agarre un
billete de 50 y se lo di al “cuidador de autos”. Este lo tomo con cierto odio y
no me dijo nada, yo sonreí nerviosamente, lo agarre a mi hijo y nos fuimos rápidamente.
Mientras caminábamos, lo rete al nene por ser tan inoportuno. Pero no me daba
pelota. Estaba extasiado por todo lo que lo rodeaba en el camino. Estaban los
vendedores de banderas, los clásicos choripanes en las parrillas. Me pidió que
le comprara algo de la parrilla, le respondí que después del partido, ya que
hace un rato habíamos comido.
Llegamos a la cancha y
entramos. Subimos las escaleras hasta las plateas y no sentamos. Valentín
estaba chocho. Miraba para todos lados, hacía preguntas. Aplaudía, cantaba. Yo también
estaba feliz como él. El partido fue
medio un embole. No me voy a poner a describir todo el encuentro, porque fue
muy aburrido. A los cinco minutos ya perdíamos uno a cero, en la primera y única
llegada del equipo contrario. Nuestro equipo daba asco. Sin embargo Valentín
disfrutaba juntando papelitos y tirándolos de nuevo hacia la cancha. Era un
monumento a la ternura. En el entretiempo le compre una gaseosa. En el complemento
la cosa no cambio y el partido seguía siendo un dolor de ojos. Pero llego el
empate. El gringo Godoy, de cabeza había metido el empate. Hice lo que siempre soñé,
abrazarme a mi hijo para celebrar un gol. Le soy sincero: se me pianto alguna que
otra lagrima de emoción. El partido termino así, sin muchas emociones más. A la
salida fuimos al estacionamiento a esperar a que algún jugador me firme el
regalito para mi pibe. Habremos esperado como media hora, cuando apareció la enorme
figura de Enrique Godoy.
— ¡Gringo! ¡Gringo! —lo
llame— ¿me firmas la pelota para mi hijo?
El gringo, no dijo nada y
se me acerco en un hermoso gesto. Le entregue la pelota.
— ¿Cómo te llamas pibe?
—Le pregunto a mi hijo.
—Valentín —dijo tímidamente
el chico— ¿vos cómo te llamas?
—Yo soy Enrique Godoy,
pero me dicen el Gringo —dijo con una ancha sonrisa el nueve.
—¡Ah vos sos el muerto de
Godoy! —exclamo inesperadamente Valentín —Papá siempre dice que sos un puto.
Yo sentía lentamente como
mi cara se iba calentando y poniéndose roja. Le pegue un tironcito a la manga
de la campera de mi hijo y lo mire fijo.
—Ah mira vos —dijo Godoy
mientras me echo una mirada de odio— ¿Qué más dice tu papa?
—Que sos horrible y
siempre pide que te lesiones —dijo divertido Valentín mientras yo no sabía dónde
meterme. Fue ahí cuando Enrique Godoy termino de firmar la pelota, se agacho
para entregarle la pelota a mi hijo y le dijo: “Quiero ver cuantos jueguitos
haces”. Acto seguido se levantó y me emboco una trompada en el ojo derecho que
me sentó de culo en el piso. Valentín seguía embelesado con la pelota y por
suerte no se dio cuenta de lo sucedido.
El gringo Godoy se dio media vuelta y se marchó. Me levante, lo tome de
la mano a mi hijo y nos fuimos rapidito.
—Papi, me prometiste
comprar asado —dijo Valentín mientras pasábamos por al lado de una parrillita
precaria hecha de tambor. Suspire molesto, frenamos y le compre un sanguchito
de bondiola. Caminamos hacia el auto mientras Valen degustaba su comida. Al
llegar al auto observe como lo había rallado por todos lados y encima le había arrancado
uno de los espejos retrovisores. Me quise morir. Seguramente fue el “trapito” vengándose
de lo dicho por Valentín. O por ahí no,
pero ya no tenía ni ganas de ponerme a pensar. Nos subimos, puse primera y
empezamos el retorno a casa.
—Papi me siento mal —me
dijo Valentin, justo cuando lo iba a cagar a pedos por lo que había hecho hoy.
—¿Qué tenes hijo? — le
pregunte mientras iba deteniendo el auto.
—Me duele la panza pa —respondió
el nene. Casi no pudo terminar de responder,
hizo una arcada y empezó a vomitar. Me vomito todo el auto. Detuve el auto, abrí
su puerta pero ya era tarde. Ya había lanzado todo, lo importante es que se sentía
mejor de la panza. No le quise decir nada, pero el ojo se me empezar a hinchar
cada vez más. Por suerte ya casi llegábamos a casa.
— ¿Cómo la pasaste
Valen—Le pregunte.
—Fue el mejor día del niño de mi vida, gracias pa—me respondió Valentín con una
enorme sonrisa. Me sentí reconfortado, si bien el ojo me dolía como la reputisíma
madre que lo pario, esa sonrisa me curaba todo. Por fin habíamos llegado a
casa. Valentín bajo corriendo. Nos recibió Andrea con una cagada a pedos, pero
se frenó cuando vio mi ojo. Le dije que después le contaba cómo había sido
todo. Me hizo un gesto como diciendo: “Que boludo que sos”. Mientras, Valentín
no paraba de contar todo lo vivido recientemente en la cancha. Fue un lindo día
a pesar de todo.
El otro día vino Valentín
con su sonrisa compradora a preguntarme algo
— ¿Papá cuándo vamos a la
cancha de nuevo?
—No sé hijito, es
peligroso, tu madre tiene razón—le respondí mientras me tocaba el ojo que todavía
me dolía.
T. Schweinheim
Por Toni
Obra Publicada, expediente Nº 510614. Dirección Nacional del Derecho de Autor
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El Guille
“No se queden quietos pelotudos, muévanse” Así
era como el Guille ordenaba la defensa, ese grupo de amigos panzones oficinistas que
jugábamos los clásicos picados de los miércoles. Guillermo era uno de esos
centrales duros, ríspidos. Esos que cuando los miras ya te sacaron un 50% de la
pelota con la mirada de asesino. Siempre
iba al frente y nos hacía ir al frente. Lesionó a muchos de nosotros y eso que
no jugábamos nunca por nada. Pero lo hacía sin intención, lo suyo era pasión y
cuando las patadas no son mala leche, tal vez duelen menos. Éramos un grupo de
amigos que despuntábamos el vicio jugando los miércoles en una canchita polvorienta
de Mataderos. Grupo al que se le fue sumando conocidos, compañeros de laburo y
familiares, cuando faltaba alguno. Había veces en la que esta cancha de siete a
veces nos quedaba más grande que el Maracaná. En otras oportunidades —pocas, la
verdad— nos quedaba chica porque venían todos y éramos como 20. Rotábamos entre
todos aunque sea para jugar unos minutos.
Obviamente había jugadores que no salían, como el Conejo Rodríguez que
era capaz de gambetear hasta un bondi a 300 kilómetros por hora viniendo de
frente. También se quedaban Tito y Marcelo, por el solo hecho que atajaban. No eran grandes arqueros pero por
el solo hecho de ir solitos al arco los hacía irreemplazables. Como en todo
“picado” nadie quería ir al arco y por eso ellos eran más necesarios que la
cerveza y charla post partido. A veces creo que muchos de nosotros veníamos por
eso, por la juntada después del partido. Porque en la cancha había varios que
daban lastima, pero lo que no hacían dentro de la cancha, lo hacían afuera
hablando hasta por los codos.
Guillermo también era inamovible.
No porque haya sido un fenómeno sino porque era un líder innato. Te ordenaba todo, defensa, medio y ataque.
Con él te sentías seguro. Hasta ordenaba al viejo que nos venía a avisar que la
hora de jugar se había terminado. "Dele Don Jaime, déjenos unos minutos
más" solía decir el Guille al principio. Luego ante la negativa del
vetusto sujeto, su tono iba poniendo tan o más ríspido que su manera de jugar. Pero había veces que Jaime estaba de buen
humor producto de haber ganado algunas chirolas al póker nos dejaba jugar un
rato más, pero si el viejo estaba de malas ni siquiera se molestaba en venir a
avisarnos, directamente nos cortaba la luz y váyanse a la mierda pendejos
maleducados. Cosa que nos irritaba, pero a Guille lo sacaba y mientras las
luces iban dejando de a poco de alumbrar, se ponía a putear a todo el árbol
genealógico del canchero. Igual
Guillermo siempre iba al frente y lo jodía a don Jaime. Porque el Guille era un distinto, pero no un
distinto a la hora de jugar, en la vida lo era. De acá, del corazón. Usted ya
habrá notado en mis palabras que trato el Guille, como si ya no estuviese. Digo
“era”, “fue”, pero no quiero adelantarme a los hechos.
Una calurosa noche de noviembre, nos extraño
cuando sin previo aviso el Guille falto y no había avisado nada. Era raro en él. No sé si lo dije pero Guillermo no faltaba
nunca, hasta el día que le festejaba los 15 a la hija vino. Ese día la excusa que había metido fue que nos
había venido a buscar. Y si, era verdad porque fuimos todos, pero después de
jugar el partido. Y cuando digo todos, es porque allí estuvimos todos. Hasta el
gordo Patricio —tipo roñoso si los hay— fue sin bañarse, tenía un olor acre que
le ganaba por goleada al olor que había dejado la bengala apagada en la torta
de cumpleaños. Creo que el Guille estaba más contento con nuestra presencia
ahí, que con el cumpleaños en sí. Seguro que después en la casa lo cagaron a
pedos, pero uno nunca se enteraba de lo que le pasaba. No porque no fuese
abierto con sus amigos sino porque siempre estaba con una sonrisa, siempre
haciendo chistes y disfrutando con los amigos. Llegaba acá y era otro
mundo, SU mundo. Las cosas que pasaban
en su casa, quedaban allí, se quedaban en la puerta del club. Por eso nos llamó
la atención su ausencia. Pero bueno, él
era docente, seguramente estaba con
mucho para corregir o por ahí le había agarrado alguna gripe, nadie está exento
de eso último. Así que nos aguantamos su ausencia y nos pusimos a pelotear.
Obviamente sin él, nos sentíamos huérfanos y hubo tantos errores defensivos
tanto en uno como en otro equipo que creo que empatamos como 25 a 25,
Si aquel faltazo nos llamó la atención, su
ausencia en la semana siguiente nos alarmo. Otra vez había faltado y esto
auguraba un nefasto presagio. La verdad es que ese día no jugamos con muchas
ganas, además éramos 10 en una cancha algo grande para nuestras capacidades
físicas y de edad. No hizo falta que
venga don Jaime nos venga a visar de la hora, porque faltando 10 minutos nos fuimos
a nuestra mesa asignada al “tercer tiempo”. El tema de conversación obligado fue la nueva
ausencia del Guille. Tito —que había llegado tarde ese día— nos había dicho que
el lunes había ido a buscar a su hijo a la escuela y que lo había visto en la
puerta de la Escuela. Que seguramente algo habrá pasado en su casa, porque no tenía
buena cara. No había bajado del auto y Guillermo tampoco se había acercado
hasta él. Un bocinazo y un movimiento de mano, fueron sus intercambios de saludos.
Nada más. No sabíamos si preocuparnos o enojarnos con el Guille. Por ahí no
quería venir más o estaba jugando con otro grupo de amigos, lo cual sería
imperdonable. O por ahí estaba jodido de alguna gamba. Pero eso de que “no lo
había visto bien”, nos perturbo un poco. Luego la charla como en todo grupo de
amigos se fue por temas como el futbol profesional, las minas, los autos y las
cargadas al Conejo que estaba esperando su octavo hijo, por algo le habíamos
puesto ese apodo.
El siguiente miércoles el Guille otra vez falto.
La verdad es que nos impactó menos que las anteriores dos veces, pero nos
llenamos de curiosidad. Otra vez éramos pocos y tuvimos que echar mano a uno de
los hijos del Conejo, el mayor que tenía 20 años y a un amigo suyo. El
“conejito”, como lo bautizamos rápidamente, era flaco, altísimo como un poste
de luz y con menos habilidad para jugar al fútbol que un pedazo de
mondongo. No entendíamos como un tipo
tan hábil como el Conejo tenía un hijo tan paquete. El amigo era bajo,
pelilargo y adornaba su humanidad con una remera gastada de Hermética. No
jugaba mal pero era un asesino en potencia y revoleaba la pelota a cualquier
parte. Dos veces la tuvimos que ir a buscar a la calle y eso que el alambrado
mide como siete metros. No recuerdo el
resultado, pero le ganamos por mucha diferencia al combinado del “Conejo y
amigos”, como para no ganarle con semejantes refuerzos.
— ¿Sabes con quien hable el lunes? —dijo Tito,
ni bien nos sentamos en la mesa mientras el hijo del Conejo servía cerveza y
dejaba más espuma en la mesa que en el vaso.
— ¿Con quién? —pregunte mientras con un pedazo
de servilleta intentaba remediar el desastre que había hecho el hijo del
Conejo.
—Al Guille, hable con él cuando fui a buscar
Gustavito a la escuela — dijo Tito quien había otra vez llegado tarde y por eso
no nos pudo decir nada cuando nosotros al principio nos preguntábamos por otra
ausencia de nuestro amigo.
— ¿Y por qué no viene más ese hijo de puta?
—pregunto Marcelo.
—Creo que esta jodido de un brazo, no sé, pero
la verdad no lo vi bien, esta como deprimido, bajoneado —dijo Tito mientras con
otro servilleta intentaba aliviar la laguna de cerveza que se había hecho en la
mesa.
—Está deprimido porque San Lorenzo no le gana
a nadie —arremetió el Conejo
—Pero cállate, vos sos de la B muerto
—intercedió Carlos. La charla nuevamente se desvió por el folclore del futbol.
“Que vos sos de la B”, “que vos no llenas la cancha”, “que tenemos de hijo”…
Lejos de meterme en esta discusión banal y sin sentido, en la que siempre suelo
discutir apasionadamente, me quede pensando en el Guille. Un tipo con esos
huevos y deprimido ¿Qué nos quedaba a nosotros entonces? El Guille no era rico
—era docente— pero el viejo le había dejado una fabriquita a él y al hermano
—quien la administraba y le daba su parte—, y sin estar muy holgado
financieramente, no la pasaba mal. Tenía una linda familia, según él trabajaba
de lo que le gustaba. Pero uno nunca sabe lo que pasa por la mente del otro.
A la otra semana, como todos los miércoles, el
primero en llegar fui yo, después vino Tito, el Conejo, Carlos y varios más.
Éramos siete, contando al paquete de yerba del hijo del Conejo. Tito ya
sabíamos que no venía porque se tenía que quedar en la oficina cerrando
balance. Faltando diez minutos y cuando ya estábamos planeando jugar un “cuatro
contra tres”, malgastando energía y dinero del alquiler en la cancha apareció
el Guille. Cayo como siempre, con su bolsito, con los botines puesto. Pero le
faltaba algo. Su cara estaba como triste. Se tomaba el brazo derecho a la
altura del codo, como si le doliese o hubiese recibido un golpe. Esa sonrisa
con la que nos cobijaba siempre, no estaba. Saludo a todos con un tibio
“buenas”, se cambió en silencio como si fuese un extraño y cuando el Conejo le
dijo que pensábamos que no iba a venir más, respondió con una sonrisa forzada
sin decir nada.
Armamos los equipos, Guille tuvo la mala
suerte de “caer” en el equipo donde no había arquero fijo. A Marcelo lo
habíamos elegido rápidamente nosotros. El Guille al ver que en su equipo había
que rotar de arquero con cada gol recibido, puso una cara de velorio, cosa que
me extrañó porque se daba maña bajo los tres palos. Estuve dos veces a punto de
preguntarle que le pasaba pero era mejor no molestarlo. Empezamos a jugar como
siempre y cuando empezó a rodar la pelota nos dimos cuenta que el Guille no era
el de siempre. Esa voz de mando se calló. No estaba. Físicamente estaba ahí el
Guille, pero su espíritu guerrero estaba ausente. Con decirle que el muerto del
hijo del conejo lo pasaba como un poste. No paraba a nadie y cada dos por tres
se tomaba el brazo. Hasta que paso algo que nos helo la sangre. En menos de
cinco minutos estábamos ganando tres a cero y le tocaba atajar al Guille.
—Te toca Guille —dijo el Conejo mientras se
levantaba las medias.
—No… yo no puedo atajar —dijo en forma
dubitativa como buscando palabras.
—Papito, atajamos todos, te toca —casi ordeno
el Conejo. El tono con el que lo dijo me irrito un poco.
—Te digo que no puedo, en serio, no puedo —
dijo casi al borde de las lágrimas el Guille mientras se tomaba el brazo.
—No te hagas el pelotudo con que te duele, yo
me doble un dedo y ataje lo mismo — salto Carlos. Yo no podía creer la
situación. El Guille siempre fue un león, semanas atrás en una situación así
les hubiese arrancado la cabeza con los dientes a ambos, a lo Ozzy Osbourne.
Pero ahí estaba el Guille, pálido y con lágrimas en los ojos.
—No, no pued… — El guille no pudo completar la
frase, una lagrima le broto y salió corriendo para donde estaban sus cosas,
como si fuese una adolescente que era castigada por los padres y se iba a encerrarse
en su cuarto.
Todos nos miramos y corrimos junto a él que se
había sentado a llorar sin pudor alguno al lado de su bolso.
—No puedo, no puedo. Yo sabía que era una mala
idea. No puedo más — repetía el Guille.
—Pará Boludo ¿Qué te pasa? No te pongas así —
Se arrodillo el conejo poniéndose frente a él, tal vez arrepentido en la forma
que lo había tratado hace minutos.
— ¿Vos no entendes? No puedo, me estoy
muriendo… —Sin decir más, el Guille se aferró al Conejo y lloro
desconsoladamente como si fuese un bebe en el regazo de su madre. Nos quedamos
contemplando esa situación por demás extraña.
Ya algo más relajados, y con el partido
suspendido. Nos sentamos en nuestra mesa a fin de poder contener al Guille. El
constante ruido de patos y vasos chocando, el chistido de la máquina de
café y del bullicio que hacían los
veteranos jugando al póquer, nos parecía lejano. Como de otro mundo. Estábamos
sordos de la realidad. Tal vez, como dijo después Carlos, era porque estábamos refugiados
y con las puertas cerradas en nuestro mundo. Yo particularmente sentina un escozor a la altura
del pecho, como un dolor de perdida, quizás tal vez haciendo una premonición.
—Tengo Esclerosis muchachos, ELA, no sé cuánto
tiempo más tenga —Fue el propio Guillermo el que rompió el silencio y sus
palabras sonaron como un rayo que parte en dos un viejo árbol en medio del
campo. Por minutos nadie dijo nada. Éramos espectros sin saber qué hacer.
Algunos sentados, otros como yo parados al lado del Guille. A pesar de que a
tres o cuatro mesas de distancia se estaban peleando por una partida de truco,
nuestro silencio se clavaba como agujas.
— ¿Disculpa negro, pero que es eso? —dijo por
fin el Conejo, poniéndose al frente de quienes no sabían sobre el tema. Yo algo
había escuchado cuando se murió Fontanarrosa, pero no tenía mucha idea.
—Te vas muriendo de a poco hermano, de a poco
—La voz a Guillermo le temblequeaba— te vas muriendo de a poco —repitió— las
neuronas encargadas del movimiento, empiezan a morirse de a poco… —hizo una
pausa de unos segundos— como consecuencia de eso tenés una parálisis muscular,
o sea se te van paralizando los músculos. Vas perdiendo movimientos, las cosas
se te caen como un pelotudo de la nada —el Guille en su vocación de docente
intento explicarle lo mejor posible al Conejo y a nosotros también un tema
bastante complicado. Y del cual no teníamos ni la más remota idea.
— ¿Pero cómo te lo agarraste? —pregunto Carlos
inocentemente.
—No Charly, no te la agarras ni te la pegas
—dijo Guillermo con una sonrisa— Puede ser hereditaria en algunos casos y
porqué sí, como en mi caso. No hay nada que te haga tener la enfermedad, no hay
causas. Te toco y te toco, chau a otra cosa hermano. Y a mí me toco.
—No hay un tratamiento, algo que se yo —dije,
quizás aferrándome a una esperanza.
—No Tomy, bah hay algunos —dijo el Guille con
toda calma— un par de tratamientos pero no son efectivos, hay algo en Israel
pero no te hace mucho, no sé, qué sé yo…
— ¿Y entonces?— dijo Carlos, tirando una
pregunta que todos nos hacíamos pero no nos animábamos a hacer.
—Y a esperar la muerte lo mejor que uno pueda
—dijo Guillermo, sonriendo como si se sacara un peso de encima. Nos miramos y
no sabíamos que hacer. La voz de mando era la de él. En la cancha hacíamos lo
que él nos ordenaba. Por más que fuera un partido entre amigos, él tenía la voz
mandante.
Después de esa charla nos quedamos toda la
noche hablando de anécdotas pasadas. Como aquella vez que jugamos un campeonato
en “serio” y del cual nos fuimos todos porque al Guille lo habían expulsado erróneamente
en un partido, perdimos como tres lucas de inscripción y solo habíamos jugado
15 minutos. O de cómo una vez le puenteo
el interruptor de las luces a don Jaime, el club estuvo como dos días con las
luces prendidas y al viejo lo recontra cagaron a pedos. Miles de anécdotas
fluyeron en la charla. Hasta él se había olvidado de su enfermedad y también nosotros.
Íbamos del llanto a las risotadas por todas las aventuras vividas.
No voy a contar como fue el doloroso desenlace
del Guille, pero empeoro rápidamente. Al cabo de un tiempo ya estaba en una
silla de ruedas. Pero la Carlos lo traía rigurosamente todos los miércoles a
vernos jugar y se quedaba después de hora charlando con nosotros. En las tres o
cuatro horas que duraba todo, el Guille no estaba enfermo, por más que estaba
en una silla, nosotros veíamos como se animaba. Era uno más. Ya casi había perdido el habla pero igual
estaba allí, mirándonos con una mirada cómplice.
Un día se nos ocurrió hacerle el partido de
despedida, como tienen los grandes jugadores. Él era un grande, así que le
metimos para adelante. Me acuerdo perfecto que fue una tardecita de primavera.
Carlos había llegado con el Guille y su silla, ya no podía hablar. Pero
nosotros le teníamos un último regalo al enorme y querido Guille, una caricia
que ni siquiera la muerte lo iba poder hacer olvidar. Ese día estábamos
todos. Guillermo nos miraba con sus
ojitos llenos de viveza y curiosidad, fue Carlos el que tomo la palabra.
—Guille, queríamos hacerte un pequeño regalo,
un partido despedida —dijo Carlos acercándose a él— vos siempre un soberano
rompepelotas a la hora de jugar. Mandabas más que mi vieja. Desde que te agarro
esto que estos muertos se comen goles boludos y no marcan a nadie, pero lo
bueno es que desde que estas afuera ya casi nadie sufrió esas patadas de burro
que dabas, así que ahora vas a entrar a jugar un rato para ordenar esta defensa
de paquetes. No sé si es un partido de despedida en si o un partido de “hasta
luego”, anda saber si no volvés a jugar.
Guillermo miraba con ojos descreídos. Fue entonces
que el Conejo agarro la silla de ruedas y la llevo hasta dejarla frente al
área, en clara posición de defensor. La sonrisa que se mandó el Guille era más
ancha que la medialuna del área grande. Comenzamos a jugar como en los mejores
días. Tuve la suerte de integrar el mismo equipo que Guillermo y sentí como él
disfrutaba, volvía a ser uno más, pero esta vez dentro de la cancha. Jugamos
como hasta la dos de la mañana —Carlos había sobornado a don Jaime con 200
pesos para que nos deje jugar hasta que cierre el club—, tuve la sensación de
que el Guille se levantaba de la silla, se elevaba por sobre el Conejo y se la
ponía en el ángulo a Tito. Que se tiraba a barrer, que señalaba con el brazo a
donde debíamos acomodarnos, que nos puteaba y que iba a trabar con todo. No sé cuánto
salimos, pero era obvio que el equipo comandado por Guillermo había ganado por
goleada.
El martes de la otra semana nos enteramos que
a Guillermo lo había internado de urgencia y que había dejado este mundo
producto de un paro cardiorrespiratorio. Una de sus últimas voluntades había
sido que el cortejo fúnebre se detuviera
unos minutos en frente del club. Cuando vimos asomar la trompa del auto negro
por la esquina, nos pusimos uno al lado del otro en la puerta del club. El auto
se detuvo y estuvimos así, abrazados por sobre los hombros todos juntos, como
si fuese una tanda de penales. Hasta que escuchamos un grito fuerte como dando
una orden, sin duda alguna era la voz del Guille que nos gritaba: “No se queden
quietos pelotudos, muévanse”
Por Toni
Obra Publicada, expediente Nº 510614. Dirección Nacional del Derecho de Autor
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Ya sabes cómo es esto
¿Penal? ¿Cobró
penal? Que boludo eh, si me tiré.
Los árbitros cada día peor. No sé
si lo hacen por facilistas o porque de verdad no ven un carajo. Ni me tocó el dos. La pierna paso como a dos
metros. Yo me tiré a la pileta, simulé ¡Cómo no los van a putear a los árbitros
si son un desastre! Ahí viene Espinosa ¿Qué mierda quiere? Seguro que quiere que lo patee yo. Nadie se
quiere hacer cargo. Son todos cagones, total que lo puteen a uno si se lo erra.
Patealo vos, Espinosita, sos el capitán, hermano. Si es para pelear premios o
quedarte con el porcentaje del viático de algún pibe de inferiores estas
primero en la fila. Caraduras.
“Lo pateo yo, dale”,
manga de cagones, ya por poner la caripela me putearon la última vez. Nadie se
animaba a patearlo. Es que si yo no pateo, nadie se anima. Álvarez mucho que se
hace el poronga pegándole fuerte en los entrenamientos a los pibes y acá cuando
las papas queman mira para otro lado, el muy puto. Allá ésta el flaco Pérez, me aplaude y me felicita. Me hace fiestitas como un perro el pelotudo,
le falta mover la cola al infeliz. Como no me va festejar si no fuese por mí,
no cobran el premio estos boludos.
Uf, ahí viene el Mono a
decirme algo ¡JA! Como si me importase.
“Bien nene, bien" Si bien, bien las
pelotas. Bien que me cagaste a puteadas
cuando me erré el penal contra Almirante.
Delante de todos me puteaste.
Después la arreglaste con que fue una calentura del momento y del
partido. Hipócrita.
Los del otro equipo me
tendrían que estar puteando. Insultando de arriba abajo por simular semejante
penal, por cagarlos de semejante forma. Pero no, allá están rodeando al
árbitro. Esta vez zafé, prefirieron
agarrárselas con el referí. Mejor, unos
minutos para poner la mente en blanco. Los que si me están insultando de verdad
son los hinchas del otro lado. Como si yo tuviese la culpa de su campaña
horrible. A mí me pagan por estar en este equipo. Por simular penales para este
equipo. Por simular un amor a la camiseta que nunca tendré. Por simular que
está todo bien entre compañeros. Por simular ante las cámaras una sonrisa y una
frase de casete para la gilada. Para eso me garpan, si el otro equipo hubiese
puesto la misma plata, tal vez estaría jugando y simulando para ellos. Y ahí me
putearían pero por la campaña de mierda que están haciendo. Pero no, hoy estoy
acá y me putean por eso por cagarles un penal. Como si le tocase el culo a la
mujer o les sacara el pan de la boca a sus hijos. Gente enferma que vienen a
putear y a descargar su ira acá a la cancha.
Estos boludos siguen
discutiendo con el árbitro ¿No se dan cuenta que es al pedo? Déjame de hinchar
las pelotas. Ya sabes cómo es esto, por más que el cuatro o el seis vengan y le
apunten con una escopeta o una ametralladora en la sien, el tipo no va a
cambiar su fallo. El árbitro sabe que es un pelotudo pero no va a cambiar su
decisión y quedar más pelotudo aun. La cagada ya se la mando. Jodánse. Ahí le
saco una amarilla al cinco ¿Podrán ser tan pelotudos? Sabes que el árbitro
cobró algo y chau, a otra cosa, a cantarle a Gardel…
“Roberto, te llama
Ramírez”. Como para no escucharlo si está a los gritos ¿Pero qué mierda querrá
este viejo choto? "Roberto péguele contra el palo derecho, este arquero
siempre se tira a la izquierda o se queda parado", Claro, claro ¿Y si
ahora da la puta casualidad que se tira a la derecha porque se avivó que el
viejo boludo que tenemos de entrenador le saco la ficha? Si lo erró al que lo
van a partir a puteadas es a mí, si
total el DT no patea y el único boludo que escucho su consejo fui yo. Este tipo no acierta ni los cambios va a
acertar lo que piense un arquero y para colmo rival. Pero tómatelas mira si te
voy a hacer caso.
Ya viene el árbitro con
la pelota ¡Uy! cada vez me putean más desde la hinchada rival. Yo estoy
haciendo mi trabajo, hermano. Sí, esto es un trabajo. Me pagarán cifras extraordinarias pero es un
laburo. Claro si lo comparas con un trabajo como el que tuvo mi viejo en la
fábrica durante 25 años esto es el paraíso. Levantarse a las cuatro de la
mañana para tomarse un colectivo, después el tren y otro colectivo, solo le
faltaba tomarse una carreta al viejo para llegar a la fábrica de
zapatillas. Estar doce horas metido ahí
adentro con las maquinas, el olor a pegamento, las ratas. Bueno, al menos no lo puteaban a mi viejo en
su trabajo. A lo sumo el supervisor le pegaba un tirón de bolas cuando se
equivocaba y a otra cosa. A mí me llueven puteadas. Que el técnico, que los
compañeros, que los hinchas, que los rivales, que la hinchada rival, que mi
mujer porque nunca estoy en casa. Ni hablar del compañerismo, los operarios de
la fábrica eran como una familia.
Tocaban a uno y paraban todo y todos.
Yo estoy rodeado de hipócritas de
mercenarios, se matan por un mango, se sacan los ojos. Claro que esto es el paraíso si te pones a
contar la guita a fin de mes. Al viejo no le alcanzaba ni para los puchos.
Ganas más que un tipo estudioso, uno con título. Pero también tenes que hacer
un sacrificio enorme. No es que debute y
ya me cayeron los miles de pesos. No señor,
yo también hice un esfuerzo. Si un contador o un arquitecto luchan seis
u ocho años para poder lograr el título, yo también me he esforzado lo mismo.
No me pelé las pestañas leyendo pero me descascare el ojete. Desde los 13 años
tomándome dos bondis para llegar al entrenamiento. Que me caguen afanando en la
parada. A los jugadores más grandes cagándome bien a patadas. Soportando el
frío, el calor. Los entrenamientos bajo
la lluvia. Las lágrimas de mi vieja que
quería que estudiara algo útil. Un primer contrato que fue una mierda. Todo eso
y más. Pero claro a uno lo putean por cualquier cosa ¿Y que saben lo que a uno
le pasa? Por ejemplo a Danielito casi no
lo estoy viendo crecer. Que las concentraciones, que los viajes, los entrenamientos.
Cuando me quiera acordar, Daniel va a tener 20 años y yo acá recibiendo
puteadas. Qué sabrá de eso el viejo pelado que está pegado al alambrado y que
me putea desde que empezó el partido. Pero claro, la vida de un futbolista es
fácil. Trolas, fama, riqueza. Todo eso si sos una estrellita de un equipo
grande. Nosotros somos del pelotón del medio, acá hay que laburar hermano. Por
cuatro o cinco boludos que se la dan de estrellas de rock porque juegan en
Europa se piensan que todos los futbolistas cagamos diamantes y estamos de joda
todo el día en un yate con prostitutas…
¿Qué me apure? Si,
si, ya pateó. Ahora le entró el apuro al
bombero este. Estuvo como cinco minutos discutiendo al pedo con los otros
jugadores y ahora el que tiene que apresurarse soy yo. Siempre lo mismo. No sé
para qué quiere que me apure este referí culorroto. El partido está cocinado. Los otros no pueden
remontar ni un barrilete, son horribles. Además es un partido de mierda de
mitad de campeonato, faltan como diez fechas para que termine. ¿Por qué esta
apurado? Seguro que la patrona lo está
esperando con los fideos recalentados. O
por ahí está apurado para ir a cobrar la guita que le pusieron nuestros
dirigentes como pasó en el último clásico, si a este penal no lo cobraba ni mi
vieja. O por ahí se tiene que ir de
putas y le cierra el cabarulo…
Ya lo pateo, ya voy. El arquero me está anunciando que se va a
tirar a la derecha. Esa leve inclinación del hombro lo dice todo. Si me pusiera
un pasacalle diciendo que se va a tirar a la izquierda no me la haría tan
fácil. Yo le doy a la izquierda y arriba.
Que el viejo y sus videos se vayan a la concha de su hermana. Ahí voy...
GOOOOOOOOOL, la reputa
que lo pario. ¡Para vos réferi putañero, anda a contar la guita que te dieron los
dirigentes, mientras te comes los fideos recalentados que te hizo tu jermu!
¡Vení a apurarme ahora! Ahí vienen todos a abrazarme, por lo menos esta me la
agradecen. No como aquella vez contra Almirante que González me miraba, se
tocaba los huevos y me puteaba hasta en chino. Hasta el conchudo del Mono me
abraza. Claro ahora me quieren todos. Por lo menos hasta el próximo partido voy
a ser un tipo querido, el periodismo vendrá me pondrá en letras negritas como
la figura de la cancha para matarme y destrozarme al otro partido si no juego
decentemente o si mi representante no les pasa la mensualidad. Pero bueno, nos vamos rápido para el medio
que estos muertos ya van a sacar y todo esto comienza de nuevo.
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