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Las mejores frases futboleras de mayo. Sexta parte

"Me gusta Sampaoli"
Manuel Lanzini, chupamedias.

"Entre fantasmas nos pisamos las sábanas"
Cristian Diaz, fantasma.

"Hay que ser fuerte de la cabeza"
Guillermo Barros Schelotto, cabezadura.

"Argentina es un equipo ordenado y que deja todo en la cancha"
Claudio Ubeda, por ahora lo único que están dejando es sin laburo a él.

“Si ganamos lo que queda, somos campeones”
Leonardo Jara, matemático.

"No me voy como un mercenario"
Jorge Sampaoli, lobbysta.

"Este equipo está mal de la cabeza"
Sergio Rondina, psicólogo.

“La dirigencia no existe, estamos completamente solos”
Lucio Compagnucci, anarquista.

"La gente habla de mí y no sabe un carajo, no veo televisión porque si no, no tendría vida, tanto que hablan de mí de mala hostia, de fútbol y fuera del fútbol, hablan de mí como si fuera un delincuenteCuando la gente habla de Cristiano se equivoca, dentro y fuera del fútbol. No soy un santo pero tampoco el diablo que mucha gente dice que yo soy”
Cristiano Ronaldo, diabólico.


"Pensamos que íbamos a ganar fácil y nos costó caro. Estoy caliente. Fue una derrota dura"
Diego Aguirre, fácil.

Frases tomadas desde el 15 al 25/05/2017

Sábados de Fontanarrosa. Hoy: "El gran hermano oso"

Pero esa noche, al advertir que la vieja Mok ponía sobre el fuego uno de sus mejores guantes de pesca en lugar del muslo de caribú, Cheena pensó que ya había llegado el momento de llevar a la anciana al Gran Hermano Oso. 

Mok ya estaba muy crecida. Cheena no podía calcular cuánto tiempo llevaba de vida, pero bien podía ser anterior a la invención del trineo, incluso previa al descubrimiento del perro. 
A la mañana siguiente, Cheena, el pescador, se lo dijo a Kidok, su mujer, hija de Mok. Kidok no dijo nada. Se limitó a menear lentamente la cabeza hacia ambos lados, en ese habitual movimiento suyo que tanto le recordaba a Cheena a las focas. Luego, la mujer se acercó al iglú y estrelló contra él varias veces su frente. Fue la única manifestación de contrariedad que realizó Kidok, pero apenó a Cheena. Después de todo, él había puesto su mayor empeño en construir ese iglú. 
A lo largo de ese día, Cheena no pudo dejar de pensar en el asunto. La vieja Mok ya casi había perdido la vista y eran muchas las ocasiones en que insistía en encasquetarse una bota en la cabeza porfiando que se trataba de un gorro. Había perdido todos los dientes y Kidok debía masticar largamente cada bocado antes de pasarlo a la boca de su madre para que ésta pudiera deglutirlo. Incluso Kidok repetía este procedimiento con los líquidos, lo que a Cheena le parecía una exageración. Tres noches atrás, Cheena, Kidok y los 16 perros, habían estado masticando como rumiantes un duro trozo de garrón de foca antes de cedérselo a la vieja. Había sido duro hacer entender a cada uno de los cánidos que debían luego devolver el bocado. Las manos de Cheena quedaron casi despedazadas por los mordiscos, pero Kidok insistía en que era la única forma en que Mok pudiese comer algo sólido. Todo eso para que, finalmente, Mok rechazase el bocado aduciendo que prefería la parte de la pechuga. 
Tiempo atrás, las manos de Mok habían sido diestras para trabajar sabiamente los huesos de morsa. Con ellos hacía pequeñas tallas que luego Cheena cambiaba en el almacén del viejo Ruesch por tabaco, golosinas, escalpelos de sílice, peines de nácar y aceite de hígado de bacalao que el pescador bebía con delectación. Pero, últimamente, las figuras escapadas de la imaginación de la anciana ya no eran aquellos estilizados bípedos, palmípedos y paralelípedos conocidos. 

—¡Cómo está cambiando la fauna de la zona! —había dicho el viejo Ruesch contemplando una de las desafortunadas tallas, la última vez que Cheena fuera hasta el poblado. Aun así, las estatuillas nunca generaban indiferencia. Ese mismo día, Yolan, el trampero, tomó una de ellas y la pulverizó contra el suelo. Luego saltó repetidas veces sobre los pedazos hasta que, entre cuatro fornidos mineros, lograron inmovilizarlo cuando procuraba pegar fuego al almacén. 
Mok alegaba que se había alejado del realismo, o bien que sus figuras reproducían perfiles de unos extraños animales que ella viera, muchísimo tiempo atrás, en las láminas de un libro que les dejara un explorador blanco. El libro era un grueso catálogo de máquinas de coser Singer. El explorador había pasado por el lugar preguntando por un lejano continente arenoso. Hablaba de otra fauna y de otra vegetación. Aquel libro fue muy importante en la vida de la familia Cheena, ya que lo fueron comiendo página a página y sus tapas de cuerina habían deleitado a Kidok. 
La noche anterior al comienzo de la época de caza de la larva de mosca de caribú, Cheena se lo dijo a Mok. O bien, no se lo dijo con todas las palabras, pero la vieja, pese a sus años, entendió. 

—Mok —había dicho Cheena—. Vamos a emprender un largo viaje. Y Mok comenzó a cubrirse con su tapado. 
—No guardes pescado para ella —dijo luego Cheena a Kidok, y pudo advertir en los ojos opacos de la vieja un destello de comprensión. Después de todo, era la ley del Ártico y nadie podría escapar al llamado del Espíritu de la Ausencia Justificada. La pobre Mok ya no producía nada útil, y lejos estaban los días en que obtenía aceite de ballena con el solo recurso de exprimirlas. Ahora sus brazos eran débiles y flaccidos mientras procuraba calzarse el sacón que llevaría ante el Gran Hermano Oso.

Cheena, al verla resignada, sintió el ramalazo de la pena. Recordaba aquella vez en que había estado enfermo y Mok fue la más consecuente y cariñosa en su cuidado. Cheena nunca pudo explicarse cómo aquello pudo pasarle a él, un esquimal, pero lo cierto fue que, en esa oportunidad, había sufrido un enfriamiento por salir desabrigado. Lo sorprendió la oscuridad lejos del iglú, ensimismado en el seguimieno de los rastros de un glotón rojo, también llamado "piojo de las isobaras". Cuando cayó en la cuenta de su distracción, casi era noche cerrada. Buscó el rumbo de retorno confiando en el instinto de sus perros, pero dos horas después comprendió que habían estado girando en círculos, concéntricos y cada vez más pequeños. Entendió entonces que, dado que era la hora de dormir, sus perros habían comenzado a dar vueltas y más vueltas en el mismo sitio. Casi no tuvo tiempo de reprocharles. El Espíritu del Frío le hizo perder el conocimiento. Fue su hijo Pipaliluk quien lo rescató y Mok quien le prodigó los mejores cuidados. Le pegaba brutales golpes en la espalda con un besugo para espantar la fiebre y luego le orinaba en la nuca para refrescarlo. También le había punzado la vejiga con una espina de salmón para permitir que escaparan los dioses del Mal y lo había alimentado con vísceras crudas de zorro y bosta de ciervo durante noches enteras. 
Cheena sabía que debía su vida a la vieja Mok, por lo que había hecho ella en aquella oportunidad. No había un médico en continentes a la redonda y los hombres de piel clara preferían no acercarse al iglú de Cheena dada la costumbre de éste de ofrecer su mujer a los visitantes. Cheena no lograba explicarse cómo los blancos desechaban su gentileza, privándose de los encantos de Kidok, quien llegaba a untarse el cuerpo con grasa de oso para satisfacerlos. Incluso hubo uno, tiempo atrás, que no aceptó a Kidok, pero, para no ofender a Cheena, accedió a pasar la noche con uno de los perros. 

—La vieja Mok ya no es una ayuda —pensaba Cheena caminando junto a la anciana por la inmensidad helada, rumbo al Océano Glacial. —No puede trabajar, sus ojos no diferencian al oso de la corneja y debemos perder tiempo en hacer ropas para ella. ¡Y esa manía suya por las faldas largas! Además, por menos que coma la pobre vieja, la comida no sobra. 

Nunca había sobrado la comida en el iglú de Cheena. El pescador, incluso, había llegado a intentar una nueva forma de nutrición. Quiso, tiempo atrás, comer hielo. Había discutido con Kidok esa posibilidad. Sostuvo que, de lograr alimentos con el hielo, aun fríos, la sustentación de los pueblos esquimales estaba asegurada. Pero cuando ponía los gruesos trozos de hielo sobre el fuego, para cocinarlos, éstos se tornaban en agua. Mucho tiempo estuvo Cheena herido por aquel fracaso. 

—Mok necesitaba mucho calor para calentar su cuerpo ya sin grasa —seguía meditando Cheena, en tanto caminaba con la vieja, —y no hay sebo para tanto fuego. 
Para Cheena y los más jóvenes el problema del frío, dentro del iglú, no era grave. Los 16 perros dormían adentro y, a veces, aquello se caldeaba a límites intolerables. Era fastidioso cuando los perros, nostálgicos de sus ancestros, rompían a aullar a coro en medio de la noche, pero el desvelo era preferible al congelamiento de los miembros, propios o de la familia. Cuando llegaron a un pequeño promontorio rocoso, Mok, sin decir una sola palabra, se sentó sobre él y se arrebujó en sus ropas. Cheena le ayudó a acomodarse el cuello levantado y luego, sin decir nada, dejó a la vieja esperando la llegada del Gran Hermano Oso. 

Esa noche comieron en silencio. Sin que nadie lo mencionase, era notorio que todos estaban pensando en la vieja Mok, esperando al Gran Hermano Oso en la inmensidad oscura y gélida. Tal vez, por aquellos momentos, la anciana ya no estuviese viva. Incluso extrañaban los relatos que Mok solía urdir en las noches, tras la comida, antes de que conciliasen el sueño. Aunque, en los últimos tiempos, la memoria de la anciana no era de las mejores y sus cuentos solían ser confusos y enrevesados. Una de las últimas noches, Mok había hablado sobre un lejano rey de una comarca cálida, que desposaba a una joven morsa blanca y luego ambos se marchaban a vivir a Paraguay. Ahí la pareja visitaba unas inmensas pirámides donde vivían tres pequeños cerdos, dos de ellos príncipes imperiales y el tercero, procurador público. En ese punto, la pobre Mok se había confundido afirmando que el rey era un lapón perverso que anhelaba conquistar el corazón de uno de los puercos y que la morsa blanca no era otra que su propio abuelo Siorakidsok, un esquimal que Cheena alcanzara a conocer pues todos los años llegaba a la región encofrado en los eternos cristales de un iceberg, para la época del deshielo. 

Cuando la vieja Mok arremetía con esos relatos, se iban a dormir con las mentes atormentadas y había perros que llegaban a salir del iglú, buscando refrescar sus primarios cerebros en el frío de afuera. 
Pasaron dos días y nadie habló más del asunto. Pero al tercer día, Cheena volvió de la pesca y halló a Mok dentro del iglú, sentada sobre un petrel, con expresión culposa. 

—No vino el oso —dijo la vieja. 

—¿Cómo no vino? —se asombró Cheena, con un atisbo de enojo en su voz. 

—No. Lo estuve esperando pero el Gran Hermano Oso no vino. 

—¿Se quedó usted sentada en donde yo la dejé? 

—Allí me quedé dos días con sus lunas. Sin moverme. Sólo se acercó un crustáceo que me comió parte de una bota pero luego se marchó. 

—¡Debió usted quedarse a esperar al Gran Hermano Oso! —se ofuscó Cheena—. ¡El Gran Hermano Oso no tiene por qué acudir de inmediato! ¡Él está ocupado en sus cosas, pescando, cazando, comiendo por la estepa, haciendo sus necesidades, cuidando sus oseznos! ¡No se puede pretender que acuda tan rápido como uno lo desea! 

—No vino —se encogió de hombros la anciana. 

—Estará en la época de apareamiento —farfulló Cheena. —Que no pretenda nada conmigo porque...

 —¡Debe usted volver allí de inmediato! —indicó el pescador. 

—¡No quiero pasar otra noche allí! 

Cheena sintió que perdía la paciencia. Tomó a la vieja de un brazo y la condujo fuera del iglú. 

—Debe tener un poco de paciencia —suavizó el tono de su voz, Cheena. Le daba pena advertir la débil resistencia que oponía la anciana a su empuje. —Es una lástima que no tengamos ahora el libro del explorador blanco, aquel que fuimos comiendo hoja a hoja. Mok hubiese podido observarlo hasta que el Gran Hermano Oso llegara. 

—Cheena no debe afligirse —dijo la vieja —Mok cuenta sus dedos y así pasa el tiempo. 

Llegaron a la roca. Mok se sentó en ella con cierta resignación y Cheena volvió al iglú. 

Tres días después, poco antes del comienzo de la pesca de la vaca marina, Cheena entró en su iglú buscando un banco de madera, un pedernal, un arpón, algo con qué pegarle a los perros y encontró a Mok, sentada frente al fuego. Mok dijo que el Gran Hermano Oso no había ni siquiera aparecido. Que ni siquiera se había dignado hacerle oír su bronco bramido. Que ella no estaba dispuesta a seguir alimentándose con líquenes, bayas y musgo, sentada como una imbécil sobre una piedra en medio de la soledad ártica esperando a esa bestia y que estaba cansada. 

Cheena la reprochó duramente. Le recordó la ley esquimal, su falta de colaboración y su inutilidad como ser humano. Y sin brindarle más argumentos la despachó de nuevo hacia su puesto de espera solitaria, ahora sin acompañarla. 

Esta vez la anciana no volvió. 

Pasado cierto tiempo, Cheena dirigió sus pasos hacia la región donde había dejado a Mok. No había querido volver, antes, sobre esa zona, pero, en definitiva, la curiosidad propia del lapón lo llevó hasta allí. Encontró la roca, pero no a Mok, ni restos de ella. Había abundantes huellas de oso en torno al promontorio, pero él apenas si pudo hallar, tras largo tiempo escarbando con un anzuelo, una tira de cuero reseco que Mok solía lucir ciñéndole una rodilla. Luego encontró las huellas propias de un cuerpo que ha sido arrastrado sobre la nieve. Sin duda el Gran Hermano Oso, tras el zarpazo mortal, se había llevado a Mok hacia su osera, para compartir el alimento, rodeado del cariño de los suyos.

Cheena siguió el rastro un poco más, como para estar seguro del final de la historia, pero no tanto como para arriesgarse a un desagradable encuentro con el enorme oso plantígrado. Fue allí que vio el bulto sobre la nieve, casi cien varas más allá. Al principio pensó que se trataba de un solo cuerpo pero, al acercarse, comprendió que eran dos. Corrió presuroso y pudo ver a la vieja Mok, con un afilado hueso de narval en la mano, desollando prolijamente los restos de un oso polar. 

—Toma, Cheena —dijo Mok, casi sin mirarlo. Y le arrojó un pesado muslo del animal —no es la mejor carne que he comido. Pero es carne. —Cheena la miró en silencio. —En estos días me alimenté con las entrañas —continuó la anciana, cortando con mano diestra la grasa que recubría las paredes del estómago del oso. —Pero aún queda mucho. Tenía hambre. La espera da hambre. 

—¿Cómo hizo Mok para dar muerte al Gran Hermano Oso? —preguntó Cheena. 

—Era un oso muy viejo. Apareció cerca de mí escoltado por otros dos osos jóvenes. Casi lo empujaban. Lo dejaron solo y cuando comenzó a caminar hacia mí, cayó muerto. Creo que su corazón no resistió. 

Cheena aprobó con la cabeza. Luego ayudó a la vieja Mok a poner los trozos del oso en un morral y finalmente, ambos, volvieron lentamente hacia el iglú.

Roberto Fontanarrosa.

Extraído del libro "Nada del otro mundo". Ed. de La Flor 1987. Ed. Planeta 2012

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Por Toni.

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Solo quería entrar

Yo solo quería entrar, loco, yo que fui a todas las canchas. Yo solo no, los pibes también. Siempre pusimos la jeta por el club, por todos esos giles que se quedan pachos en su casa. Esos loros que se llaman hinchas y se quedan mirando el partido pro la tele, manga de gatos. Nosotros nos hemos peliado en todas las cancha, en todas, pusimos el lomo por el equipo. En el acenso, en las canchas del interior, la policía nos apaleaba. Pero íbamos. Mira si estos ratis nos van a decir que no podemos entrar. Justo a nosotros que nos batimos a tiros con los gatos de la otra banda. Que le pusimos los puntos. Claro los gatos cómodos nos insultan, nos dicen barras, nos dicen que arruinamos el fulbo. Ustedes los están arruinando, ustedes que no mueven el ojete del sillón ni de visitante y a veces de local, ustedes no son ni hinchas, son re caretas loco.

Con eso de que los visitantes no pueden ir, nos la ingeniamos re piola para poder ir igual ¿Ven giles? Nosotros sí somos hinchas. Nosotros somos lo que cantamos todo, lo que metemos fiesta color, hasta los partidos nos perdemos por alentar colgado de los tirantes. Hacemos la bandera, compramos las bombas, las pastis para los pibes, los fierros para defender todo. Nadie nos regala nada eh, nadie pero nadie, los dirigentes se hacen todos los boludos, los sotas. A veces algún que otro jugador pone algún mango, pero hay que apretarlos un poco a esos chicos ricos ¿viste? Pero no renegamos, viejo, de eso, nos ganamos el mango con los carritos de patys, de chori, los trapos. Es laburo, no como ustedes que trabajan en la oficina. Nosotros somos todo, si el equipo no anda ahí ponemos la carita y le pedimos huevos a los jugadores, como para que recuerden que estos colores hay que transpirarlos.

Por todo eso ¿Cómo no me van a dejar entrar? ¿Cómo no me van a dejar entrar? Si somos el club nosotros. ¿Derecho de admisión? Pónganselo a los hijos de puta que no vienen a cantar, que vienen a putear a los jugadores. Acá se viene a alentar. Yo quiero entrar. Queremos entrar. Violentos las pelotas, hermano. Si acá los viejos logis de la platea putean y nadie los acusan de violentos. Está bien, a veces se nos va la mano, pero algún corchazo o fierrazo a tiempo es un buen correctivo para los giles que no quieren entrar en razón. Sí, hay muertos a veces, pero como todos lados, loco. Mira si nos van a tildar de violentos por defender lo nuestro, entonces todos son violentos.

Me puse de todos los colores, casi me le voy al humo al cobani puto ese cuando me agarro el documento y me dijo que no podía entrar. Que tenía antecedentes. ¿Quién no tiene antecedentes hoy en día? Hasta el mismo rati se le habrá ido la mano golpeando giles… vamos, no seamos careta, loco. Me quería morir, te juro. Hasta al gordo no lo dejaron entrar. Nos mandaron en una batidora a la comisaria. Todo al revés, todo mal. Mira que dejarnos afuera a nosotros que hasta somos más importantes que los mercenarios esos que se ponen nuestra pilcha en la cancha y a veces ni se bañan porque ni transpiran. Es injusto hermano.


Por eso transamos loco, por eso le pedimos al “Batuta” que haga algo, que por algo es el líder, que no sea ortiva, si él entró. Además él tiene más antecedentes que el Gordo Valor. Nos apioló, nos dijo que entró con un DNI falso, y así nos fuimos a ver a un rati, pero esos ratis corruptos. Que no son corruptos, que no son ortivas, porque te ayudan a luchar contra el sistema. Lo fuimos a ver con un par de pibes. Tres lucas por cabeza por un DNI trucho, decí que teníamos la guita, hermano. Pero DNI nuevo y pasás a la cancha a aguantar los trapos. Es una inversión, está bien, el sistema es así. Qué le vamos a hacer. Pero nunca sabíamos lo que escondía atrás todo esto. Nos re cagaron loco, nos cagaron desde arriba de un puente. Se abusaron de nuestro amor al club. Pero te digo que nosotros lo hicimos de boludos, lo hicimos porque queremos al club. Queríamos seguir siendo la fiesta. Por eso nos mandamos como perejiles. Lo encaro al cabeza de tortuga con mi documento nuevo, le sonreí para sobrarlo al gil ese, pero el yuta me miró, miró el DNI y llamo a tres cobanis más. ¿Cómo iba yo a saber que me dio el DNI de un narco? ¿Cómo iba a saber que un yuta corrupto me iba a cagar? Ya no se puede confiar en nadie. Me mandaron derecho a la fiscalía, de nada les sirvió que les explique que yo había comprado el documento, que yo en realidad era otro, me trataron re mal, se pusieron re picante y yo no hice nada, yo solo quería entrar…

Toni Schweinheim 

Obra Publicada, expediente Nº 510614. Dirección Nacional del Derecho de Autor



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El antiequipo de la semana.


Arriba: Chapecoense (Club brasilero de fútbol, olvidadizo); AFA (Coso lleno de inoperantes sin un plan a largo plazo); Diego Cocca (Entrenador de Racing, Bragarniklieber, indefenso).

Abajo: Claudio Ubeda (Chocador de fititos, DT paracaidista); Ricardo Centurión (Pedazo de termo dentro y fuera de la cancha); Lionel Messi (Evasor)

Selección
Uno entiende que el Chapecoense pasó por todo, que viene de una desgracia incomparable al perder todo. Pero poner un jugador suspendido sin que el DT o los dirigentes lo advirtiera… ay. En realidad si sabían, pero no cuantas fechas le habían dado a Luiz Otavio, justito hizo el gol de la victoria. Todo muy raro, porque según trascendió, los dirigentes de Lanús le habían avisado a los dirigentes y cuerpo técnico del equipo brasilero antes del partido, pero igual lo mandaron a la cancha. Encima Otavio hizo el gol. Los dirigentes de Chapecoense sostienen que la CONMEBOL no les había avisado en tiempo y forma. El defensor había cumplido una fecha en la final de la Recopa ante Atlético Nacional, y por ello los dirigentes pensaron que ya estaba tudo bom, tudo legal. El martes le dieron el partido ganado a Lanús. A pesar de haberle ganado al Zulia se quedó afuera… Pero al menos entro heroicamente a la Sudamericana. Si hubiese tenido esos tres puntos, hoy seguiría en la Libertadores.

El seleccionado Sub-20 da pena. Clasifico milagrosamente al Mundial, y en él, fue una lágrima. Claudio Ubeda llegó en un paracaídas, no estaba en ninguna de la lista del casting a lo gran hermano que había hecho Armando Pérez pero así y todo lo designaron DT. ¿La culpa es total de Ubeda? La de este torneo por lo menos si en un 95%. Por más que Barcos hubiese jugado, Ubeda choco el fitito de la Sub-20 contra una pared. Futbolisticamente al equipo argentino se le caen menos ideas que a Nik, el Nokia 1100 tiene más juego y ni hablar de la poca reacción. Pero el Sifón no tiene la culpa de que a las juveniles las dejaron más pelada que a la capocha de Bastia. Eso es pura y exclusiva responsabilidad de la AFA. Desde la ida de Pekerman primero y luego de Tocalli, nadie más le dio pelota los pibes, tanto fue así que daba lo mismo clasificar, no clasificar. Saliamos campeones porque siempre nos brotaban jugadores de todos lados. Pero ningún proyecto. Y eso también arrastró al hincha, al que hoy por hoy le chupa bien un huevo las juveniles. ¿Se acuerdan cuando en el 97 nos levantábamos temprano para seguir al equipo de Pekerman? Sí, estamos viejos.  Lo último que ganó la selección juvenil, fue con Humbertito como DT.  Ya fue todo.

Irreconocible el Racing de Diego Cocca. Más inseguro que el conurbano de madrugada… todo el día bah. Lo de la defensa no es nuevo, pero antes se “maquillaba” con el poderío ofensivo que tenía la Academia. Ahora nada. No se le cae una idea, los jugadores responden menos que Bernardo, el ayudante del zorro en pasapalabra y Cocca se está por cortar las bolas en juliana.  Hoy la Libertadores está a tres puntos, no está tan lejos, pero si sigue jugando así…


Otra vez Ricardo Centurión está en el ojo de la tormenta. No por el balde que porta en la cabeza o por algo relacionado al futbol. Esta vez el ex jugador de Racing fue acusado por su ex novia de violencia de género. Un terreno bastante delicado con todo lo que está pasando en el país. Los distintos medios nos bombardearon durante casi todo el día, todos los días con este tema.  El resultado en la justicia fue una perimetral a él y a su madre. Antes de realizar cualquier tipo de opinión, decidimos esperar   a que Centurión salga a hacer el descargo, no salió pero su abogado sí, y dijo que no hubo ni golpes ni agresiones, que fueron solamente lesiones leves… LESIONES LEVES. ¿Cómo es que no hubo ni agresiones ni golpes pero hay lesiones leves? Si, cerrá todo negro, vendemos todo y nos vamos a la mierda.

Se terminó la Liga española, el Real Madrid se llevó el campeonato y Lionel Messi el cetro de goleador, no solo de España, sino que también de Europa. Pero no todas son buenas para el astro porque lo condenaron a 21 meses de prisión por la evasión fiscal por la que se le acusó, a su adre también lo condenaron a la misma pena. Messi no solo eludió rivales al parecer, sino al fisco español, fisco que si te agarra te estropea como patada de Pepe. Que vaya preso es prácticamente imposible, hay más chances que Di María llegue sano a una final con la selección a que eso pase, simple: la justicia española en condenas menores a 24 meses se suspende la sentencia, a menos claro que Messi incurra en otro delito. 

¿De qué te ponés contento?

 Yo la verdad es que no te entiendo Cacho, la verdad que no te entiendo. Ni a vos, ni a todos aquellos que van a una cancha. O a esos hincha...


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