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SDF en vivo
El Show del Fútbol en vivo con Ruggeri, Fava, Toti y Gustavo Lightpez
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Luego de la final del mundo y de la final de masterchef, aseguran que los argentinos en este domingo sin finales, sufren de abstinencia y podrían llegar a morir de embole.
Ya paso una semana de la hazaña de Elba cuando logro
ganar la final de Masterchef, un programa televisivo argentino en donde
compiten por ser, valga la redundancia el masterchef, o sea el “maestro
cocinero” de dicha competencia. Ese programa marcó 20.9 puntos de rating,
siendo después de la final del mundial uno de los programas más visto del mes
de julio. Sin embargo esta final ya quedo en el pasado y la gente también sufre
de un síndrome de abstinencia de finales. “La puta madre, otro domingo sin
finales, ya me había vuelto adicto a las finales y a putear a los rivales. Lo
putee a Schweinsteiger y a Pablo, necesito finales carajo” dice un televidente mientras
gira su cabeza 360°. “La verdad que en mi puta vida vi Masterchef, pero en la
oficina durante toda la semana pasada no se habló de otra cosa que no fuera
Elba y Pablo. La verdad que por suerte tapo el tema de lo horrible de la
defensa de Boca y gracias a eso no me boludeo nadie por la eliminación de la
Copa Argentina” comenta Roberto, un oficinista hincha de Boca. “Si
Palacio metía esa bocha, a nadie le importaba esto de que Elba ganaba
masterchef, pero por suerte sirvió para tapar que le ganamos de pedo a Ferro y
gracias a eso no me boludeo nadie” comenta otro oficinista pero de River.
Lo cierto es que este domingo sin futbol por el
duelo sobre la muerte de Grondona, este día domingo, nublado y sin nada
atractivo amenaza con asesinar de embolamiento a todos los argentinos. “No sé
viejo, inventen algo, venimos de un julio con dos importantes finales, hagan
algo porque me estoy despellejando todo el escroto de tanto rascarme los huevos
sin encontrar nada atractivo en la tele” dice entre lágrimas un sedentario que
solo sale a la puerta de la casa para recibir al delivery. “Como la selección no pudo traer la Copa, la
excusa de la final de Masterchef nos brindó un momento de alegría, la cagada es
que no pudimos ir a reventar maxikioscos a la zona del obelisco porque no nos
avivamos a tiempo, pero bueno habrá que esperar a que haya otra final como la
del bailando, la de la Copa Argentina, algo va a haber” afirma un hincha del
descontrol.
Las mejores frases futboleras de Julio. Parte III
"Bianchi volvió con otras
maneras, su personalidad cambió mucho. Antes peleaba por sus jugadores"
Clemente Rodríguez, fiestero.
"En Boca el único que tuvo
partido de despedida en Boca fue Palermo, el resto nos fuimos como
huyendo"
Marcelo “Chelo” Delgado, Riquelmista.
“Los ciclistas son los más drogones”
Eduardo Feinmann, experto en antidopping.
“Apenas vi en el diario la venta de
Allione, lo cerré para no amargarme más"
José “Turu” Flores, amargado.
“Es un decisión que tiene que tomar
Sabella. Pero el deseo de los argentinos, como el de la AFA, es que continúe.
No hay un plan B"
Julio Grondona, previsor.
"Esta selección no jugó a nada.
Si hacíamos un combinado nosotros, les ganábamos a los primeros rivales"
Diego Armando Maradona, Seguramente lo llamaba a Garce para ese combinado.
"Conmigo, Messi jugó cinco veces
mejor que con Sabella. No me vengan con que se sacrificó por el equipo"
Diego Armando Maradona, humilde.
"Ni Sabella ni Russo me gustan.
Hay alguien olvidado: Menotti, que por combatir al mafioso no tiene
trabajo"
Diego Armando Maradona, ehehdor profesional.
"Si esperan que yo diga algo
negativo de Román no lo voy a hacer. Vivimos muchos años lindos donde nos dimos
mucas cosas, aprendí mucho de él como ser humano. De valores que tiene bien
anclados. Y eso me lleva a una admiración. Le deseo que pueda subir con
Argentinos y que siga jugando como únicamente él juega"
Carlos Bianchi, awwwwwww.
“Necesitamos dos o tres refuerzos
más. La idea es traer un defensor más, un volante con llegada o creativo y un
delantero"
Diego Cocca, pedigüeño.
"Yo me preparé toda la vida.
Para seguir de joda no cuenten conmigo"
Cesar Luis Menotti, antifiesta.
“Que suene mi nombre para la selección
es un tema que me da pudor. Para cualquier entrenador significa un mimo. Pero
estoy contento en Estudiantes. Soy realista"
Mauricio Pellegrino, realista.
“Huracán ni llegó. La primera es una
pelota rechazada que nos agarra mal parados. Son errores de principiante. Yo lo
hablo con los marcadores centrales continuamente, estaban enfocados en la
pelota y no en el atacante de punta que picaba”
Carlos Bianchi, enojadizo.
“Nos metio un gol uno más gordo que
yo”
Carlos Bianchi, obeso.
“Lo que dijo Bianchi me toca, pero
hay otros periodistas que faltan el respeto a los jugadores diciendo que éste
es un ex jugador, que no puede jugar, y lo que siento es que a muchos no les
gusta que sea el capitán”
Daniel “Cata” Díaz, casi ex jugador.
“♪BVB HURENSÖHNE ♫” [BVB (Dortmund) Hijo de puta]
Bastian Schweinsteiger, Cabeza de tachen.
"Ahora vamos a enfrentar al
Manchester United. Tenemos apetito para lo que se viene"
Mauro Icardi, depredador de esposas ajenas.
"Me encantaría que Alejandro
siga, me parece que es lo lógico y lo ideal, pero yo dije antes del Mundial que
no está en mis objetivos dirigir a la Selección Nacional”
Humberto Grondona, Heinzenista.
"Me da pena porque la AFA quería
que Sabella continuara. Nombres no doy y no hablo. Es como cuando uno busca novia,
no da nombres"
Julio Grondona, Novio de la AFA.
"Vine a hacer un control médico
breve porque voy a tener una nueva experiencia en un lugar nuevo a nivel
futbolistico. Será por tres meses en India, donde tendré que descubrir un
fútbol nuevo. No voy solamente por el fútbol sino por una cuestión de imagen.
Me parece bien empezar a promover estos lugares. Para mí será algo nuevo, una
experiencia de vida muy interesante y estoy listo. Veremos qué sucede"
David Trezeguet, exiliado.
"Tengo el doloroso deber de
informar la muerte de la persona más brillante del fútbol argentino y una de
las más importantes del fútbol mundial"
Ernesto Cherquis Bialo, mulo.
"Siempre lo miraba antes de
tomar una decisión"
Joseph Blatter, multimillonario.
“Se me fue un amigo (por Grondona)”
Luis Segura, nuevo presidente de la AFA
“El próximo presidente será Luis
Segura"
Juan Carlos Crespi, perdón Don Julio…
Frases tomadas desde
el 21/07 al 31/07 inclusive
El antiequipo de la semana
Arriba: Julio Grondona (Presidente de la AFA recientemente
fallecido); AFA (Asociación de Futbol Argentino,
Afanadores del Fútbol agrupados, Asesinos del Futbol aglutinados, grupo de huérfanos);
Periodismo (Veletas, olvidadizos); Carlos Bianchi (Entrenador de Boca); Daniel “Cata” Díaz (Defensor de Boca, rustico, incapaz
defensivo, lesionado).
Abajo: CABB (Confederación Argentina de Básquetbol, Imitadores
de la AFA, garcas); Daniel Zanni (Ex presidente de
la CABB, garca, renunciado); Emanuel Ginobilli (Jugador
de Básquet, crack, lesionado); The Coyote (Mascota
de San Antonio Spurs, garca, antifiesta, corta mambo, ortiva); Alejandro Sabella (ex entrenador de la selección,
lento); Samuel Eto’o (Jugador camerunés,
depredador, partucero).
Tal como los Papas, Julio Humberto
Grondona murió ejerciendo el cargo y genero todo tipo de reacción, El
primero, obviamente, fue en la Asociación del Fútbol
Argentino, donde Don Julio gobernaba desde hace 35 años. La primera
decisión de la “nueva vieja” AFA fue la de decretar un extenso duelo de 7 días
y se suspendió la primera fecha. A pesar
de que Julio Grondona era una persona grande de edad y que tuvo algunas
complicaciones de salud en el último tiempo, ¿Ningún miembro de la AFA pudo
prever esto? ¿En serio creyeron que Don Julio era eterno? Lo cierto es que
nadie pensó a futuro en cómo iban a seguir sin Grondona y ahora los dirigentes
del fútbol argentino están más en bolas que Vicky Xipolitakis. Ahora
seguramente buscaran otro “padre” de la AFA. ¿Por qué esta Grondona en este
antiequipo? Porque se murió y dejo un quilombo terrible, cosa que no hubiese
pasado —o si, porque los dirigentes en el fútbol argentino son tan inestables
como el temperamento de Guillermo Barros Schelotto—, si Don Julio se hubiese
jubilado hace tiempo.
La otra reacción vino por parte del periodismo.
Algunos periodistas ultras antigrondonistas, confundieron respeto con olvido o
con veletismo, otros optaron por un respetuoso silencio. Pero la mayoría
pasaron de ser encarnizados antigrondonianos a ser Cherquis Bialos potenciados.
Negar la importancia de Don Julio como presidente de la AFA y vice de la FIFA
es de necio, pero también hay que recordar que tuvo más claroscuros que la
cabellera de las ultimas novias del Diego. Antes de Grondona había cinco
equipos —los grandes, claro está— que manejaban el fútbol en la República
Argentina, a partir de 1979, hubo un solo grande que manejaba todo: Don Julio.
Esperemos que en esta nueva etapa de cambios que comienzan, no sean ni cinco,
ni uno: que sean todos los que puedan decidir libremente. Obviamente también
estuvieron los periodistas que siempre fueron afines al poder de la AFA, esos
no fueron veletas pero lugar de darle un último saludo le dieron una última
chupada de medias.
Antes de todo este quilombo hubo fútbol y el “nuevo” Boca de
Carlos Bianchi se pareció al “viejo” Boca de
Bianchi del semestre pasado. No solo le fue mal en los amistosos de este futbol
de receso, sino que el sábado pasado se quedó afuera de la Copa Argentina a
manos de Huracán. Carlos Bianchi en la conferencia de prensa se mostró más
caliente que Pagani con abstinencia de alcohol y dijo que Boca tuvo errores de
principiantes. Luego en el vestuario tuvo un duro discurso y dijo que "nos
hizo un gol uno más gordo que yo” por Wanchope Abila. El tema es que el Cata Díaz últimamente no para ni a un luchador de sumo
con ojotas mojadas y encima se lesiono.
La AFA se quedó sin presidente por la muerte de Julio
Grondona. La CABB también se quedó sin
presidente pero no por una muerte, sino porque desde hace días estallo un
conflicto entre los jugadores de la generación dorada y el ahora ex mandamás Daniel Zanni. El tema en cuestión es que la generación
dorada se cansó de la degeneración robada de dirigentes en la Confederación
Argentina de Básquetbol y se le plantaron. Los jugadores amagaron con no ir al
mundial porque la Confederación no tiene para pagarle los sueldos y el seguro. Ahí nomás surge el tribunerismo de “Eh putos,
jueguen por la camiseta, gatos, ustedes cobran contratos de ENE BE A”, pero la
cosa es que no solo ellos no están cobran al día sus salarios, sino que los trabajadores
de la CABB en su totalidad tampoco cobran. El tema principal es que la CABB
tiene deudas por más de 20 millones de pesos y que chorearon más que la banda
del gordo Valor. La cosa es que hace poco asumió Daniel Zanni en lugar de German
Vaccaro, pero el cambio fue para que nada cambie. Todo siguió igual, Zanni a
pesar de decir que recién asumía, que ahora iba a empezar con el cambio, que no
iba a renunciar y bla bla bla, termino renunciado por pedido de la Secretaria
de Deportes. Es más fácil hacer entrar
un camello por el ojo de una aguja que encontrar un dirigente limpio y
transparente en la Argentina.
Hablando de Básquet, el otro tema de la semana fue la
“bajada” de Manu Ginobilli del mundial de
básquet porque San Antonio Spurs se puso la gorra. El conjunto texano aplico una
cláusula del acuerdo FIBA-NBA en donde no autorizaba a Ginobilli a jugar el
mundial debido a la reciente lesión del bahiense. Según comentaron los
expertos, si San Antonio no quiere, el jugador no puede jugar el mundial por
más que quiera desobedecer ya que la FIBA tampoco aceptaría. Lo único que le
quedaría es poner un abogado o rescindir el contrato. A Manu le cortaron los
brazos.
Parece que ya pasaron cinco años, pero el martes pasado Alejandro Sabella le dijo a Julio Grondona que no iba
a seguir al frente de la selección nacional. Sabella había pedido unos días para
decidir la cuestión y término tardando más que para pensar un cambio. Los
rumores decían que eran por diferencias por Grondona, ahora que Don Julio se
fue no se sabe que pasara y quien será el entrenador del conjunto albiceleste.
Si esas diferencias en realidad existieron y por eso “pachorra” no siguió,
deber querer cortarse las bolas con la trencita de Palacio.
Y por último un goleador de raza que últimamente solo la
emboca en partuzas es Samuel Eto’o. Al ex jugador del Barcelona su ex pareja/filo/amante,
Hélène Nathalie Koah, lo acuso de mantener orgias y de obligarla a ella a
participar de esas. El tema es que la
señorita en cuestión en el pasado había sido señalada por el delantero camerunés
por apropiarse de fondos de su fundación. Lo cierto es que la acusación contra
Eto’o de prosperar podría mandarlo a la cárcel. Si en el fútbol argentino tendrían
que mandar preso a los jugadores que participan en orgias, tendríamos que hacer
un torneo de “pateo” de arco a arco, ya que solo quedarían libres dos jugadores
por plantel.
Sabados de Fontanarrosa. Hoy: "Y te digo más.."
Te conté la del Gordo Luis cuando hizo de Papá Noel? Es
mundial la del Gordo Luis cuando hizo de Papá Noel. Casi se convierte en otra víctima del imperialismo salvaje
el pobre Gordo. Del colonialismo, por decirlo de otra manera. Porque, decime
vos, qué carajo tiene que ver con nosotros y con nuestras costumbres el Papá
Noel. ¿Quién le dio chapa al Papá Noel? Un tipo vestido para la nieve, abrigado
como para ir a la Antártida, en un trineo tirado por renos. ¡Renos, mi querido!
¿Cuándo mierda hemos visto un reno nosotros? ¿Alguna vez te fuiste a Buenos
Aires en auto y viste al costado del camino un reno morfando pasto debajo de un
árbol?
Pero el pobre Gordo casi la palma con esa historia... ¿No te
conté la del Gordo Luis? Porque se la cuento a todos. Fue hace como quince
años. El Gordo estaba en la lona total. Pero en la lona lona, no tenía un mango
partido por la mitad, lo habían despedido de la proveeduría donde laburaba y lo
ponías cabeza abajo y no le caía una moneda. Para colmo, se venían las fiestas
y algo había que comprar para poner arriba de la mesa el 24 a la noche.
El Gordo tiene dos pibes que eran muy chiquitos en ese
entonces y a esa edad a los pendejos no les vas a andar explicando el fato del
FMI, la tecnología que reemplaza a los trabajadores y todas esas pelotudeces.
La cuestión es que empezó a buscar laburo, alguna changa,
cualquier cosa, trabajar de lo que fuera. Primero empezó por su barrio, con los
amigos y conocidos, ahí por Mendoza al fondo. Ya después entró a andar por
cualquier lado para conseguir algo.
Y resulta que en el barrio Echesortu, una vieja que tenía
una casa bastante grande de electrodomésticos le ofrece disfrazarse de Papá
Noel y repartir caramelos a los chicos en la puerta para promocionar su
negocio. Lo de siempre. Le tiraba unos mangos, por supuesto, que al Gordo le
venían bastante bien. Y ahí fue el Luis, che. Ahora, imaginate la escena, porque estamos hablando de
Rosario, Capital de los Cereales, ubicada a orillas del anchuroso río Paraná. El Gordo Luis, tenés que pensar en un tipo arriba de los
cien kilos, fácil fácil debe andar por los 120, porque es alto, grandote, Luis.
Y te digo que resultaba perfecto para Papá Noel porque el
Luis es más bueno que Lassie, nunca lo he visto enojado al Gordo, es un pan de
Dios. Pero tenés que tener en cuenta una cosa ineludible.
Rosario... pleno verano... mediodía, un sol de la puta madre que lo reparió,
algo así como 83 grados a la sombra, y ese gordo metido adentro de un traje de
Papá Noel con una tela tipo felpa así de gruesa, así de gruesa no te miento,
gorro, barba de algodón, bigotes, botas y guantes.
¡Guantes! Porque la vieja era una vieja hinchapelotas,
conservadora, que quería que el Gordo se pareciera exactamente a Papá Noel y
que se vistiera todo como correspondía, el pobre Gordo. ¿Viste que hay veces en
que tipos hacen de Papá Noel pero sin guantes y hasta a veces sin barba, o
pendejas jovencitas vestidas de colorado pero con polleritas cortonas, tipo
minifaldas, y las gambas al aire así están más frescas?
Pero claro, el Gordo Luis era perfecto para hacer de Papá
Noel y por eso se le ocurrió eso a esa vieja hija de puta. Porque lo vio al
Gordo gordo y con esos cachetitos medio coloradones que tiene el tipo, el
personaje, Santa Claus.
Hasta la voz media ronca tiene Luis... ¿viste que Papá Noel
se ríe siempre con esa risa ronca? Jo, jo. Hasta eso tiene Luis, la voz ronca. Jo,
jo, jo... Pero vuelvo al tema. Doce del mediodía, pleno diciembre, un sol que
rajaba la tierra, un calor infernal, los pajaritos que se caían muertos al piso
por la canícula, se venían en baranda y se desnucaban contra la vereda... y el
Gordo ahí, che, con el traje de lana gruesa, barba y bigote, sacudiendo una
campana de papel maché o algo así y dándoles caramelos a los chicos que se
juntaban para verlo.
A los quince minutos, a los quince minutos te juro, el traje
del Gordo ya no era colorado... ¿viste que esos trajes son colorado medio
clarito? Bueno, era violeta, violeta era, por la transpiración a chorros que
largaba el Gordo. Pero no un pedazo, alguna zona del traje, no. Ni tampoco era
solamente debajo de los brazos o arriba de la zapán que es donde uno transpira
más, no.
Era todo, completo, íntegro. Al Gordo le corrían ríos de
sudor sobre la piel, ríos, torrentes que le empapaban acá, acá, acá, las
ingles, las pelotas, las pantorrillas, ríos que le inundaban las botas, por
ejemplo. Me contaba después –porque todo esto me lo contó él mismo- que sentía
las botas llenas de agua, como si las hubiera metido en un balde de agua
caliente, le chapoteaban. Todo alrededor, no te miento, todo alrededor, en el
piso, en un diámetro de ocho metros más o menos en torno al Gordo, parecía que
habían baldeado. Toda la vereda mojada, de lo que chivaba el Gordo, se le
saltaban los goterones de la cabeza, parecía las Aguas Danzantes el Gordo,
imaginate.
Te digo que era ya un espectáculo grotesco, lamentable, pero
Luis le seguía metiendo voluntad, le ponía ganas, caminaba de un lado al otro,
se reía, llamaba a los chicos. En eso, una vecina, una vieja de esas que nunca faltan, que
están al reverendo pedo como bocina de avión, que vivía a unas dos puertas del
negocio de electrodomésticos, sale a la puerta y lo ve al Gordo. O escuchó el
griterío de los chicos y salió a ver que pasaba. Lo ve al Gordo y se apiada de
él... ¿Viste? Esas viejas comedidas, bienintencionadas, chuecas, que caminan
medio encorvadas, que les cuesta moverse pero que rompen las pelotas
permanentemente, un cuete la vieja, una ladilla.
Se manda para adentro de nuevo la vieja, flaquita ¿viste? Bajita,
canosa con un rodete y aparece al rato con una jarra así de grande, pero así de
grande, con un líquido amarillento que parecía limonada, lleno de hielo.
Transpiraba de fría la jarra. Y se la ofrece al Gordo, che.
El Gordo medio le dice que no, que no se hubiera molestado,
que no puede desatender su trabajo pero, en definitiva, la acepta, lógicamente.
Además, los hijos de mil putas del negocio de
electrodomésticos no le habían alcanzado ni un vaso de agua al Gordo. ¡Ni un
vaso de agua siquiera! Después hablan de los norteamericanos. Nosotros somos
tan hijos de puta como ellos para explotar a la gente. Lo que pasaba también es
que a esa hora había quedado un solo encargado en el negocio. La vieja que
contrató a Luis tenía como cinco negocios por otras partes de la ciudad y
andaba de recorrida; y el otro empleado que laburaba ahí se había quedado en el
fondo del local, rascándose las bolas debajo del único ventilador de techo que
tenían esos miserables.
La cuestión es que la vecina saca un banquito chiquito a la
calle, lo deja al lado de la puerta de su casa, medio sobre el umbral para que
no le diera el sol directo, le dice a Luis “Aquí se lo dejo”, y ahí se lo deja.
Cuando el Gordo pudo zafar un poco del pendejerío, te
imaginás que con ese calor llegó un momento en que había mucha menos gente en
la calle, se prendió a la limonada y se bajó media jarra de un saque.
Pero resulta que no era limonada, boludo, no era limonada.
Era vino blanco, vino blanco era.
La vieja le había zampado en la jarra un par de botellas de
vino blanco, le había metido hielo a rolete y se lo había dejado ahí, con las
mejores intenciones.
El Gordo, con la desesperación, con el calor que tenía en el
cuerpo, recién se dio cuenta cuando ya se había mandado más de catorce litros
sin respirar, de un saque. Y aparte, seamos sinceros, cuando ya se dio cuenta
no pudo parar, no pudo parar. Te estoy hablando de un muchacho de 120 kilos
después de estar moviéndose casi tres horas a pleno sol con 4000 grados de
temperatura. No pudo parar. Se mandó todo el vino blanco. Fondo blanco.
Bueno, te imaginarás... te imaginarás el pedo tísico que se
levantó ese muchacho. Una curda inmediata y espantosa, demencial. Una curda
como para trescientas personas.
Casi no había desayunado, estaba sin almorzar, para colmo,
el Gordo no era un tipo que tomara mucho alcohol, al menos que yo recuerde. Un
poco de vino con la cena, nada más. Alguna copita de sidra. O a veces, en los
bailes, alguno de esos tragos maricones como el gin tonic, pero con mucha más
agua tónica que otra cosa.
¡El pedo que se agarró ese muchacho, Dios querido, el pedo
que se agarró! No te digo que empezó a cantar boludeces, ni a caminar
torcido, ni a vomitar contra las paredes, ni nada de eso. Pero entró a regalar
todo lo que tenía a su alcance, se le dio por la beneficencia, le dio un ataque
de comunismo acelerado. Primero terminó en cinco minutos con la existencia de
caramelos y chocolatines que eran para toda la tarde...
¡Y después empezó a regalar los electrodomésticos! Empezó
regalándole una tostadora eléctrica a un pendejo. Después le regaló un
ventilador a la madre de otro de los pibes, después siguió con
multiprocesadoras, veladores, hornos a microondas, etcétera...
Llamaba a la gente a los gritos, entraba al negocio y les
daba algo, repartía, entregaba todo.
Y el empleado que se rascaba las bolas adentro del negocio
ni se dio cuenta, debía estar en el fondo, en una oficinita que estaba detrás, arreglando
papeles o apolillando una siesta mientras esperaba la hora en que el patrón
llegaba.
Lo cierto es que, te imaginás, a los quince minutos en la
puerta del negocio había un mundo de gente que venía de todas partes alertada
por los otros que ya habían ligado algo de arribeño, por la mamúa del Gordo.
La gente pensaba que era una promoción del negocio o, en
todo caso, se hacía la turra, cazaba los artefactos, se los llevaba y a otra
cosa mariposa, si te he visto no me acuerdo, andá a cantarle a Gardel.
En eso aparece el dueño del boliche, un pelado con cara de
amargo que llegó en su auto, un coche nuevo.
Y cuando el tipo se dio cuenta de lo que estaba pasando se
puso loco, lógicamente se puso loco. Entró a gritar, a arrebatarles las cosas a
la gente, a recuperar licuadoras, televisores portátiles, radios que la gente
se llevaba. A los gritos ese hombre, desesperado, tironeando con los beneficiados.
Ante el despelote se despertó el empleado de adentro y salió
cagando aceite a ayudarlo al pelado. Había tironeos, forcejeos, agarrones,
hasta voló algún puñete. Y en eso llegó la cana, un patrullero que andaba de
ronda.
En el despelote, cuando medio se enteró de cómo había venido
la mano por lo que contaban los que se piraban con las licuadoras y todo eso,
que gritaban que Papá Noel se las regalaba, el pelado les indicó a los policías
que lo metieran en cana al Gordo, responsable de todo ese quilombo.
Y bien dice el Martín Fierro que no hay nada como el peligro
para refrescar a un mamado. Ahí el Gordo se despejó, se dio cuenta, volvió a la
realidad, se esclareció el Gordo.
Además, ya había vuelto a transpirar como un litro del vino
blanco, me imagino, se había aliviado un poco de la tranca, y comprendió la
cagada que se había mandado. Pero te conté que es un tipo manso, un tipo tranquilo que no
se iba a poner a resistirse o a echarle la culpa a nadie. Supo que tenía la
culpa, y entonces, todavía medio tambaleante, bajó la sabiola, se fue para
adentro del negocio para cambiarse la ropa en el baño y meterse, derechito
viejo, solito, adentro del patrullero.
Afuera seguía el desbole entre el pelado, su empleado, la
gente y los canas que ahora también se habían unido a la tarea de recuperar
todo lo que había regalado el Gordo.
El Gordo se fue al baño, se mojó la cara, cosa que terminó
de despejarlo, se sacó esas pilchas de mierda de Papá Noel, se puso la ropa que
había llevado en un bolsito y salió de nuevo a la calle.
Cuando salía para la calle –el negocio es bastante largo- lo
ve venir al dueño con uno de los canas, desencajado el pelado, a las puteadas,
buscándolo. Claro, lo ve al Gordo, sin el traje colorado, de camisita celeste y
pantalones vaqueros, un bolso en la mano, el pelo negro achatado por el agua de
la canilla, y no lo reconoce.
No lo reconoce porque tampoco era él quien lo había
contratado sino la conchuda de su esposa. “¿Adónde está? ¿Adónde está?” me
contaba el Gordo que preguntaba el pelado, que venía a los pedos con el
policía. Y el Gordo pensó que se refería al traje de Papá Noel que se había
sacado.
Yo no sé si el Gordo lo entendió así, seguía en curda o se hizo
bien el boludo, la cosa es que señaló hacia el baño y el pelado y el policía se
mandaron para allí. Cuando el Gordo salió a la calle todavía había un
amontonamiento de gente y el otro empleado discutía con medio mundo reclamando
facturas o recibos de compra.
Nadie lo reconoció entonces al Gordo, sin el disfraz.
Incluso de última, el otro policía del patrullero que se había quedado afuera,
lo encara al Gordo cuando el Gordo ya se piraba y el Gordo piensa: “Cagamos”.
Y el cana le pregunta “¿Ese bolso es suyo?”. El Gordo me
contó que él le iba a decir la verdad, que sí, que era suyo.
Pero tuvo miedo de que el cana le hiciera más preguntas, o
que se lo hiciera abrir y le dijo: “No, lo vengo a devolver”. Y se lo entregó,
un bolso de mierda que después de todo a él no le servía para un carajo.
El Gordo se piró haciéndose el pelotudo, temeroso todavía de
que alguien lo reconociese y lo mandara en cana cuando ya estaba a una cuadra.
Casi termina preso, el Gordo, mirá vos. Zafó porque la vieja
que lo contrató tampoco sabía ni cómo se llamaba ni adónde vivía. Era un
contrato basura, pero realmente basura el del pobre Gordo. Pero casi termina
engayolado. Por tener que disfrazarse de Papá Noel con esos vestidos de
invierno, podés creer.
Que los argentinos nos tengamos que vestir con ropa de
abrigo en pleno verano porque a los yankis se les ocurrió que Santa Claus vende
más que el Niñito Dios.
Eso le decía yo al Gordo, después, en el club. “El año que
viene ofrecete para algún pesebre, Gordo. Por lo menos de Niño Dios te ponen en
bolas en una cunita y te cagás de risa porque estás fresco.” Eso le decía yo,
para joderlo.
“De lo único que puedo hacer yo en un pesebre viviente es de
vaca, Zurdo –me decía el Gordo- De vaca”.
Pero por lo menos es un animal conocido, ¿no es cierto? Un
bicho familiar al paisaje, el rumiante emblemático de la pampa húmeda, base de
la riqueza de nuestro país. Algo nuestro... ¡Qué me vienen con que a los chicos
les gusta Papá Noel, el trineo y los alces esos! Si mis pibes me vienen a pedir
un alce de ésos les pongo tal voleo en el orto que aterrizan más allá de la
Circunvalación del voleo que les pego, tenelo por seguro.
Ya bastante que el otro día les compré un conejo, un conejo
de verdad, que es terriblemente pelotudo y lo único que hace es comer lechuga y
cagarnos todo el patio. Y si me insisten con esas pelotudeces inventadas por
los yankis que se vayan a vivir a Cincinnati, pendejos colonizados de mierda.
Que a mí no me dicen el Zurdo al pedo, me lo dicen por tener una formación
doctrinaria... ¡Pobre Gordo! Estuvo a punto de convertirse en una nueva
víctima del capitalismo salvaje.
Roberto Fontanarrosa
Banderín Solferino
Moralejo puso una extraña pelota –extraña para él- a las
espaldas del cuatro mendocino y allá picó Carlitos Bianchi mientras el arquero
y el flaco de la cueva levantaban manos infructuosas, lo miraban mendigando el
gesto, cuidaban el empate como a un hijo. Pero Isidro Balestra -los ojos, el
aliento implacable de la hinchada de Vélez en la nuca- corría, el elocuente banderín
pegado al tobillo, acompañaba habilitando el pique del reiterado goleador,
esperaba el desenlace. Y hubo un centro pasado, Larraquy que llega forzado al segundo
palo, cabezazo por arriba y todo el mundo uuuuh de la tribuna encima y detrás
de Balestra. Miró el tablero y pensó ya se acaba. Retomó el trote y entonces lo
oyó, clarito, ahí atrás.
–Por qué no levantaste la bandera, hijo de puta. Balestra se
dio vuelta y ya no dudó. El cuatro estaba lejos, volvía rengo y dolorido de una
arada inútil. El banco de los visitantes estaba más lejos aún. Y el último hincha
mendocino había dicho sus últimas palabras al promediar el primer tiempo,
también allá lejos, mucho más lejos todavía. Esa tarde, Vélez era dueño de todos
los ruidos y los gritos menos de ese explícito susurro. Y ya no dudó.
Sencillamente, supo quién era. Y se quedó en el molde. El referí avisó que dos
minutos más. Hubo un lateral para el visitante ahí, a los pies de Balestra, y
el rengo tardó un lustro en llegar. Amagó y amagó; al final se la tiró un poco
larga al dieciséis, un pibe todavía frío, recién entrado. Ischia lo madrugó,
puso la gamba fuerte, tiró la pelota adelante y se fue. El arquero mendocino
salió como los bomberos. La pelota entró al área por el vértice, con Ischia un poco
lejos, forzado. El arquero -todo el barro de las dos áreas de esa tarde lo
tenía encima- había ganado varios mano a mano y venía por uno más, casi en el
aire, perfilado para el vuelo arrastrado. Y llegaron juntos. Hubo un choque
frontal y desparramo. Mientras se desenredaban, la pelota salió para arriba,
picó y se fue para el arco. Sólo dos jugaban ahí. Dos y Balestra, pegado a la
raya, diez metros más allá. El resto estaba lejos, hasta el referí que trotaba
esperando la hora. Pero todavía faltaba. Penosamente se rehicieron y el volante
ganó un tiempo, consiguió el armado mínimo de la vertical como para acomodarse
y mandarla adentro. Todo Vélez empujaba el pie embarrado.
Pero todavía faltaba.
Como en una cámara lenta infernal y analítica, el arquero se
paró, se jugó la mano y la vida en el gesto último y metió el manotazo ahí,
justo y final. Y mientras Ischia caía, toda la hinchada de Liniers caía con él
en el grito de la apelación, el mendocino se embarazaba con la pelota, rodaba y
se aferraba a ella, dueño del partido y de la tarde.
Pero todavía faltaba.
Sonó el silbato. Balestra miró al referí y tembló. El árbitro
lo miraba a él, testigo de cargo, espectador privilegiado, palabra, banderita
autorizada. Y el referí se venía, hacía gestos de espantar moscas, torcía
levemente la diagonal hacia donde Isidro Balestra era el punto final del
recorrido de la procesión que se encolumnaba tras de un ambiguo fraile negro.
Ya estaba a cinco metros y elástico lo miraba a los ojos con hipócrita ruego.
Pero todavía faltaba.
Porque precisamente en ese momento, por encima o debajo del
clamor que bajaba de las populares, de las puteadas que saltaban de los grupos
de jugadores como saltan las pulgas de un perro, lo oyó otra vez, clarito, inapelable
a sus espaldas:
–Guarda con lo que decís, hijo de puta. No fue penal: el
arquero no lo tocó. Cuando Isidro Balestra tomó el tren en Liniers eran las 20.25.
El vagón estaba lleno de gente cansada y nadie prestó atención al hombre del
bolso Adidas y la curita y los anteojos negros prestados, que leía la sexta con
dificultad. Si Vélez había empatado cero a cero y el escándalo sobre la hora le
costaría la suspensión de la cancha; si el árbitro Feola no había sancionado un
evidente penal a favor del local luego de consultar con el lineman; si los desbordes
habían terminado en pedrea y agresión contra “las autoridades del match”; si el
director técnico del equipo de Liniers se quejaba arbitrariamente de los
arbitrajes; si a él le dolía mucho la ceja derecha, a nadie le importaba ya. Como
un ladrón, ocultaba en el bolso las evidencias de su participación en el hecho:
un pantaloncito y camisas negras, un escudito. Lástima que no le dieron la
banderita solferino, suerte que su mujer no estaría en casa y podría ver
tranquilo el partido por TV, podría verle un poco mejor la cara al oficial de
policía que lo puteó toda la tarde desde el borde de la cancha, ahí, junto a
él, con ese perro amenazante y sin duda mendocino; podría ver realmente si fue
o no penal del arquero, podría verse caer bajo el pie y oír qué decía Macaya
Márquez. Cuando su mujer regresó esa noche, tarde y con una maceta, como
siempre que iba a Moreno a lo de su hermana, Isidro Balestra, banderín
solferino, estaba dormido frente al televisor encendido. Ischia picaba, adelantaba
la pelota, salía el arquero mendocino y había un choque.
La mujer apagó; el fútbol la aburría.
Juan Sasturain
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