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El antiequipo de la semana

Arriba: Julio Grondona (Presidente de la AFA recientemente fallecido); AFA (Asociación de Futbol Argentino, Afanadores del Fútbol agrupados, Asesinos del Futbol aglutinados, grupo de huérfanos); Periodismo (Veletas, olvidadizos); Carlos Bianchi (Entrenador de Boca); Daniel “Cata” Díaz (Defensor de Boca, rustico, incapaz defensivo, lesionado).

Abajo: CABB (Confederación Argentina de Básquetbol, Imitadores de la AFA, garcas); Daniel Zanni (Ex presidente de la CABB, garca, renunciado); Emanuel Ginobilli (Jugador de Básquet, crack, lesionado); The Coyote (Mascota de San Antonio Spurs, garca, antifiesta, corta mambo, ortiva); Alejandro Sabella (ex entrenador de la selección, lento); Samuel Eto’o (Jugador camerunés, depredador, partucero).

Tal como los Papas, Julio Humberto Grondona murió ejerciendo el cargo y genero todo tipo de reacción, El primero, obviamente, fue en la Asociación del Fútbol Argentino, donde Don Julio gobernaba desde hace 35 años. La primera decisión de la “nueva vieja” AFA fue la de decretar un extenso duelo de 7 días y se suspendió la primera fecha.  A pesar de que Julio Grondona era una persona grande de edad y que tuvo algunas complicaciones de salud en el último tiempo, ¿Ningún miembro de la AFA pudo prever esto? ¿En serio creyeron que Don Julio era eterno? Lo cierto es que nadie pensó a futuro en cómo iban a seguir sin Grondona y ahora los dirigentes del fútbol argentino están más en bolas que Vicky Xipolitakis. Ahora seguramente buscaran otro “padre” de la AFA. ¿Por qué esta Grondona en este antiequipo? Porque se murió y dejo un quilombo terrible, cosa que no hubiese pasado —o si, porque los dirigentes en el fútbol argentino son tan inestables como el temperamento de Guillermo Barros Schelotto—, si Don Julio se hubiese jubilado hace tiempo.

La otra reacción vino por parte del periodismo. Algunos periodistas ultras antigrondonistas, confundieron respeto con olvido o con veletismo, otros optaron por un respetuoso silencio. Pero la mayoría pasaron de ser encarnizados antigrondonianos a ser Cherquis Bialos potenciados. Negar la importancia de Don Julio como presidente de la AFA y vice de la FIFA es de necio, pero también hay que recordar que tuvo más claroscuros que la cabellera de las ultimas novias del Diego. Antes de Grondona había cinco equipos —los grandes, claro está— que manejaban el fútbol en la República Argentina, a partir de 1979, hubo un solo grande que manejaba todo: Don Julio. Esperemos que en esta nueva etapa de cambios que comienzan, no sean ni cinco, ni uno: que sean todos los que puedan decidir libremente. Obviamente también estuvieron los periodistas que siempre fueron afines al poder de la AFA, esos no fueron veletas pero lugar de darle un último saludo le dieron una última chupada de medias.

Antes de todo este quilombo hubo fútbol y el “nuevo” Boca de Carlos Bianchi se pareció al “viejo” Boca de Bianchi del semestre pasado. No solo le fue mal en los amistosos de este futbol de receso, sino que el sábado pasado se quedó afuera de la Copa Argentina a manos de Huracán. Carlos Bianchi en la conferencia de prensa se mostró más caliente que Pagani con abstinencia de alcohol y dijo que Boca tuvo errores de principiantes. Luego en el vestuario tuvo un duro discurso y dijo que "nos hizo un gol uno más gordo que yo” por Wanchope Abila. El tema es que el Cata Díaz últimamente no para ni a un luchador de sumo con ojotas mojadas y encima se lesiono.

La AFA se quedó sin presidente por la muerte de Julio Grondona. La CABB también se quedó sin presidente pero no por una muerte, sino porque desde hace días estallo un conflicto entre los jugadores de la generación dorada y el ahora ex mandamás Daniel Zanni. El tema en cuestión es que la generación dorada se cansó de la degeneración robada de dirigentes en la Confederación Argentina de Básquetbol y se le plantaron. Los jugadores amagaron con no ir al mundial porque la Confederación no tiene para pagarle los sueldos y el seguro.  Ahí nomás surge el tribunerismo de “Eh putos, jueguen por la camiseta, gatos, ustedes cobran contratos de ENE BE A”, pero la cosa es que no solo ellos no están cobran al día sus salarios, sino que los trabajadores de la CABB en su totalidad tampoco cobran. El tema principal es que la CABB tiene deudas por más de 20 millones de pesos y que chorearon más que la banda del gordo Valor. La cosa es que hace poco asumió Daniel Zanni en lugar de German Vaccaro, pero el cambio fue para que nada cambie. Todo siguió igual, Zanni a pesar de decir que recién asumía, que ahora iba a empezar con el cambio, que no iba a renunciar y bla bla bla, termino renunciado por pedido de la Secretaria de Deportes.  Es más fácil hacer entrar un camello por el ojo de una aguja que encontrar un dirigente limpio y transparente en la Argentina.

Hablando de Básquet, el otro tema de la semana fue la “bajada” de Manu Ginobilli del mundial de básquet porque San Antonio Spurs se puso la gorra. El conjunto texano aplico una cláusula del acuerdo FIBA-NBA en donde no autorizaba a Ginobilli a jugar el mundial debido a la reciente lesión del bahiense. Según comentaron los expertos, si San Antonio no quiere, el jugador no puede jugar el mundial por más que quiera desobedecer ya que la FIBA tampoco aceptaría. Lo único que le quedaría es poner un abogado o rescindir el contrato. A Manu le cortaron los brazos.

Parece que ya pasaron cinco años, pero el martes pasado Alejandro Sabella le dijo a Julio Grondona que no iba a seguir al frente de la selección nacional. Sabella había pedido unos días para decidir la cuestión y término tardando más que para pensar un cambio. Los rumores decían que eran por diferencias por Grondona, ahora que Don Julio se fue no se sabe que pasara y quien será el entrenador del conjunto albiceleste. Si esas diferencias en realidad existieron y por eso “pachorra” no siguió, deber querer cortarse las bolas con la trencita de Palacio.

Y por último un goleador de raza que últimamente solo la emboca en partuzas es Samuel Eto’o. Al ex jugador del Barcelona su ex pareja/filo/amante, Hélène Nathalie Koah, lo acuso de mantener orgias y de obligarla a ella a participar de esas.  El tema es que la señorita en cuestión en el pasado había sido señalada por el delantero camerunés por apropiarse de fondos de su fundación. Lo cierto es que la acusación contra Eto’o de prosperar podría mandarlo a la cárcel. Si en el fútbol argentino tendrían que mandar preso a los jugadores que participan en orgias, tendríamos que hacer un torneo de “pateo” de arco a arco, ya que solo quedarían libres dos jugadores por plantel.

Sabados de Fontanarrosa. Hoy: "Y te digo más.."

Te conté la del Gordo Luis cuando hizo de Papá Noel? Es mundial la del Gordo Luis cuando hizo de Papá Noel. Casi se convierte en otra víctima del imperialismo salvaje el pobre Gordo. Del colonialismo, por decirlo de otra manera. Porque, decime vos, qué carajo tiene que ver con nosotros y con nuestras costumbres el Papá Noel. ¿Quién le dio chapa al Papá Noel? Un tipo vestido para la nieve, abrigado como para ir a la Antártida, en un trineo tirado por renos. ¡Renos, mi querido! ¿Cuándo mierda hemos visto un reno nosotros? ¿Alguna vez te fuiste a Buenos Aires en auto y viste al costado del camino un reno morfando pasto debajo de un árbol?

Pero el pobre Gordo casi la palma con esa historia... ¿No te conté la del Gordo Luis? Porque se la cuento a todos. Fue hace como quince años. El Gordo estaba en la lona total. Pero en la lona lona, no tenía un mango partido por la mitad, lo habían despedido de la proveeduría donde laburaba y lo ponías cabeza abajo y no le caía una moneda. Para colmo, se venían las fiestas y algo había que comprar para poner arriba de la mesa el 24 a la noche.

El Gordo tiene dos pibes que eran muy chiquitos en ese entonces y a esa edad a los pendejos no les vas a andar explicando el fato del FMI, la tecnología que reemplaza a los trabajadores y todas esas pelotudeces.
La cuestión es que empezó a buscar laburo, alguna changa, cualquier cosa, trabajar de lo que fuera. Primero empezó por su barrio, con los amigos y conocidos, ahí por Mendoza al fondo. Ya después entró a andar por cualquier lado para conseguir algo.

Y resulta que en el barrio Echesortu, una vieja que tenía una casa bastante grande de electrodomésticos le ofrece disfrazarse de Papá Noel y repartir caramelos a los chicos en la puerta para promocionar su negocio. Lo de siempre. Le tiraba unos mangos, por supuesto, que al Gordo le venían bastante bien. Y ahí fue el Luis, che. Ahora, imaginate la escena, porque estamos hablando de Rosario, Capital de los Cereales, ubicada a orillas del anchuroso río Paraná. El Gordo Luis, tenés que pensar en un tipo arriba de los cien kilos, fácil fácil debe andar por los 120, porque es alto, grandote, Luis.

Y te digo que resultaba perfecto para Papá Noel porque el Luis es más bueno que Lassie, nunca lo he visto enojado al Gordo, es un pan de Dios. Pero tenés que tener en cuenta una cosa ineludible. Rosario... pleno verano... mediodía, un sol de la puta madre que lo reparió, algo así como 83 grados a la sombra, y ese gordo metido adentro de un traje de Papá Noel con una tela tipo felpa así de gruesa, así de gruesa no te miento, gorro, barba de algodón, bigotes, botas y guantes.

¡Guantes! Porque la vieja era una vieja hinchapelotas, conservadora, que quería que el Gordo se pareciera exactamente a Papá Noel y que se vistiera todo como correspondía, el pobre Gordo. ¿Viste que hay veces en que tipos hacen de Papá Noel pero sin guantes y hasta a veces sin barba, o pendejas jovencitas vestidas de colorado pero con polleritas cortonas, tipo minifaldas, y las gambas al aire así están más frescas?
Pero claro, el Gordo Luis era perfecto para hacer de Papá Noel y por eso se le ocurrió eso a esa vieja hija de puta. Porque lo vio al Gordo gordo y con esos cachetitos medio coloradones que tiene el tipo, el personaje, Santa Claus.

Hasta la voz media ronca tiene Luis... ¿viste que Papá Noel se ríe siempre con esa risa ronca? Jo, jo. Hasta eso tiene Luis, la voz ronca. Jo, jo, jo... Pero vuelvo al tema. Doce del mediodía, pleno diciembre, un sol que rajaba la tierra, un calor infernal, los pajaritos que se caían muertos al piso por la canícula, se venían en baranda y se desnucaban contra la vereda... y el Gordo ahí, che, con el traje de lana gruesa, barba y bigote, sacudiendo una campana de papel maché o algo así y dándoles caramelos a los chicos que se juntaban para verlo.

A los quince minutos, a los quince minutos te juro, el traje del Gordo ya no era colorado... ¿viste que esos trajes son colorado medio clarito? Bueno, era violeta, violeta era, por la transpiración a chorros que largaba el Gordo. Pero no un pedazo, alguna zona del traje, no. Ni tampoco era solamente debajo de los brazos o arriba de la zapán que es donde uno transpira más, no.

Era todo, completo, íntegro. Al Gordo le corrían ríos de sudor sobre la piel, ríos, torrentes que le empapaban acá, acá, acá, las ingles, las pelotas, las pantorrillas, ríos que le inundaban las botas, por ejemplo. Me contaba después –porque todo esto me lo contó él mismo- que sentía las botas llenas de agua, como si las hubiera metido en un balde de agua caliente, le chapoteaban. Todo alrededor, no te miento, todo alrededor, en el piso, en un diámetro de ocho metros más o menos en torno al Gordo, parecía que habían baldeado. Toda la vereda mojada, de lo que chivaba el Gordo, se le saltaban los goterones de la cabeza, parecía las Aguas Danzantes el Gordo, imaginate.

Te digo que era ya un espectáculo grotesco, lamentable, pero Luis le seguía metiendo voluntad, le ponía ganas, caminaba de un lado al otro, se reía, llamaba a los chicos. En eso, una vecina, una vieja de esas que nunca faltan, que están al reverendo pedo como bocina de avión, que vivía a unas dos puertas del negocio de electrodomésticos, sale a la puerta y lo ve al Gordo. O escuchó el griterío de los chicos y salió a ver que pasaba. Lo ve al Gordo y se apiada de él... ¿Viste? Esas viejas comedidas, bienintencionadas, chuecas, que caminan medio encorvadas, que les cuesta moverse pero que rompen las pelotas permanentemente, un cuete la vieja, una ladilla.

Se manda para adentro de nuevo la vieja, flaquita ¿viste? Bajita, canosa con un rodete y aparece al rato con una jarra así de grande, pero así de grande, con un líquido amarillento que parecía limonada, lleno de hielo. Transpiraba de fría la jarra. Y se la ofrece al Gordo, che.
El Gordo medio le dice que no, que no se hubiera molestado, que no puede desatender su trabajo pero, en definitiva, la acepta, lógicamente.

Además, los hijos de mil putas del negocio de electrodomésticos no le habían alcanzado ni un vaso de agua al Gordo. ¡Ni un vaso de agua siquiera! Después hablan de los norteamericanos. Nosotros somos tan hijos de puta como ellos para explotar a la gente. Lo que pasaba también es que a esa hora había quedado un solo encargado en el negocio. La vieja que contrató a Luis tenía como cinco negocios por otras partes de la ciudad y andaba de recorrida; y el otro empleado que laburaba ahí se había quedado en el fondo del local, rascándose las bolas debajo del único ventilador de techo que tenían esos miserables.

La cuestión es que la vecina saca un banquito chiquito a la calle, lo deja al lado de la puerta de su casa, medio sobre el umbral para que no le diera el sol directo, le dice a Luis “Aquí se lo dejo”, y ahí se lo deja.
Cuando el Gordo pudo zafar un poco del pendejerío, te imaginás que con ese calor llegó un momento en que había mucha menos gente en la calle, se prendió a la limonada y se bajó media jarra de un saque.
Pero resulta que no era limonada, boludo, no era limonada. Era vino blanco, vino blanco era.
La vieja le había zampado en la jarra un par de botellas de vino blanco, le había metido hielo a rolete y se lo había dejado ahí, con las mejores intenciones.

El Gordo, con la desesperación, con el calor que tenía en el cuerpo, recién se dio cuenta cuando ya se había mandado más de catorce litros sin respirar, de un saque. Y aparte, seamos sinceros, cuando ya se dio cuenta no pudo parar, no pudo parar. Te estoy hablando de un muchacho de 120 kilos después de estar moviéndose casi tres horas a pleno sol con 4000 grados de temperatura. No pudo parar. Se mandó todo el vino blanco. Fondo blanco.

Bueno, te imaginarás... te imaginarás el pedo tísico que se levantó ese muchacho. Una curda inmediata y espantosa, demencial. Una curda como para trescientas personas.
Casi no había desayunado, estaba sin almorzar, para colmo, el Gordo no era un tipo que tomara mucho alcohol, al menos que yo recuerde. Un poco de vino con la cena, nada más. Alguna copita de sidra. O a veces, en los bailes, alguno de esos tragos maricones como el gin tonic, pero con mucha más agua tónica que otra cosa.

¡El pedo que se agarró ese muchacho, Dios querido, el pedo que se agarró! No te digo que empezó a cantar boludeces, ni a caminar torcido, ni a vomitar contra las paredes, ni nada de eso. Pero entró a regalar todo lo que tenía a su alcance, se le dio por la beneficencia, le dio un ataque de comunismo acelerado. Primero terminó en cinco minutos con la existencia de caramelos y chocolatines que eran para toda la tarde...
¡Y después empezó a regalar los electrodomésticos! Empezó regalándole una tostadora eléctrica a un pendejo. Después le regaló un ventilador a la madre de otro de los pibes, después siguió con multiprocesadoras, veladores, hornos a microondas, etcétera...
Llamaba a la gente a los gritos, entraba al negocio y les daba algo, repartía, entregaba todo.
Y el empleado que se rascaba las bolas adentro del negocio ni se dio cuenta, debía estar en el fondo, en una oficinita que estaba detrás, arreglando papeles o apolillando una siesta mientras esperaba la hora en que el patrón llegaba.

Lo cierto es que, te imaginás, a los quince minutos en la puerta del negocio había un mundo de gente que venía de todas partes alertada por los otros que ya habían ligado algo de arribeño, por la mamúa del Gordo.
La gente pensaba que era una promoción del negocio o, en todo caso, se hacía la turra, cazaba los artefactos, se los llevaba y a otra cosa mariposa, si te he visto no me acuerdo, andá a cantarle a Gardel.
En eso aparece el dueño del boliche, un pelado con cara de amargo que llegó en su auto, un coche nuevo.
Y cuando el tipo se dio cuenta de lo que estaba pasando se puso loco, lógicamente se puso loco. Entró a gritar, a arrebatarles las cosas a la gente, a recuperar licuadoras, televisores portátiles, radios que la gente se llevaba. A los gritos ese hombre, desesperado, tironeando con los beneficiados.

Ante el despelote se despertó el empleado de adentro y salió cagando aceite a ayudarlo al pelado. Había tironeos, forcejeos, agarrones, hasta voló algún puñete. Y en eso llegó la cana, un patrullero que andaba de ronda.

En el despelote, cuando medio se enteró de cómo había venido la mano por lo que contaban los que se piraban con las licuadoras y todo eso, que gritaban que Papá Noel se las regalaba, el pelado les indicó a los policías que lo metieran en cana al Gordo, responsable de todo ese quilombo.

Y bien dice el Martín Fierro que no hay nada como el peligro para refrescar a un mamado. Ahí el Gordo se despejó, se dio cuenta, volvió a la realidad, se esclareció el Gordo.

Además, ya había vuelto a transpirar como un litro del vino blanco, me imagino, se había aliviado un poco de la tranca, y comprendió la cagada que se había mandado. Pero te conté que es un tipo manso, un tipo tranquilo que no se iba a poner a resistirse o a echarle la culpa a nadie. Supo que tenía la culpa, y entonces, todavía medio tambaleante, bajó la sabiola, se fue para adentro del negocio para cambiarse la ropa en el baño y meterse, derechito viejo, solito, adentro del patrullero.

Afuera seguía el desbole entre el pelado, su empleado, la gente y los canas que ahora también se habían unido a la tarea de recuperar todo lo que había regalado el Gordo.

El Gordo se fue al baño, se mojó la cara, cosa que terminó de despejarlo, se sacó esas pilchas de mierda de Papá Noel, se puso la ropa que había llevado en un bolsito y salió de nuevo a la calle.

Cuando salía para la calle –el negocio es bastante largo- lo ve venir al dueño con uno de los canas, desencajado el pelado, a las puteadas, buscándolo. Claro, lo ve al Gordo, sin el traje colorado, de camisita celeste y pantalones vaqueros, un bolso en la mano, el pelo negro achatado por el agua de la canilla, y no lo reconoce.

No lo reconoce porque tampoco era él quien lo había contratado sino la conchuda de su esposa. “¿Adónde está? ¿Adónde está?” me contaba el Gordo que preguntaba el pelado, que venía a los pedos con el policía. Y el Gordo pensó que se refería al traje de Papá Noel que se había sacado.

Yo no sé si el Gordo lo entendió así, seguía en curda o se hizo bien el boludo, la cosa es que señaló hacia el baño y el pelado y el policía se mandaron para allí. Cuando el Gordo salió a la calle todavía había un amontonamiento de gente y el otro empleado discutía con medio mundo reclamando facturas o recibos de compra.

Nadie lo reconoció entonces al Gordo, sin el disfraz. Incluso de última, el otro policía del patrullero que se había quedado afuera, lo encara al Gordo cuando el Gordo ya se piraba y el Gordo piensa: “Cagamos”.
Y el cana le pregunta “¿Ese bolso es suyo?”. El Gordo me contó que él le iba a decir la verdad, que sí, que era suyo.

Pero tuvo miedo de que el cana le hiciera más preguntas, o que se lo hiciera abrir y le dijo: “No, lo vengo a devolver”. Y se lo entregó, un bolso de mierda que después de todo a él no le servía para un carajo.
El Gordo se piró haciéndose el pelotudo, temeroso todavía de que alguien lo reconociese y lo mandara en cana cuando ya estaba a una cuadra.

Casi termina preso, el Gordo, mirá vos. Zafó porque la vieja que lo contrató tampoco sabía ni cómo se llamaba ni adónde vivía. Era un contrato basura, pero realmente basura el del pobre Gordo. Pero casi termina engayolado. Por tener que disfrazarse de Papá Noel con esos vestidos de invierno, podés creer.
Que los argentinos nos tengamos que vestir con ropa de abrigo en pleno verano porque a los yankis se les ocurrió que Santa Claus vende más que el Niñito Dios.
Eso le decía yo al Gordo, después, en el club. “El año que viene ofrecete para algún pesebre, Gordo. Por lo menos de Niño Dios te ponen en bolas en una cunita y te cagás de risa porque estás fresco.” Eso le decía yo, para joderlo.

“De lo único que puedo hacer yo en un pesebre viviente es de vaca, Zurdo –me decía el Gordo- De vaca”.
Pero por lo menos es un animal conocido, ¿no es cierto? Un bicho familiar al paisaje, el rumiante emblemático de la pampa húmeda, base de la riqueza de nuestro país. Algo nuestro... ¡Qué me vienen con que a los chicos les gusta Papá Noel, el trineo y los alces esos! Si mis pibes me vienen a pedir un alce de ésos les pongo tal voleo en el orto que aterrizan más allá de la Circunvalación del voleo que les pego, tenelo por seguro.

Ya bastante que el otro día les compré un conejo, un conejo de verdad, que es terriblemente pelotudo y lo único que hace es comer lechuga y cagarnos todo el patio. Y si me insisten con esas pelotudeces inventadas por los yankis que se vayan a vivir a Cincinnati, pendejos colonizados de mierda. Que a mí no me dicen el Zurdo al pedo, me lo dicen por tener una formación doctrinaria... ¡Pobre Gordo! Estuvo a punto de convertirse en una nueva víctima del capitalismo salvaje.

Roberto Fontanarrosa


Banderín Solferino

Moralejo puso una extraña pelota –extraña para él- a las espaldas del cuatro mendocino y allá picó Carlitos Bianchi mientras el arquero y el flaco de la cueva levantaban manos infructuosas, lo miraban mendigando el gesto, cuidaban el empate como a un hijo. Pero Isidro Balestra -los ojos, el aliento implacable de la hinchada de Vélez en la nuca- corría, el elocuente banderín pegado al tobillo, acompañaba habilitando el pique del reiterado goleador, esperaba el desenlace. Y hubo un centro pasado, Larraquy que llega forzado al segundo palo, cabezazo por arriba y todo el mundo uuuuh de la tribuna encima y detrás de Balestra. Miró el tablero y pensó ya se acaba. Retomó el trote y entonces lo oyó, clarito, ahí atrás.

–Por qué no levantaste la bandera, hijo de puta. Balestra se dio vuelta y ya no dudó. El cuatro estaba lejos, volvía rengo y dolorido de una arada inútil. El banco de los visitantes estaba más lejos aún. Y el último hincha mendocino había dicho sus últimas palabras al promediar el primer tiempo, también allá lejos, mucho más lejos todavía. Esa tarde, Vélez era dueño de todos los ruidos y los gritos menos de ese explícito susurro. Y ya no dudó. Sencillamente, supo quién era. Y se quedó en el molde. El referí avisó que dos minutos más. Hubo un lateral para el visitante ahí, a los pies de Balestra, y el rengo tardó un lustro en llegar. Amagó y amagó; al final se la tiró un poco larga al dieciséis, un pibe todavía frío, recién entrado. Ischia lo madrugó, puso la gamba fuerte, tiró la pelota adelante y se fue. El arquero mendocino salió como los bomberos. La pelota entró al área por el vértice, con Ischia un poco lejos, forzado. El arquero -todo el barro de las dos áreas de esa tarde lo tenía encima- había ganado varios mano a mano y venía por uno más, casi en el aire, perfilado para el vuelo arrastrado. Y llegaron juntos. Hubo un choque frontal y desparramo. Mientras se desenredaban, la pelota salió para arriba, picó y se fue para el arco. Sólo dos jugaban ahí. Dos y Balestra, pegado a la raya, diez metros más allá. El resto estaba lejos, hasta el referí que trotaba esperando la hora. Pero todavía faltaba. Penosamente se rehicieron y el volante ganó un tiempo, consiguió el armado mínimo de la vertical como para acomodarse y mandarla adentro. Todo Vélez empujaba el pie embarrado.

Pero todavía faltaba.
Como en una cámara lenta infernal y analítica, el arquero se paró, se jugó la mano y la vida en el gesto último y metió el manotazo ahí, justo y final. Y mientras Ischia caía, toda la hinchada de Liniers caía con él en el grito de la apelación, el mendocino se embarazaba con la pelota, rodaba y se aferraba a ella, dueño del partido y de la tarde.

Pero todavía faltaba.
Sonó el silbato. Balestra miró al referí y tembló. El árbitro lo miraba a él, testigo de cargo, espectador privilegiado, palabra, banderita autorizada. Y el referí se venía, hacía gestos de espantar moscas, torcía levemente la diagonal hacia donde Isidro Balestra era el punto final del recorrido de la procesión que se encolumnaba tras de un ambiguo fraile negro. Ya estaba a cinco metros y elástico lo miraba a los ojos con hipócrita ruego.

Pero todavía faltaba.
Porque precisamente en ese momento, por encima o debajo del clamor que bajaba de las populares, de las puteadas que saltaban de los grupos de jugadores como saltan las pulgas de un perro, lo oyó otra vez, clarito, inapelable a sus espaldas:

–Guarda con lo que decís, hijo de puta. No fue penal: el arquero no lo tocó. Cuando Isidro Balestra tomó el tren en Liniers eran las 20.25. El vagón estaba lleno de gente cansada y nadie prestó atención al hombre del bolso Adidas y la curita y los anteojos negros prestados, que leía la sexta con dificultad. Si Vélez había empatado cero a cero y el escándalo sobre la hora le costaría la suspensión de la cancha; si el árbitro Feola no había sancionado un evidente penal a favor del local luego de consultar con el lineman; si los desbordes habían terminado en pedrea y agresión contra “las autoridades del match”; si el director técnico del equipo de Liniers se quejaba arbitrariamente de los arbitrajes; si a él le dolía mucho la ceja derecha, a nadie le importaba ya. Como un ladrón, ocultaba en el bolso las evidencias de su participación en el hecho: un pantaloncito y camisas negras, un escudito. Lástima que no le dieron la banderita solferino, suerte que su mujer no estaría en casa y podría ver tranquilo el partido por TV, podría verle un poco mejor la cara al oficial de policía que lo puteó toda la tarde desde el borde de la cancha, ahí, junto a él, con ese perro amenazante y sin duda mendocino; podría ver realmente si fue o no penal del arquero, podría verse caer bajo el pie y oír qué decía Macaya Márquez. Cuando su mujer regresó esa noche, tarde y con una maceta, como siempre que iba a Moreno a lo de su hermana, Isidro Balestra, banderín solferino, estaba dormido frente al televisor encendido. Ischia picaba, adelantaba la pelota, salía el arquero mendocino y había un choque.
La mujer apagó; el fútbol la aburría.

Juan Sasturain

Un partido de ajedrez relatado

Cuando un partido de fútbol esta aburrido o es muy pensado se dice que es un "partido de ajedrez". Si algo le faltaba a Alejandro Fantino era relatar un partido de ajedrez, pero de ajedrez ajedrez. Le puso emoción por todos lados, los comentarios estuvieron a cargo de Azzaro. Épico.

Si no te carga o no responde, hace click ACÁ

Show del Fútbol, 27 de Julio. Completo.

Programa más light que galleta de arroz sazonada con brotes de soja.

Video extraído del canal de drkhumalo

¿De qué te ponés contento?

 Yo la verdad es que no te entiendo Cacho, la verdad que no te entiendo. Ni a vos, ni a todos aquellos que van a una cancha. O a esos hincha...


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