"Un Mozo", de Roberto Fontanarrosa
Era inútil, el mozo tenía pinta de cana. Ya se lo habían
dicho. Se lo habían dicho Tito, el Lulo, y un par de tipos más que estaban
sentados aquella vez con el Lulo. Y no sería nada raro que fuera cana. Peinado
para atrás, seco, callado, morocho. Le había pedido un Gancia con limón y un poco
de bitter. El mozo no había dicho ni que no, ni que sí, ni que bueno, ni que
enseguida. Limpió la mesa con ademán enérgico y circular y se fue. Al rato
volvió y puso el vaso sobre la mesa con más fuerza que la recomendable.
"Un plato de manices" aventuró entonces Luis. El mozo esta vez tampoco
dijo ni sí ni no ni bueno ni enseguida. Se fue en silencio. A Luis le quedó primero
una especie de malestar, después de la tonta duda que siempre lo asaltaba cuando
no sabía si pedir maníes o manices. En definitiva, si el mozo era cana, qué mierda
iba a saber cómo se decía correctamente. Y si fuera profesor de castellano no laburaría
de mozo. No. Era al pedo. Debía ser cana. O tal vez era un pobre tipo que andaba
jodido. Que le dolía un huevo. O la guita no le alcanzaba ni mierda. O le apretaba
un zapato como la puta madre que lo reparió y en cada recorrida hasta la mesa
relojeaba la hora en el reloj de Pepsi para saber cuánto le faltaba para
sacarse los timbos, quedarse en calzoncillos, ponerse las hawaianas sentarse en
el sillón del patio y mirar televisión, con el televisor corrido hasta la
puerta de la pieza. Tal vez era eso. Pero no, casi seguro que era cana. Flor de
cana. No sería nada raro. Nada raro. Un cana bien oreja en un café céntrico
debía ser muy útil a la policía. Escucharía conversaciones fragmentadas,
ficharía caras medias fuleras, anotaría los tipos que gastaban más de lo que
aparentaban tener para gastar, sabría leer en los labios de los barbudos las
consignas revolucionarias, batiría quiénes hablan de burros, de fútbol, de
minas, de política, de chóreos. Pasaría el santo sobre las locas finas, las reventadas,
los putastrones. Detectaría como al descuido quiénes tenían pinta de pichicateros,
de morfinómanos, de tragasables. Al pedo. Era cana. Marcaría los chamuyos de
política parándose junto a las mesas, haciéndose el sota, como si no pensara en
nada o como si pensara en los timbos que va a tirar a la mierda apenas llegue a
la casa. Porque por ahí es solamente eso, después de todo. Por ahí tiene un pendejo
enfermo con diarrea estival. O es un tipo que entiende su profesión a su modo.
Que no habla con el cliente. Que es una fría maquinaria de servicio, que atiende
con la eficiencia de una secretaria sueca y nada más. Tal vez vio atender así en
alguna comedia boluda inglesa, de ésas con médicos. Si es que va al cine. Nadie
llevaría al cine a un pendejo con diarrea, menos a ver una comedia, para que se
le cague de risa en medio de la función.. Aunque quién mierda se puede reír de
esas comedias inglesas con médicos. Pero de un cana se puede esperar cualquier
cosa.
Roberto Fontanarrosa
Detalles del "Mes homenaje" acá.