Sucedió hace pocos meses, una tarde de sábado nublada y
fresca, en la cancha de Argentinos Juniors. Por la penúltima fecha del
campeonato, jugaban el dueño de casa y Quilmes, sin nada en juego y ante un
pobre marco de público. Ganaba el Bicho uno a cero, merced a un tanto de cabeza
convertido a los cinco minutos del primer tiempo por el jugador Carrasco.
Faltando diez minutos, igualó Quilmes con otro gol de cabeza. Y en el segundo
minuto de descuento, llegó la polémica de la tarde, que tuvo otra vez como
protagonista a Daniel Carrasco, número diez del local: dicho jugador ingresó al
área y cayó en la misma, aparentemente derribado por un central adversario. El
árbitro, muy permisivo durante todo el encuentro (tanto que no se registraron
amonestados ni expulsados) no cobró la falta, y el partido finalizó igualado,
ante las protestas de la parcialidad local. Mientras se retiraba el público del
estadio, el socio vitalicio Alejandro Polaica le comentó a su hijo: “Nacimos
para sufrir. Me acuerdo hace cuarenta o cincuenta años, la primera vez que vine
a la cancha, un partido igual contra Quilmes; empatamos, creo que uno a uno, y
no nos dieron un penal sobre el final.”
La trivial observación fue mencionada por Diego Polaica en
uno de los foros del Club, y un rato más tarde ratificada por Patricio Delgado,
forista estudioso de las estadísticas futboleras de Argentinos Juniors. Dicho
individuo adjuntaba un viejo artículo periodístico, en el cual se comentaba un
empate 1 a 1 de Argentinos Juniors y Quilmes, ocurrido justo 50 años atrás (un
9 de Abril, pero de 1967), con algunas particularidades asombrosas: el
encuentro se había disputado también en el viejo estadio de La Paternal, los
goles de cada equipo habían sido convertidos al mismo tiempo en ambos
encuentros (es decir, en los dos partidos transcurrían los mismos minutos
cuando Argentinos abrió el marcador, y lo mismo al igualar Quilmes), todos
habían sido de cabeza, no se habían registrado amonestados ni expulsados, y
para colmo el artículo mencionaba que en el final del encuentro se había
protestado un supuesto penal a favor de Argentinos, no sancionado por el
árbitro del encuentro.
Sea por escasez de otras noticias deportivas de mayor
relevancia, sea porque resulta más cómodo o interesante imaginar hipótesis
alocadas que comprobarlas, lo cierto es que la semana siguiente se desató una
frondosa polémica, reflejada diariamente en distintos medios deportivos. Se
analizaron las incidencias en detalle, se cotejaron los archivos buscando sin
éxito diferencias estadísticas entre ambos encuentros, se invitó a los
jugadores y árbitros a diferentes reportajes en los cuales se les formulaba
preguntas absurdas y vagas (“¿Notó algo raro al entrar al campo de juego? ¿Es
usted creyente? ¿Se confabularon de alguna forma para repetir las incidencias
de un partido disputado hace medio siglo?”). En el colmo de lo ridículo,
apareció una supuesta “Iglesia Científica Deportiva Argentina” (ICDA), la cual
difundió a través de diferentes sitios web un comunicado, en el cual afirmaba,
entre otras tonterías, que el viejo estadio de Boyacá y Juan Agustín García era
“un singular portal que permite el paso de diferentes realidades temporales,
generando sucesos que a los mortales parecen increíbles, pero los cuales
simplemente anuncian la venida del Último Profeta, el cual transporta el
secreto de la purga definitiva del Universo”. Entrevistado Fernando Mentasti,
autor del gol de Argentinos Juniors en aquel encuentro de 1967, recordó con
nostalgia su gol en ese partido, pero no entró en el juego de asombros y
comparaciones interminables; de hecho, aseveró que no había existido penal en
la falta que supuestamente a él le habían cometido en 1967, sobre el final del
encuentro, ya que recordaba haber fingido el penal. Según su particular
apreciación, había una diferencia fundamental entre ambos partidos, dado que en
el último sí habían hecho penal al jugador de Argentinos, aunque no lo hubieran
cobrado. Este dudoso argumento no provocó el cese de las habladurías y
polémicas generadas.
La política partidaria se sirvió de la discusión y alboroto
resultantes. Los principales dirigentes venían siendo muy cuestionados por
oscuras transferencias de prometedores valores de las inferiores, así que
aprovecharon la oportunidad para desviar el foco de la Asamblea Anual Ordinaria
que debía realizarse. Usaron el Microestadio del Polideportivo “Las Malvinas”
para improvisar una asamblea diferente, de concurrencia heterogénea (se sumaron
a los socios disertantes de diferentes disciplinas, muchos ajenos al club e
incluso al fútbol, y varios vecinos y curiosos) y que tuvo como punto
excluyente a tratar la a esa altura más que intrigante cuestión de los sucesos
repetidos en los dos partidos.
Hecho un resumen de los acontecimientos, tomó la palabra el
socio Patricio Rodríguez. Criticó con dureza la credulidad de la gente ante una
“mera casualidad”, e hizo notar las diferencias “apreciables hasta para el más
obtuso” entre los dos partidos: los espectadores no eran los mismos, tampoco
desde luego los jugadores ni árbitros; ni siquiera las tribunas eran las mismas
(en la época del primer partido eran de madera); en definitiva, él no veía más
que algunas similitudes aisladas, curiosas pero en modo alguna imposibles,
entre ambos encuentros. El cura del barrio, hincha veneno de Argentinos,
manifestó de inmediato su acuerdo con este argumento, deslizando además alguna
crítica hacia los “cultos oportunistas, que pretendían con argumentos
espectaculares pero falsos, interpretar fenómenos comunes al Plan Divino como
alteraciones misteriosas, para embaucar a los crédulos” (lo cual desde luego
fue interpretado como un tiro por elevación para la flamante ICDA).
Pero en ese momento habló Jorge Biscay, profesor de
Matemáticas, explicando que la probabilidad de semejantes repeticiones
(rivales, cancha, resultado, minutos en que fueron convertidos los tantos,
amonestados y expulsados, y especialmente la singular circunstancia del extraño
penal no cobrado en ambas ocasiones), basada por supuesto en la cantidad de
casos favorables sobre los casos posibles, debía ser “tan pero tan baja, que no
podía considerarse seriamente como un hecho casual”. Dicha afirmación,
pronunciada en tono firme y sereno, causó gran impresión en la concurrencia.
Aunque no todos la interpretaron del mismo modo. El Gringo Armando, un mecánico
de la calle San Blas, agregó en tono pretendidamente misterioso que “es obvio
que no es casual, es la AFA que nos viene mandando al bombo hace veinte años”,
comentario que mereció la aprobación generalizada de muchos asambleístas. El
Doctor Rafael Jiménez (vocal de la Institución, y hombre además muy instruido)
hizo en cambio una singular declaración, que casi nadie comprendió del todo.
Habló de las diferentes concepciones del tiempo, haciendo mención incluso a un
supuesto “tiempo circular” (nombró también a Borges, deslizando además algún
comentario sobre los antiguos egipcios que no pudo oírse claramente en el
salón), y opinó que la repetición de los sucesos era un fenómeno palpable, pero
no del todo singular, sino uno más entre muchos fenómenos que se reiteran y que
no llegamos a percibir, dada nuestra concepción lineal del transcurso de los días.
Un breve silencio de incomprensión sucedió a sus palabras, hasta que Bachicha,
socio vitalicio y personaje muy conocido en la Institución, quiso presumir de
inteligente asociando las palabras del Doctor Jiménez con una situación más
terrenal. “Yo lo vengo diciendo hace mucho; el Cabezón Iriarte (número tres del
plantel profesional) es exactamente tan rústico como el grandote aquel, Barraza
(número tres del año 2013)”. Se escuchó una voz que defendía al tal Barraza
(“al lado de Iriarte, Barraza era Sorín”), a lo cual otro vitalicio respondió
“desde Placente para acá que no tenemos un tres como la gente, son todos igual
de malos Bachicha”. La Asamblea comenzó a salirse de cauce, dado que un par de
muchachos de la barra manifestaron a los gritos que si Iriarte, encima de ser
tan burro, tenía algo que ver con estas “brujerías” y penales inventados que le
estaban cobrando al Bicho, “enseguida se iban para la concentración y le ponían
los puntos”. Ante semejante argumento se escuchó una mezcla estruendosa de aplausos,
abucheos y diálogos entremezclados entre diversos asistentes. Nadie supo
explicar quién tiró la primera trompada, pero lo cierto es que en pocos minutos
el Polideportivo era una batalla campal de sillazos, golpes de puño y gritos.
La calma tardó un largo rato en restablecerse, disolviéndose la Asamblea sin
resolución alguna y postergándose cualquier comunicado al respecto (los
directivos respiraron aliviados, ya que ante semejante desmadre ni siquiera se
llegó a tratar el punto de las ventas de porcentajes de juveniles a
empresarios).
El escándalo hizo olvidar por un rato el misterio de las
similitudes, que además fue disolviéndose con el correr de los días, a medida
que los medios de comunicación y la ansiedad de novedades de los hinchas
reclamaron novedades frescas. Tal es así que las declaraciones de Daniel
Carrasco un año más tarde, cuando fue transferido justamente a Quilmes,
reconociendo que en aquel recordado partido no había existido falta en la
jugada del penal, sino que se había tirado a la pileta, casi no trascendieron
fuera de algún foro partidario (encima el mismo día Tinelli presentaba la
vigesimocuarta temporada de su burdo show televisivo, en virtud de lo cual no
se hablaba de otra cosa). El episodio quedó olvidado, excepto por este relato;
el cual también será olvidado, tanto por la pobreza de su redacción, que no ha
logrado despertar mayor curiosidad ni expresar la importancia decisiva del
fenómeno narrado, como por la pereza mental del lector, que seguramente no
recordará haber leído antes este argumento, con otros actores y quizás fechas
distintas, pero reflejando la misma terrible e inabarcable realidad de tiempos
circulares y sucesos infinitos, tan incomprensibles que lo más cómodo es, a
partir de este instante y definitivamente, archivarlos y no volver a hablar de
ellos.
Nicolás Monja
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