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Las tardecitas de agosto, en el Club del Barrio, parecían todas iguales. Los tenues rayos de sol que lograban esquivar la imponente medianera, compartida con la vecina Mueblería, reflejaban, poniendo cada tarde un poco más en evidencia, la falta de pintura del escudo del "Verdad y Memoria" (tal vez el paso del tiempo, o la falta de mantenimiento, o algún que otro pelotazo de los rústicos defensores del equipo de Veteranos, atentaban contra el emblema identificatorio de esta humilde Sociedad de Fomento, devenida en Club gracias a la inmejorable gestión de Treviño, el ex Secretario de la Institución, ahora Concejal por el Partido Vecinal del Distrito).

       En el Hall Central  -que comunicaba el pasillo de la entrada con la Cancha de Básquet (capaz de hacer las veces de Pista de Patinaje artístico, Salón de Fiestas, y hasta, en ocasiones, Centro de Exposiciones de las Artesanías en Cerámica con que se deleitaban las "Chicas", el grupo de Guapas Septuagenarias que, cada martes y jueves se reunían para amasar arte, entre mates, charlas y sonrisas- se congregaba el Grupo de Infantiles de Fútbol 5, justo frente al Buffet, tan eficiente como afectivamente atendido por Doña Tita, a quien, pese a pasar sus días ausente de familia alguna, se le había puesto el merecidísimo mote de "Abuela de Todos".

     La Abuela Tita, de quien se decía nunca había tenido marido, y a la que, solo los parroquianos entrados en años de la Institución, le habían conocido una Hija -a la que Nunca Más habían vuelto a ver desde poco antes de los Goles de Kempes, las Corajeadas de Luque y las Voladas del Pato Fillol en el Mundial del ´78- era una profunda enamorada de los partidos de los Pibes de las Infantiles, sus "Nietos".

     No existía posibilidad, bajo ninguna circunstancia, que se perdiera Doña Tita, entrenamiento, partido y/o festejo de ninguna índole, que tuviera a sus "Piojitos" en el medio. Con tanta dedicación como sabiduría, y una mano que derrochaba precisión quirúrgica para las tortas, se había ganado la "Abuela" el Título Moral de Campeona Barrial de la Pasta Frola, la auténtica, la de membrillo (porque "el dulce de batata es pa´l vigilante, carancho", como ella gustaba decirle, a quien le preguntara).
     Y fue en uno de esos partidos, en el que los Piojitos del Verdad y Memoria dirimirían honores frente a sus coterráneos de "Biblioteca Alfonsina Storni", que la vida comenzó a recompensar a la Abuela, tal vez, como ella misma era capaz de premiar, al darle la segunda porción de pasta frola, al Piojito que mejor se hubiera portado en la semana...


    Justo cuando estaba por terminar el partido, y los Piojitos del Verdad y Memoria ganaban 3-2, pero la estaban pasando mal, y los "Bibliotecarios" se venían absolutamente con todo (con "todo", como se puede venir un grupo de 4 chicos de 6 y 7 años que están jugando al Baby Fútbol, ante la presencia de sus padres, frente a sus compañeros de escuela que, accidentalmente defienden otra casaca), y parecía que Juampi, el más habilidoso de los "Alfonsinos" se iba a meter adentro del arco con pelota y todo, porque no había forma de pararlo, y el empate sería inexorable, y sería una nueva decepción  -porque los Infantiles del Club, tras una Campaña de 17 cotejos (muchos de los cuales, bien vale aclarar, habían sido en calidad de visitante), aún no conocían las mieles de la Victoria-  fue justo en el Tiempo Recuperado del partido, el momento en el que el Gauchito, el tan querido como inseguro arquero de la Sociedad de Fomento, se vistió de Superhéroe y, como si tuviera la casaca verde con el dorsal número 5 del Gran Ubaldo Matildo, tirándose contra el palo más lejano (el que daba a los tablones donde, expectantes, los familiares del Verdad y Memoria aguardaban el primer triunfo de los Pibes), desvió el grito de Juampi, en forma de derechazo en comba, al tiempo que ahogó, paradojicamente, las esperanzas de los "Alfonsinos".

      La atajada (seguramente la más importante, y tal vez, una de las primeras de su incipiente carrera), le valió al Gauchito  -quien heredaba el apodo de su padre, el Gaucho, un solitario y bonachón changarín del barrio, que prácticamente se había criado en el Club, ya que desde chico, por problemas con sus padres, había tenido que tomar la decisión de vivir en la calle, siendo cobijado como Rómulo y Remo por la Loba Abuela Tita- el rango de Ídolo por un rato, ya que sirvió para que los Piojitos se alzaran con sus primeros Tres Puntos... Que no fueron los únicos puntos que estuvieron en juego, ya que, el esfuerzo en la volada, amortiguado rústicamente contra el caño que oficiaba de poste (donación de la Herrería del Pueblo) derivó en uno de esos tajos capaces de asustar aún al más valiente.

      El Gaucho cruzó la cancha  -con la premura con la que un marcapuntas cierra, con su pierna menos hábil, cuando se da cuenta que el cuevero no va a llegar- y abrazando al maltrecho goalkeeper, lo acostó en el asiento de la vieja Falcon Ranchera (la que, más que un auto o una camioneta, era un dos ambientes con ruedas), y cargó a la Abuela Tita, para emprender , volando, mientras los Pibes festejaban la primera de sus victorias, las pocas cuadras que lo separaban del Hospital Municipal.

       Al entrar a la Guardia, y luego de ser inmediatamente atendidos por el Cuerpo Médico del lugar (capaces de suplir con capacidad y buena voluntad, las carencias materiales que no hacen falta enumerar de todos y cada uno de los Hospitales Municipales), se toparon con la noticia menos esperada: la herida era más profunda que lo que se imaginaba, y la pérdida de sangre, en demasía, obligaba a que el Gauchito necesitara dadores de la más difícil, en la combinación grupo/factor.

       En el momento en que el Gaucho (tan frontal como solitario, con esa cara que tienen los tipos buenos que la tuvieron que pelear desde potrillos) se intentaba comunicar con la gente del Club, para pedir que pusieran carteles con el pedido urgente de dadores, y la Abuela sacaba de su antiquísimo monedero ocre, el carnet que, tal como sospechaba, le confirmaba que era portadora del Grupo Sanguíneo que el Pibito necesitaba para curar sus heridas  -la que le había significado tres puntos con sus amigos, y varios más en la cabeza-  y mientras el Médico que había curado al Gauchito, salía para tranquilizar a todos, anunciando que la salud del tan querido como inseguro Arquero no corría peligro, y que solo quedaría internado por precaución, para pasar la primera noche, justo en ese momento quiso el Destino que el Gaucho y la Abuela vieran un Cartel, casi perdido en los despintados machimbres de la pared contigua a la Sala de Hemoterapia, donde se invitaba a todas las personas que tuvieran dudas sobre su Identidad, a hacerse un Test de ADN...

       Un rayo de sol, en forma de Verdad y Memoria, y en forma de Triunfo en Tiempo Recuperado, penetró por la ventana del Hospital, allí donde el Gauchito tendría su reposo tras la Heróica tapada  -la de los mucho más que tres puntos- y donde el Gaucho, por primera vez y para siempre, desde ese preciso instante, sintió que la Abuela Tita era su Abuela Tita...

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 Yo la verdad es que no te entiendo Cacho, la verdad que no te entiendo. Ni a vos, ni a todos aquellos que van a una cancha. O a esos hincha...


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