Sinceramente a mí el
futbol me chupa un huevo. A mi viejo no. Él es hincha de Boca a muerte. Pudo
haber sido de River, Newell’s, Central, Banfield. Pero él es de Boca. Porque
simplemente mi abuelo, o sea su viejo, era de Boca. El abuelo Ermindo era un viejo
tano de esos típicos inmigrantes italianos y a mí, por herencia familiar, me correspondía
ser de Boca. Ya desde chiquito mi viejo me llenó de chucherías con el escudito
de Boca. Mi primer regalo y por ende, primer juguete, fue un osito de peluche,
con el escudo de Boca en forma de corazón. Me acuerdo que el oso era medio
bizco porque mi hermana mayor le había arrancado un ojo y mamá se lo había
vuelto a pegar, pero al revés. Pero no solo mi viejo me hinchaba las pelotas
con el fútbol. También estaba mi tío Guillermo, el hermano de mi vieja. Era
enfermo por Racing. Otro que me llenaba de chiches con el escudo de “la
academia”, cosa que le rompía soberanamente las pelotas a mi viejo. Un día casi
se van a las manos por ese tema. Y para mi disgusto, mi abuelo materno,
rosarino él, era fanático de Newell’s y
también me atiborraba de “merchandising” de la lepra. Y a mí sinceramente no me
importaba, ni ser de Boca, Racing, ni de Newell’s. A mí el futbol me chupaba un
huevo a esa edad, creo que ya se lo repetí como tres veces ya. Cuando llegaba la pregunta cruel que dicen
siempre los adultos hinchapelotas “¿de qué cuadro sos?”, mi respuesta variaba
según el interlocutor. Si era mi abuelo, yo le decía que de Boca, si era mi tío
le decía que de Racing, si era mi otro abuelo le decía que de Newell’s. Todas
las respuestas tenían como recompensa una golosina. Mi viejo ponía cara de
ojete cada vez que decía cualquier otro cuadro menos el de Boca.
Fui a la cancha por
primera vez a los cuatro años. A pesar de las quejas de mi vieja, mi papá me
llevó igual. Fuimos a la bombonera. No
dure ni tres minutos creo; cuando salió el equipo a la cancha, empezaron a
estallar los gritos y los petardos. Me cagué en las patas y lloré como un hijo de
puta. Creo que mi llanto hacía más ruido que el quilombo de las tribunas. El
tema es que no paré de llorar y nos tuvimos que ir a la mierda. Todavía
recuerdo la cara de culo que puso mi viejo y como me tironeaba de la mano, mientras
íbamos a la parada del 64.A los seis años, apareció
mi tío con la brillante idea de llevarme a la cancha de Racing. A mi viejo no
le gusto un choto la idea, pero accedió, a ver si de una buena vez por todas al
“mariconcito” del nene le gustaba el fútbol. Ese día llovía intensamente. Nos
tomamos el 95 y caímos cerca del cilindro. La cuestión es que mi tío era un
completísimo pelotudo. Y si digo era, es porque ahora con el paso de los años
dejo de ser pelotudo para transformarse en un superpelotudo. Ni bien nos
bajamos del bondi, mi tío se puso a chupar. En menos de media hora estaba borrachísimo.
En un momento me soltó la mano y lo perdí… o él me perdió a mí. La verdad que
no sé cómo fue… cuestión que me pegue un
terrible cagazo, estaba solo en medio de mucha gente y siempre fui medio cagón.
Pero lo que tengo de cagón lo tengo de avispado. En un momento me serené, fui
hasta la parada del 95, luego de preguntarle cómo a tres policías y llegue a
casa. Todos se sorprendieron al verme. A la noche, cuando todos estábamos
cenando, cayó mi tío. Venía acompañado de dos policías y tenía caía de velorio.
Todavía tenía rastros de la “mamúa” y no me distinguió en la mesa. Él pensó que
yo todavía estaba perdido. Mi vejo no sabía si cagarse de risa o cagarlo a
palos. Esa fue mi última “incursión” en una cancha.
Ojo, que no me gustara el
fútbol no implicaba a que no lo jugase. Obviamente, en la escuela jugaba en los
recreos y en educación física. En la secundaria opté por quedarme en los
recreos jugando al truco o repasando alguna que otra materia donde venía medio
flojo. Aún hoy juego algún que otro partido al mes con los compañeros del
estudio. Ojo, no me confunda con un sedentario ni con un holgazán, que no me
guste el fútbol no significa que no haga deporte. Voy entre tres y cuatro veces
por semana al gimnasio, me cuido y esas cosas. Tampoco me diga que soy medio
maricón o algo por el estilo, estoy casado y tengo dos pibes. Le digo por las
dudas ¿vio? Hoy a cualquiera que no le guste el futbol ya en seguida lo tildan
de puto.
Caso contrario fue el de
mi hermana Mónica. A ella si le gustaba ir a la cancha. Siempre fue medio
“varonera”. Iba muy de piba con mi
viejo, pero después se hizo de Racing. Obviamente mi viejo le prohibió que
fuese con el borracho de mi tío. Pero yo creo que no se lo impedía por lo
peligroso del “olvido etílico” de mi tío, sino más bien porque le rompía las
pelotas que fuese de Racing. Vaya uno a saber. El tema es que yo sé muy en el
fondo que mi viejo la quería más a mi hermana que a mí, por el solo hecho que
compartía la pasión del futbol. Siempre compraban el diario deportivo y se
ponían a discutir. Yo entendía, pero no le encontraba el sentido a discutir sobre
jugadores y eso. Ella creció. Era muy fanática, por su sangre corría la pasión
del futbol. Estudio periodismo deportivo. A mi viejo mucho no le gustó la idea
pero cuando Monica le trajo un autógrafo del “tano” Pernía, le gusto la
profesión. Mi hermana se hizo periodista y tuvo acceso al campo de juego y a
los vestuarios. Tuvo tanto acceso que un jugador suplente de San Lorenzo le
hizo un pibe y se tomó el palo.
Como les decía, ella siempre hablaba e
intercambiaba ideas de futbol con mi viejo. A mí en cambio me encantaba ir de
compras con mi vieja. No por hecho de la transacción en sí, me gustaba poder
comparar precios, ver por qué un producto era más barato que el otro... todo
esto con una única finalidad: ahorrarme alguna que otra moneda, así al final de
la compra me sobraba algún peso para malgastármelo en golosinas. Me acuerdo que
haciendo malabares, a veces me sobraba un peso o dos. Bah, en realidad le
sobraba a mi vieja, pero ella veía mi adicción a los números y me daba lo
“ahorrado”. Yo me los gastaba en el kiosco de la esquina de casa. Me compraba
algún Topolín, algún Jorgito... También me gustaban los Petes, no sea mal
pensado. Por aquella época había una golosina de Billiken que era una gomita de
dos colores, en forma de chupete que se llamaba Pete. Eran riquísimos. Hoy si
vas al kiosco a pedir un Pete, lo más probable es que el kiosquero te saque a
escopetazos. Yo creo que si le ponían otro nombre como Chupeto, hoy el sinónimo de felación por excelencia
sería esa palabra y no “pete”. No voy a ahondar más en el tema, porque la
semiótica no es lo mío, como tampoco lo es el fútbol. Yo sé que a mi viejo todo
lo que hacía, no le generaba un carajo de orgullo. Es más a veces pienso que hasta
sentía un poquito de vergüenza.
Y crecí, seguí
estudiando. Termine la secundaria con un promedio de 9,75. Empecé la carrera de
Contador en la Universidad de Buenos Aires, me recibí en el cuadro de honor.
Hasta el profesor Alberto Bando costeó, con plata de su bolsillo, la edición de
un libro que contenía mi tesis. Se basaba en el sistema de costo estándar. Mi
viejo tiene una pequeña fábrica de radiadores en la planta baja de su casa,
creo que no se lo dije a esto. Y allí un día se me ocurrió implementar el
sistema de costo estándar. Mi viejo me saco a las patadas, pero aun así yo lo
hice y lo presente. Todos quedaron encantados con esa tesis. También me doctoré
en ciencias económicas. Un promedio envidiable el mío, pero no era el orgullo
de mi viejo. Mi hermana, con tres pibes de distintos tipos y a pesar de ser de
otro cuadro, era su orgullo.
La semana pasada fui a
visitar a mi vieja. Con esto de la humedad la artrosis la está matando. Fui a
ver si necesitaba algo y, por supuesto, para saber cómo estaba. La vieja es de
roble y hasta que no esté fundida del todo ella sigue limpiando, laburando,
yendo a hacer las compras…. Estaba hablando con ella en el comedor, cuando
desde la planta baja, donde está la fábrica, se empezaron a escuchar gritos de
una discusión. Entre esos gritos, claramente se escuchaba la voz de mi viejo.
Baje a ver de qué se trataba. Resulto ser que era una inspección de la AFIP. A
mi viejo le querían clausurar la fábrica por el artículo 40 de la ley 11.683,
decían que mi padre no entregaba facturas. Me hice cargo de la situación de
inmediato. Hable con los inspectores. Con mis conocimientos (y demostración de
contactos en la agencia) los convencí de que no le clausuraran la fábrica al
viejo. Los inspectores se fueron. Mi viejo me miraba y sonreía. Creo que por
primera vez sintió algo parecido al orgullo por mí.
Toni Schweinheim
Obra publicada, expediente Nº 510614, Dirección Nacional de Derechos de Autor.
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