En la semana recibimos un cuento procedente de un lector. Gonzalo Ochoa, estudiante de periodismo nos acerco el siguiente texto de su autoría,el cual compartimos con todos ustedes.
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La Sentencia Final
El juez ya lo ha decidido, y la ejecución
-pese al reproche de una parte de la masa- será en breve un hecho. Se verán
cara a cara ejecutante y ejecutado o verdugo y sentenciado, si se quiere. Pobre
hombre el ejecutado, quien debe pagar muchas veces los platos rotos de los
demás, aunque en otras ocasiones fue él quien cometió el delito mortal.
No se trata de una ejecución convencional,
puesto que el condenado no es ahorcado ni guillotinado como antaño, ni tampoco
electrocutado en la silla eléctrica o muerto vía intravenosa como las prácticas
actuales. Es más bien un novedoso sistema que al desgraciado le da una chance
más de vida que surge a partir de sus propias habilidades o bien de las malas
habilidades del ejecutor. Sin embargo, como contrapunto, en caso de que no se
concrete esa chance el ejecutado debe pagar en algunos casos con una desgracia
peor que la muerte misma.

Ya preparado todo el juez da la señal con
un pitido de silbato, el verdugo desanda sus pasos en pronta carrera y con su
pierna más hábil patea sutil o violentamente el balón intentando engañar o
vencer al condenado y hacer ingresar la esfera en el arco. El ejecutado lanza
por completo sus extremidades intentando detener el balón para que no ingrese
dentro de la valla siendo válida la utilización de cualquiera de las partes de
su cuerpo con ese fin.
Si la pelota finalmente no ingresa en el
arco el ejecutado es dejado en libertad, a veces condicional por una segunda
pena llamada "rebote" cuando la primera es provisoria. En las ejecuciones
de pena única y final es dejado directamente en libertad, algo obviamente muy
festejado por el ex convicto y duramente lamentado por el verdugo. De la otra
forma, si el balón ingresa en la valla de la forma que fuere, quien celebra y
se lleva toda la gloria es el verdugo -los verdugos de sentencias memorables
suelen quedar en la memoria colectiva y en la historia imborrable de los
torneos- que pasará a la posteridad, mientras que el ejecutado no desaparece en
su forma física sino que es arrojado a la peor de las humillaciones, yo diría
que en un castigo peor que la propia muerte. Sobre todo si el ejecutante fue
tan malvado como para ejecutar magistralmente, de forma sutil, acariciándola
levemente con la punta del pie hábil en la parte baja de la esfera para que
ella se levante a mediana altura y baje levemente muy mansita para descansar en
el fondo de la red.
El público presente que ha elegido tomar
parte por el ejecutador y alentarlo a definir correctamente salta de algarabía
cuando esto sucede, logrando que el condenado se sienta aún más humillado e inútil.
El nerviosismo y la tensión palpables en el ambiente son las más fuertes que
jamás he visto y sentido, más cuando uno toma parte; pero aún sin hacerlo el
clima de este novedoso castigo es conmovedor, logrando que se llegue a sentir
incluso lástima por el pobre desgraciado.
He sido testigo y espectador de numerosas
de estas ejecuciones y cada día me sorprendo más del ingenio de quienes la
diseñaron que quizá nunca imaginaron que causaría tanto impacto y sensación. Créanme
que vivir una sentencia semejante es incluso más emotivo y entretenido -en
ocasiones- que el evento que uno se ha preparado para ir a ver realmente y que
transcurre previo a la sentencia. Por último, quiero destacar que lo más
notable y más valorado por mí sobre esta práctica es que es pacífica y no corre
ni una gota de sangre, salvo contadas excepciones donde el público ha tomado
parte o bien ejecutantes y ejecutados fueron más allá de la sentencia y la
llevaron a un nivel físico.
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