Soy muy fanático del futbol y de la buena música. Por lo
menos lo disfruto cuando mis dos hijos me lo permiten. Por una cuestión de edad
ya no voy mucho a recitales, aunque a veces la música une generaciones. Sin
embargo, me siento medio veterano como para andar poniéndome una remera negra e
ir saltando en los recitales. A la cancha sigo yendo, muy de a veces también,
no porque no quiera a mi equipo, sino porque últimamente la AFA te pone los
partidos cuando se le canta.
Dicen que salir campeón por primera vez y asistir al recital
de tu banda favorita por primera vez, te cambia totalmente la vida. Ambos son placeres
hermosos, no hay nada mejor en el mundo.
A menos, claro, que por una cuestión del destino, ambos placeres se junten.
Si hay algo incomprensible en el universo, eso es el
destino. Muchos dicen que ganar un
torneo es cuestión de suerte o más bien del destino, que tal o cual pelota
entre, que pegue en el palo, el destino influye en todo. Pero para que la mejor banda de Rock del mundo
se junte también, tiene que darse ciertos factores: cuatro o cinco tipos que
saben tocar diferentes instrumentos se cruzan en un mismo camino para darle vida
a un único grupo que la pega. Porque si son muy buenos músicos y no la pegan,
no los conoce ni el loro.
Para mi el destino es amigo o enemigo, no tiene término
medio. Es ese árbitro hijo de puta que no te cobra un claro penal y que te echa
a un jugador faltando 5 minutos cuando vas empatando de lástima o es ese 10
habilidoso que te mete un pase de 30 metros y te deja mano a mano contra el
arquero rival. Igual es más parecido a un árbitro: según como le caes, te ayuda
o te bombea. No estoy hablando de árbitros comprados ni nada eh, desde la
primaria que siempre me ejemplifican con lo ideal, no con lo real.
Esta hijaputez o benevolencia del destino se me hizo
presente un sábado por la noche. El equipo del cual soy hincha porque nací en
el territorio barrial en donde el club tiene sus cimientos, por primera vez en
su historia, podía ser campeón. El barrio vestía orgullo de esta posible
conquista a nivel nacional; el equipo en donde todos los del barrio nos
juntábamos desde pibes estaba por alcanzar el máximo logro que un equipo dentro
del territorio de la República Argentina puede alcanzar, estábamos a un paso de
la gloria. Habíamos ascendido hace un par de años a la máxima categoría y solo
nos manteníamos en primera debido a que los otros que subían eran mucho más
flojos que nosotros. Lo importante era permanecer, aguantar en primera aunque
sea colgados de un fino filamento de banana. Ya nos habíamos acostumbrado a ver
como los grandes nos goleaban y sufrir una enormidad rasguñar un empate o ganar
por la mínima diferencia ante equipos de medio pelo como el nuestro. Cuando
parecía que se avecinaba un torneo más en nuestra humilde pero querida
historia, el equipo empezó a ganar y a ilusionarnos. Debo reconocerlo, nos
reforzamos como cualquier equipo lo haría, un par de matungos medio burros
atrás, trajimos al petiso Sallese al que se cansaron de rajar de todos los
equipos por putañero… el enano más o menos la movía, teníamos un equipo de
mitad de tabla. Empezamos muy bien, tres victorias al hilo. Sin embargo nos tuvimos que fumar obviamente el “seguro
que se caen” o el clásico “espera a que los grandes se prendan y cagaron”. No
sucedió ninguna de las dos cosas, bah en realidad se prendió un solo grande. Llegada
la fecha diez estábamos primeros con Boca, ambos con 15 puntos, todavía al
ganador le otorgaban 2 puntos y al empate 1. Ambos equipos habíamos ganado 6,
empatado 3 y perdido 1. La diferencia de goles a favor de Boca era abismal, por
eso en la tabla lo ponían siempre primero a ellos. Pero a nosotros no nos
importaba, ya ver el nombre de este equipo de barrio en el segundo puesto era
como estar de novio con una de las gatitas de Porcel. El golpe más duro lo
tuvimos en la fecha 16, cuando jugábamos contra River Plate. Antes del partido
todos nos queríamos autoconvencer de que River iba a entregar los puntos para
que Boca no se cortara solo en la punta. No solo nos ganaron, sino que nos
pegaron un peludo del carajo. 4-0. Todos los goles en el primer tiempo. Sin
embargo y pese a esto, Boca empato sus dos partidos posteriores y nosotros
ganamos ambos partidos. En la última
fecha se definía todo, en nuestra cancha y contra Boca. Parecía cosa del
destino.
Mientras todo esto sucedía, yo tenía otro motivo para estar
muy feliz. El destino o más bien el promotor del recital pensando en un buen
negocio, me tiraba otro centro. A mediados de año me entere casi por casualidad
que mi banda favorita, esa que escucho desde los 8 años, venia por primera vez
a la Argentina. Venia LA banda, MI banda, esa por la cual mi viejo me peleaba para que baje el volumen
de la radio, esa por la cual me pelaba con mis amigos que escuchaban su “basura
comercialmente feliz”, venían ellos por primera vez de Inglaterra al país. Hacia
poquito que había vuelto la democracia, y un poco más allá había estado la
guerra, todavía fresca, por eso pensé que nunca iban a venir. Pero la música no
sabe de guerra ni de conflictos de intereses entre gobiernos idiotas, el rock
no tiene nacionalidad, es como la brisa, todos disfrutan de ella sin saber de
dónde viene ni a donde va.
Ni bien me entere que el grupo que me obsesiono desde niño
iba a venir, no lo dude, empecé a trabajar más horas extras en la oficina, en
lugar de gastar en nafta, paré mi Citroën 3CV en el garaje de mi abuelo y
empecé a andar en colectivo. A pesar de que era soltero, la plata se me
escurría de los dedos con el tema de la hiperinflación, por eso tenía que
juntarla de a poco, llegue a juntarla en
menos tiempo de lo que pensaba. “Domingo
12 de Diciembre. 21.00 horas” decía la entrada.
La compre dos meses antes de esa fecha histórica.
Luego del empate e Boca y de nuestra victoria, se venía la última
fecha, la fecha en donde se definía todo. Demás está decirles que a esa altura
del campeonato había ido a 18 de los 18 partidos que jugó mi equipo, ahora
faltaba el último, el más difícil, era muy obvio que no me lo iba a perder por
nada en el mundo. Yo estaba pensando y disfrutando de lo que iba a ser el mejor
fin de semana de mi vida, ambas cosas de las que más disfrutaba en esta vida
iban a estar en su mayor expresión: el futbol y el rock.
Bueno tampoco era tan necio, sabía que el partido y el
recital iban a ser el mismo día, pero había tiempo de sobra para ir a ambos
deleites de placer. Si bien en los últimos torneos el campeón ya se había
definido antes de la última fecha, en torneos anteriores generalmente si
llegaban dos con chances en la última fecha, lo hacían jugar tipo cuatro o
cinco de la tarde y listo, nunca se extendía más allá de eso, en el peor de los
casos si jugábamos de cinco a siete, me quedaba una hora para llorar de la alegría
si salíamos campeones, o de la tristeza si perdíamos y una hora más para llegar
hasta el lugar del recital. La semana comenzó cargada, Boca nos quería sacar de
nuestra cancha, decía que era muy chica, que no se podía garantizar la
seguridad ni la comodidad y que esto que el otro. El martes el martes seguía
bastante pesado y amanecía con declaraciones de nuestro presidente decía que no
podíamos pagar el alquiler de la cancha y el operativo policial. Según los
diarios vespertinos, parecía que la AFA se iba a hacer cargo de una parte y que
sé yo cuántas cosas más.
El baldazo de agua fría vino el miércoles, Salí de la
oficina y compre el diario de la tarde, quería morirme. El partido se iba a
jugar en la cancha de Huracán, a las 19.00 horas, ya que hasta las 17 horas en
Plaza de Mayo iba a haber una manifestación y la verdad no sé qué otra
cantinela más, porque ni bien leí eso, me senté como autómata en el cantero que
está pegado al kiosco de diarios y me prendí un cigarrillo, no sé cuánto tiempo
ni cuantos cigarrillos habrán pasado, lo cierto es que habré estado un rato
largo porque de casualidad me tome el ultimo bondi que salía para mi casa. Cuando
baje del colectivo y llegue a casa, no cené ni me bañe, me quede mirando la
nada y pensando “este hijo de puta del
destino me cago anulando dos golazos en un día”.
Tenía tres días para empezar a hacer infinitas combinaciones
que me permitieran ir a ambos eventos, no estaba dispuesto a perderme ninguno
de los dos eventos por más que el destino se interpusiese. Como cualquier persona, busque consejos en
amigos, pero no tenía ningún amigo que fuese tan fanático por igual de ambas
cosas. “No seas amargo, deja el recital de mierda ese de lado”; “¿¡Qué!? ¿¡Estás
loco!? No seas amargo como los vecinos y veni a ver esta final, no seas
pelotudo hermano, ni lo pienses” estas y demás cosas me escupieron mis amigos
de la cancha. Cuando le preguntaba a mis compañeros de ruta musicales, me
respondían que este recital iba a ser único, que no dejara pasar esta oportunidad,
que tal vez con el ego que tenían estos tipos en cualquier momento se separaban
y no los iba a ver en vivo nunca más, que yo iba a tener incontables oportunidades
de ver a mi equipo campeón… evidentemente no sabían nada de fútbol. Le pregunte a mi viejo, me respondió
lacónicamente que me deje de romper las pelotas con el fulbito y con la música,
que ya era bastante grandecito y que me buscara una novia. Mi vieja me dijo que
ambos lugares eran peligrosos, que lo vea por la tele en casa. La respuesta no
estaba en los demás, yo tenía que hacer algo para ir a ambos lugares.
Llego el viernes, delante mío ya tenía al sábado, generalmente
los sábados suelen pasar muy rápido. Sin embargo después de hacer miles de
estrategias posibles, de hacer “ingeniería horaria” hice lo más fácil para ir a
ambas cosas a la vez. “Puta que soy
boludo” pensé, tres días pensando y la solución era más que fácil. El partido
terminaba a las 21.00 horas, pongámosle que siempre se demora un cachito mas,
21.20 horas terminaba, si todo salía bien, 21.30 o 40 ya estaba adentro de mi
auto rumbo al recital. Son rockeros, son egocéntricos y siempre arrancan más
tarde… pongámosle que arrancan media hora más tarde de lo pactado, perfecto, a
lo sumo me perderé 20 o 25 minutos, no importa, la cosa es verlos, disfrutar de
unos momentos de su música y listo, finalizado el mejor domingo de mi vida. La
suerte ya estaba echada, iba a la cancha, si salíamos campeones, iba a festejar
al recital, si perdíamos me iba a desquitar con buena música al recital. Ahora
solo faltaba que el destino me tirara un centro.
Llego el gran día. Sinceramente no pude dormir, ese día iba
a estar cargadísimo de emociones para, mis dos mundos se iban a unir, estaba
muy pero muy ansioso, no me entraba un alfiler en el… bueno ahí. Ya a las 15.30
Salí de mi casa, le di un beso a mi vieja, salude a mi viejo que me despidió
medio con cara de culo y me camine las tres cuadras a la casa de mi abuelo a
buscar el viejo pero fiel Citroën 3CV. Allí estaba mi abuela barriendo la
vereda, la gente grande le da particular atención a la higiene de la vereda de
su propiedad, nunca supe el porqué. Pasé al garaje, encendí el auto y me fui.
Avanzaba calles por calles, como dando pequeños saltitos, el 3CV tenía el maravilloso
andar de una sapo ebrio.
Todo marchaba bien hasta que un Renault 12 se me pone al
lado, me señala a través de la ventanilla mi rueda trasera… había pinchado y ni
siquiera me había dado cuenta. De
repente recordé algo, no tenía llave para cambiar la rueda, se la había
prestado a Martín, un amigo, y nunca me la devolvió, yo tampoco me calenté en
pedírsela. “Jodete por pelotudo” me decía mi conciencia. Estaba jugadísimo. Lo primero que se me
ocurrió era ir hasta la casa de mis abuelos, pero ya estaba como a 60 cuadras y
no llegaba. Estuve meditando como media hora lo que iba a hacer, no tenía ni
idea, sin embargo tuve unos segundos de extrema a viveza y se me ocurrió parar
a un taxi que venía por la calle. No, no
iba a ir en taxi, tenía unas pocas chirolas en el bolsillo, no mucho, no me
alcanzaba ni para llegar a lo de mis abuelos. Lo pare amablemente, le explique
mi situación, y le pedí si no me prestaba unos minutos la llave. El destino me
hizo un guiño, el tachero era hincha del mismo equipo que yo y justo había
terminaba el turno y se iba a la casa a ver el partido. Cambie la cubierta
mientras el camarada taxista iba deglutiéndose uno a unos sus cigarrillos. Ni
bien termine de darle la última vuelta a la última tuerca siento la mano del
taxista en el hombro “Pibe, son las cuatro y media, no vas a llegar”. Rápidamente
le devuelvo la llave, le doy unos cinco mil australes de propina y me zambullí
en el auto.

No sé ni de donde saque fuerzas, ni sé cómo la subí al auto,
de golpe estaba manejando a lo loco hacia un hospital, con una mujer a la que
había atropellado hacia minutos. Llegue al hospital, corriéndola entre en
brazos a la guardia, vinieron rápido los médicos. Luego de preguntarme muy por
encima que había pasado, me rajaron afuera a la sala de espera. Los minutos se
me hicieron eternos, por mi cabeza solo pasaban pensamientos pesimistas, desde
que seguro que ahora voy a ir preso a que el novio o marido de la chica a la
que atropelle me iba a fajar, y bien merecido me lo tenía eh. No sé si habrán
pasado dos horas o dos días o siete minutos, no sé la verdad, no tenía reloj y
estaba muy nervioso, en la sala de espera con el corazón en la boca por alguien
que no conocía. Es curioso, pero en ese momento mi cerebro pensó que en ese
momento tendría que estar en la cancha y que iba a estar también muy nervioso
por un simple partido, acá por lo menos estaba nervioso por algo concreto como
una vida. Creo más bien que tenía miedo de ir preso.
Fue cuando salió uno de los médicos, me dijo que había
sufrido una fuerte contusión en la cabeza y que estaba fuera de peligro, en uno
de sus bolsillos habían encontrado su cedula de identidad, se llamaba Nazarena
y efectivamente tenía 20 años. Le
pregunte al doctor si ella estaba consciente y si podía pasar a verla, ambas
respuestas fueron positivas. Entre a verla y me deshice en disculpas, casi
implore su perdón. Ella, a pesar de estar medio adolorida, se sonrió, no sé si
porque vio que yo estaba más golpeado
que ella, y me dijo que no me preocupará y que la culpa era de ella por haber
cruzado así. Le pregunte si no que llamara a sus padres y me dijo que ya venían
en camino, que los doctores ya les habían avisado. Tenía pensado preguntarle si
me iba a hacer juicio, pero me daba mucha vergüenza hacerlo. Le deje mi número
de teléfono para cualquier cosa que necesite, como no tenía papel para anotarlo
lo anote en la entrada al recital, que a esa altura de la noche no servía para
nada.
Subí a mi auto, prendí la radio y lo primero que escuché fue el pitido de que entrabamos en una nueva
hora, segundos después el locutor informaba que era la una de la mañana. Ahí empecé
a desesperarme por querer saber cómo había terminado el partido, fui moviendo
el dial y llegue a la voz desaforada de un periodista que hablaba casi a los
gritos pero como si estuviese afónico, me detuve a escucharlo. Hablaba de nuestro equipo, de cómo la había
corajeado frente a Boca, de cómo a los 10 minutos del primer tiempo comenzaba a
ganar Boca con penal que le costó la expulsión a Loiacono, nuestro zaguero que
era un terrible calentón, no le importaba dejarte con 10, él iba al frente y se
peleaba con todo el mundo… de cómo lo empato nuestro equipo a los 30 minutos
del segundo tiempo con una guapeada de nuestro lateral Santoro, se había metido
hasta el fondo para ponerle un centro justo al gringo Schvarzman en la cabeza t
de cómo en la última pelota que teníamos a nuestro favor, el petiso Sallese
metió un pase en profundidad para dejar solo mano a mano al gordo Rachiele
frente al arquero de Boca y definir de picándola por arriba desatando la locura
de todo un barrio. Cuando termine de escuchar todo esto, salte dentro del auto
y empecé a tocar bocina a lo loco, poco me importo que estuviese casi frente a
un hospital y sea la una de la madrugada. Llegue a casa como a las dos, me
acosté a dormir y me levante al otro día, lo primero que hice fue llamar a
Martín para ver cómo le había ido en el recital. Según él, fue el mejor recital
al que había asistido y al que iba a asistir en su vida, tocaron todos sus
temas clásicos, bromearon con el público, pero lo mejor y lo más importante que
pasó y que él nunca se iba a olvidar fue cuando iba a pedirle un autógrafo al
cantante, este lo invito a tomarse unas cervezas en un bar que estaba a dos
cuadras. No solo se ligó el alcohol gratis sino que también le dieron un
casette firmado por toda la banda. “El destino me ayudo loco, sos un pelotudo,
si venias conmigo también ibas a ligar lo mismo, pero preferiste ir a ese
partido de mierda”. No le dije que no pude ir al partido, le di la razón y
corte.
El destino quiso que no fuese al partido del campeonato, ni
al recital. ¿Me hubiese cambiado la vida? La verdad que no lo sé, tendría que
preguntárselo a aquella chica a la que atropelle con el auto, esa con la que
ahora tengo dos hijos.
Antonio Schweinheim
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