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— ¿Seguro vas a estar bien, viejo? Mira que verlo por tele es lo mismo, de última sí salimos campeones te paso a buscar y te llevo con los muchachos a dar la vuelta olímpica.
—No seas pavote Nicolás, ¡fui durante toda mi vida y justo ahora no voy a ir!
—Sí, pero, viejo, vos no estás bien, hace cuatro años que te agarró un infarto y...
—Decís bien, hace cuatro años, ahora estoy lo más bien —lo frené a mi pibe—. Ya bastante me tengo que aguantar que tú madre y vos me traten como a un nene. Tuve un infarto, no es que me quedé boludo. El único gustito que tengo es ir a la cancha. Ni laburar me dejaron ya ustedes. Espere 83 años para ver campeón a este equipo de matungos, para no decir toda la vida… ni loco me lo pierdo.

La verdad es que uno cuando se pone viejo lo tratan como a un boludo, y más si tenés alguna enfermedad del corazón. Ojo, yo sé que está bien, mi familia me quiere y se preocupa, pero a veces te sentís como un completo pelotudo.

Toda mi vida fui a la cancha y hay una cosa que aún no pude hacer: ver campeón al equipo del que soy hincha. Desde muy pibe el viejo me llevaba a ver al equipo, yo habré tenido seis o siete años cuando empezó a llevarme a la platea. Desde ahí no paré más de ir a la cancha. El viejo se murió sin poder ver al equipo campeón, su sueño era ver campeón al club conmigo en la tribuna. Lo llegamos a ver sub campeón en la década del 60, pero festejar un subcampeonato me parece muy frustrante. Ojito que ya hemos salido campeones, pero de torneos de ascenso, nunca de primera… pero los que valen son los porotos de la A, así que seguimos como al principio.

Lamentablemente no pudo verlo campeón y mi padre se fue, y con mis 83 añitos no sé si voy a verlo campeón eh. Todo depende de lo que pase el domingo. Por segunda vez en nuestra historia llegamos primeros en la tabla. Una vez ya perdimos y nos quedamos en la puerta de la gloria, espero que esta vez no pase, es complicado pero no imposible. Estamos un puntos por sobre el segundo.

Ganando salimos campeones. Empatando y que el otro pierda también, si perdemos ambos también. La cagada es que si ellos ganan y nosotros no, salen ellos y confirmaremos el mote popular que nos han puesto de cagones y pecho frio. Si quedamos empatados en puntos, obviamente habrá un partido “final”. Ni loco me iba a perder este partido hermano, que me agarre un infarto ahí mismo, viejo. Pero que me agarre si perdemos así no aguanto las cargadas de los otros. Por suerte había llegado al acuerdo con mi pibe: íbamos a ir a platea. Tan pibe no es, tiene 38 pirulos, pero para mí siempre va a ser mi nene.

Uno nunca sabe cuándo va a estirar la pata y disfruté mucho de este campeonato. Traté de ir la mayor cantidad de veces posible a ver al equipo… de local fui siempre pues soy socio vitalicio y de visitante he ido cuando juegan por acá cerca porque no me dejan viajar lejos por mi afección cardiaca.

En mi vida fui de todo menos puto: laburé en barcos, hice de mecánico, comerciante, despachante, etc. Me jubile a los 70 años pero seguí haciendo changuitas de taxista porque la jubilación no es la gran cosa y había que estirarla como sea. Hace cuatro años que sufrí un infarto. Entre el pucho, los múltiples quilombos que uno tiene en la vida y que me gusta comer bien las arterias se me taparon y se jodió el bobo nomas.
Estaba en casa hablando por teléfono con mi hermano cuando me empezó a doler el pecho. Pensé que se me iba a pasar al rato pero no se me paso y me terminaron internando. Estuve como diez días internado comiendo una comida horrorosa y casi rogándoles a los médicos que me den el alta. Me mandaron a casa, me dieron una dieta de mierda sin sal, sin grasas y sin sabor. Estuve trabajando un año más arriba del tacho, hasta que mi pibe y mi señora me dijeron que no trabaje más y bla bla bla. Me quedó como único refugio ir a la cancha.

Debo reconocerte, hermano, que cuando uno llega a viejo es como que va siendo chico de nuevo. Te tratan como a un boludito, como si no te pudieras valer por vos mismo. Te tengo que reconocer que a veces me siento como un nene por los caprichos, porque nosotros los viejos somos tan o más caprichosos que los pendejos, eh. También me mando mis rabietas y a veces me hago el sota y faseo escondido o le cambio esa sal de mierda que no tiene sodio y que tampoco tiene gusto por la sal común para que no me caguen a pedos tal como haría un pibe.

El día del partido mi señora hizo ravioles como todos los domingos, Nicolás vino con su mujer y mi nieto Rodrigo. Terminábamos de comer y nos volábamos a la cancha. El partido empezaba a las cuatro de la tarde, así que había tiempo. Terminamos de comer, mi hijo me mira un rato, después de hacerme un cuestionario sobre mi estado actual de salud, agarro las llaves del auto y salimos. Me despedí de mi mujer, como me aguantó siempre la bruja, eh, la verdad que es una mina de fierro. Ojo yo nunca la engañe ni nada porque no me parece correcto eso, soy enchapado a la antigua. No me tuvo que aguantar infidelidades pero tuvo que soportar cada estupidez mía que ni te cuento. Desde que nos conocimos, hace unos 45 años, que ella odia la cancha. Según ella era peligroso, me podía matar la barra, la policía o mi corazón. Todo era improbable pero ella se preocupaba igual. En el instante en que me despedí de ella con un beso en la frente me prometí a mi mismo que iba a ser la última vez que vaya a la cancha. Total si ganábamos yo ya iba a estar hecho de por vida y si perdíamos que el club se vaya a la puta que lo parió.

Salíamos por el caminito del jardín de casa, me fui a abrir el portón de reja donde mi hijo tenía el auto guardado y como un boludo me golpee en el brazo izquierdo cuando lo abría.  Casi termino sentado de culo en el suelo, pero por suerte mi pibe no se avivó porque, si no, me iba a empezar a hinchar las bolas para que no vaya. Me subí al auto.

— ¿Trajiste el Isordil? —me dijo Nicolás mientras con la mirada me examinaba.
—Sin nene, quédate tranquilo — le respondí mientras le mostraba el blíster de pequeñas pastillitas que me ponía debajo de la lengua cuando me dolía el pecho.

Llegamos a la cancha, había un aroma extraño en el aire. Antes había lloviznado y el olorcito a lluvia se mezcló con el olor de los choripanes. Ese debía ser el perfume del paraíso. Pero había algo más en el aire, algo indescriptible, sentía algo en el corazón, no, no era dolor era emoción. Tenía la marcada sensación que hoy iba a salir todo bien.

El partido empezó trabadísimo, el rival que no jugaba por nada nos salió a jugar con todo. A los cinco minutos ya tuvo una buena cantidad de llegadas a nuestra área. Y, como sucede en este tipo de partidos, el murmullo ya no se hizo esperar. El comentario de la incentivación empezó a correr más que nuestro lateral. Los minutos pasaban y pasaban lentamente, como en un reloj de arena en cámara lenta. Pero en esta clase de partidos uno esta más atento al resultado del rival que al propio y las noticias de la otra cancha no eran las mejores, habían pasado apenas veinte minutos y ya ganaba dos a cero, nuestro rival se estaba consagrando campeón. Una mierda, mi viejo, esperé toda una vida para ver esta decepción de nuevo, qué cagada. Y a los jugadores parecería que el resultado les chupaba bien un huevo.

La radio de un hombre mayor de al lado mío se desgarraba en un grito de gol. Era el tres cero en la otra cancha. Había que ganar y estos putos estaban ganando y goleando. Nosotros empatábamos y, por segunda vez en nuestra historia, se nos iba a escapar el título. Se fue el primer tiempo y todos estábamos muy nerviosos, mi hijo cada tanto me preguntaba si me sentía bien, me intentaba tranquilizar en vano con que era un simple partido de futbol, cosa que me reventaba más, porque era un simple partido de futbol y estos muertos estaban empatando. Necesitábamos solo un gol. Un miserable gol. A mí, sinceramente, los nervios no me hacían mal… es más, me descargaba cuando puteaba en la cancha al árbitro o a un rival, porque yo no soy de putear a los propios, porque ellos están para defender nuestros colores y creo que, si los insultás, los pones de peor ánimo… es mi humilde opinión.

Empezó el segundo tiempo, el viejo que estaba al lado mío apago la radio, total el resultado en la otra cancha estaba sellado. Ese sí que esta viejo, eh, o estropeado, porque hasta yo que tengo 83 y mal del corazón estoy mejor que el carcamán este. Con estos pensamientos me distraje un poco de lo mal que estábamos jugando, realmente estábamos jugando horrible.

Ellos pegaron un tiro en el palo, nuestro arquero saco dos mano a mano terribles. Nosotros solo llegamos con un tiro de media distancia del número cinco. Nada más. Ya iban casi 35 minutos y estábamos condenados a ver como el campeonato nos iba a hacer pito catalán. Sin embargo el nueve nuestro entro al área, enganchó y, cuando iba a rematar el central rival, le pego un terrible planchazo… era un Penal, así con mayúscula. Pero el árbitro no lo vio. ¡Para qué! Estallamos en una catarata de puteadas.

—¡¡¡Hijo de puta!!! ¡¡¡Ladrón, ladrón!!!! —me reventó la puteada en la garganta y me retumbo en toda la cabeza. Mientras agitaba el brazo enérgicamente.
—Tranquilo papá —me agarro del brazo mi hijo e intentaba llevarme de nuevo a que me siente— te va a hacer mal. Cálmate por favor.
—Pero no ves Nicolás lo que nos robó este hijo de puta, nos cago, nos afano la ilusión —conteste yo casi llorando con toda mi cara roja. Estaba completamente fuera de mí. — ¡Hijo de puta! ¡Toda una vida esperando esto para que este sinvergüenza nos robe! ¡Hijo de puta!

A todo esto, nuestro delantero había quedado medio drogui del dolor y lo tenían que sustituir. Yo pensé que iba a entrar el cabezón Estrada, era un pibe de inferiores que ya había hecho varios goles este torneo. Pero no, entro un joven de barba y pelo largo, la verdad que nunca lo había visto. Era flaquito como un piolín y tenía dos piernitas que más que correr se ondulaban en el viento. Tenía medio pinta de hippie. Se parecía a esas estampitas de Jesús en la cruz. La verdad que no sabía quién era ese muchacho y me daba vergüenza preguntar quién era. Por ahí era conocido y yo no me acordaba y si sos viejo y preguntás algo que es obvio quedás como un viejo esclerótico y boludo. Yo había venido a la mayoría de los partidos este torneo y la verdad que no me acordaba de este pibe. Por estar perdidos en estos pensamientos me perdí el nombre cuando lo dijeron en los altoparlantes. Me iba a quedar con la duda.

El recién ingresado se movía bastante bien. En la primera que toco hizo algo exquisito, la puso bajo la suela, tiro un caño y se mandó al ataque. Era él solo contra todo el equipo rival, si uno se detenía a verlo parecía un pequeño Via Crucis, un era un Cristo con pelota esquivando los latigazos de los rivales. Le costaba seguir con la pelota, se caía una y otra vez pero no perdía la pelota, la defendía con la vida y se la seguía llevando, el dos de ellos, que antes había sacado de la cancha a nuestro nueve titular, ahora le tiró una guadañazo terrible. El pobre Cristo cayó como fulminado pero todavía tenía la pelota ¡Cómo se la aguantaba el desgraciado! Llego al área, de un lado lo tenía al dos agarrándolo bruscamente del pelo y del otro al seis tironeándole la camiseta, el arquero salió con las dos piernas para adelante como para matarlo, sin embargo el pibe de barba se la pico por arriba…

¡Gooooool! La puta que lo parió, ¡era gol! La pelota entró, ¡éramos campeones, carajo! ¡Cuánta alegría! De tanta emoción junta me apretaba las sienes y el brazo que me había golpeado antes con el portón de casa me dolía más, pero qué joder, no me importa nada. Por primera vez en la historia estábamos saliendo campeones, para todos esos tarados que nos llamaban “vírgenes” métanse esa palabra en el culo ahora, viejo. Un grande el pibe de barba al que no le tenía fe. No sé de donde salió tanta gente pero nos abrazamos entre todos, era el abrazo grupal más hermoso del mundo, del quilombo que hubo lo perdí de vista hasta a mi pibe, pero que lindo fue. Creo que nunca estuve tan feliz, miraba para todos lados y veía solo sonrisas, todos éramos felices.

Cuando miro a mi izquierda, veo algo realmente increíble de ver ¡Es mi viejo! La puta que lo parió enloquecí de la emoción. Me pego el Alzheimer de golpe. Sacudo la cabeza como para que algo se acomode adentro. Pero no, es mi viejo o es un doble o estoy loquísimo. Me acerco a él.

— ¿Vi-viejo? —Tartamudeé del cagazo o no sé de qué— ¿Sos vos o estoy loco?
— ¡Carlitos querido! — me respondió él y si ¡era mi viejo! — ¿Cómo estas tanto tiempo, nene? No te la puedo creer mira como venimos a campeonar ahora, te dije que no me la iba a perder ¿Te acordás?

Sinceramente por mi mente pasaron miles y miles de cosas: que el vino que me tome con los ravioles me había pegado mal o que en esos momentos me había atacado con todo la arteriosclerosis o que el humo de los cigarros de marihuana que siempre solían fumarse en la popular había venido para acá. La mente es extraña y en los momentos más increíbles se va por las ramas. Estaba contentísimo, lo busque a mi hijo pero justo se había ido al baño, la figura de mi viejo ahí era muy real como para que sea una visión o algo creado por el poder de mi mente. Entonces lo abrace y si, era él ¡era el viejo! Esto es maravilloso, se me caían las lágrimas de la emoción, mi querido viejo, se me había ido hace 40 años por un cáncer de próstata ¡Y ahora estaba acá como si nada! Me puse a llorar como un nene y sentía que el pecho se me salía de la emoción. Era un sueño hermoso, sí, no había otra, estaba soñando, pero déjenme soñar, no me despierten nunca.

—Siempre el mismo mantequita vos eh —me dijo mi viejo mientras me daba palmaditas como tratando de calmarme —, llorás como un perejil, ponete contento Carlitos que vamos a salir campeones y estamos juntos para verlo, arriba nene, dale.

Yo seguía incrédulo, no podía creerlo, pero lo tocaba al viejo y era real, muy real, con su misma sonrisa campechana, con sus parpados arrugados, sus ojitos verdes alumbrando desde ahí adentro ¡la puta que hermoso sueño! ¡Que hermosa locura! Entonces lo veo venir a mi hijo, viene corriendo ¡Seguro vio al abuelo! Me abrazó y me dio un beso en la frente me miró y lloró, se había emocionado también, ¡qué lindo! Pero lo que veo ahora es increíble, es mi vieja ¡la vieja! A ella no le gustaba el futbol, seguro vino a hacerle la gamba a mi viejo, pero que hermoso, realmente esto es un sueño, campeones por primera vez, está mi viejo, está mi vieja, está mi hijo que no da más de la emoción y está llorando como desquiciado. No te lo puedo creer hermano, esto es una locura. Que hermoso sueño, por favor no me despierten, quiero que este sueño dure para siempre…

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El Club El Faro comunica su profundo dolor y pesar por el fallecimiento del socio vitalicio, don Carlos Burr, en el día de ayer mientras se llevaba a cabo el cotejo contra Progresista que finalizó empatado en cero. Lamentamos mucho su perdida, acompañamos en su dolor a todos sus familiares e informamos que sus restos serán velados en la sede social del club de 10 a 16 hs.



A.D.F.Schweinheim

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