(Primera parte)
Como es de público conocimiento (ahora aun
más, debido al escándalo con la General Motors) Irak carece de petróleo. En
efecto, la falta de tan preciado elemento ha sido suplida a través de generaciones
y generaciones de sufridos nativos por un compuesto semielaborado cuya receta
tan sólo pudo conocerse a mediados de 1972, cuando la franja de Gaza ardía bajo
las orugas de los tanques egipcios. El petróleo casero elaborado por los
irakíes consiste, someramente, en un preparado a base de aceite de soja,
papilla de garbanzos que se recogen de las planicies de Mer el Golán y
antracita salitrosa tamizada en las propias riberas de los corredores cenagosos
de Amek Kassem. Esta suerte de bolo alimenticio con insólitas propiedades
energéticas pasa luego a manos de las tribus nómades del norte de Kasserna,
quienes se ocupan de machacarlo tenaz y concienzudamente en arcaicos morteros
de cobre, los mismos que redujeran a monedas, calderilla o sencillo el oro que
cientos de años atrás recopilaba Abut Al Macen durante sus tropelías por los
andurriales de Samarcanda. El proceso finaliza en los Altos Hornos de la cuenca
de Kassem donde se lo alea o mistura con breba sintética importada del Cáucaso
soviético, a través del sonado acuerdo de 1973. Este último paso confiere al
símil de petróleo manufacturado ese sobrio tono negro que tanto fascina a los
economistas de Occidente. Todo marcharía como sobre cojines para los
exportadores irakíes, si a mediados de enero de este año, las destilerías que
proveen a la General Motors no hubieran quedado paralizadas durante tres
semanas debido al atascamiento en sus atanores superiores por el aglutinamiento
de garbanzos mal pisados en el supuesto petróleo recibido desde Irak.
De nada
valió que el gobierno de dicha nación extendiera las excusas del caso, ni que
detectada la tribu nómade responsable de tamaña irresponsabilidad en la
elaboración, fueran decapitados sus integrantes en brillante ceremonia que la
RAI televisó a color para toda Europa. Irak se quedó sin negocios. Su petróleo
manufacturado con una potencia octánica equivalente a la de la acetona, el saki
o bien al ginger ale con bitter, debió abocarlo al consumo interno pues es
sabido que tal emplaste configura un manjar altamente apetecible para los
camellos (siendo esta realidad lo que llevó a los irakíes a pensar que podría
aplicarse a todos los medios de locomoción). Ante la abrupta interrupción de su
más importante fuente de ingresos, el Alto Consejo de Sultanes en servicio
activo puso sobre el tapete (rescatándolo de un pasado de leyenda y magia) el
antiguo caso del espejismo de Abd Al Kadash. Dicho prodigio óptico considerado
por los expertos oftálmicos como la vigésimocuarta maravilla del mundo, es sin
duda alguna, el principal tesoro que posee el protectorado que hoy nos ocupa.
Se cuenta que aparece sobre la meseta de Al Kadash ("Piedra que
explica" en el dialecto de los rifeños) todos los 18 de marzo a la siete
de la tarde, o bien siete y treinta si está nublado. La refracción del sol
sobre las rocas, los miles de brillos atrapados en las partículas de polvo en
suspensión, y la singular trama litográfica que brinda la arena de los médanos
en su tránsito hacia Bucarest configuran un espejismo que abarca cuatrocientas
hectáreas y que reproduce palmo a palmo, milímetro a milímetro, la espantosa
batalla que en el año 97 a.C. Jarín Al Fatarh, "El califa del Curvo
Alfanje" libró contra 30.674 sarracenos, jenízaros y turcos por la
liberación de Marrakech. La alucinación colectiva (que puede constar de tres
secciones: matiné, tarde y Ramadán) reproduce con rigurosa exactitud, año a
año, los ejércitos en lucha, el erizante chocar de las cimitarras, los
desgarradores gritos de los heridos, las trepidantes llamadas de los timbales,
y hasta el año 1963 (cuando se las censuró para permitir el acceso a menores de
16 años) las estremecedoras blasfemias de los jenízaros. Toda esta barahúnda de
argentinos sones y estampidos sordos de orgullosas bombardas, todo este
multicolor cuadro de penachos, capas, estandartes y pancartas se van diluyendo
en el aire, lenta y gradualmente, en la dulce agonía del crepúsculo.
Con las
primeras sombras de la noche, fantasmagóricas brigadas de piafantes corceles
van tornando a las impalpables dimensiones de los remolinos, a las silenciosas
correrías del tórrido simún, a las perennes quietudes de las rocas milenarias,
en tanto las reminiscencias de las aguerridas tropas de Jarím Al Fatarh vencen
una vez más, a la alianza otomana. Este sobrecogedor milagro visual es
férreamente discutido, negado y desmentido por todo tipo de científicos. Los
pocos cientos de expertos que lo han presenciado (aparte de los indiferentes
nativos) suelen evadir su comentario temiendo ser tomados por locos. En la
próxima entrega, detallaremos con mayor precisión el sonado affaire
protagonizado el 15 de marzo último en el lujoso restaurant de Estambul
"La barbacoa de Abud" por la alta superioridad de los sultanes y
emires irakíes con una embajada económica soviética enviada a los solos fines
de cristalizar la concesión de turismo y buffet del rimbombante espejismo.
Sólo
adelantamos que mientras los representantes de Medio Oriente accedían a
promocionar e incluir en el millaje de las principales aerolíneas rusas la
mágica planicie de Abd Al Kadash, los soviéticos imponían una condición
desmedida y rigurosa: debido a sus recientes acuerdos de Yalta y a los últimos
convenios militares suscriptos en Angora pretendían que a partir de 1975 (ya
bajo su concesión) en el espejismo de Abd Al Kadash triunfaran los turcos.
(Segunda parte)
La noche del 15 de marzo último, en el lujoso restaurant de
Estambul "La barbacoa de Abud", el club privado de sultanes y emires
irakíes brindó sofisticada cena a una nutrida delegación económica soviética.
Allí, entre ardientes bocadillos y fulminantes tragos de Amuesh (bebida
indostana a base de chuño) comenzó a enhebrarse uno de los más detonantes
affaires internacionales de la última década. Como ya lo explicáramos en
nuestra anterior entrega, el plantel ruso había accedido a tales placeres
gastronómicos al solo efecto de concretar la toma de la concesión de turismo y
buffet del prodigioso espejismo de Abd Al Kadash.
Esta maravillosa óptica
consiste en una alucinación colectiva que todos los 18 de marzo asombra,
enmudece y enajena a los nativos que aciertan a contemplarla, observando año a
año cómo el espejismo reproduce (con el lujo de detalles de una computadora) la
cruenta batalla que, en año 97 antes de Cristo, Jarím Al Fatarh librara
victorioso contra las huestes conjuntas de sarracenos, jenízaros y turcos, con
mayoría de estos últimos. La divergencia soviético-irakí no sólo agrió el
postre (menudos de dromedario envueltos en yoghurt helado) sino que estancó
sorpresivamente las negociaciones, desde el momento en que los emisarios de la
URSS exigieron que desde su toma de posesión el espejismo debía finalizar con
la victoria de los turcos (es conocida la posición soviética de respaldo al
férreo gobierno de Angora). Ante la tenaz negativa de los emires y la amenaza
de estos de entregar la concesión a una conocida firma yanki de material
fotográfico, los rusos plantearon una nueva traba: su escepticismo ante la
existencia misma del espejismo de Abd Al Kadash. Tal incredulidad no era del
todo antojadiza ni arbitraria. Ahora se sabe que en 1972, la milagrosa
aparición faltó a la cita, llenando de estupor y ¿por qué no? inquieto asombro,
a los gobernantes irakíes. Los expertos emplazados para explicar tal deserción
manifestaron que todo se debía a la ausencia de los volubles médanos
migratorios de la cuenca del Mer el Golán, cuyas arenas al ser transportadas
por el simún, atrapan y devuelven los rayos solares corporizando el discutido
espejismo. Se averiguó entonces, con la premura del caso, el destino alcanzado
por los médanos, detectándoselos sobre las peladas rocas de la Isla de Sal,
posesión portuguesa sobre el Atlántico.
De inmediato Irak inició gestiones
perentorias ante Lisboa para la devolución de las arenas migratorias. Estas
habían sido inmovilizadas por la dotación de la isla mediante el plantío de
sicómoros para evitar nuevos desafueros de las mencionadas areniscas que
sepultaran un flamante helicóptero yanki en su abrupta e intempestiva llegada
desde el continente.
Obteniendo el reintegro de los fugitivos médanos, bajo los
costosos turbantes de los emires y sultanes, las reales cabezas comenzaron a
alterarse en la búsqueda de soluciones. Acuciaba el apuro, el hecho de que una
conocida firma internacional francesa distribuidora de alucinógenos hubiera
desechado la toma de concesión del espejismo aduciendo que dado el carácter de
sus productos podían montar el mismo espectáculo prescindiendo no sólo ya de la
organización sino del espejismo mismo. Finalmente los sultanes optaron por una
decisión desesperada y segura.
Invitaron a los incrédulos soviéticos a una
presentación privada de la maravilla óptica sobre las altiplanicies de Abd Al
Kadash, notificando que los expertos consideraban que la fecha no sería la
misma que en años anteriores dados los cambios en el calendario irakí. Esta
alteración era tan sólo una patraña con la que el sultanato aseguraba la puesta
en escena que estaba montando.
Desconfiados de la seriedad del espejismo,
temerosos de una nueva ausencia de la alucinación colectiva y definitivamente
dudando aun ellos mismos de que en realidad existiera, optaron por reproducir
realmente, en vivo y en directo, la legendaria batalla para convencer a los
descreídos economistas rusos. Así fue que para el 14 del mes próximo pasado,
miles de soldados irakíes vistieron los multicolores uniformes sarracenos, los
pesados capotes otomanos, las lustrosas botas de los jenízaros. Tres brigadas
blindadas abandonaron su vigilancia armada sobre la candente meseta de Merinh
Talash para trocar sus tanques livianos belgas K-M16 por las estremecedoras
cimitarras turcas o bien los curvos alfanjes persas. Ese día, a la siete en
punto de la tarde, se puso en marcha el prefabricado espejismo con ayuda de
equipos transmisores electrónicos hábilmente ocultos a la vista de la
delegación rusa, que protegida por toldos multicolores, se divisaba sobre el
reborde sur de la altiplanicie. De ahí en más durante tres horas, se desarrolló
el combate. Volvió a reiterarse sobre las calcinadas dunas de Abd Al Kadash (y
esta vez en serio) la espantosa batalla de Jarím Al Fatarh contra la alianza
invasora. Con un despliegue cinco veces superior a la producción de cualquier
película espectacular norteamericana, las tropas combatieron con estrepitoso
denuedo y singular realismo. Con la llegada de las primeras sombras de la
noche, la oscuridad fue cubriendo los cadáveres de 7.349 guerreros (las cifras
son oficiales) que dieron su vida por la concreción del contrato con la firma
soviética. Tal sacrificio, que el ejército irakí reconoce sólo comparable a las
pérdidas humanas sufridas en la península del Sinaí, bien valía para los sultanes
y emires los jugosos dividendos que daría el acuerdo con su colegas moscovitas
a la sazón, sin duda alguna deslumhrados por el prodigio óptico. La sorpresa
ensombreció el aceitunado rostro de Gulash el Kader (Sultán en retiro efectivo
de Basora) cerebro gris de todo el affaire cuando al día siguiente del
deslumbrante espectáculo fue notificado por teléfono desde Moscú que la
delegación soviética no había podido viajar a presenciar los hechos al bloquear
la nieve el aeropuerto de Sebastopol.
Comprendió entonces, el hombre fuerte de
Irak, que los toldos multicolores vistos sobre el reborde sur de la
altiplanicie de Abd Al Kadash, que presumiblemente protegían a la misión
económica rusa, no habían existido nunca, que solamente se había tratado de una
alucinación colectiva. De un espejismo.
Roberto Fontanarrosa.
Extraído de "Los trenes matan a los autos". Ed de la Flor 1973| Ed. Planeta 2012.
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