Uno de los cuentos mas futboleros y mas conocidos del "negro" Fontanarrosa, en su día seguimos homenajeándolo publicando material de su autoría. Este cuento fue publicado en el libro "Nada del otro mundo", Editorial de La Flor, 1987 y re editado el año pasado por Editorial planeta (tambien incluida en una selección de cuentos futboleros llamado "Puro Fútbol", de la misma editorial). Si, es largo como para leerlo en una PC, por eso también al final del cuento te dejamos la versión leída, en tres partes, por Alejandro Apo.
***
Yo sé que ahora hay muchos que dicen que
fuimos unos hijos de puta por lo que le hicimos al viejo Casale. Yo sé, nunca
falta gente así, pero ahora es fácil decirlo, ahora es fácil. Había que estar
esos días en Rosario para entender el fato mi viejo. Ahora es fácil hablar al
pedo, ahora habla cualquiera.
Yo no sé si vos te acordás lo que era
Rosario esos días anteriores al partido. Y te digo esos días, desde semanas
antes se venía hablando del partido, la ciudad era una caldera. Porque eso era
lo que era la ciudad: una caldera. Claro, los que ahora hablan son estos
turros, que después vos los veías por la calle gritando y saltando como unos
desgraciados, festejando, en pedo, a los gritos y después, ahora te salen con
que son…..¿que son? moralistas…… De que se la tiran, hijos de mil putas.
Ahora son todos piolas, es muy fácil
hablar, pero si vos vieras lo que era la ciudad en esos días hermano. Prendías
un fósforo y volaba todo a la mierda. No se hablaba de otra cosa, en los
boliches, en la calle, en cualquier parte, saltaban chispas, pero te lo juro. Y
la cosa arrancó con el fato de las cábalas, ó mejor dicho, de los maleficios.
Hay que entender que no era un partido cualquiera hermano, era una final,
final.
Porque no era un final, final, era una
semifinal. El que ganaba después venía a jugar a Rosario, y le ganaba a
cualquiera, fuera Central como Newels. Acá le hacia la fiesta a cualquiera.
Y cómo estaban los lepra! Ellos tendrían
que acordarse ahora, los que hablan al reverendo pedo y nos vienen a romper las
pelotas con el asunto del viejo Casale. No se acuerdan esos turros cómo estaban
los lepra, no se acuerdan ahora! Había que aguantarlos, porque se corrían una
fija! Pero una fija se corrían hermanito! Que hasta creo que se pensaban que
nos iban a llenar la canasta. No que sólo se pensaban que nos iban a hacer la
colita, sino que además nos iban a meter cinco en el monumental y para la
televisión Pero porque no se van a la puta madre que los parió! Que mierda nos
van a hacer cinco goles estos culo roto!
La verdad hermano, con una mano en el
corazón, tenían un equipazo! Un equipazo de padre y señor mío! Hay que
reconocerlo! Jugaban y daba gusto, buen toque, te abrochaban bien abrochadito.
Marito Zanabria, el Mono Oberti. Dios querido, el Mono Oberti, qué jugador!
Silva, el que era de Lanus, el albañil, Montes de cinco, Santamaría, el
cucurucho. Qué se yo, era un equipazo! Un equipazo, hay que reconocerlo. Y la
lepra se corría una fija. Sabés cuántos había en la ruta el día del partido. Yo
no sé. Eran miles, millones. Yo no sé de dónde habían salido tantos leprosos.
Si son cuatro gatos locos! Y de golpe para ese partido aparecieron como
hormigas, de abajo de la tierra, esos desgraciados. Todos fueron!
Lo que era esa ruta, papito querido!
Entonces oíme. Había que recurrir a cualquier cosa! Hay partidos que no podes
perder, tenés que ganar o ganar! No hay tutía! Entonces si a mí me decían que
tenía que matar a mi vieja, que tenía que hacer cagar a Kenedy, me daba lo
mismo hermano! Hay partidos que no se pueden perder! Y qué! Te vas a dejar
basurear por estos soretes! Para que después te refrieguen y te pongan la
bandera por la jeta toda la vida! No mi viejo. Entonces hay que recurrir a
cualquier cosa. Es como cuando tenés un pariente enfermo viste. Tu vieja por
ejemplo. Que por ahí sos capas hasta de ir a la iglesia viste.
Y te digo yo, esa vez no fui a la iglesia.
No fui a la iglesia porque te juro que no se me ocurrió, mirá vos que si nó te
aseguro que me confesaba. Y todo si servía para algo. Pero con los muchachos
nos enganchamos con la cuestión de la brujería, de la ruda macho, de enterrar
un sapo detrás del arco de Fenoy, de tirar sal en la puerta de los jugadores de
Newels. Y de todas esas cosas de que siempre se habla.
Por supuesto que todas las brujas del barrio
ya estaban laburando en la cosa y había muñecos con la camiseta de Newels
clavados con alfileres, maldiciones pedidas por teléfono y hasta mi vieja, que
no manya nada de todo esto, tenía un pañuelo atado desde hacía como diez días,
de esos de Pilato, Pilato, sino gana Central en River no te desato. Después la
vieja decía que habíamos ganado por ella. Pobre vieja, si hubiera sabido lo del
viejo Casale. Pero yo le decía que sí, para no desilusionarla a la pobre vieja.
Pero todo el fato de la ruda macho y el
sapo de atrás del arco eran que sé yo, cosas muy generales. Ya había tipos que
lo estaban haciendo y además el partido era en el Monumental. Y no te vas a
meter en la pista olímpica a enterrar un sapo porque vas en cana con 30
cadenas, y no te saca ni Dios después hermanito.
Entonces me acuerdo que empezamos con la
cosa de las cábalas personales. Porque me acuerdo que estábamos en el boliche
de Pedro y veníamos hablando de eso, y veníamos y veníamos. Entonces por
ejemplo resolvimos que a Buenos Aires íbamos a ir en el auto del Dani, porque
era el auto con el que habíamos ido una vez a La Plata, en un partido contra
Estudiantes y que habíamos ganado dos a cero.
Yo iba a llevar por supuesto el gorrito,
que venía llevando a la cancha todos los últimos partidos, y no me había
fallado nunca el gorrito ese. A ese lo iba a llevar. Era un gorrito milagroso.
El Cuqui iba a ir con el reloj cambiado de lugar, o sea en la muñeca derecha,
no en la izquierda, porque en un partido contra no sé quien, se lo había
cambiado en el medio tiempo, porque íbamos perdiendo, y con eso empatamos.
O sea todo el mundo repasó todas las
cábalas posibles, como para ir bien de bien, no dejar ningún detalle suelto. Te
digo más, estuvimos como media hora discutiendo cómo mierda estábamos parados
en la tribuna en el partido contra Atlanta, para pararnos de la misma manera,
en el partido contra la lepra.
El boludo de Michi decía que él había
estado detrás del Valija, y el Miguelito porfiaba que era él, el que había
estado detrás del Valija. Mirá vos, hasta eso estudiamos antes del partido.
Para que veas cómo venía la mano en esos días. Sabés que te lleva eso, hermano,
sabes que te lleva a eso: el cagazo. El cagazo hermano, te lleva a hacer
cualquier cosa. Como lo que hicimos con el viejo Casale. Porque si llegábamos a
perder, mamita querida. Nos teníamos que ir de la ciudad, mi viejo. Nos
teníamos que refugiar en el extranjero, te juro. No podíamos volver nunca más
acá. Íbamos a parecer esos refugiados Camboyanos, que se tomaron el piro en una
balsa. Bueno te juro que si perdíamos, agarrábamos el Ciudad de Rosario y por
acá por el Paraná, nos teníamos que ir todos, millones de canallas, no sé, a
Diamante, a Perú, a Cuzco, a la concha de su madre. Pero acá no se iba a poder
vivir nunca más con la cargada de los leprosos putos mi viejo!
Ya el Miguelito había dicho bien claro que
él se la daba, que sí perdíamos, agarraba un bufo y se volaba la sabiola, y te
digo que el Miguelito es capas de eso y mucho más, porque es loco. Así que yo
le creía.
O hacerse trolo! Y a otra cosa Mariposa.
Darle a las plumas, y salir vestido de loca por Pellegrini, y no volver nunca
más a la casa, pero te digo, nadie quería ni siquiera oír hablar de esa
posibilidad.
Ni se nombraba la palabra derrota. Era como
cuando se habla del cáncer hermano. Vos ves que por ahí te dicen la papa, ó
tiene otra cosa, algo malo, pero el cangrejo mi viejo, no te lo nombra nadie!
Y ahí fue cuando sale a relucir lo del
Viejo Casale. Era el viejo del Cabezón Casale, un pibe que siempre venía al boliche,
y que durante años vino a la cancha con nosotros. Pero que ya para ese
entonces, se había ido a vivir al norte, a Salta creo. Lo vi hace poco por acá,
que estaba de paso. Y ahí fue que nos acordamos que en la casa del cabezón, el
viejo había dicho que el nunca pero nunca lo había visto perder a Central
contra Newels. Me acuerdo que nos había impresionado porque ese tipo era un
privilegiado del destino. Aunque al principio, vos te preguntás, cómo carajo
hizo este tipo para no verlo perder nunca a Central contra Newels. Que mierda
hizo! Este coso no va nunca a la cancha! Porque oíme, alguna vez lo tuviste que
ver perder. A menos que no vayas a los clásicos. Y ojo que yo conozco muchos
así. Que se borran bien borrados de los clásicos. O que van en arroyito, pero
que a la cancha del Parque no van en la Puta vida.
Y me acuerdo que le preguntamos eso al
viejo. Y el viejo nos dijo que no. Y nos explicó que él iba siempre, un fana de
Central que ni te cuento. Pero se había dado, qué se yo, una serie de cosas, de
casualidades que hicieron que en un montón de partidos con Newels, él no
pudiera ir por un montón de causas que ni me acuerdo, ni se acuerda él. Que
estaba de viaje por Misiones, el viejo era comisionista. Que ese día se había
torcido un tobillo y no podía caminar. Que estaba engripado. Otra vez le dolía
un huevo. Que se yo. La verdad hermano, la posta era que al viejo nunca le
había tocado ver un partido en que la lepra nos había ganado. Era un
privilegiado el viejo! Y además un talismán. Porque así como hay tipos mufas
que te hacen perder partidos adonde vayan, hay otros que si vos los llevás, es
número puesto, tu equipo gana. No es joda! Y el viejo Casale era uno de éstos.
De los ojetudos.
Entonces ahí nos dijimos: este viejo tiene
que estar en el monumental contra Newels, no puede ser de otra forma, tiene que
estar. Claro, dijimos, seguro que va a estar. Si es fana de Central, canalla a
muerte. Pero nos agarro como la duda viste. Porque nosotros no era que lo
veíamos todos los días al viejo. Te digo más, desde que el Cabezón se había ido
al norte a laburar, al viejo de él no lo habíamos vuelto a ver en la cancha. Ni
en la calle, ni en ninguna parte. Además el viejo ya estaba bastante veterano,
porque debía tener como ochenta pirulos por ese entonces. Bah, en realidad
ochenta no, pero sus 60, 75 los tenía por debajo de las patas.
Entonces, con el Valija, el Colorado y el
Miguelito, decimos, vamos a la casa del viejo a asegurarnos que vaya y si no lo
llevamos atado. Porque también podía ser que el viejo no fuera porque no
tuviera guita, que se yo, nosotros no sabíamos. Ya habíamos pensado en hacer
una rifa a beneficio, o una kermés, cualquier cosa, el viejo tenía que ir, era
una bandera, un cheque al portador.
La cuestión es que vamos a la casa, y a que
no sabés con la que nos sale el viejo. Que andaba mal del bobo, que el médico
le había prohibido terminantemente ir a la cancha. Nos sale con eso. Que no,
que había tenido un infarto, en no sé que partido, un partido de mierda,
después de una pelota que pegó en el palo. Que había estado muerto como media
hora. Que lo habían salvado entre los indios con respiración artificial y
masajes en el cuore. Y que no había clavado las guampas de puro pedo y que le
había quedado tal cagazo que no había vuelto a ir a una cancha desde hacía ya,
mirá no se lo que te digo, dos años, dos años y medio. Y no era sólo que el no
quería ir sino que el médico y por supuesto la familia le tenían
terminantemente prohibido ir, lógicamente. No sé si no le prohibían incluso
escuchar los partidos por radio, para que no le pateara el bobo. Porque parece
que el viejo escuchaba cualquier cosa demasiado fuerte y se moría. Tan jodido
andaba! Vos le hacías Uuuuuhhh! en la cara y el viejo partía. Para que! Te
imaginas nosotros, la desesperación! Porque eso era como un presagio, un
anuncio del infierno hermano! Era un anuncio de que nos iban a hacer cagar en
Buenos Aires.
Entonces empezamos a tratar de hacerle la
croqueta al viejo. A convencerlo, a decirle: pero mire don Casale, usted tiene
que estar, es una sita de honor. Que va a estar mal del cuore usted! Si se lo
ve cero kilómetro! Vamos Casale!
Me acuerdo que lo jodía Miguelito y le
decía: “cuantos polvos se hecha por día?” “usted está echo un toro”. Pero el
viejo ni mierda, en la suya, que no y que no. Le decíamos que el partido iba a
ser una joda, que Newels tenía un equipo de mierda, y que ya a los 15 minutos
íbamos a estar 3 a 0 arriba, y que el partido era una mera formalidad. Que el
gobierno ya había decidido que tenía que ganar Central, para hacer feliz a
mayor cantidad de gente. No sé la cantidad de boludeces que le dijimos al viejo
para convencerlo. Pero el viejo nada! Una piedra el hijo de puta. Para colmo ya
habían empezado a rondar la mujer del viejo, la madre del Cabezón, una hermana del
Cabezón, que querían saber qué queríamos decirle nosotros al viejo en esa
reunión. Porque medio que ya se sospechaban que nosotros no íbamos para nada
bueno.
En resumen, que el viejo nos dijo que no.
Que ni loco! Que ni siquiera sabia si iba poder resistir la tensión de saber
que se jugaba el partido, aún sin escucharlo! Porque el viejo, los diarios los
leía, tan boludo no era! Sabía cómo venía la mano, como era la cosa, como
formaban los equipos, suplentes, historial, antecedentes, chaquetillas, color,
todo. Nos dijo: ese día bien temprano, antes de que empiecen a pasar los
camiones y los onmibus con la gente yendo para Buenos Aires, yo me voy a la
quinta de un hermano mío, que vive en Villa Diego. No quería ni escuchar los
bocinazos el viejo!
“Me voy tempranito a lo de mi hermano, que
a él no le importa nada el fútbol, y ahí paso el día, sin escuchar radio ni
nada.”
Porque el viejo decía, y tenía razón, que
si se quedaba en la casa, por más que se encerrara en un ropero, algo iba a
oír, algún grito, algún gol, alguna cosa iba a oír. Pobre desgraciado! Y se iba
a quedar ahí mismo seco en el lugar. Así que se iba a ir a radicar a la quinta
de ese hermano que tenía para borrarse del asunto. Muy bien.
Te digo que salimos de allí, hechos bosta!
Porque veíamos que la cosa venía muy mal. Casi ya era un dato seguro, como para
seguir, que éramos boleta. Para como al Valija, el día anterior, le había caído
una tía del campo. Y el se acordaba que en un partido que perdimos contra San
Lorenzo, esa misma tía le había venido el día antes. Era un presagio funesto el
de la tía.
Fue cuando decidimos lo del secuestro. Si
no te asustes, decidimos lo del secuestro.
Nos fuimos al boliche y esa noche lo
charlamos seriamente. El Dani decía que no, que era una barbaridad. Que el
viejo se nos iba a morir en el viaje o en la cancha. Y que después se iba a
armar un quilombo. Que íbamos a terminar todos en cana. Y que además eso era
casi un asesinato.
Pero al Dani mucha bola no le dimos, porque
siempre ha sido un exagerado. Y más que un exagerado, medio cagón, el Dani.
Pero nosotros estábamos bien decididos. Y
más que nada, por una cosa que dijo el Valija. El viejo estaba diez puntos,
había tenido un infarto, tenés razón. Pero hay miles de tipos que han tenido un
infarto, y vos lo ves caminando tranquilamente por la yeca y sin hacer tanto
quilombo como este viejo pelotudo, con eso de meterse dentro de un ropero ó no
ir a la cancha. O dejar que te rigoree la familia, como la esposa, y la otra,
la hermana del cabezón. Por otra parte, y vos lo sabés, los médicos son unos
turros, que se ve que lo querían hacer durar al viejo como mil años para
sacarle la guita, hacerle experimentos y chuparle la sangre. Y además como
decía el Miguelito, y eso era cierto, vos lo veías al viejo, y estaba fenómeno.
Con casi sesenta años, no te digo que
parecía un pendejo, pero andaba lo más bien. Caminaba, hablaba, se sentaba, se
movía, que se yo, chupaba…….porque a nosotros nos convidó con Cinzano, y el
viejo se mandó su medidita. No te digo un vazaso, pero su medidita se mandó. La
cosa que el Miguelito elaboró una teoría que te digo aún hoy, no me parece
descabellada.
El viejo era un turro hermano, un turro que
especulaba con el fato del bobo, para pasarla bien. Y no laburarla nunca más en
la vida de dios. Con el verso del bobo no ponía el lomo, lo atendían a cuerpo
de rey. La tenía a la vieja y a la hermana del Cabezón pendientes de él
viviendo como un bacan el viejo. Y de qué se privaba? De algún faso. Que no sé
si no fasearía a escondidas. Y de no ir a la cancha. Fijate vos eso era todo. Y
vivía como Carolina de Mónaco, el otario.
Bueno, con ese argumento y con lo que dijo
el colorado, se resolvió todo. El colorado vino y habló clarito. Nos habló de
los grandes ideales. De nuestra misión frente a la sociedad. De nuestro deber
frente a las generaciones posteriores, los pendejos. Nos dijo que si ese
partido se perdía, miles y miles de pendejos iban a sufrir las consecuencias.
Que para nosotros eso era verdad. Iba a ser muy duro, pero que nosotros ya estábamos
jugados. Que habíamos tenido lo nuestro. Y que de última teníamos experiencia
en malos ratos y en fulerías. Pero los pibes, los pendejitos de Central iban a
tener de por vida una marca, que los iba a marcar para siempre como un fierro
caliente. Las cargadas que iban a recibir esos pibes, esas criaturas, en la
escuela! Los iban a destrozar. Les iban a pudrir el bocho para siempre. Iban a
ser una ó dos generaciones de tipos hechos bolsa. Disminuidos ante los
leprosos. Temerosos de salir a la calle, de mostrarse en público. Y eso es
verdad hermano. Porque yo me acuerdo lo que eran las cargadas en la escuela
primaria, sobre todo. Yo me acuerdo cuando perdimos cinco a tres con la lepra
en el parque, después de ir ganando dos a cero, cuando se vendió el colorado
Bertoldi. Que todavía se estará gastando la guita. Y te juro que yo por una
semana no me pude levantar de la cama, porque no me atrevía a ir a la escuela.
Para no bancarme la cargada de la lepra. Los pibes son muy hijos de puta para
la cargada, son crueles. No viste como descuartizaban bichos. Que agarran una
langosta y le sacan todas las patas. Son hijos de puta los pibes en ese
sentido. Lo que decía el colorado era verdad. Ahora todo el mundo habla de la
deuda externa, y bueno hermano, eso era algo así como lo de la deuda externa.
Que por la cagada de cuatro reverendo hijos de puta que empeñaron el país, la
tenemos que pagar todos. Y los hijos y los hijos de nuestros hijos. Y si estaba
en nosotros hacer algo para que eso no pasara, había que hacerlo, mi querido.
Además como decía el colorado, ya no era el
problema de la cargada de los pendejos newelistas. Estaba también el fato del
exitismo. Los pibes ven que gana un equipo, y se hacen hinchas de ese equipo.
Son así, son hinchas del campeón. Entonces, ponele que hubiese ganado Newels, y
a la mierda! De ahí en más todos los pibes se hacían de Newels, ponéle la
firma. Y no te vale de nada llevarlos a la cancha, converzarlos, hablarle del
Gitano Juárez, del flaco Menotti, ni comprarle la camiseta de Central apenas
nacen. No te vale de nada. Los pendejos ven que River sale campeón y se hacen
de River. Son así. Y en ese momento no era como ahora, que mal que mal, vos los
llevás al gigante y los pibes se caen de culo. Entonces cuando van al chiquero
del parque, por mejor equipo que pueda tener Newels, los pibes piensan: ¡yo no
puedo ser hincha de esta villa miseria! Y se hacen de Central. Porque todo
entra por los ojos, y vos ves que ahora, los pibes por ahí ni siquiera han
visto jugar a Central ó a Newels, y ya se hacen hinchas de Central por el
estadio. Es otra época. Los pendejos son más materialistas. Yo no sé si es la
televisión ó que, pero la cosa es que se van de boca con los edificios.
Entonces la cosa estaba clara. Había que
secuestrar al viejo Casale. Y si no aguantarse que quince ó veinte años
después, hoy por ejemplo, la ciudad estuviese llena de leprosos, nacidos
después de ese partido. Y esto hoy sabés lo que sería. Beirut sería un poroto
al lado de esto, te lo juro hermano.
El que organizó la “operación Eichmann”,
como la llamamos, fue el colorado. La llamamos así porque, ese general alemán,
torturador, que se chorearon de acá una vez los judíos viste. Y lo nuestro era
más ó menos lo mismo.
El colorado era un tipo muy cerebral, le
carbura bien el bocho, y el organizó todo. El colorado para ese entonces ya no
estaba en la OCAL.
La OCAL no sé si sabés, es una organización
de acá de Rosario, que se llama así porque son iniciales, es Organización
Canalla Anti Lepra. Son un grupo de ñatos como el Klux Klux Klan, mas o menos.
Que tienen reuniones secretas y no sé si no van con capucha y todo a las
reuniones. O si queman algún leproso vivo en cada reunión. Mirá yo no sé si es
requisito indispensable ser hincha de Central, pero seguro, seguro tenés que
odiar a la lepra. Tenés que odiar más a los lepra, que lo que querés a Central.
Hacen reuniones, escriben el libro de actas. Piensan maldades contra los lepra.
Festejan fechas patria de partidos que le hemos ganado, tienen himnos. Son como
esos tipos, los masones, esos que nadie sabe quienes son. Andan con antorchas.
Bueno de la OCAL, al colorado lo echaron
por fanático, con eso te digo todo. Pero es un bocho el colores. Y el fue el
que organizó todo el operativo. Y te la cuento porque es linda. No sé si un día
de estos no aparece en el Selecciones.
Averiguamos que ómnibus iba para Villa
Diego, adonde tenia la quinta el hermano del viejo Casale. Desde donde vivía el
viejo, ahí por San Juan al 1400, lo único que lo dejaba, por ese entonces si
mal no recuerdo, era el 305 que pasaba por la calle San Luis. O sea que el
viejo tenía que tomarlo en San Luis y Paraguay ó San Luis y Corrientes. No más
allá de eso. A menos que fuera un pelotudo y lo fuera a tomar a Bulevar Oroño,
que no sé para que mierda iba a hacer eso. Ahora la duda era si el viejo se iba
a ir en ómnibus ó en auto. Porque si se iba en auto nos recagaba. Pero nos
jugábamos a que iba a ser en ómnibus.
Porque auto no tenía. Y seguro que el
hermano tampoco tenía, porque debía ser un muerto de hambre cómo el seguramente.
Y te digo que la cosa venía perfecta, porque el viejo nos había dicho que iba a
salir bien tempranito, para no infartarse con las bocinas. O sea que nosotros
podíamos combinarlo con el horario de salida nuestro para el partido. Porque
también nos cagaba si salía a la una de la tarde para Villa Diego, porque
después como llegamos nosotros a Buenos Aires, para la hora del partido, con el
quilombo que era la ruta, y en un ómnibus de línea. Lo más probable es que nos
hiciéramos pelota en el camino por ir a los pedos. Por otra parte, hermano,
Villa Diego queda saliendo para Buenos Aires. O sea que la cosa estaba clavada,
era posta posta. Después hubo que hablar con los otros muchachos, porque
convencer al Rulo no nos costó nada, a él le daba lo mismo. Además le contamos
los entretelones del asunto. Te digo que el colorado manejo la cosa como un
capo, un maestro.
El asunto era así. El Rulo, es un amigo
fana de Central, que tiene un par de ómnibus, está muy bien el Rulo. Y en esa
época tenía un par de coches de la 305. Tuvimos un ojete así de grande. Porque
sino teníamos que conseguir otro coche, cambiarle el color, pintarlo, que se
yo, ponerle el número, un laburo bárbaro. Pero el Rulo tenía dos 305. Y con uno
de esos ya tenía pensado pirarse para el monumental el día del partido. Y más
bien que se llevaba como 900 o 1000 monos que iban para allá. Lo sacaba de
servicio y que se fueran todos a la reputísima madre que los pario. No iba a
perderse el partido ese. Entonces el Rulo, con los monos arriba y nosotros,
tenía que estar con el ómnibus preparado, el motor en marcha por España
estacionadito. Y el Miguelito se ponía de guardia, tomando un café, justo en el
boliche de ahí cerquita. Desde donde veía la puerta de la casa del viejo
Casale. Creo que a las cinco de la matina ya estaba el Miguelito apostado en el
boliche, haciéndose el boludo, junando para la casa del viejo. Te juro que ni
los Tupamaros hubieran hecho un operativo como este, hermano. Fue una
maravilla.
Apenas vio que salía el viejo, con una canastita,
donde seguro se llevaba algún matambre casero, algo de eso el pobre viejo. El
Miguelito casó una Vespa, que tenía en ese entonces. Dio vuelta la manzana, y
nos avisó. Cargó la moto en el ómnibus, en la parte de atrás, detrás de los
últimos asientos y nos pusimos en marcha.
Ya les habíamos dicho a tres ó cuatro
pibes, de estos quilomberos de la barra, que se hicieran bien los sota. Que no
dijeran ni media palabra y se hicieran los que apoliyaban. Nosotros también,
para que no nos reconociera el viejo, estábamos en los asientos traseros,
haciéndonos los dormidos, incluso con la cara tapada con algún pulóver, como si
nos jodiera la luz, ó con algún piloto.
Te digo que aquél día había amanecido frío
y lluvioso, como la otra fecha patria, el 25 de Mayo. Además el quilombo había
sido guardar todas las banderas, las cornetas, las bolsas con papelitos, los
termos, todo eso. Uno de los muchachos llevaba una bandera de la gran puta, que
media 52 metros loco. Media cuadra de bandera, que decía: “Empalme Graneros,
presente”. Y tuvimos que meterla debajo de un asiento, para que el viejardo no
la bichara.
La cosa es que el viejo subió medio
dormido. Se sentó en uno de los asientos de adelante. Que ya habíamos dejado
libre apropósito. Para que no viera mucho del ómnibus. Rulo le cobró boleto y
todo. Nadie se hablaba, como si no nos conociéramos. Y como el ómnibus iba
haciendo el recorrido normal, el viejo iba lo más piola, mirando por la
ventanilla.
La cuestión es que llegamos a Villa Diego y
el viejo tranquilo. Cada tanto, cuando nos pasaba algún auto, con banderas en
el techo, tocando bocina, el viejo miraba a los que tenía cerca y movía la
cabeza, como diciendo “mirá vos”.
Se ve que tenía ganas de hablar. Pero nadie
quería darle mucha bola, para no pisarse en una de esas. Así que nos hacíamos
todos los dormidos. Parecía que habían tirado un gas adentro de ese ómnibus,
hermano. Como cuando se muere algún ñato, viste, que se queda a apoliyar en el
auto, con el motor prendido, y lo hace cagar el monóxido de carbono, creo.
Bueno, así, parecía que a nosotros nos había agarrado el monóxido de carbono.
Pero cuando llegamos a Villa Diego, por ahí el viejo se levanta y le dice al
Rulo: “En la esquina jefe”.
Y yo no sé que le dijo el Rulo. Algo de que
ahí no se podía parar, de que estaba cerrado el tránsito, de que había que
seguir un poco más adelante. Y el viejo se la comió. Pero se quedó paradito al
lado de la puerta. Al rato, de nuevo el viejo: “en la esquina”, le dijo. Ahí ya
el Rulo nos miró, porque se le habían acabado los versos. Y ahí hermano, vos no
sabés lo que fue! Fue como si nos hubiésemos puesto todos de acuerdo. Y te juro
que ni siquiera lo habíamos hablado. Empezaron los muchachos a desplegar las
banderas, a sacar las cornetas, y las banderas por las ventanas. Y a los
gritos, hermano: “Soy canalla, soy canalla”, por las ventanas.
Pero no para el lado del viejo. El pobre
viejo, la cara que puso, mirá no te la puedo describir con palabras. Sino para
afuera mirábamos, porque los grone, con lo quilomberos que son, se habían ido
aguantando hasta ahí, sin gritar ni armar quilombo para no deschabarse con el
viejo.
Pero cuando llegó el momento, agarraron las
banderas, empezaron a sacar los brazos, a golpear las chapas del costado del
ómnibus. Y también el Rulo empezó a seguir el ritmo con la bocina.
¿Viste esas películas de cowboy, cuando los
chorros van a asaltar una carreta, donde parece que no hay nadie. O que la
maneja nada más que un par de jovatos, y de golpe se abren los costados, y
aparecen 17.000 soldados que los cagan a tiros? ¿ Que levantan la lona, y
estaban todos adentro, haciéndose los sotas? Bueno, ese ómnibus debió ser algo
así. De golpe se transformó en un quilombo, un escándalo, una de gritos,
bocinas, bocinazos, cornetas, una joda.
¡Y la gente al lado de la ruta! Porque
desde la madrugada ya había gente a los costados de la ruta, esperando que
pasaran las caravanas de hinchas. Era para llorar. Eso era conmovedor. Te
saludaban, gritaban, levantaban los puños. Por ahí algún lepra, a las perdidas,
te tiraba un cascotazo.
Pero vuelvo al viejo. No sabés la caripela
del viejo. Porque nosotros lo estábamos mirando porque decíamos, este es el
momento crucial. Ahí el viejo, o cagaba la fruta, el corazón se le hacía bosta,
ó salía adelante. El viejo miraba para atrás, a todos los monos que saltaban y
gritaban. No lo podía creer. Se volvió a sentar y creo que hasta San Nicolás no
volvió a articular ni una palabra. Te digo que el Rábano, el hijo de la Nancy,
que ya se había ofrecido a hacerle respiración boca a boca, llegado el caso,
que era algo a lo que todos, mal que mal, le habíamos esquivado el bulto,
porque, que se yo, te da un poco de asco. Además con un viejo!
Pero mirá te la hago corta. Cuando el viejo
vio que no había arreglo, que no había posibilidad que lo dejáramos bajar del
ómnibus, se entregó. Pero entregó, entregó, eh.
Porque al principio nosotros nos acercamos
y nos reputió. Nos dijo que éramos unos irresponsables, asesinos, que no
teníamos conciencia, que era una vergüenza. Qué se yo todo lo que nos dijo.
Pero después cuando nosotros le dijimos que él estaba perfecto. Que estaba
hecho un toro. Que si se había bancado la sorpresa del ómnibus, quería decir
que ese cuore se podía bancar cualquier cosa. Y empezó a tranquilizarse.
El colorado llegó a decirle que todo era
una maniobra nuestra, para demostrarle que él estaba perfectamente sano. Y que
incluso, el médico estaba implicado en la cosa.
Mirá hermano, y creéme porque es la pura
verdad, que intención puedo tener en mentirte hoy por hoy.
Mucho antes ya de entrar en Buenos Aires,
ese viejo era el más feliz de los mortales. Te lo digo yo, y te lo juro por la
salud de mis hijos. El viejo cantaba, puteaba, chupaba mate, comía factura,
gritaba por la ventana. Y a la cancha se bajó envuelto en una bandera!
No había en la hinchada un tipo más feliz
que él. Vino con nosotros a la popu. Se bancó toda la espera del partido, que
fue más larga que la puta que lo parió. Y después se bancó el partido. Estaba
verde, eso sí, y había momentos en que parecía que vos lo pinchabas con un
alfiler y reventaba como un sapo, porque yo lo relojeaba a cada momento. Y
después del gol del Aldo, yo lo busqué, lo busqué, porque fue tal el quilombo y
el desparramo cuando el Aldo la mandó adentro que yo ni sé por dónde fuimos a
caer entre las avalanchas y los abrazos y los desmayos y esas cosas.
Pero después miré para el lado del viejo y
lo ví abrazado a un grandote en musculosa casi trepado arriba del grandote,
llorando. Y ahí me dije: si éste no se murió aquí, no se muere más. Es
inmortal. Y después ni me acordé más del viejo, que lo que alambramos, lo que
cortamos clavos, los fierros que cortamos con el upite, hermano, ni te la
cuento. Eso no se puede relatar, hermano, porque rezábamos, nos dábamos
vueltas, había gente que se sentaba entre todo ese quilombo porque no quería ni
mirar. Porque nos cagaron a pelotazos, ya el segundo tiempo era una cosa que la
tenían siempre ellos y ¿sabés qué era lo fulero, lo terrible? ¡Que si nos
empataban nos ganaban, hermano, porque ésa es la justa! ¡Nos ganaban esos hijos
de puta! ¡Nos empataban, íbamos a un suplementario y ahí nos iban a hacer
refucilar el orto porque estaban más enteros y se venían como un malón los
guachos! ¡Qué manera de alambrar1 Decí que ese día, Dios querido, yo no sé qué
tenía el flaco Menotti que sacó cualquier cosa, sacó todo, vos no quieras creer
lo que sacó ese día ese flaco enclenque que parecía que se rompia a pedazos en
cada centro. Le sacó un cabezazo de pique al suelo a Silva que lo vimos todos
adentro, hermano, que era para ir todos en procesión y besarle el culo al flaco
ése ¡Qué pelota le sacó a Silva! Ahí nos infartamos todos, faltaban cinco
minutos y si nos empataban, te repito, éramos boleta en el suplementario. Me
acuerdo que miro para atrás y lo veo al viejo, blanco, pálido, con los ojos
desencajados, pobrecito, pero vivo.
Y ahora yo te digo, te digo y me gustaría
que me contesten todos esos que ahora dicen que fue una hijaputez lo que
hicimos con el viejo Casale ese día. Me gustaría que alguno de esos turritos me
constestara si alguno de ellos lo vio como lo vi yo al viejo Casale cuando el
referí dio por terminado el partido, hermano. Que alguno me diga si, de puta
casualidad, lo vio al viejo Casale como lo vi yo cuando el referí dio por terminado
el partido y la cancha era un infierno que no se puede describir en palabras.
Te digo que me gustaría que alguien me diga si alguien lo vio como lo vi yo.
¡La cara de felicidad de ese viejo, hermano, la locura de alegría en la cara de
ese viejo! ¡Que alguien me diga si lo vio llorar abrazado a todos como lo vi
llorar yo a ese viejo, que te puedo asegurar que ese día fue para ese viejo el
día el día más feliz de su vida, pero lejos lejos el día más feliz de su vida,
porque te juro que la alegría que tenía ese viejo era algo impresionante! Y
cuando lo vi caerse al suelo como fulminado por un rayo, porque quedó seco el
pobre viejo, un poco que todos pensamos: “¡Qué importa!” ¡Qué más quería que
morir así ese hombre! ¿Iba a seguir viviendo? ¿Para qué? ¿Para vivir dos o tres
años rasposos más, así como estaba viviendo, adentro de un ropero, basureado
por la esposa y toda la familia? ¡Más vale morirse así, hermano! Se murió
saltando, feliz, abrazado a los muchachos, al aire libre, con la alegría de
haberle roto el orto a la lepra por el resto de los siglos! ¡Así se tenía que
morir, que hasta lo envidio, hermano, te juro, lo envidio! ¡Porque si uno
pudiera elegir la manera de morir, yo elijo ésa, hermano! Yo elijo ésa.
Roberto Fontanarrosa
Parte 1
Parte 2
Parte 3
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