Llego el día del partido.
Las tribunas explotaban. Angelitos y santos de todas partes del paraíso se
acercaron a ver el cotejo. Desde los seis puntos cardinales del infierno —porque
en el infierno son seis los puntos cardinales, no cuatro como en la tierra — acaecieron
todo tipos de ánimas, espíritus perdidos, monstruos con formas extrañas, demonios y todas clases
de esperpentos. Pero Lucifer no aparecía por ningún lado y el banco de
suplentes de su equipo estaba completamente vacío. Por su parte en el banquillo
del equipo del cielo solamente habían llegado Miguel, Rafael y Gabriel.
— ¿Dónde estará Dios? —Esgrimió
Rafael.
—Está en todos lados
—bromeo Gabriel.
—Debe estar dando la charla —dijo seriamente Miguel.
—Sin embargo allá viene
el equipo —dijo Rafael mirando hacia el túnel de donde brotaban jugadores con
una camiseta color verde.
— ¿Dónde estará? —se inquietó
Gabriel.
—Debe estar…
— ¿A quién buscan? —Interrumpió
una joven voz desde uno de los asientos del banco. Era un hombre de unos treinta
o cuarenta años, totalmente afeitado. Vestía un ambo marrón y un sobretodo del
mismo color. Adornaba su cabeza un gorro de estilo inglés.
—Padre… —Dijo Miguel
—Heme aquí— contesto el
hombre.
— ¿Por qué así? —Pregunto
Rafael.
—Te lo explicare Rafael —
dijo el hombre que representaba Dios—Ocurre como siempre Rafael. Nadie puede ver a Dios hasta que muera.
Rafael lo miraba sin
comprender
—Mira, Rafael —comento
Dios con forma humana entendiendo que la duda lo acechaba a su ángel — Si yo
bajo a la tierra con todo mi esplendor, con todos mis ángeles y con toda la
gloria de mi reino. Todos creerán en mí porque me han visto. No creerán por su
corazón, creerán por sus ojos. —Prosiguió Dios mientras Rafael asentía con la
cabeza— A pesar de que yo he realizado millones de señales, milagros y hasta he
entregado a mi hijo, muchos no creen en mi. Si yo me presentara ante todos,
todo lo que he hecho sería en vano. Acuérdate Rafael, felices de aquellos que
creen sin ver. Si me presento como Dios en este partido, los jugadores del otro
equipo se asustarían y no jugarían como debieran.
Rafael comprendió y justo
cuando iba a acotar algo comenzaron a sonar los himnos. Una única fila de
jugadores se hallaba junto a la línea de cal del lateral. Los jugadores del
cielo llevaban un uniforme color verde suave. “Están representando a la tierra,
no al cielo” había confirmado con anterioridad Dios. El equipo del infierno tenía
un uniforme completamente negro, solo rompía esa oscuridad unas tres tiras
rojas de las mangas y un escudo blancuzco que emulaba a un alma perdida. Pero
solo habían aparecido tres jugadores, los más “rústicos” o los de menor
renombre. En el medio aparecía uno de los árbitros. Un hombre viejísimo, encima
tuerto que se sostenía con suma dificultad gracias a un bastón y encima tenía
un sombrero de alas anchas bastante ridículo. A su lado se encontraban dos
hombres: uno también de barba, pero de mediana edad con una figura atlética y
musculosa. El otro un hombre calvo con bigotes largos y un sobrepeso bastante
importante.
Faltaba muy poco para el
comienzo del encuentro entre el cielo y el infierno. Los humanos que debían
definir el futuro de la tierra en un único partido de fútbol sentían erizarse
los pelos de la nuca y como la sangre comenzaba a circularles con suma violencia
en sus venas. Mutumbe temblaba como una gelatina. Comenzó el himno del cielo: Un
coro compuesto por quinientos ángeles entonó un coro celestial y sempiterno
durante cuatro horas con cuarenta y cinco minutos. El himno del infierno fue interpretado por la
banda de Black Metal, Gorgoroth. Terminada la interpretación, seguían los mismos dos jugadores del infierno.
En las tribunas pertenecientes al infierno empezó a bajar un murmullo de
molestia. El árbitro solicito hablar con el entrenador del infierno, o sea,
Lucifer. Tampoco estaba. El público del infierno enloquecía de odio. El réferi
se comenzó a rascar la larguísima barba. Extendió su mano derecha en lo alto,
signo de que iba a esperar cinco minutos más al equipo rival, pero antes de transcurridos
tres minutos pareció Lucifer. Se lo notaba fastidiado y cansado. No había más
jugadores que esos dos, del resto ni noticias. El equipo del infierno no podía
presentarse. Lucifer se acercó al banco de suplentes donde se encontraba
sentado Dios y sus ángeles, miro a todos, meneo la cabeza en forma negativa y
se fue mascullando insultos. El equipo de Dios había ganado por abandono.
Rafael se arrimó a Dios
para preguntarle por lo sucedido. Porque
si bien conocía la gran sabiduría del señor, necesitaba entender lo que había
pasado.
— ¿Por qué no se han
presentado — Inquirió Rafael
—Acaso no te has dado
cuenta —respondió Dios.
—No es que dude de tu
sabiduría —se atajó Rafael— pero no me queda del todo claro.
—Oh Rafael está más que
claro, ellos —dijo Dios señalando hacia donde se encontraban sus jugadores, que
ahora habían puesto dos buzos en la mitad de la cancha y comenzaron a jugar un
picado improvisado— juegan por el amor al fútbol, hacen cualquier sacrificio
para poder jugar al fútbol.
— ¿A los profesionales
no? —esgrimió Rafael.
—No, solo juegan por la
plata —respondió Dios—muy pocos lo hacen
por el espíritu del futbol. Para ellos este era un partido más y les era
indiferente venir o no.
Rafael comprendió que la
sabiduría del señor era infinita.
O lavdate dominum
Praedicate deumAmate creatorem,
Praedicate deumAmate creatorem,
Qui creavit mundum
Oh, lavdate dominum
Oh, lavdate dominum
Antonio Schweinheim
Obra Publicada, expediente Nº 510614. Dirección Nacional del Derecho de Autor.
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