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Vacaciones tranquilas.

Se lo juro, yo me lo había prometido también. Este año nada de hacerme mala sangre por el fútbol. Desde el 2000 que tengo una úlcera por culpa de Ferro. Juré que el año pasado iba a ser el último, y arranqué esperanzado este año. Por eso me fui con la bruja y los pibes a pasarla a Brasil, lejos de todos. Tranquilo, con los chicos correteando por la playa mientras la madre y yo nos tomábamos una caipirinha mirando los fuegos artificiales.

A mí me gusta andar con la camiseta de mi querido Ferrocarril Oeste por todos lados, Brasil no iba a ser la excepción. A mi esposa no le gusta, porque más de una vez termine puteándome o peleándome con algún gil de lechería, de esos que abundan en la costa argentina. Por eso pensé que en Brasil la cosa iba a ser diferente, aunque siempre hay algún argentino medio termo, porque somos como las hormigas. Si te vas al Himalaya seguro te cruzas también con un argentino. Copamos el planeta. “Rodolfo, vestite decente para recibir el año por favor”, me rogó Beatriz esa noche. Pero no la escuche y me puse la vieja camiseta modelo 99 de mi amado club de Caballito. La gente en el lobby me miraba medio raro, para calentura de mi mujer. “Mirá a los nenes, se visten mejor que vos” me hinchaba las pelotas ella. Y sí, claro, si ni siquiera salieron hinchas de Ferro, uno me salió de Boca por culpa de los compañeritos de la escuela y el otro de Banfield por culpa del pelotudo de mi cuñado ¡Mierda les iba a permitir salir vestidos con alguna de esos clubes! En mi casa estaba prescripto usar otra cosa de fútbol que no sea del glorioso Verdolaga. Soy muy abierto en todos los sentidos. Pero con los colores de mi equipo que no jodan. La mejor herencia que me dejó mi viejo, aparte del apellido, fue el amor a estos colores. Es más, a mis hijos siempre les regalo para cumpleaños y navidades cosas de Ferro, yo sé que por cansancio algún día les voy a ganar.

Hay muchos argentinos en Brasil, y ni hablar en año nuevo.  Por eso a mi mujer no le gustaba mi vestimenta. Todavía estaba medio fresco el recuerdo de las vacaciones pasadas donde en Necochea me agarre a piñas con uno de Vélez. No es que yo sea un matón o un pendenciero, pero si me provocan, reacciono. Hasta el Papa Francisco la termea cuando le hablan de Huracán, no jodamos. Está bien, hay ocasiones en la que me descontrolo, pero todo tiene un porqué. En la navidad anterior le revoleé una ensaladera llena de ensalada rusa al estúpido de mi cuñado, el hincha de Banfield. No tenemos pica con Taladro, casi que ni nos conocemos. Nos chupamos un huevo mutuamente. Pero que lo ponga en contra a mi pibe es mucho, uno no es de telgopor, hermano.  Yo tengo sangre. No voy a tolerar que este salame le regale una camiseta de Banfield en mis narices, no señor.  Debo confesar que también me la agarré con mi suegro en un cumpleaños. Pero él se lo buscó, eh. El tano no entiende una goma de futbol, pero decirme que me saque “ese trapo sucio” para sentarme en la mesa, haciendo alusión a mi camiseta, le juro que me jodió. Está bien, venia de jugar al fútbol y estaba todo chivado. Pero llamarle a esta gloriosa camiseta de la locomotora del Oeste, “trapo sucio”, es una falta de respeto para más de 112 años de historia. Ojo, por ahí el viejo no tenía ni la más pálida idea que era la camiseta de un club, pero no importa: a los colores hay que defenderlos siempre y en todo lugar.

Por todo eso, le prometí a mi señora que no me iba a pelear más. Mucho no me creyó, menos cuando me vio ponerme la camiseta para ir a la playa a recibir el año. Pero yo me lo había prometido a mí mismo también. Así como prometí que iba a dejar de fumar y lo deje de un día para el otro, me había prometido esto. Ya me había hecho bastante mala sangre el campeonato pasado también. Por eso no dije nada cuando vino un hincha de Huracán a  bolacearme.  Lo dejé pasar, justo él me viene a cargar que bajó más veces que la tanga de la Cicciolina. Pero bueh, lo dejé ir. Mi mujer no lo podía creer. Tampoco podía creer cuando vino uno de Argentinos Juniors y ni le di pelota. Y mire que me dijo de todo. “Está bien flaco, estas en la B conmigo, callate la boca”, pensé. Pero no se lo dije. La sonrisa de mi señora hizo que valiera la pena morderme los codos para no contestarle y mandarlo a la concha de su madre.  Después pasaron un par de Boca y River, que también eran para putearlos de arriba abajo. No porque me hayan dicho nada, sino porque esos te ningunean con la mirada. Te miran despectivamente, y no hay cosa que me dé más por las pelotas.  Con guita y favores, todos son grandes ¡Por favor!

Pasaron las doce, llegó el año nuevo y mi señora me abrazó fuerte con todo el cariño del mundo. Yo sabía que lo hizo porque no había reaccionado frente a esos pelotudos. Que no le había fallado. Y la verdad yo también me sentí bastante bien.  Hasta que claro, vino ese brasilero hijo de puta y empezó a gritarme “Palmeiras, no sé qué”. Y lo repetía como loro con sobredosis de anfetaminas. Vi como otros se sonreían. “No, Ferro, Ferrocarril Oeste” trate de explicarle. No hay cosa que me irrite más que confundan mi club con otro. Claro, Parmalat también estuvo de Sponsor en el Palmeiras, pero hay que ser muy burro y ciego para confundírsela con la de Ferro. O Capaz que me estaba ninguneando. El punto de no retorno fue cuando tuvo la osadía de tocar mi camiseta y estirármela, diciendo siempre “Palmeiras”. Lo emboque y se armó un tole-tole de aquellos. Cayó la policía, repartió más palos que los de Qatar a los de la FIFA. Terminamos todos adentro.

Y acá estoy, adentro de la gayola esperando a que mi mujer me venga a buscar. Me va a matar, lo sé. Acá al lado tengo al hincha de Huracán, otro que se metió en la pelea a fajar brasileros. Me explico que el morocho no se había confundido mi camiseta con la del Palmeiras, sino que el tipo era hincha del Palmeiras y quería mi camiseta. Que estaba fascinado con la casaca verdolaga.  También agrego que él se metió a pelear porque no se banca a ningún brasilero. La verdad que me pareció bastante intolerante de su parte, mire que pelearse por pelearse…. no veo la hora de que la bruja me venga a buscar, el quemero está fumando y la verdad que estoy por pedirle un pucho. Espero que no sea muy cara la fianza acá. 
T. Schweinheim
Obra Publicada, expediente Nº 510614. Dirección Nacional del Derecho de Autor

Sábados de Fontanarrosa. Hoy Jorge, Daniel y el Gato

—¡Qué verga somos, viejo! ¡Qué verga! —Jorge se inclinó con un gesto de dolor y se quitó, uno a uno, los botines embarrados. Se masajeó, siempre con rostro dolorido, los dedos del pie bajo la tela gruesa de las medias de fútbol.

—Qué le vamos a hacer —dijo el Gato, el vaso de cerveza en la mano, por decir algo, casi distante, como resignado. Más atrás, en la misma mesa pero alejada su silla como dos metros, las piernas abiertas, el Dani lucía abstraído, totalmente ausente.

—¿Cómo mierda podemos perder tantos goles, digo yo, cómo podemos perder tantos goles? El otro día contra La Cortada, lo mismo, querido, erramos una barbaridad... Después ellos, cuando tienen una oportunidad, te abrochan y anda a cantarle a Gardel...

—¿Te duele? —preguntó el Gato, señalando con su mentón hacia los pies de Jorge.

—El tobillo —señaló—; pisé un pozo y me lo torcí. Me lo hice percha.

—Párate —recomendó el Gato.

—Si me paro me duele más, pelotudo.

—Que no jugues, te digo, forro. Párate quince días porque si el próximo partido se te llega a torcer de nuevo después se te hace crónico.

—Ahora le meto hielo —desestimó Jorge—. Y cuando se deshincha me vendo bien y no hay problema. —Te lo vas a cagar, Jorge.

—Si no vengo yo, creo que el próximo sábado no juntamos ni siete como para entrar a la cancha.

—O anda a lo de la curandera que dice el Niki —insistió el Gato.

—¿Qué curandera? —Jorge se reía, pese al dolor.

—Dice que las terceduras te las cura con un vaso de agua. La vieja tira granitos de trigo, ¿viste la especie de semillitas de cuando desarmas las espigas?, en un vaso de agua. Las semillitas que se van al fondo son los  nervios que tenes sacados. Las que flotan son los que están bien.

Jorge lo miró al Gato, incrédulo.

—O al revés —se cubrió el Gato—. Al Niki lo curó así. Bah, eso dice el Niki.

—Al Niki lo que hay que hacer es internarlo en un psiquiátrico —murmuró Jorge—. Me vendo bien, y a la lona —reafirmó. Después recogió los botines, parándose. Se tomó la cintura con las dos manos y estiró un quejido gutural—. La concha de su madre —dijo—, me duele todo.

—Para colmo está pesadísimo —el Gato se pasó la manga de la camiseta sobre la frente calva empapada de sudor—. Y hace transpirar esta porquería —elevó un tanto, mostrando, el vaso de cerveza.

—Hay que decirle a Enrique que el sábado que viene traiga las camisetas de manga corta. No puede ser tan boludo —dijo Jorge, ya con las llaves del auto en la mano, como demorando la retirada.

—¿Las blancas? Están hechas mierda esas camisetas, Jorge.

—No, están bien... Bah... Se las aguantan...

—Faltan números.

—El boludo del Ñaqui que se quedó con una cuando se cabreó por lo de Gustavo.

—Hay que decirle que la traiga. Al Mosca también.

—Al Mosca que lo hable otro, yo no lo hablo... ¿Vos venís el sábado, Daniel?

Jorge señaló con la llave del auto al Dani que, hasta ese momento, no había salido de su mutismo, la vista perdida hacia el ventanal que daba al bulevar Rondeau, despatarrado sobre la silla.

—No. Creo que no.

—Uy —arrugó la cara, Jorge—. Cagamos —se dirigió al Gato—. No sé si juntamos once si éste no viene.  Tito tampoco puede venir, al Pinza lo echaron hoy, el boludo. Le van a dar como cuatro fechas...

—¿Por qué Tito no viene? —preguntó el Gato.

—Qué sé yo... Tiene un bautismo, una de esas boludeces que siempre tiene.

—¿Otro bautismo?

—¿Podes creer?

—¿Qué es Tito? ¿Monaguillo?

Jorge soltó una risa corta.

—Cagamos —repitió—. Para colmo, el otro forro de Aníbal hoy se fue cabrero...

—¿Por qué se fue cabrero?

—Porque el Coló no lo puso de arranque. Y... ¡viejo! Somos once. No podemos jugar todos. Si al final de cuentas, vos bien lo sabes, al final, jugamos todos. Hoy faltas vos, mañana falto yo...

En silencio, Dani osciló la cabeza, como desaprobando, pero no dijo nada.

—¿Vos no venías, entonces? —insistió Jorge.

—No. Creo que no. Creo que tengo que viajar —dijo Daniel, serio.

—¿Contra quién es? —dijo el Gato.

—Cerámica, creo... ¡No! No. Palermo, Palermo.

—No es tan jodido.

—¡Para nosotros son todos jodidos, Gato! —se rió, irónico, Jorge—. Mira vos hoy, estos muchachos no le habían ganado a nadie, a nadie, son unos chotos, Gato. Y se vienen a desvirgar con nosotros, a nosotros nos hace la fiesta cualquiera... Déjame... Somos una verga nosotros, Gato, no me digas...

El Gato hizo un visaje con la cara, de aprobación, negación o duda.

—Chau. Nos vemos —dijo Jorge, y se fue rengueando hacia el auto—. Chau, Daniel —incluyó, de última, ya desde la vereda de "El Morocho del Abasto". Daniel y el Gato se quedaron en silencio. El Gato apuró lo último de su cerveza y liberó luego un eructo suave.

—¿Y el Mosca por qué no viene? —se preguntó después, en voz alta. Daniel había apoyado sus codos sobre las rodillas peludas y miraba hacia la calle. El sudor le resbalaba por la frente hasta la nariz y luego caía por ésta, para precipitarse desde su punta sobre el bolso que estaba entre sus pies. Daniel se encogió de hombros.

—Qué sé yo —moduló con la boca, sin emitir sonido alguno. Después empezó a sacudir la cabeza hasta girarla para mirar al Gato.

—¿Vos viste cómo me puteó el Quique? —le preguntó"—. ¿Vos viste cómo me reputeó el Quique, ese pedazo de pelotudo? —repitió, antes de que el Gato contestara nada. El Gato abrió mucho los ojos, simulando.

—No... ¿Cuándo? —mintió.

—Cuando me erré ese gol, en el segundo tiempo... —¿Cuál?

—¡En el segundo tiempo! —se exasperó Daniel—. Que íbamos uno a cero. Si lo hacía nos poníamos uno a uno...

—¿Ése que pasó todo frente al arco? ¿Que...?

—¡Ese! Que se fue la Pioja por la izquierda y metió el centro atrás...

—Ah, sí... Pero no lo vi muy bien... Yo estaba afuera.

—¡Pendejo pelotudo! ¡Como si uno errara los goles a propósito, viejo!

—Sí... Pero no escuché. La verdad que no escuché. Vi la jugada pero...

—Arriba me putea el hijo de puta. —Te venía alta, me pareció...

—¡Acá me venía! —como impulsado por un resorte, Daniel se paró, señalándose a la altura de la ingle—. ¡Acá! ¿Cómo mierda quería que le pegara? La tocó el arquero, picó y se levantó...

—No bajaba nunca.

—¡Nunca bajaba, la concha de la lora! Y el otro pelotudo me viene a putear. El sorete ese de Quique... —Bueno, pero... Qué sé yo...

—¡Mira si nosotros tuviéramos que putearlos a ellos por las cagadas que se mandan ahí abajo! —Daniel ya estaba un tanto descontrolado—. ¡Mira si nosotros tuviéramos que putearlos a ellos por los cagadones que se mandan ahí abajo! Hoy mismo, hermano... ¡Raúl, Raúl, otro, otro que me puteó en la misma jugada! ¿Me querés decir qué carajo quiso hacer Raúl en el segundo gol de ellos? ¿Me querés decir qué carajo quiso hacer?

—Quiso cancherear...

—¡Si no tiene resto para cancherear, querido! ¡La va de crack y no sirve ni para tirar flit, no me vengas! Y después te chillan cuando vos erras un gol, hermano... Y no hace ni un año que están jugando, Gato, haceme el favor... No hace ni un año... —se volvió a sentar, como si no pudiera quedarse quieto—. ¿Cuánto hace que estamos jugando nosotros, Gato, cuánto hace que estamos jugando?

—Uhhh... —enarcó las cejas el Gato.

—Cinco años. Cinco, seis años hace. Empezamos nosotros, ¿o no es así?, con el Coló, con Ñaqui, con Marcelo...
—Claro, claro...

—¡Y ahora resulta que cada sábado que uno viene aparece un pendejo nuevo! ¿Cómo es eso? Uno viene y ya ni siquiera conoces a tus compañeros... Como ese pibe, el Huguito... ¿Quién lo trajo a ese pibe? ¿Quién lo anotó al Huguito? ¿Me querés decir quién lo trajo?

—El Coló...

—¡El Coló, claro! Porque él sabe que no le saca nadie la camiseta de cinco. Pero como no le dan más las tabas se tiene que rodear de pendejos que corran y se rompan el culo por lo que él no corre ni se rompe el culo en la mitad de la cancha, ¿es así o no es así?

—Sí, Daniel... Pero también tenes que comprender que en una liga como ésta, sin límite de edad, si no mechas algunos pibes con los jovatos, te pasan por arriba. ¿Viste los de "25 de Diciembre", que son todos pibes? Son aviones esos pendejos, Daniel, no los agarras ni con un lazo...

—Sí, sí, pero no hay derecho, Gato, no hay derecho...Porque cuando a esos pibes, esas estrellitas, esos cracks que, entre nosotros, no son tan cracks como se piensan porque si no no estarían jugando acá, estarían jugando en Central, en Nubel, en Central Córdoba... Bueno, cuando a esos cracks resulta que se les canta las pelotas irse a jugar a Provincial, o al campo, o a la concha de su madre... ¿a quiénes tienen que recurrir para armar el equipo? ¿A quiénes tienen que recurrir?... A Norberto, al flaco Suríguez, al Narigón... a vos... ¿O por qué te crees que se chivó el Mosca y no viene más? ¿Por qué te crees? Porque lo dejaron afuera dos partidos,seguidos y no lo pusieron más, hermano. Con el verso ese de que eran partidos chivos, de que eran partidos importantes, que eran contra el puntero, contra Social Lux, contra Minerva, contra la pinchila de Mahoma y todo eso... Decí que vos, o el Narigón Anselmi, son de fierro y se la aguantan y vienen y vienen y vienen...  Pero el Mosca se hinchó las pelotas...

—Es verdad... Eso es verdad —asintió el Gato, golpeteando con el culo del vaso sobre el nerolite de la mesa.

—¿Querés que te diga más? —retomó Daniel tras un silencio—. Yo prefiero perder con el Narigón, con el Mosca, con vos, con Norberto... y no con todos esos nuevos que ha traído el Coló. Porque bien que cuando el Raúl, el Quique o alguno de ésos te caga, bien que salen echando puta a buscarlo al Norberto, al Mosca, a  todos ésos...

—Es el eterno problema... —dijo el Gato, calmo. Daniel pegaba palmaditas sobre la mesa. Había vuelto a  mirar hacia afuera y procuraba regularizar el ritmo de su respiración.

—No me vengas, viejo... —machacaba.

—Es el eterno problema, Daniel... Formar un equipo de amigos, para divertirse. O formar un equipo para ganar el campeonato.

—¡Si nosotros no podemos ganar el campeonato, Gato! —lo miró Daniel con infinita indulgencia, abriendo los brazos. Nosotros no podemos ganar ningún campeonato, querido, si somos unos perros, unos perros somos, unos muertos de hambre...

—Sí, pero vos viste cómo son estas cosas. Al principio se dice que vamos a formar un equipo de amigos,  para divertirse, pero cuando de pedo se ganan un par de partidos ya todos piensan que se puede ganar el campeonato.

—Míralo al otro —volvió a menear la cabeza Daniel, y cambiando de tema—. ¡Qué fácil que la hace Jorge, qué fácil que la hace! "Al final jugamos todos lo mismo", te dice. "Al final entran todos." ¡Mira qué turro! Sí, entran todos... ¡pero unos arrancan jugando todos los partidos, como el Coló y él, y el Taca... y otros, como el Narigón, entran veinte minutos! ¡Entran todos los partidos, sí, pero veinte minutos! "Jugamos todos." ¡Mira qué turro!

—Decímelo a mí —susurró cabizbajo el Gato, tristemente.

Daniel chistó, como desinflándose.

—Encima hay que aguantarse que te puteen cuando erras un gol —dijo—. Hay que joderse —se rió, ácido—. A mi edad tener que venir a amargarse la vida. Uno que espera toda la semana el sábado para venir a jugar y pasarla bien y hay que amargarse la vida con estos pendejos. O con el Raúl mismo que no es tan pendejo...

—Son cosas del juego, Daniel...
—Y ojo que no lo digo por el Huguito, que es un flor de pibe, un pan de Dios. Pero los otros... No sé... Tienen mierda en la cabeza y... ¿sabes qué es lo que más me calienta? —Daniel se volvió hacia el Gato como si hubiese encontrado el quid de la cuestión. Retomó, incluso, el ritmo acelerado de su discurso.— Que te putean porque te erraste el gol pero, en realidad, lo que te quieren remarcar es que te lo erraste por viejo choto.

No por tronco, o porque sos de madera, por mal jugador... ¡Por viejo choto, porque no te dan más las tabas, ni las articulaciones, ni los reflejos! ¡Eso es lo que te quieren remarcar, lo que quieren poner en evidencia estos cabrones!

—No, Daniel...

—¡Sí, señor! Sí, señor... Porque el otro día, en el partido contra Mercadito, el Cacho, el Cacho, se erró un gol igual igual al mío, pero igual, calcado.

—Es cierto...

—Le quedó alta, a dos metros del arco, sin arquero y... ¿sabes adonde la tiró? —A la mierda.

—¡A la concha de su madre! ¡A la recalcada concha de su madre la tiró! Mucho más alta que la que tiré hoy yo. Ahí la tiró. Y lo putearon. Pero seguro que nadie pensó que lo había errado por viejo choto, porque el Cacho tiene veintidós pirulos y tiene un lomo así y es un toro el Cacho... Pero cuando un tipo de treinta y seis años hace lo mismo que hizo el Cacho ya todos piensan que lo erraste porque estás hecho un fósil de mierda, un viejo choto y que le tenes que dejar tu lugar a los pibes. ¡Mierda se lo voy a dejar! ¡A mí nadie me regaló nada cuando yo empecé a jugar! Veinticinco años hace que juego al fútbol... Y encima tenes que aguantar  que te erras un gol y te putean...

Se quedaron un momento callados. El Gato, abstraído, hizo girar con la punta de un dedo el tíquet que había dejado el mozo y que había quedado planchado bajo el culo del porrón húmedo. Lo despegó con cuidado y unos numeritos en celeste quedaron impresos sobre el nerolite. El Gato parecía estudiar el tíquet pero, de pronto, quedamente, dijo:
—Daniel... Daniel... Oíme.

Daniel seguía con los ojos clavados en la ventana.

—Oíme, Daniel —siguió reclamando el Gato—. ¿A vos te jode que te puteen por un gol errado?

Daniel osciló la cabeza, considerando estúpido responder.

—¿A vos te jode? Entonces déjame que te cuente una cosa. ¿Me dejas?

El excesivo preámbulo atrajo, por fin, la atención de Daniel, quien miró de reojo al Gato.

—¿Te acordás el sábado pasado, que jugamos contra Teléfonos?

Daniel asintió con la cabeza.

—¿Te acordás que yo entré en el segundo tiempo? Habré entrado a los veinte minutos del segundo tiempo...

—Sí, que entraste porque se jodio el Tito, que si no el Coló tampoco te ponía...

—Por lo que sea, por lo que sea... Cuando yo entré íbamos perdiendo dos a uno...

—Sí, dos a uno.

—Faltando unos quince minutos ¿te acordás? hubo un centro sobre el área de ellos, un rebote, y me quedó servida a mí, picando, casi en el punto del penal, un poco más atrás, pero casi en el penal, sobre la derecha...

—¡Uy, sí! Me acuerdo.

—Le pegué de prima y la tiré a la mierda. Así de simple. La tiré a la mierda.

—Arriba del travesano, me acuerdo.

—Arriba. Y... ¿querés que te diga una cosa, Daniel? ¿Querés que te diga una cosa? Daniel lo miró.

—Nadie me dijo nada —ahora era el Gato el que miraba fijamente a la mesa, las cascaras de maní, los

círculos dibujados con espuma por los vasos sobre el nerolite—. Nadie me dijo nada... Hubo un silencio... Un silencio total...

—Bueno... Es mejor. Te juro que...

—No, Daniel. No es mejor... Cuando ya nadie te dice nada es que ya nadie espera nada de vos... Es una cosa, ¿cómo decirte?... piadosa. Un silencio... comprensivo, ¿entendés? Me di vuelta y lo vi al Coló que le hacía señas al Quique como diciendo "Déjalo. No le digas nada. ¿Qué le vamos a hacer? Bastante hace el pobre viejo...". Por eso...

—Es que...

—Por eso te digo Daniel… alégrate que todavía te putean, alégrate. Quiere decir que todavía te consideran apto para jugar, para meter goles, para mezclarte con ellos…

Daniel aspiro hondo.

—Puede ser — dijo y pidió la cuenta.
Roberto Fontanarrosa
Extraído de Uno nunca sabe. Ed. De La Flor 1993/ Ed Planeta 2012




Afirman que con la miseria en el futbol local y el poco movimiento en el mercado de pases, cada vez más periodistas deportivos se pasan a hacer periodismo político, ya que ahí se puede hacer lobby y vender humo a granel como en el fútbol.

Humo. Habría más en la política que en el fútbol. 

A pesar de que en vacaciones las noticias suelen escasear, este verano hubo cierta continuidad informativa gracias a algunos hechos puntuales. “En veranos anteriores pasaba de todo: hasta se hablaba de Beckham a River o de Edgar Davids a Boca. Pero este año le tenemos que prender una vela a San Caruso, patrono del humo, para que nos caiga algo”, asegura un periodista que no se fue de vacaciones por miedo a no poder hacer lobby desde la playa.

Sin embargo, esta época de vacas flacas en materia de humo solo se ve en el periodismo deportivo, no así en el político, donde la grieta arde más que nunca. “Como en enero no está pasando una goma, pasamos de sección a los pasantes y los mandamos a política. Y ahí sí que estamos explotando a los pibes más de la cuenta… en cualquier momento se nos muere alguno de inanición, no sé qué vamos a hacer”, se queja el director de un diario deportivo mientras azota pasantes en el pasillo.

“Con toda esta miseria te piden que seas creativo para inventar humo en el mercado de pases, así no se puede laburar. Estoy pensando seriamente en pasarme a policiales: total ahí lo único que necesitás es morbo”, reflexiona un periodista mientras se abanica con una revista. “Lo bueno de pasarse al periodismo político es que no hace falta chequear fuentes: podés vender humo y hacer lobby por cualquier gil y todos compran enseguida”, desliza otro colega.

Afirman que este mercado de pases en el fútbol argentino va a ser tan falopa que lo podría llegar a vigilar la DEA.

Ni la DEA. Podría con tanto refuerzo falopa. 
Ya se activó el mercado de pases y, con él, la venta de humo. Sin embargo, desde hace varios mercados que ya ni siquiera se puede vender humo con los nombres, puesto que la economía de los clubes no está pasando por un buen momento y eso se nota a la hora de los apellidos que circulan. “Tengo stock de humo desde 2018, la verdad es que no se mueve, no se le puede vender humo a nadie. Antes podías más o menos vivir de esto: tirabas que Ronaldinho podía venir a Boca o a River, hasta a Gimnasia lo metimos alguna vez. Así no se puede, viejo”, se entristece un periodista deportivo.

Los nombres rutilantes dejaron hace rato de hacer ruido en el mercado de pases local, lo cual marca la pauta de la paupérrima situación económica de los clubes. “Mirá, estamos entre pagarle al kinesiólogo todo lo que le debemos o traer un refuerzo que quedó libre del fútbol de Corea del Norte, hay que ver”, confiesa un dirigente de un equipo venido a menos. 

“Imaginate lo corto de nombres y de guita que estamos, que lo máximo que podemos tirar como noticia es que Centurión puede ir a Banfield. Uno no tiene ganas de jugar y el otro no tiene plata”, se enoja un periodista. “Lo cierto es que este es otro año de miseria y hambre en los clubes: va a haber tantos refuerzos falopa que en cualquier momento cae la DEA a controlar el mercado de pases. El máximo éxito sería que San Lorenzo consiga un presidente que dure más de un año; con eso te digo todo”, sintetiza un especialista.

La diosa del día: la Chiqui.



Estatura: 1,70
Medidas: 150 propiedades
Signo: Termo
Signo del zodíaco chino: Tapir.
Una parte del cuerpo: La nuca
Color preferido: El verde.
Un lugar en el mundo: Sur Finanzas

Ella es Claudia, o la “Chiqui” como la conocen sus amigos. A diferencia de otras chicas del jet set, a ella no le gustaría formar parte del Bailando.  A ella le gustan los varones entrados en canas, los maduros. No quiere flashes pero le excita el poder. “Me gustan los hombres que me hagan sentir poderosa, que me hagan subir, aunque el control lo tengo yo”, nos cuenta sin sonrojarse. “Me excita que me sequen la nuca con cariño”, asegura picarona. "Me gusta estar arriba, tener el control, el poder" confía la chica. A pesar de ser una femme fatale, ella es una chica romántica: “Como en los viejos tiempos, me gusta apretar. Me encanta el apriete, yo me la paso apretando, y si son árbitros, mejor todavía jiji”. Ha pasado la Chiqui, la diosa de día. 


Un amante.
Verón, me calienta.

Una fantasía.
Someterlo a Verón.

Un arma de seducción.
Mi nuca.

Posición Favorita.
Siempre arriba teniendo el poder.

Pijama, babydoll o nada.
Cualquier cosa que me deje la nuca descubierta.

Afirman que la AFA está tan manchada que no puede haber campeones ni ascensos porque estaría todo arreglado.

Sospechoso. Sería todo lo que hace la AFA. 
Continúan las polémicas alrededor de la AFA por los ascensos y los campeones. Si bien, tanto en el Torneo Clausura como en el Trofeo de Campeones de la Superliga, el campeón fue Estudiantes de La Plata —cuyo presidente, Juan Sebastián Verón, no es del agrado del Chiqui Tapia—, fue el ganador. “Todos dicen que, desde que saltó todo el quilombo por esos PDF que hicimos para joder a Verón, tuvimos que recular en chancletas y dejar de presionar a los árbitros para que no haya favoritismos. No sé si es verdad o mentira, pero lo importante es que Riestra y Barracas están clasificados a la Sudamericana”, vocifera un dirigente. 
“Tenemos los huevos llenos. Dicen que Aimar llamó al Chiqui para que no cague a Estudiantes de Río Cuarto frente a Madryn y que por eso ascendió el equipo cordobés. Todo mentira: sabemos que al único al que Tapia le atiende el teléfono es al de cierta financiera”, desliza, enojado, un dirigente. “La verdad es que estamos tan manchados que no puede haber campeones ni ascensos porque está todo arreglado. Váyanse a cagar, parecen mexicanos llorando por todo”, reflexiona otro dirigente.

Lo cierto es que muchos hinchas y periodistas o mediáticos, como Caruso Lombardi, manifestaron públicamente las ayudas arbitrales que eventualmente habría tenido el equipo del sur de la Argentina. Algo similar pasó en la Primera B Metropolitana. “Era un hecho que iba a ascender Deportivo Armenio. Nakis secó litros de sudor de la nuca del Chiqui Tapia, porque salió en varias fotos, pero terminó ascendiendo Acassuso. Ahora dicen que no fue por mérito deportivo, sino porque Javier Marín secó más litros de transpiración… la verdad, no se entiende”, se calienta otro dirigente.

Vacaciones tranquilas.

Se lo juro, yo me lo había prometido también. Este año nada de hacerme mala sangre por el fútbol. Desde el 2000 que tengo una úlcera por cu...


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