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Heavy Metal
Un emperrado
Juan Carlos Poli era un misionero como cualquier otro. Trabajaba en la cosecha de yerba, estaba casado, tenía tres hijos y, como cualquier hijo de vecino, se ponía contento cada vez que veía a la selección. Deliraba con Messi; su sueño era sacarse una foto con él. Pero había algo en la vida de Juan Carlos; se emperraba o se transformaba en hombre lobo, como quiera decirle. Hombre lobo o Lobizón. Como gente del norte, nosotros le decimos emperrado o lobizón y a otra cosa. Muchos se imaginan como las películas de los yanquis, que los lobizones son mitad lobos y mitad humanos, todos musculosos, con ropa rota, justo a medida, parados en dos patas sembrando el terror. Créame que no.
Un día le tocó viajar a Buenos Aires para hacer unos trámites, porque como todos sabemos: "Dios es argentino, pero atiende en Buenos Aires". Eligió una jornada particular para ir y matar dos pájaros de un tiro: un partido de eliminatorias después de la diligencia. Fueron como 26 horas en micro. Ahí lamentaba no emperrarse, ya que como perro podía enroscarse y dormir tranquilamente en el viaje. Llegó a la capital por la mañana, hizo los trámites que tenía que hacer y se mandó para la cancha. Fue a la San Martín baja, porque había ahorrado unos pesos y qué mejor que invertirlos en su sueño: ver a Messi. En realidad, su más grande anhelo era sacarse una foto con Lio, pero ya con verlo cerquita, él se conformaba.
La selección ya estaba clasificada y en frente estaba Bolivia, que todavía venía con chances. Sin embargo, la cancha explotaba. La prensa decía que Messi no iba a ser titular, como para cuidarlo o que iba a entrar unos minutos. Juan Carlos se aferraba a esto último. Tan solo pensar en que no iba a jugar Messi, y que se había gastado sus ahorros, le corría un frío por la espalda. Solo esperaba a que los periodistas se equivocaran. Pero no fue así. El once inicial era sin Messi. Ahora quedaba rezar para que el astro rosarino entrara un rato, así, por lo menos, "cubría" los gastos y lo veía cerquita.
Estaban De Paul, Mac Allister, el Dibu, Tagliafico, el Cuti... todos. Juan Carlos comenzó a disfrutar el partido. El primer gol lo hizo Lautaro Martínez. Se abrazó con todos y con cada uno de los que tenía a su lado. Si bien no estaba Messi, la cosa iba bastante bien. El segundo gol lo anotó Nicolás González. La fiesta seguía. Juan Carlos pensó que por más que no jugara Messi, la cosa estaba ya más que bien. Porque era la primera vez que veía a la selección en la cancha, cosa que muchos no pueden hacer. Se sintió contento y feliz, hasta que una puntada en los colmillos empezó a hacerle temer lo peor: se estaba por emperrarse...
Juan Carlos corrió al baño. Se encerró y la transformación comenzó, primero los colmillos, luego el pelaje, los ojos, el hocico... En cuestión de minutos, Juan Carlos era un lobizón. Pero este percance no lo inmutó; él iba a cumplir su sueño de todas formas. Abrió la puerta, se puso en cuatro patas y salió corriendo. Su aspecto de perro dócil hizo que pasara desapercibido. Pero él estaba nervioso. Empezó a correr como buscando una salida, iba esquivando piernas, gente que se preguntaba cómo llegó un perro hasta ahí. Juan Carlos se perdió, empezó a desesperarse hasta que encontró un pasillo. Olfateó olor a pasto mojado. Ese camino lo llevaba al terreno de juego. Se le cruzó una idea loca en el cerebro nublado. Enfiló por ese camino. Uno de seguridad lo quiso agarrar, fue cuando lo gambeteo y lo dejó culo arriba al gordo. Finalmente salió a la cancha a través de puertas grandes. El partido seguía jugándose. Ya en el campo de juego divisó a un Scaloni dando indicaciones. ¡Ahí estaba el banco de suplentes argentino! Encaró por ahí despacito, como para no levantar la perdiz, aunque jadeaba un poco de los nervios y cansancio. Poco a poco se fue acercando. Fue cuando lo vio, ahí estaba él, ahí estaba el rosarino, nada más y nada menos que Lionel Messi. "¡JUIIIIIRA!" se escuchó que decía un pelado de seguridad a los gritos. Juan Carlos se tiró al suelo y puso sus patitas por sobre su cabeza. Cuando el pelado maldito ese lo estaba por patear, se escuchó una voz mágica, una voz que solo había escuchado por la tele hasta ese momento, una voz que decía: "¿Eh, qué hace'? ¿Cómo le' va a pega' a un perro? Veni pa'ca vo". Sí, señoras y señores, era el mismísimo Messi sentado en el banco con los brazos apoyados en las rodillas. Lio lo llamó golpeando su muslo. Juan Carlos movió frenéticamente la cola, los ojos le brillaban y se acercó con la cabeza gacha. Los fotógrafos estaban extasiados por la tierna imagen del astro, la lluvia de flashes no se hizo esperar. Fue portada de muchos medios, salió en la tele. Juan Carlos lo logró, a su manera y en su forma de vida extraña. Y sí, Messi también tuvo otro récord, aunque sin saberlo: fue el primer jugador de fútbol en acariciar a un lobizón.¿De qué te ponés contento?
Yo la verdad es que no te entiendo Cacho, la verdad que no te entiendo. Ni a vos, ni a todos aquellos que van a una cancha. O a esos hincha...

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