Los superhéroes y la cancha del fin del mundo
El lector Marcelo Novelli nos compartió este maravilloso cuento, el cual compartimos con todos ustedes, que lo disfruten.
Platón sostenía que “al contacto con el amor, todo el mundo se vuelve poeta”. Y así como el amor puede revestir diversas formas, la que siempre adoptó en mi vida fue redonda. Eso debe ser lo que me impulsa a contar esta historia, en definitiva, una historia de amor.
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Platón sostenía que “al contacto con el amor, todo el mundo se vuelve poeta”. Y así como el amor puede revestir diversas formas, la que siempre adoptó en mi vida fue redonda. Eso debe ser lo que me impulsa a contar esta historia, en definitiva, una historia de amor.
Era viernes, uno de esos días
donde todos en la oficina están un poco menos malhumorados. Estaba en pleno
almuerzo cuando un llamado irrumpió en ese breve recreo laboral. Era el loco Tito,
compañero de la vida, pero sobre todo del fútbol. El torneo que solíamos jugar había
terminado un par de semanas atrás y todo había quedado ahí, en stand by. Aún estábamos elaborando el
duelo de la derrota, la que científicamente sólo se da por superada luego de
transcurridas tres semanas sin tocar el tema en el grupo. Y ojo que no vale ni
una gastada al arquero que se morfó el gol, o al delantero que le erró al arco
iris. Acá es silenzio stampa, viejo. Fue
así que entre su llamada y mi primer “hola”, asocié su comunicación con alguna
inquietud de papeles, seguramente fiscal. El loco siempre andaba al filo de la
ley. Cuando uno es contador, debe acostumbrarse a estos menesteres, a ser un
consultorio de urgencias impositivas.
Pero no, me equivoqué. El loco me
lo tiró de una y la verdad que me sorprendió: “che, querés venir a jugar mañana
un torneo?”. Y ahí es el momento cuando te retrotraés hasta el niño que eras 20
años atrás y, sin pensar en nada, decís “sí, obvio”, para luego acordarte de
tus otras responsabilidades. El transfer de mi esposa (embarazada de 8 meses)
llegó rápido vía whatsapp y quedé moralmente habilitado para jugar. “Mirá que
es la semifinal”, me dijo el loco, metiéndome presión y tratando de empezar a
hacerme sentir el partido. Con mi último “contáme a full”, fui inscripto en su
lista mental de buena fé, único requisito formal para participar de la
competición.
Siendo uno más de un grupo que
conocerás recién al otro día y diez minutos antes de arrancar el juego, el
nivel de interrogantes que te surge puede ser nulo o ilimitado. En mi caso, fue
la segunda opción. Lo bueno es que también vos solito vas generando una
respuesta para cada una de estas preguntas, que te encaran cual veloz puntero
derecho. Y por qué no lo llamó al Lucho, que la mueve más y está mejor
físicamente? Porque el Lucho arruga cuando las papas queman, y vos sos malo
pero metedor, un tipo que cumple con la definición de polifuncional: aquel que
juega mal en todos lados. Y te la aguantás ser un Plan B? Y sí, pasa también en
el fútbol profesional, cuando los clubes grandes (en este caso, las esposas o
los laburos) no ceden los jugadores, hay que recurrir a la segunda línea. Y
cómo es que pueden anotarte recién en semifinales y no pasa nada? Y acaso para
la Libertadores no podés sumar refuerzos en los últimos 4 partidos? En eso no
debe haber problema. Esto es amateurismo, maestro. Acá el libro de pases
permanece abierto las 24 horas, los 365 días del año. Te ponés la camiseta (a
veces ni eso) y jugás. Punto.
La verdad que no estaba bien físicamente.
La maldita pubalgia y la osteocondritis me venían quitando silenciosamente
minutos de fútbol, o lo que es lo mismo, años de vida. Además, las últimas
comilonas en lo del Negro pesaban y mucho. La semanita con 11 horas laborales
promedio también conspiraba contra el estado físico de este jugador, que se
disfrazaba de oficinista durante la semana. Y así, casi sin darme cuenta, me
iba comprometiendo con un grupo, un conjunto de muchachos de los cuales conocía
a uno solo. La magia que tiene este juego y las sensaciones que genera, son
difíciles de entender.
Mi parte contractual no me
alteraba, sabía que lo mío era un préstamo sin cargo y sin opción, desde mi
equipo de siempre (el de los Siberianos) al equipo éste, el nuevo, el de mi
amigo, con el que ya me había consustanciado virtualmente, pero del cual,
aunque ustedes no lo crean, aún desconocía el nombre.
La mañana siguiente amaneció
horrible. Frío, gris, hasta lloviznaba. El día te invitaba a quedarte adentro,
con la frazada hasta el cuello. La CHVF (Confederación Hogareña de Viudas del
Fútbol), con presidencia alternada entre mi esposa y mi madre, no tardó en dar
el parte climático. Yo asentí, pero me quedé tranquilo: sabía que había reglas,
y que el transfer, una vez enviado, no se podía anular. El partido empezaba
13.40, pero en el pueblo vecino y en una cancha que, obviamente, tampoco
conocía. Así que un par de horas antes y conociendo el paño, encaré hacia el
dormitorio (el vestuario) y empecé a armar el bolsito. La primera pregunta
surgió muy rápido: qué camiseta hay que llevar? Y pantalón? El emisario que me
había contactado no me había detallado esa información. Y bueh, camiseta debe
haber, y el short… el short negro, ese no falla nunca. Le metí el de Alemania
de 2010, porque el traje que te ponés te define cómo jugás, y esa tarde… esa
tarde necesitaba ser Schweinsteiger. Cómo que no influye la ropa en el jugador
amateur? Acaso viste alguna vez a Batman hacer sus proezas sin su disfraz? Si
los superhéroes necesitaban usar sí o sí su traje para poder actuar, mis
superhéroes del fútbol también usaban su traje de gala, compuesto de camiseta,
short y medias. Y cuántos más trajes pudiera tener, más variantes (tan
necesarias para los picados) iba a tener. O al menos siempre lo pensé así.
El chárter de los jugadores (mi
auto) partió 12.40, como era de esperar, con un solo pasajero a bordo. El loco
podría haber venido conmigo, pero siempre le surgía algún imprevisto. Y esta
vez no fue la excepción. A mitad de camino me llamó para avisarme que no
llegaba, que lo habían hecho laburar de más, que el auto lo tenía roto, que el
nene enfermo, y que la mar en coche. Yo le agradecí que me avisara, pero jamás
dudé en seguir camino. Los flacos que iban a ser mis compañeros, ya eran mis
hermanos desde el momento que me habían convocado a jugar. Que no los conocía?
Cómo que no, si esa noche previa soñé con los goles que íbamos a hacer y los
roces que íbamos a tener que bancar. Para mí ya tenían rostro y hasta apodo. Ya
existían.
Llegar a la cancha no fue fácil.
Una señora que estoicamente había salido a proveerse para el puchero diario, me
informó que quedaba “derecho, hacia el fin del pueblo”. Pero cuando encontré la
cancha, la desolación del lugar se parecía más a la del fin del mundo. Un
linyera de pueblo, asomado al frente del portón, y mirando desde la calle el
partido anterior, completaba la escena. Predominio de tierra, pastura esquiva y
dura, arcos sin red, líneas demarcatorias despintadas. La señora de la entrada
con su cajita y “dinero sencillo”, la que nunca falta, me avisó que la entrada
eran 20 pesos. Argüí mi condición de futbolista (la que a simple vista
difícilmente se hubiera podido detectar), pero fui compelido de igual modo a
abonar el ticket de ingreso. Acá todos pagan, bien socialista.
Al ratito empezaron a llegar mis
compañeros, perdón, mis hermanos. Me presenté ante el kapanga del equipo, el Gringo, que me recibió cual técnico ávido de
refuerzos. Ahí caí en la cuenta que lo conocía. Las amistades que hace el
fútbol, en algún picado lo habré cruzado. “A vos te quiero bien paradito de
cinco, necesito orden en el medio”, me tiró de entrada. Yo me sentí
Schweinsteiger. Y él, quizás, Guardiola.
Difícil memorizar siete nombres
nuevos en diez minutos. El único que alcancé a registrar fue Beto, así que con ese,
cortito y fácil, me manejé. Para mí eran todos Beto, había siete Betos, pero
funcionaba. El fútbol es un idioma universal.
El partido fue una pesadilla…
para la escasa concurrencia del lugar. Chato es poco decir. El campo de juego y
la pelota fueron polos opuestos, que rara vez se unieron. Los Beto respondieron
a las exigencias del juego (y también a mi llamado, siempre que les pedí el
balón).
Creo que solo me falta contar un
detalle, una anécdota, lo que nadie va a recordar. Para muchos puede ser lo más
importante, pero para mí solo es un dato más. El partido terminó 0-1. Mi
conciencia deportiva (o el periodista imaginario que habita mi cabeza) me
calificó con un aceptable 6 y el Gringo me saludó piadosamente con una caricia
en la coronilla.
Me quedé sin revancha. Me quedé
con la historia.
Marcelo E. Novelli