Hoy en día con
todo el profesionalismo y el dinero que circula en el mundo del fútbol es muy
difícil encontrar un ídolo de verdad. Casi nadie es capaz de resignar dinero
para quedarse en el club por los hinchas. Ya no existen ídolos que duren toda
la vida. Hay, sí, ídolos temporales: que se rompen todo por los colores del
equipo, que dejan todo y que son capaces hasta de besarse el escudo de la
camiseta; pero solo hasta que se les termina el contrato. Luego van a otro club
a hacer lo mismo.
Por supuesto que
hay excepciones, pero son tan pocas que podría contarlas con los dedos de una
sola mano. Hoy por hoy, tener a un tipo por ídolo porque hizo goles importantes
o jugó bien es como decir que un abogado es nuestro amigo porque nos hizo ganar
un juicio. A ambos les pagaron, y por ahí si de enfrente le ponían más plata,
se iban con los otros.
Esta es la
historia de Roberto Somoza, caso único en el mundo: fue ídolo de los tres
equipos que coexistían en el mismo pueblo, Vicente Severino.
En esta localidad
o hay tres equipos: Deportivo Rogelio Severino, Atlético Epifanio Severino y
Sportivo Amancio Severino, este último el más chico y el último en crearse.
Podrá imaginarse que tres equipos rivales en un mismo lugar de apenas 10 mil
habitantes son una caldera. Nunca mejor dicho, “pueblo chico, infierno
grande”.
Rogelio y
Epifanio Severino eran los hijos del fundador del lugar, don Vicente. Por
cuestiones que nadie conoce a ciencia cierta, estaban peleados a muerte.
Algunos dicen que por un tema de faldas, otros por un problema de herencia. Lo
cierto es que ambos hermanos se detestaban tanto que casi dividieron al pueblo
en dos. De hecho lo hicieron, aunque no geográficamente. Ese odio se canalizó
en el futbol cuando ambos crearon el Deportivo y el Atlético. A esta vieja
rivalidad se le vino a sumar otro familiar: Amancio, quien era un hijo
ilegitimo de don Vicente, reconocido por presión popular cuando el fundador del
pueblo ya casi tenía un pie en la tumba. Así estaba la cosa: tres hermanos (o
dos y medio), con tres clubes fundados y una rivalidad de temer. El tiempo pasó y los Severinos fallecieron,
pero la rivalidad entre estos tres equipos,a lejos de disolverse, se fortificó
con el correr de los años, más que nada entre el Deportivo y el Atlético. Con
el Sportivo tenían cierta pica pero, como eran pocos hinchas y era más nuevito,
los otros dos clubes no le daban mucha importancia. Ninguno de los tres equipos
había salido campeón del regional, era una hazaña si arañaban un tercer o
cuarto puesto cuando estaban inspirados. El “campeonato” para ellos era ganarle
al rival de toda la vida. Entre el Deportivo Rogelio Severino y el Atlético
Epifanio Severino mucha ventaja no se había sacado en el historial. El que si
corría de atrás era el Sportivo, o el “Bastardo” como lo llamaban
despectivamente.
Fue en 1988 —si
la memoria no me falla— que el Atlético Severino salió campeón por primera vez
del regional. Incluso había ganado el clásico. Eso significó una mojada de
oreja terrible para la gente del Deportivo: durante meses los hinchas ni se
asomaban a la puerta de sus casas para no recibir gastes y burlas del reciente
campeón. Algo habia que hacer, porque eso era un suplicio. Entonces se decidió
en asamblea extraordinaria que para el próximo torneo iban a hacer un esfuerzo
excepcional para incorporar buenos jugadores, con ánimos de salir campeones.
Trajeron doce
jugadores en total. Muchos con pasado en primera división, incluso. El Moncho
Berro, que había jugado en los juveniles de River; el Hacha Soriano, que tuvo
un corto paso por Independiente; el Cholo Rodríguez, que jugó en Banfield...
pero entre ellos se destacaba un nueve de área: Roberto Somoza, que venía libre
de El Porvenir. Era un delantero como tantos otros: horrible con los pies pero
capaz de cabecear un elefante y meterlo en un arco. El Deportivo se había
endeudado por todos lados solo para salir campeón y quedar “a mano” con el
eterno enemigo del lugar. La cosa tenia que ser rápida, sin anestesia, durante
ese mismo torneo así no les daba tiempo ni de disfrutar a esos chotos. Todo
salió según lo previsto a pesar de algunas deserciones: de los doce jugadores
que habían traído, a mitad de torneo solo quedaban tres, entre ellos Somoza. La
mayoría se había vuelto para Buenos Aires porque no se halló el pueblo o porque
olfatearon contratos mejores en otros clubes de la provincia. Pero el hecho de
que se quedase Somoza era más valioso que las nueve ausencias. Algunos
sostenían que no se había ido a otro lado porque tenía una causa penal en
Buenos Aires, otros decían que estaba enamorado de la hija de la Chela y muchos
decían que se quedaba por el hecho que le pagaban buena plata.
El pelado se
transformó rápidamente en el goleador del equipo y obviamente en figura. Se
ganó el corazón de todos los hinchas cuando se mandó tres goles frente a
Atlético y se besó el escudo del glorioso Deportivo frente a la tribuna de
ellos. Ese día lo llevaron en andas hasta el prostíbulo del pueblo y lo
hicieron cerrar para él. Deportivo salió campeón de punta a punta ese regional,
logrando el cometido de taparle la boca a los “sucios” del Atlético.
El problema llegó
cuando hubo que renovarle el contrato al plantel campeón. Se habían endeudado
tanto que ni siquiera podían costear la compra de pelotas para los
entrenamientos. La mayoría de los jugadores emigraron a otras latitudes, salvo
Somoza quien ya estaba muy avanzado en su relación con la hija de la Chela y no
quería irse para otro lado. Quería quedarse en el club a toda costa. Pidió
ganar menos de la cuarta parte de lo que ganaba con tal de seguir en el equipo.
Aun así, los dirigentes no podían —o no querían— pagarle. “Usted puede quedarse
a jugar gratis si lo desea” fue la contraoferta del presidente. Según ellos, el
objetivo ya estaba cumplido y era hora de sanear las cuentas del modesto club.
De nada valieron las multitudinarias marchas y protestas de los hinchas que lo
amaban y pedían por favor que no lo dejaran ir. Hasta quisieron armar una
colecta para pagar el sueldo del goleador. No hubo caso. Roberto Somoza se
consideraba un laburante del futbol, un profesional lo que se dice, y no tuvo
más remedio que darse a la idea de buscar otro club, no muy lejos porque ya le
había propuesto matrimonio a la hija de la Chela.

Fue allí cuando
aparecieron los dirigentes del Atlético. Se habían acercado hasta la casa donde
estaba con su futura mujer y le ofrecieron algo difícil de rechazar: un sueldo
del doble de lo que ganaba en el otro equipo. No les importaba gastar, ni
convencidos estaban de fichar a Somoza. Pero ellos se daban por satisfechos con
saber que los hinchas del Deportivo se iban a querer cortar las venas cuando se
enteraran de la noticia. El pelado firmó sin pensarlo. Lo presentaron en el
salón de usos múltiples de la municipalidad. Creo yo que hicieron esa
presentación para enrostrarle a su clásico rival la “soplada” que le hicieron
del ídolo. La reacción no se hizo esperar: los hinchas de su antiguo equipo fueron a
tirarle tomates y bosta de caballo a la puerta de la casa de la Chela, mientras
le escribían con brea asfáltica en la vereda: “$omo$a Traidor”. Se había ganado
completamente el odio de aquellos que no hace mucho lo tenían de ídolo. De nada
servían las explicaciones del jugador diciéndole que era un profesional y que
ser jugador era como ser médico, contador o veterinario. Más explicaba, más lo
odiaban.
El torneo fue uno
más. Ni Atlético, ni Deportivo —y mucho menos Sportivo— estaban cerca de los
primeros puestos. Ambos equipos estaban atornillados en la mitad de la tabla
con los mismos puntos. Mucho más abajo estaba el Sportivo Severino.
En su nuevo club
a Somoza no lo hacían sentir muy bien que digamos. Ante cada yerre o mala
definición solían putearlo de arriba abajo. Tal vez por su pasado en el rival
de toda la vida o tal vez porque no querían a nadie ya que, desde la obtención
del título, se habían agrandado y querían salir campeones de nuevo. Ya habían
probado las mieles del éxito y estaban muy exquisitos.
El pico máximo de
tensión se vivió durante el clásico, cuando Somoza hizo dos goles y no tuvo
mejor idea que besarse el escudo primero y luego gritarle el gol a su ex
equipo. Los hinchas tiraron el alambrado y decidieron ajusticiar al pelado delantero.
Por suerte el comisario, acostumbrado a esta clase de violencia en los
clásicos, desplego enseguida a su gente y pudo contener a los enardecidos
hinchas. Con ese gesto se había ganado a su nueva hinchada, quienes en partidos
posteriores lo vitoreaban y hasta le habían colgado una bandera. Sin embargo
Somoza no se sentía muy a gusto, si bien era ídolo, ante cualquier error o mala
definición lo puteaban como a nadie. Los partidos pasaron y Coronel Baigorria
se consagró campeón. Atlético iba a quedar igualado en la décima posición junto
con el rival de toda la vida.
Pasaron un par de
torneos, a todo esto Somoza ya se había casado y tenía un pibe en camino, y no
soporto más los contantes reproches de su hinchada y decidió irse. Pero antes de marcharse decidió improvisar
una conferencia de prensa en la municipalidad. Concurrió todo el pueblo a
escuchar la palabra de uno de los goleadores más efectivos de la historia del
pueblo. Fueron pocas palabras las que pronuncio ese día, pero quedo en la
memoria de todos: “He decidido marcharme, este pueblo realmente es hermoso pero
lamentablemente los hinchas del Deportivo son una mierda que no saben valorar
un carajo lo que hice por ellos y encima sus dirigentes pretendían que jugase
gratis. Malagradecidos y ratas… y no
hablemos de los hinchas del Atlético, son otra mierda, se creen que por ganar
un regional son el Manchester…” no llegó a completar, en ese preciso instante
comenzaron a volar sillas arrojadas por los hinchas tanto de Atlético como del
Deportivo. Con ese breve discurso logró algo impensado: que ambas hinchadas se
pusieran de acuerdo en algo por primera vez en la historia. Pero también se
convirtió en ídolo indiscutido del Sportivo Severino, sin siquiera jugar un
partido en ese club.
Cada 30 de mayo,
fecha en la cual Somoza pronunció el mítico discurso, los hinchas del Sportivo
celebran el “día de las verdades”; realizando una caravana con banderazo en la
municipalidad, coreando el nombre de Somoza que ahora vive en Junín con sus
tres pibes y su mujer, la hija de la Chela que también revoleo una silla aquel
día.
Toni "Preusse" Schweinheim
Obra Publicada, expediente Nº 510614. Dirección Nacional del Derecho de Autor