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Mira en vivo #ElProgramaDeFantino

Si se cuelga dale F5

Las hadas del humo y el show


Las mejores frases futboleras de Octubre. Parte I

"A los diez minutos me va a echar (por el árbitro Delfino). Cree que el protagonista es él. Por lo que dice. Voy a durar poco"
Ramón Díaz, abriendo el paraguas.

“Una vez sola lo eche a Ramón"
German Delfino, cola de paja.

"El otro día Ramón tuvo suerte y no salió a decir que lo beneficiaban los árbitros"
Juan Carlos Crespi, suertudo.

"Hace tres años espero el llamado de Huracán"
Ángel Cappa, paciente.

"Si Nadur me pide empezar un proyecto, le propondría que se vaya antes él de Huracán"
Ángel Cappa, maestro con esa actitud no lo van a llamar nunca.

“Veo al equipo desparejo”
Victor Blanco, presidente con estrabismo.

“Los jugadores ya están todos vacunados”
José Batista, diga que es el medico de Boca, sino ya estábamos pensando cualquier cosa.

"Hace seis años que estoy acá y lo que hemos logrado fue todo gracias a los Grondona. No por el esfuerzo del plantel"
Cristian Campestrini, irónico pero realista.

"Este equipo me hace acordar al de Pellegrini. Ese era más sólido. Este tiene más brillo, jugadores de buen pie"
Leandro Romagnoli, con alzheimer.

"Nos veíamos peleando arriba"
Sebastián Saja, y bueno casi eh, porque está peleándose arriba de un barco que se hunde.

"Este tipo usa el silbato como arma, para provocarte cáncer"
Ricardo Caruso Lombardi concientizando a la población.

"Le había dicho a los dirigentes que no pongan a este árbitro porque estábamos cocinados, sabía que iba a venir a hacer maldades, es malo, no sólo un árbitro malo, es un mal tipo. Ya me miró mal en la puerta del vestuario, le dije que le tenía pánico y me respondió que esté tranquilo, que esto es un show, puro humo”
Ricardo Caruso Lombardi en cadena Nacional.

“Ganar es imperioso”
Carlos Ischia, desocupado.

"¿Quién es el mejor entrenador en la historia del Madrid? Yo"
Jose Mourinho, humilde.

"Si me pasa a mí y me sacan 960 mil pesos, lo cago a trompadas a mi viejo"
Julio Grondona Jr, hijo de…

“Pecamos de boludos”
Gerónimo Rulli, boludo.

“GaSHHina”
Titular de tapa del Olé luego del superclásico. TERMOstato al 100%.

"Perú no tiene dos o tres piezas claves pero es una gran selección y tenemos que tratar de sacar el mejor resultado posible tratar de que se siga aceitando el equipo”
Sergio Romero, por lo pronto se aceito las manos.

"Esto es un viaje de ida, ya soy entrenador. Si eligen otro, me iré de Racing"
Ignacio González, demente.

“Va a salir todo bien”
Mostaza Merlo, esperanzado.

"Yo no usaría una camiseta rosa"
Federico Andrada, homofóbico.

"Antes preguntaban quién era, dónde jugaba. Gracias a Dios jugué varios partidos y ya me conocen”
José Basanta, desconocido.

“Arjona dice que es mejor la duda que la razón”
Alejandro Sabella, no hay remate.

“Rapido y Furchrioso”
Titular del Olé luego de que Arsenal le gane a San Lorenzo con goles de Furch.

“Sacamos una cantidad importante de puntos, nos hace estar en una situación expectante. Es como en la carrera de caballos, ves a uno en la pista y decís: ‘A este le tengo que apostar’. Estando Newell’s y Boca le apostás a ellos pero un matungo puro huevo como nosotros capaz terminamos atropellando en el final”
Gustavo Alfaro, jockey.

“Hoy empezó la B Nacional. Por todo. Por la gente, por lo que es Almirante. Sabíamos cómo nos iba a jugar. Lo hablamos antes del partido. Son partidos a un gol. Nos hicieron uno y después no supimos cómo entrarles. No hay excusas. Es bueno que nos empecemos a dar cuenta”
Omar De Felippe, realista.

“¡¡¡LA PUTA QUE TE PARIO LAVERNI!!! ¡¡¡LADRÓN!!! ¡¡¡LADRÓN!!! HIJO DE REMIL PUTAS SORETE. ES UN SORETE MAL CAGADO ESE HIJO DE PUTA”
Relator partidario de Gimnasia.

“Desde el lado de los técnicos hay un exceso y se busca el chivo expiatorio en el fallo”
Juan Pablo Pompei, arbitro obeso.

“Hay que buscar otra medida. Cada vez que alguno se sube al alambrado o nos clausuran la cancha, seremos rehenes de estos inadaptados”
Daniel Angelici, rehén de la inutilidad.

"Creen que el único que tiene un muerto en el placard es Arsenal"
Julio Grondona jr, no el que tiene un cementerio indio en el placard es tu viejo.

"Le voy a decir a Delfino que haga lo posible para que gane San Lorenzo. Para que las divididas, amarillas, etcétera, sean a favor de ellos"
Julio Grondona jr, garca.

"¡¿Mirá si voy a pensar en el promedio?!"
Mostaza Merlo, autista.


(Frases tomadas desde el 01/10 hasta 15/10 inclusive)

Las mejores frases futboleras de Septiembre. Parte II

“Contra River estará (el cata Diaz)”
¿Lo dijo Bianchi? ¿Riquelme? ¿Angelici? ¿El preparador físico? No, la jermu del Cata Díaz.

"Tiene razón Ramón Díaz, no soy ni un cuatro de copas en el mazo”
Cristian Campestrini, sincero.

"Nos equivocamos, es cierto. ¿Qué le vamos a hacer? Fue posición adelantada"
Juan Pablo Pompei, ciego arrepentido

“Cristiano es el mejor jugador del mundo”
Gareth Bale, chupamedias.

“Si se critica o se putea a Messi, que es un súper hombre, una máquina, porque en vez de hacer tres goles hace uno, ¿cómo no me van a putear a mí? Si soy un tipo normal, que gana y pierde. Y no mucho más”
Sergio “Maravilla” Martínez, neutro.

"Si fuera verdad eso que hablaron de mí, tengo las bolas bien puestas para decirlo. ¿Cuál es el problema?"
Ricardo Noir, [Inserte aquí su comentario con doble sentido]

"Todo equipo dirigido por Caruso Lombardi es complicado para manejar
Carlos Bianchi, afectado de su visibilidad por el humo.

"Oooooh, que se vayan todos oooooh oooooh que se vayan todos que no quede, ni uno solo
Hit en Racing

“Con Lanús y hoy fueron partidos buenos. Superamos a equipos importantes, pero no alcanza. Los méritos no te dan puntos, y nosotros necesitamos más puntos”
Carlos Ischia, desocupado.

“Mi renuncia ya está a disposición, esperando la de Molina y Blanco para que la gente pueda elegir democráticamente al nuevo presidente"
Gastón Cogorno, inútil.

“Daniel Passarella esta contento”
Ramón Díaz, ¿Cómo no va a estar contento si gano 5 campeonatos económicos?

“Molina no le pone el culo a la jeringa”
Pablo Podestá, enfermero

“Troglio me grito ladrón”
Saúl Laverni, ladrón.

“Mi idea era tirarme al piso pero como me resbalé decidí tirarme con la cabeza”
Gaspar Iñiguez, sin dientes.

“Parece que soy el único boludo que tiene que volver en una semana cuando se lesiona”
Juan Román Riquelme, boludo.

“Ningún dirigente puede estar cuatro años sin ser campeón”
Daniel Angelici, inútil.

"Todos los días me pregunto qué me falta para ser el jugador que fui en Racing…”
Teo Gutiérrez, y un arma o tal vez un taxi o…

“Considero que voy a la pelota un poco fuerte, pero fue una vergüenza lo del árbitro y lo del línea. No me pueden mirar a los ojos”
Paolo Goltz, indignado.

“¡Te espero afuera!”
Rubén Ramírez invitando amistosamente al arbitro Ceballos.

"Si se lesiona el 4 de Tapopombo, no pasa nada”
Carlos Bianchi, imaginativo.

"En el primer tiempo, hubo una jugada en la que patea Kranevitter y (El árbitro Díaz) gritó 'uhhhhh'…”
Diego González, testigo.

“Voy a poner todo el empeño para llevar a Racing Club al lugar donde merece llegar"
Víctor Blanco, o el lugar que se merece estar último o no le esta poniendo mucho empeño.

"En el vestuario, Román no paró de gastarme, ja. Me decía 'sos un cagón, mirá lo que te comiste', nos morimos de risa”
Gonzalo Escalante, cagon.

"Siempre hablan de los que no juegan"
Jose Mourinho, hablador.

(Frases tomadas desde el 16/09 hasta 30/09 inclusive)

Perdón Laverni.

Esto paso ayer en Alemania,, puede ser que ya lo hayas visto este video, pero sería un "pecado" no poner este video. Jugaban el Bayer Leverkusen en condicion de visitante contra el siempre duro 1899 Hoffenheim, todo por la fecha 9 de la Bundesliga. Partido normal, medio trabado pero ganaba el verdadero conjunto de las aspirina por un tanto contra cero ya que a los 26 del primer tiempo, Sam habia abierto el marcador. Ya en el segundo tiempo el Leverkusen se pondría en ventaja con un cabezazo de Kießling, pero el detalle es que la pelota no entro por la línea de gol, sino que lo hizo por un hueco que habia en la red. Kießling al ver que su cabezazo se había ido afuera, se agarro la cabeza y dio media vuelta para volver a su campo, lo mismo pasaba con los restantes jugadores, pero el arbitro,Felix Brych lo cobro y entonces de golpe y porrazo los del Leverkusen van a abrazar al autor del gol fantasma, el festejo no se lo creyeron ni ellos mismos. "Tuve algunas ligeras dudas, pero la reacción de los jugadores fue inequívoca, nadie me contradijo", dijo luego del partido don Felix. Perdón Laverni, hay árbitros más ciegos que vos. Ah, el partido termino 2-1 a favor del Bayer.

 

"El hijo de Butch Cassidy" de Osvaldo Soriano

El Mundial de 1942 no figura en ningún libro de historia pero se jugó en la Patagonia argentina sin sponsors ni periodistas y en la final ocurrieron cosas tan extrañas como que se jugó sin descanso durante un día y una noche, los arcos y la pelota desaparecieron y el temerario hijo de Butch Cassidy despojó a Italia de todos sus títulos.

Mi tío Casimiro, que nunca había visto de cerca una pelota de fútbol, fue juez de línea en la final y años más tarde escribió unas memorias fantásticas, llenas de desaciertos históricos y de insanías ahora irremediables por falta de mejores testigos.

La guerra en Europa había interrumpido los mundiales. Los dos últimos, en 1934 y 1938, los había ganado Italia y los obreros piamonteses y emilianos que construían la represa de Barda del Medio en la Argentina y las rutas de Villarrica en Chile se sentían campeones para siempre. Entre los obreros que trabajaban de sol a sol también había indios mapuches conocidos por sus artes de ilusionismo y magia y sobre todo europeos escapados de la guerra. Había españoles que monopolizaban los almacenes de comida, italianos de Génova, Calabria y Sicilia, polacos, franceses, algunos ingleses que alargaban los ferrocarriles de Su Majestad, unos pocos guaraníes del Paraguay y los argentinos que avanzaban hacia la lejana Tierra del Fuego. Todos estaban allí porque aún no había llegado el telégrafo y se sentían a salvo del terrible mundo donde habían nacido.

Hacia abril, cuando bajó el calor y se calmó el viento del desierto, llegaron sorpresivamente los electrotécnicos del Tercer Reich que instalaban la primera línea de teléfonos del Pacífico al Atlántico. Con ellos traían una punta del cable que inauguraba la era de las comunicaciones y la primera pelota del mundo a válvula automática que decían haber inventado en Hamburgo. Luego de mostrarla en el patio del corralón para admiración de todos desafiaron a quien se animara a jugarles un partido internacional. Un ingeniero de nombre Celedonio Sosa, que venía de Balvanera, aceptó el reto en nombre de toda la nación argentina y formó un equipo de vagos y borrachos que volvían decepcionados de buscar oro en las hondonadas de la Cordillera de los Andes.

El atrevimiento fue catastrófico para los argentinos que perdieron 6 a 1 con un pésimo arbitraje de William Brett Cassidy, que se decía hijo natural del cowboy Butch Cassidy que antes de morir acribillado en Bolivia vivió muchos años en las estancias de la Patagonia con el Sundance Kid y Edna, la amante de los dos.
No bien advirtieron la diversidad de países y razas representados en ese rincón de la tierra, los alemanes lanzaron la idea de un campeonato mundial que debía eternizar con la primera llamada telefónica su paso civilizador por aquellos confines del planeta. El primer problema para los organizadores fue que los italianos antifascistas se negaban a poner en juego su condición de campeones porque eso implicaba reconocer los títulos conseguidos por los profesionales del régimen de Mussolini.

Algunos irresponsables, ganados por la curiosidad de patear una pelota completamente redonda y sin tiento, se dejaban apabullar por los alemanes a la caída del sol mientras la línea del teléfono avanzaba por la cordillera hacia las obras del dique: un combinado de almaceneros gallegos e intelectuales franceses perdió por 7 a 0 y un equipo de curas polacos y desarraigados guaraníes cayó por 5 a 0 en una cancha improvisada al borde del río Limay.

Nadie recordaba bien las reglas del juego ni cuanto tiempo debía jugarse ni las dimensiones del terreno, de manera que lo único prohibido era tocar la pelota con las manos y golpear en la cabeza a los jugadores caídos. Cualquier persona con criterio para juzgar esas dos infracciones podía ser el árbitro y así fue como mi tío y el hijo de Butch Cassidy se hicieron famosos y respetables hasta que por fin llegó el télefono.
Hubo un momento en que la posición principista de los italianos se volvió insostenible. ¿Cómo seguir proclamándose campeones de una Copa que ni siquiera reconocían cuando los alemanes goleaban a quien se les pusiera adelante? ¿Podían seguir soportando las pullas y las bromas de los visitantes que los acusaban de no atreverse a jugar por temor a la humillación?

En mayo, cuando empezaron las lloviznas, el capataz calabrés Giorgio Casciolo advirtió que con la arena mojada la pelota empezaba a rebotar para cualquier parte y que los enviados del Fuhrer , que ya probaban el teléfono en secreto y abusaban de la cerveza, no las tenían todas consigo. En un nuevo partido contra los guaraníes el resultado, luego de dos horas de juego sin descanso, fue apenas de 5 a 2. En otro, los ingleses que colocaban las vías del ferrocarril se pusieron 4 goles a 5 cuando se hizo de noche y los alemanes argumentaron que había que guardar la pelota para que no se perdiera entre los espesos matorrales. A fin de mes los pescadores del Limay, que eran casi todos chilenos, perdieron por 4 a 2 porque William Brett Cassidy concedió dos penales a favor de los alemanes por manos cometidas muy lejos del arco.
Una noche de juerga en el prostíbulo de Zapala, mientras un ingeniero de Baden-Baden trataba de captar noticias sobre el frente ruso en la radio de la señora Fanny-La-Joly, un anarquista genovés de nombre Mancini al que le habían robado los pantalones se puso a vivar al proletariado de Barda del Medio y salió a los pasillos a gritar que ni los alemanes ni los rusos eran invencibles. En el lugar no habia ningún ruso que pudiera darse por aludido, pero el ingeniero alemán dió un salto, levantó el brazo y aceptó el desafío. El capataz Casciolo, que estaba en una habitación vecina con los pantalones puestos, escuchó la discusión y temió que la Copa de 1938 empezara a alejarse para siempre de Italia.

 A la madrugada, mientras regresaban a Barda del Medio a bordo de un Ford A, los italianos decidieron jugarse el título y defenderlo con todo el honor que fuera posible en ese tiempo y en ese lugar. Sólo cinco o seis de ellos habían jugado alguna vez al fútbol pero uno, el anarquista Mancini, había pasado su infancia en un colegio de curas en el que le enseñaron a correr con una pelota pegada a los pies.

 Al día siguiente la noticia corrió por todos los andamios de la obra gigantesca: los campeones del mundo aceptaban poner en juego su Copa. Los mapuches no sabían de que se trataba pero creían que la Copa poseía los secretos de los blancos que los habían diezmado en las guerras de conquista. Los ingleses lamentaban que sus enemigos alemanes se quedaran con la gloria de aquel torneo fugaz; los argentinos esperaban que el gobierno los sacara de aquel infierno de calor y de arena y en secreto tramaban un sistema defensivo para impedir otra goleada alemana. Los guaraníes habían hecho la guerra por el petróleo con Bolivia y estaban acostumbrados a los rigores del desierto aunque no tenían más de tres o cuatro hombres que conocieran una pelota de fútbol. También formaron equipos los curas y obreros polacos, los intelectuales franceses y los almaceneros españoles. Los franceses no eran suficientes y para completar los once pidieron autorización para incorporar a tres pescadores chilenos.

Los alemanes insistieron en que todo se hiciera de acuerdo con las reglas que ellos creían recordar: había que sortear tres grupos y se jugaría en los lugares adonde llegaría el teléfono para llamar a Berlín y dar la noticia. William Brett Cassidy insistió en que los árbitros fueran autorizados a llevar un revólver para hacer respetar su autoridad y como la mayoría de los jugadores entraban a la cancha borrachos y a veces armados de cuchillos, se aprobó la iniciativa.

Se limpiaron a machetazos tres terrenos de cien metros y como nadie recordaba las medidas de los arcos se los hizo de diez metros de ancho y dos de altura. No había redes para contener la pelota pero tanto Cassidy como mi tío Casimiro, que oficiarían de árbitros, se manifestaron capaces de medir con un golpe de vista si la pelota pasaba por adentro o por afuera del rectángulo.

El sorteo de las sedes y los partidos se hizo con el sistema de la paja más corta. La inauguración, en Barda del Medio, quedó para la Italia campeona y el aguerrido equipo de los guaraníes. Al otro lado del río, en Villa Centenario, jugaron alemanes, franceses y argentinos y sobre la ruta de tierra, cerca del prostíbulo, se enfrentaron españoles, ingleses y mapuches.

En todos los partidos hubo incidentes de arma blanca y las obras del dique tuvieron que suspenderse por los graves rebrotes de nacionalismo que provocaba el campeonato. En la inauguración Italia les ganó 4 a 1 a los guaraníes que no tenían otra bandera que la del Paraguay. En las otras canchas salieron vencedores los alemanes contra los franceses y los indios mapuches se llevaron por delante a los ingleses y a los almaceneros españoles por cinco o seis goles de diferencia.

Los dos primeros heridos fueron guaraníes que no acataron las decisiones de Cassidy. El referí tuvo que emprenderla a culatazos para hacer ejecutar un penal a favor de Italia. Al otro lado del río mi tío Casimiro tuvo que disparar contra un delantero mapuche que se guardó la pelota abajo de la camisa y empezó a correr como loco hacia el arco británico en el segundo partido de la serie. Los mapuches tuvieron dos o tres bajas pero ganaron la zona porque los británicos se empecinaron en un fair play digno de los terrenos de Cambridge.

La memoria escrita por mi tío flaquea y tal vez confunde aquellos acontecimientos olvidados. Cuenta que hubo tres finalistas: Alemania, Italia y los mapuches sin patria. La bandera del Tercer Reich flameó más alta que las otras durante todo el campeonato sobre las obras del dique pero por las noches alguien le disparaba salvas de escopeta. William Brett Cassidy permitió que los alemanes eliminaran a la Argentina gracias a la expulsión de sus dos mejores defensores. Es verdad que el arquero cordobés se defendía a piedrazos cuando los alemanes se acercaban al arco, pero ése era un recurso que usaban todos los defensores cuando estaban en peligro. Antes de cada partido los hinchas acumulaban pilas de cascotes detras de cada arco y al final de los enfrentamientos, una vez retirados los heridos, se juntaban también las piedras que quedaban dentro del terreno.

En la semifinal ocurrieron algunas anormalidades que Cassidy no pudo controlar. Los alemanes se presentaron con cascos para protegerse las cabezas y algunos llevaban alfileres casi invisibles para utilizar en los amontonamientos. Los italianos quemaron un emblema fascista y entonaron a Verdi pero entraron a la cancha escondiendo puñados de pimienta colorada para arrojar a los ojos de sus adversarios.
Cassidy quiso darle relieve al acontecimiento y sorteó los arcos con un dólar de oro, pero no bien la moneda cayó al suelo alguien se la robó y ahí se produjo el primer revuelo. El capitán alemán acusó de ladrón y de comunista a un cocinero italiano que por las noches leía a Lenin encerrado en una letrina del corralón. En aquel lugar nada estaba prohibido, pero los rusos eran mal vistos por casi todos y el cocinero fue expulsado de la cancha por rebelión y lecturas contagiosas. Antes de dar por iniciado el partido, Cassidy lanzó una arenga bastante dura sobre el peligro de mezclar el fútbol con la política y después se retiro a mirar el partido desde un montículo de arena, a un costado de la cancha.

Como no tenía silbato y las cosas se presentaban difíciles, él sólo bajaba de la colina revólver en mano para apartar a los jugadores que se trenzaban a golpes. Cassidy disparaba al aire y aunque algunos espectadores escondidos entre los matorrales le respondían con salvas de escopeta, el testimonio de mi tío asegura que afrontó las tres horas de juego con un coraje digno de la memoria de su padre.

Cassidy hizo durar el juego tanto tiempo porque los italianos resistían con bravura y mucho polvo de pimienta el ataque alemán y en los contragolpes el anarquista Mancini se escapaba como una anguila entre los defensores demasiado adelantados. Hubo momentos en que Italia, que jugaba con un hombre menos, estuvo arriba 2 a 1 y 3 a 2, pero a la caída del sol alguien le devolvió a Cassidy su dólar de oro en una tabaquera donde había por lo menos veinte monedas más. Entonces el hijo de Butch Cassidy decidió entrar al terreno y poner las cosas en orden.

En un corner, Mancini fue a buscar la pelota de cabeza pero un defensor alemán le pinchó el cuello con un alfiler y cuando el italiano fue a protestar, Cassidy le puso el revólver en la cabeza y lo expulsó sin más trámite. Luego, cuando descubrió que los italianos usaban pimienta colorada para alejar a los delanteros rivales, detuvo el juego y sancionó tres penales en favor de los alemanes. El capataz Casciolo, furioso por tanta parcialidad, se interpuso entre el arquero y el hombre que iba a tirar los penales pero Cassidy volvió a cargar el revólver y lo hirió en un pie. Un ingeniero prusiano bastante tímido, que había jugado todo el partido recitando el Eclesíastes, se puso los anteojos para ejecutar los penales (Cassidy había contado sólo nueve pasos de distancia) y anotó dos goles. Enseguida el hijo de Butch Cassidy dió por terminado el partido y así se le escapó a Italia la Copa que había ganado en 1934 y 1938.

Los alemanes se fueron a festejar al prostíbulo y ni siquiera imaginaron que los mapuches bajados de los Andes pudieran ganarles la final como ocurrió tres días más tarde, un domingo gris que la historia no recuerda. Ese día el teléfono empezó a funcionar y a las tres de la tarde Berlín respondió a la primera llamada desde la Patagonia. Toda la comarca fue a la cancha a ver el partido y el flamante teléfono negro traído por los alemanes. Un regimiento basado en la frontera con Chile envió su mejor tropa para tocar los himnos nacionales y custodiar el orden pero los mapuches no tenían país reconocido ni música escrita y ejecutaron una danza que invocaba el auxilio de sus dioses.

Mi tío, que ofició de juez de línea, anota en su memoria que a poco de comenzado el partido aparecieron bailando sobre las colinas unas mujeres de pecho desnudo y enseguida empezó a llover y a caer granizo. En medio de la tormenta y las piedras Cassidy pensó en suspender el partido, pero los alemanes ya habían anunciado la victoria por teléfono y se negaron a postergar el acontecimiento. Pronto la cancha se convirtió en un pantano y los jugadores se embarraron hasta hacerse irreconocibles. Después, sin que nadie se diera cuenta, los arcos desaparecieron y por más que se jugó sin parar hasta la hora de la cena ya no había donde convertir los goles. A medianoche, cuando la lluvia arreciaba, Cassidy detuvo el juego y conferenció con mi tío para aclarar la situación. Los alemanes dijeron haber visto unas mujeres que se llevaban los postes y de inmediato el árbitro otorgó seis penales de castigo contra los mapuches pero nadie encontró los arcos para poder tirarlos. Una partida del ejército salió a buscarlos, pero nunca más se supo de ella. El juego tuvo que seguir en plena oscuridad porque Berlín reclamaba el resultado, pero ya ni siquiera había pelota y al amanecer todos corrían detrás de una ilusión que picaba aquí o allá, según lo quisieran unos u otros.

A la salida del sol el teléfono sonó en medio del desierto y todo el mundo se detuvo a escuchar. El ingeniero jefe pidió a Cassidy que detuviera el juego por unos instantes pero fue inútil: los mapuches seguían corriendo, saltando y arrojándose al suelo como si todavía hubiera una pelota. Los alemanes, curiosos o inquietos pero seguramente agotados, fueron a descolgar el teléfono y escucharon la voz de su Fuhrer que iniciaba un discurso en alguna parte de la patria lejana. Nadie más se movió entonces y el susurro alborotado del teléfono corrió por todo el terreno en aquel primer Mundial de la era de las comunicaciones.
En ese momento de quietud uno de los arcos apareció de pronto en lo alto de una colina, a la vista de todos, y las mujeres reanudaron su danza sin música. Una de ellas, la más gorda y coloreada de fiesta, fue al encuentro de la pelota que caía de muy alto, de cualquier parte, y con una caricia de la cabeza la dejó dormida frente a los palos para que un bailarín descalzo que reía a carcajadas la empujara derecho al gol.

William Brett Cassidy anuló la jugada a balazos pero en su memoria alucinada mi tío dió el gol como válido. Lástima que olvidó anotar otros detalles y el nombre de aquel alegre goleador de los mapuches.

Osvaldo Soriano

¿De qué te ponés contento?

 Yo la verdad es que no te entiendo Cacho, la verdad que no te entiendo. Ni a vos, ni a todos aquellos que van a una cancha. O a esos hincha...


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