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Llego el viernes, delante mío ya tenía al sábado, generalmente los sábados suelen pasar muy rápido. Sin embargo después de hacer miles de estrategias posibles, de hacer “ingeniería horaria” hice lo más fácil para ir a ambas cosas a la vez.  “Puta que soy boludo” pensé, tres días pensando y la solución era más que fácil. El partido terminaba a las 21.00 horas, pongámosle que siempre se demora un cachito mas, 21.20 horas terminaba, si todo salía bien, 21.30 o 40 ya estaba adentro de mi auto rumbo al recital. Son rockeros, son egocéntricos y siempre arrancan más tarde… pongámosle que arrancan media hora más tarde de lo pactado, perfecto, a lo sumo me perderé 20 o 25 minutos, no importa, la cosa es verlos, disfrutar de unos momentos de su música y listo, finalizado el mejor domingo de mi vida. La suerte ya estaba echada, iba a la cancha, si salíamos campeones, iba a festejar al recital, si perdíamos me iba a desquitar con buena música al recital. Ahora solo faltaba que el destino me tirara un centro.

Llego el gran día. Sinceramente no pude dormir, ese día iba a estar cargadísimo de emociones para, mis dos mundos se iban a unir, estaba muy pero muy ansioso, no me entraba un alfiler en el… bueno ahí. Ya a las 15.30 Salí de mi casa, le di un beso a mi vieja, salude a mi viejo que me despidió medio con cara de culo y me camine las tres cuadras a la casa de mi abuelo a buscar el viejo pero fiel Citroën 3CV. Allí estaba mi abuela barriendo la vereda, la gente grande le da particular atención a la higiene de la vereda de su propiedad, nunca supe el porqué. Pasé al garaje, encendí el auto y me fui. Avanzaba calles por calles, como dando pequeños saltitos, el 3CV tenía el maravilloso andar de una sapo ebrio.

Todo marchaba bien hasta que un Renault 12 se me pone al lado, me señala a través de la ventanilla mi rueda trasera… había pinchado y ni siquiera me había dado cuenta.  De repente recordé algo, no tenía llave para cambiar la rueda, se la había prestado a Martín, un amigo, y nunca me la devolvió, yo tampoco me calenté en pedírsela. “Jodete por pelotudo” me decía mi conciencia.  Estaba jugadísimo. Lo primero que se me ocurrió era ir hasta la casa de mis abuelos, pero ya estaba como a 60 cuadras y no llegaba. Estuve meditando como media hora lo que iba a hacer, no tenía ni idea, sin embargo tuve unos segundos de extrema a viveza y se me ocurrió parar a un taxi que venía por la calle.  No, no iba a ir en taxi, tenía unas pocas chirolas en el bolsillo, no mucho, no me alcanzaba ni para llegar a lo de mis abuelos. Lo pare amablemente, le explique mi situación, y le pedí si no me prestaba unos minutos la llave. El destino me hizo un guiño, el tachero era hincha del mismo equipo que yo y justo había terminaba el turno y se iba a la casa a ver el partido. Cambie la cubierta mientras el camarada taxista iba deglutiéndose uno a unos sus cigarrillos. Ni bien termine de darle la última vuelta a la última tuerca siento la mano del taxista en el hombro “Pibe, son las cuatro y media, no vas a llegar”. Rápidamente le devuelvo la llave, le doy unos cinco mil australes de propina y me zambullí en el auto.

Empecé a manejar ligerito sino no iba a llegar ni para el segundo tiempo, atrás iban quedando las calles, ya estaba cerca de la avenida que me llevaba derecho al centro y de allí tenía como 30 minutos más hasta la cancha. Llegaba cagando, pero llegaba.  Cuando voy a encender la radio para ver cómo estaba la previa del partido, se me cruza una bicicleta de paseo frente a mí. Me dio tiempo de volantear, pero llegue a tocarle la rueda trasera, la bicicleta y su conductora volaron por los aires. Todavía no se ni como baje del auto, fui corriendo hasta donde estaba  ella, estaba boca abajo, la di vuelta suavemente, era una chica, de pelo negro y ojos marrones, de unos 20 años más o menos, tenía la frente con un raspón al costado y ya comenzaba a notarse el chichón en el medio de la frente.  No me respondía, la sacudí seguí sin responderme. Yo estaba totalmente asustado, si no lloré en ese momento fue porque el cagazo que tenía encima no dejaba mover a mis glándulas lagrimales. La volví a sacudir, nada… seguía inconsciente del terrible porrazo que se había pegado y yo, que ya estaba fuera de mí, empecé a gritar para que alguien venga a socorrernos. No estaba ni el loro, ni siquiera esa vieja chusma que hay en todos los barrios, no había nadie en la calle, ese partido de mierda había paralizado todo.

No sé ni de donde saque fuerzas, ni sé cómo la subí al auto, de golpe estaba manejando a lo loco hacia un hospital, con una mujer a la que había atropellado hacia minutos. Llegue al hospital, corriéndola entre en brazos a la guardia, vinieron rápido los médicos. Luego de preguntarme muy por encima que había pasado, me rajaron afuera a la sala de espera. Los minutos se me hicieron eternos, por mi cabeza solo pasaban pensamientos pesimistas, desde que seguro que ahora voy a ir preso a que el novio o marido de la chica a la que atropelle me iba a fajar, y bien merecido me lo tenía eh. No sé si habrán pasado dos horas o dos días o siete minutos, no sé la verdad, no tenía reloj y estaba muy nervioso, en la sala de espera con el corazón en la boca por alguien que no conocía. Es curioso, pero en ese momento mi cerebro pensó que en ese momento tendría que estar en la cancha y que iba a estar también muy nervioso por un simple partido, acá por lo menos estaba nervioso por algo concreto como una vida. Creo más bien que tenía miedo de ir preso.
Fue cuando salió uno de los médicos, me dijo que había sufrido una fuerte contusión en la cabeza y que estaba fuera de peligro, en uno de sus bolsillos habían encontrado su cedula de identidad, se llamaba Nazarena y efectivamente tenía 20 años.  Le pregunte al doctor si ella estaba consciente y si podía pasar a verla, ambas respuestas fueron positivas. Entre a verla y me deshice en disculpas, casi implore su perdón. Ella, a pesar de estar medio adolorida, se sonrió, no sé si porque  vio que yo estaba más golpeado que ella, y me dijo que no me preocupará y que la culpa era de ella por haber cruzado así. Le pregunte si no que llamara a sus padres y me dijo que ya venían en camino, que los doctores ya les habían avisado. Tenía pensado preguntarle si me iba a hacer juicio, pero me daba mucha vergüenza hacerlo. Le deje mi número de teléfono para cualquier cosa que necesite, como no tenía papel para anotarlo lo anote en la entrada al recital, que a esa altura de la noche no servía para nada.

Subí a mi auto, prendí la radio y lo primero que escuché  fue el pitido de que entrabamos en una nueva hora, segundos después el locutor informaba que era la una de la mañana. Ahí empecé a desesperarme por querer saber cómo había terminado el partido, fui moviendo el dial y llegue a la voz desaforada de un periodista que hablaba casi a los gritos pero como si estuviese afónico, me detuve a escucharlo.  Hablaba de nuestro equipo, de cómo la había corajeado frente a Boca, de cómo a los 10 minutos del primer tiempo comenzaba a ganar Boca con penal que le costó la expulsión a Loiacono, nuestro zaguero que era un terrible calentón, no le importaba dejarte con 10, él iba al frente y se peleaba con todo el mundo… de cómo lo empato nuestro equipo a los 30 minutos del segundo tiempo con una guapeada de nuestro lateral Santoro, se había metido hasta el fondo para ponerle un centro justo al gringo Schvarzman en la cabeza t de cómo en la última pelota que teníamos a nuestro favor, el petiso Sallese metió un pase en profundidad para dejar solo mano a mano al gordo Rachiele frente al arquero de Boca y definir de picándola por arriba desatando la locura de todo un barrio. Cuando termine de escuchar todo esto, salte dentro del auto y empecé a tocar bocina a lo loco, poco me importo que estuviese casi frente a un hospital y sea la una de la madrugada. Llegue a casa como a las dos, me acosté a dormir y me levante al otro día, lo primero que hice fue llamar a Martín para ver cómo le había ido en el recital. Según él, fue el mejor recital al que había asistido y al que iba a asistir en su vida, tocaron todos sus temas clásicos, bromearon con el público, pero lo mejor y lo más importante que pasó y que él nunca se iba a olvidar fue cuando iba a pedirle un autógrafo al cantante, este lo invito a tomarse unas cervezas en un bar que estaba a dos cuadras. No solo se ligó el alcohol gratis sino que también le dieron un casette firmado por toda la banda. “El destino me ayudo loco, sos un pelotudo, si venias conmigo también ibas a ligar lo mismo, pero preferiste ir a ese partido de mierda”. No le dije que no pude ir al partido, le di la razón y corte.

El destino quiso que no fuese al partido del campeonato, ni al recital. ¿Me hubiese cambiado la vida? La verdad que no lo sé, tendría que preguntárselo a aquella chica a la que atropelle con el auto, esa con la que ahora tengo dos hijos.

Antonio Schweinheim

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