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"El fútbol es sagrado" de Roberto Fontanarrosa.

La que yo digo era en blanco y negro, se llamaba “Match en el infierno “ y la dieron hace mil años.

Sábados de Fontanarrosa. Hoy: Un clásico navideño, "Te digo más..."

¿Te conté la del Gordo Luis cuando hizo de Papá Noel? Es mundial la del Gordo Luis cuando hizo de Papá Noel. Casi se convierte en otra víctima del imperialismo salvaje el pobre Gordo. Del colonialismo, por decirlo de otra manera. Porque, decime vos, qué carajo tiene que ver con nosotros y con nuestras costumbres el Papá Noel.

Sábados de Fontanarrosa: La Hermana Rosa ya sabe quién será el campeón del Mundial.

Esta "predicción" es del inicio al Mundial de Alemania 2006.

*****

"Las promesas hay que cumplirlas", gimotea la vecina del octavo que, por una promesa, hace 45 años que está casada con un imbécil. Mi departamento ha sido elegido subsede. Ya hay 27 personas, entre conocidos, amigos y favorecedores, que han reservado su sitio (sean sillones, sillas o cajones) frente al televisor.
Es un grupo heterogéneo que, dada la elevada edad de alguno de sus componentes se conoce como "El grupo de la muerte". La airada vecina se refiere a la supuesta promesa hecha por Carlos Bilardo y su plantel a la Virgen de Copacabana del Abra, de Punta Corral, cerca de Tilcara, poco antes de la obtención del título en México 86. "No se cumplió con la promesa —continúa mi vecina— y desde ese momento cayó sobre nuestra Selección la "Maldición del Coya".
Es cierto que corren enormidad de rumores sobre el tema. Hay quienes afirman que integrantes de aquel plantel, confundidos con la mención de la Virgen de Copacabana, intentaron saldar la deuda viajando a Río de Janeiro, malográndose el intento. Otra versión, malintencionada tal vez, cuenta que Bilardo, en una ocasión anterior, cumplió una promesa con la Difunta Correa llevándole un bidón de agua, al parecer, igual al denunciado por el brasileño Branco, y la ofrenda desató un verdadero escándalo en el santuario. Y ya se anuncia en Jujuy el lanzamiento de una versión corregida y aumentada del best seller El Código Da Vinci echando luz sobre el tema. La aparición de este libro, afirma el filósofo, semiólogo y cosmetólogo Juan José Serenelli (Jota Jota, el Yaya Serenelli) empalidecerá la aparición milagrosa de una imagen de un Menem sufriente en una pared de la Catedral de La Rioja.

La Hermana Rosa se sincera conmigo, exigiéndome absoluta reserva. Me confía que, por supuesto, ella ya sabe qué equipo saldrá campeón del Mundial, pero debe callarlo para no destruir el suspenso del evento. Ha recibido varias llamadas de Joseph Blatter rogándole que no haga público su pronóstico. El hombre fuerte de FIFA le prometió, de regalo, una de las pelotas con las que jugará Argentina en su debut. "La pelota— exagera Rosa— tiene inscripto en sus gajos el día, la hora y los nombres de absolutamente todos los concurrentes al partido".

Nuevamente participa la vecina del octavo. Anuncia que traerá a su sobrino a ver los partidos. "El está en la edad de los por qué, en que todo lo quiere saber —se enternece—. Todo lo pregunta, todo lo averigua". Veridiana, asistente de la Hermana Rosa, consulta. "Qué amor —dice—. ¿Cuántos añitos tiene?". "32 —responde la vecina—. Es inspector de Robos y Hurtos".

En efecto, poco después llega el sobrino y plantea una nueva incógnita destinada a dividir a los argentinos: "¿Pueden jugar juntos Crespo y Tevez?". Sin duda, como bien lo afirma el filósofo Serenelli, nuestro pueblo está condenado a las divergencias, desde Civilización o Barbarie hasta Braden o Perón, pasando por La pata o La pechuga.
Roberto Fontanarrosa. 
ESPECIAL PARA CLARIN

Sábados de Fontanarrosa. Hoy: El Negro en la Biblia y el Calefón de Jorge Guinzburg.

No vamos a acotar nada, Guinzburg-Fontanarrosa, habla por si solo. bueno si, algo vamos a acotar: que tambien esta Serrat, Leyrado, Alejandra Flechner en esta entrevista. A darle play y disfrutar este maravilloso momento.

Video extraído del canal de Pere Mas -La tieta-

Sábados de Fontanarrosa. Hoy: "Bramuglia"

Bramuglia no podía hablar de cosas intrascendentes. Escuchar sí, a lo sumo, fumando, mirando hacia otro lado, como distraído y, a veces, condescender con una sonrisa cuando se decía algo gracioso o intencionado. Pero él no hablaba de cosas intrascendentes. Y tenía la virtud de los grandes insiders de nuestro fútbol: profundizaba de inmediato. Si alguien, inadvertido, le tiraba un tema que no respondía a su densidad de lucubración o a su perspicacia analítica, Bramuglia enseguida lo encarrilaba hacia la condición humana, la insoportable levedad del ser y la empecinada tenacidad del hombre en modelar su destino. Uno se sentaba con él, le comentaba algo sobre lo húmedo de la tarde o el inquietante lomo de una señorita cercana y, de pronto, se encontraba hablando sobre el Todo y la Nada, lo Finito y lo Infinito, o la particular conformación de los cenáculos en la antigua Grecia.

Sábados de Fontanarrosa. Hoy: Fontanarrosa contra la Cultura

Tal como dice el titulo, acá van varios chistes de diversos ámbitos culturales que realizo el maestro y que fueron recopilados en el libro homónimo editado por Ediciones de La Flor en 1992 y  por Planeta en el 2012.












Sábados de Fontanarrosa. Hoy: "El mundo ha vivido equivocado"

—¿Sabés cómo sería un día perfecto? —dijo Hugo tocándose, pensativo, la punta de la nariz. Pipo me­neó la cabeza lentamente, sin mirarlo. Estaba abstraí­do observando algo a través de los ventanales.

—Suponete... —enunció Hugo entrecerrando algo los ojos, acomodándose mecánicamente el bigote, corriendo un poco hacia el costado el sexteto de tazas de café que se amontonaba sobre la mesa de nerolite-... que vos vas de viaje y llegás, ponele, a una isla del Caribe. Qué sé yo, Martinica, ponele, Barbados, no sé... Saint Thomas.

Sábados de Fontanarrosa. Hoy Martín Fierro, la película.

Tanto acompañar al Renegau en la pampa de papel que unos de los últimos trabajos del Negro Fontanarrosa fue esta pelicula, la del Martin Fierro. Film que se estreno cuando el maestro ya no estaba con nosotros, el 8 de noviembre del 2007 fue su estreno. Obviamente es una recreación adaptada del "Gaucho Martín Fierro" de José Hernández. 

Reparto:
Daniel Fanego ... Martín Fierro
Héctor Calori ... Coronel Machado
Juan Carlos Gené ... Juez de Paz
Claudio Gallardou ... Sargento Benítez
Claudio Rissi ... Sargento Cruz
Roly Serrano ... Gaucho Matrero

Dirección:
 Liliana Romero Norman Ruiz

Ayudante de dirección:
Gabriela Acevedo Gidkov

Dirección artística:
Liliana Romero
Roberto Fontanarrosa (diseñador gráfico)

Producción:
Claudio Corbelli
Horacio Grinberg
Pablo Rovito (productor ejecutivo)
Fernando Sokolowicz (productor ejecutivo)

Martín Fierro: la película

Video extraído del canal de Adriana Verón

Sábados de Fontanarrosa. Hoy: Nuevos aforismos de Ernesto Esteban Etchenique

Ernesto Esteban Etchenique es un hombre, fundamentalmente, sensible. ¿Cómo podría no serlo, alguien que ha dedicado toda su vida, susdesvelos, sus esfuerzos, a la escritura de aforismos? ¿Podría abrevar la insensibilidad, acaso, nos preguntamos, en un ser humano que tensa su cuerda vital, tan sólo en procura de apresar, en la breve continencia de mínimas palabras, el Universo de un significado, de un significante, de un mensaje esplendoroso que nos ilumina y hace pensar? ¿Podría? "Recua", en oportunidad de su segunda edición (año 1975) recogió, como recoge el pescador el fruto de su jornada, el pensamiento vivo de Ernesto Esteban Etchenique, en un sucinto pero emotivo reportaje. Y allí, en aquella oportunidad, pudimos palpar, aprehender, captar, la infinita profundidad espiritual del escritor, del poeta, del artista... ¿cómo llamarlo? ¿Simplemente, "el ser humano", quizás?Así y todo, en esta segunda y regocijante cita, a pesar de marchar prevenidos sobre el cúmulo de afecto y nivel perceptivo con el cual nos íbamos a encontrar, Ernesto Esteban Etchenique ha vuelto a sorprendernos, a conmovernos, a estremecernos.

Sábados de Fontanarrosa. Hoy Jorge, Daniel y el Gato

—¡Qué verga somos, viejo! ¡Qué verga! —Jorge se inclinó con un gesto de dolor y se quitó, uno a uno, los botines embarrados. Se masajeó, siempre con rostro dolorido, los dedos del pie bajo la tela gruesa de las medias de fútbol.

—Qué le vamos a hacer —dijo el Gato, el vaso de cerveza en la mano, por decir algo, casi distante, como resignado. Más atrás, en la misma mesa pero alejada su silla como dos metros, las piernas abiertas, el Dani lucía abstraído, totalmente ausente.

—¿Cómo mierda podemos perder tantos goles, digo yo, cómo podemos perder tantos goles? El otro día contra La Cortada, lo mismo, querido, erramos una barbaridad... Después ellos, cuando tienen una oportunidad, te abrochan y anda a cantarle a Gardel...

—¿Te duele? —preguntó el Gato, señalando con su mentón hacia los pies de Jorge.

—El tobillo —señaló—; pisé un pozo y me lo torcí. Me lo hice percha.

—Párate —recomendó el Gato.

—Si me paro me duele más, pelotudo.

—Que no jugues, te digo, forro. Párate quince días porque si el próximo partido se te llega a torcer de nuevo después se te hace crónico.

—Ahora le meto hielo —desestimó Jorge—. Y cuando se deshincha me vendo bien y no hay problema. —Te lo vas a cagar, Jorge.

—Si no vengo yo, creo que el próximo sábado no juntamos ni siete como para entrar a la cancha.

—O anda a lo de la curandera que dice el Niki —insistió el Gato.

—¿Qué curandera? —Jorge se reía, pese al dolor.

—Dice que las terceduras te las cura con un vaso de agua. La vieja tira granitos de trigo, ¿viste la especie de semillitas de cuando desarmas las espigas?, en un vaso de agua. Las semillitas que se van al fondo son los  nervios que tenes sacados. Las que flotan son los que están bien.

Jorge lo miró al Gato, incrédulo.

—O al revés —se cubrió el Gato—. Al Niki lo curó así. Bah, eso dice el Niki.

—Al Niki lo que hay que hacer es internarlo en un psiquiátrico —murmuró Jorge—. Me vendo bien, y a la lona —reafirmó. Después recogió los botines, parándose. Se tomó la cintura con las dos manos y estiró un quejido gutural—. La concha de su madre —dijo—, me duele todo.

—Para colmo está pesadísimo —el Gato se pasó la manga de la camiseta sobre la frente calva empapada de sudor—. Y hace transpirar esta porquería —elevó un tanto, mostrando, el vaso de cerveza.

—Hay que decirle a Enrique que el sábado que viene traiga las camisetas de manga corta. No puede ser tan boludo —dijo Jorge, ya con las llaves del auto en la mano, como demorando la retirada.

—¿Las blancas? Están hechas mierda esas camisetas, Jorge.

—No, están bien... Bah... Se las aguantan...

—Faltan números.

—El boludo del Ñaqui que se quedó con una cuando se cabreó por lo de Gustavo.

—Hay que decirle que la traiga. Al Mosca también.

—Al Mosca que lo hable otro, yo no lo hablo... ¿Vos venís el sábado, Daniel?

Jorge señaló con la llave del auto al Dani que, hasta ese momento, no había salido de su mutismo, la vista perdida hacia el ventanal que daba al bulevar Rondeau, despatarrado sobre la silla.

—No. Creo que no.

—Uy —arrugó la cara, Jorge—. Cagamos —se dirigió al Gato—. No sé si juntamos once si éste no viene.  Tito tampoco puede venir, al Pinza lo echaron hoy, el boludo. Le van a dar como cuatro fechas...

—¿Por qué Tito no viene? —preguntó el Gato.

—Qué sé yo... Tiene un bautismo, una de esas boludeces que siempre tiene.

—¿Otro bautismo?

—¿Podes creer?

—¿Qué es Tito? ¿Monaguillo?

Jorge soltó una risa corta.

—Cagamos —repitió—. Para colmo, el otro forro de Aníbal hoy se fue cabrero...

—¿Por qué se fue cabrero?

—Porque el Coló no lo puso de arranque. Y... ¡viejo! Somos once. No podemos jugar todos. Si al final de cuentas, vos bien lo sabes, al final, jugamos todos. Hoy faltas vos, mañana falto yo...

En silencio, Dani osciló la cabeza, como desaprobando, pero no dijo nada.

—¿Vos no venías, entonces? —insistió Jorge.

—No. Creo que no. Creo que tengo que viajar —dijo Daniel, serio.

—¿Contra quién es? —dijo el Gato.

—Cerámica, creo... ¡No! No. Palermo, Palermo.

—No es tan jodido.

—¡Para nosotros son todos jodidos, Gato! —se rió, irónico, Jorge—. Mira vos hoy, estos muchachos no le habían ganado a nadie, a nadie, son unos chotos, Gato. Y se vienen a desvirgar con nosotros, a nosotros nos hace la fiesta cualquiera... Déjame... Somos una verga nosotros, Gato, no me digas...

El Gato hizo un visaje con la cara, de aprobación, negación o duda.

—Chau. Nos vemos —dijo Jorge, y se fue rengueando hacia el auto—. Chau, Daniel —incluyó, de última, ya desde la vereda de "El Morocho del Abasto". Daniel y el Gato se quedaron en silencio. El Gato apuró lo último de su cerveza y liberó luego un eructo suave.

—¿Y el Mosca por qué no viene? —se preguntó después, en voz alta. Daniel había apoyado sus codos sobre las rodillas peludas y miraba hacia la calle. El sudor le resbalaba por la frente hasta la nariz y luego caía por ésta, para precipitarse desde su punta sobre el bolso que estaba entre sus pies. Daniel se encogió de hombros.

—Qué sé yo —moduló con la boca, sin emitir sonido alguno. Después empezó a sacudir la cabeza hasta girarla para mirar al Gato.

—¿Vos viste cómo me puteó el Quique? —le preguntó"—. ¿Vos viste cómo me reputeó el Quique, ese pedazo de pelotudo? —repitió, antes de que el Gato contestara nada. El Gato abrió mucho los ojos, simulando.

—No... ¿Cuándo? —mintió.

—Cuando me erré ese gol, en el segundo tiempo... —¿Cuál?

—¡En el segundo tiempo! —se exasperó Daniel—. Que íbamos uno a cero. Si lo hacía nos poníamos uno a uno...

—¿Ése que pasó todo frente al arco? ¿Que...?

—¡Ese! Que se fue la Pioja por la izquierda y metió el centro atrás...

—Ah, sí... Pero no lo vi muy bien... Yo estaba afuera.

—¡Pendejo pelotudo! ¡Como si uno errara los goles a propósito, viejo!

—Sí... Pero no escuché. La verdad que no escuché. Vi la jugada pero...

—Arriba me putea el hijo de puta. —Te venía alta, me pareció...

—¡Acá me venía! —como impulsado por un resorte, Daniel se paró, señalándose a la altura de la ingle—. ¡Acá! ¿Cómo mierda quería que le pegara? La tocó el arquero, picó y se levantó...

—No bajaba nunca.

—¡Nunca bajaba, la concha de la lora! Y el otro pelotudo me viene a putear. El sorete ese de Quique... —Bueno, pero... Qué sé yo...

—¡Mira si nosotros tuviéramos que putearlos a ellos por las cagadas que se mandan ahí abajo! —Daniel ya estaba un tanto descontrolado—. ¡Mira si nosotros tuviéramos que putearlos a ellos por los cagadones que se mandan ahí abajo! Hoy mismo, hermano... ¡Raúl, Raúl, otro, otro que me puteó en la misma jugada! ¿Me querés decir qué carajo quiso hacer Raúl en el segundo gol de ellos? ¿Me querés decir qué carajo quiso hacer?

—Quiso cancherear...

—¡Si no tiene resto para cancherear, querido! ¡La va de crack y no sirve ni para tirar flit, no me vengas! Y después te chillan cuando vos erras un gol, hermano... Y no hace ni un año que están jugando, Gato, haceme el favor... No hace ni un año... —se volvió a sentar, como si no pudiera quedarse quieto—. ¿Cuánto hace que estamos jugando nosotros, Gato, cuánto hace que estamos jugando?

—Uhhh... —enarcó las cejas el Gato.

—Cinco años. Cinco, seis años hace. Empezamos nosotros, ¿o no es así?, con el Coló, con Ñaqui, con Marcelo...
—Claro, claro...

—¡Y ahora resulta que cada sábado que uno viene aparece un pendejo nuevo! ¿Cómo es eso? Uno viene y ya ni siquiera conoces a tus compañeros... Como ese pibe, el Huguito... ¿Quién lo trajo a ese pibe? ¿Quién lo anotó al Huguito? ¿Me querés decir quién lo trajo?

—El Coló...

—¡El Coló, claro! Porque él sabe que no le saca nadie la camiseta de cinco. Pero como no le dan más las tabas se tiene que rodear de pendejos que corran y se rompan el culo por lo que él no corre ni se rompe el culo en la mitad de la cancha, ¿es así o no es así?

—Sí, Daniel... Pero también tenes que comprender que en una liga como ésta, sin límite de edad, si no mechas algunos pibes con los jovatos, te pasan por arriba. ¿Viste los de "25 de Diciembre", que son todos pibes? Son aviones esos pendejos, Daniel, no los agarras ni con un lazo...

—Sí, sí, pero no hay derecho, Gato, no hay derecho...Porque cuando a esos pibes, esas estrellitas, esos cracks que, entre nosotros, no son tan cracks como se piensan porque si no no estarían jugando acá, estarían jugando en Central, en Nubel, en Central Córdoba... Bueno, cuando a esos cracks resulta que se les canta las pelotas irse a jugar a Provincial, o al campo, o a la concha de su madre... ¿a quiénes tienen que recurrir para armar el equipo? ¿A quiénes tienen que recurrir?... A Norberto, al flaco Suríguez, al Narigón... a vos... ¿O por qué te crees que se chivó el Mosca y no viene más? ¿Por qué te crees? Porque lo dejaron afuera dos partidos,seguidos y no lo pusieron más, hermano. Con el verso ese de que eran partidos chivos, de que eran partidos importantes, que eran contra el puntero, contra Social Lux, contra Minerva, contra la pinchila de Mahoma y todo eso... Decí que vos, o el Narigón Anselmi, son de fierro y se la aguantan y vienen y vienen y vienen...  Pero el Mosca se hinchó las pelotas...

—Es verdad... Eso es verdad —asintió el Gato, golpeteando con el culo del vaso sobre el nerolite de la mesa.

—¿Querés que te diga más? —retomó Daniel tras un silencio—. Yo prefiero perder con el Narigón, con el Mosca, con vos, con Norberto... y no con todos esos nuevos que ha traído el Coló. Porque bien que cuando el Raúl, el Quique o alguno de ésos te caga, bien que salen echando puta a buscarlo al Norberto, al Mosca, a  todos ésos...

—Es el eterno problema... —dijo el Gato, calmo. Daniel pegaba palmaditas sobre la mesa. Había vuelto a  mirar hacia afuera y procuraba regularizar el ritmo de su respiración.

—No me vengas, viejo... —machacaba.

—Es el eterno problema, Daniel... Formar un equipo de amigos, para divertirse. O formar un equipo para ganar el campeonato.

—¡Si nosotros no podemos ganar el campeonato, Gato! —lo miró Daniel con infinita indulgencia, abriendo los brazos. Nosotros no podemos ganar ningún campeonato, querido, si somos unos perros, unos perros somos, unos muertos de hambre...

—Sí, pero vos viste cómo son estas cosas. Al principio se dice que vamos a formar un equipo de amigos,  para divertirse, pero cuando de pedo se ganan un par de partidos ya todos piensan que se puede ganar el campeonato.

—Míralo al otro —volvió a menear la cabeza Daniel, y cambiando de tema—. ¡Qué fácil que la hace Jorge, qué fácil que la hace! "Al final jugamos todos lo mismo", te dice. "Al final entran todos." ¡Mira qué turro! Sí, entran todos... ¡pero unos arrancan jugando todos los partidos, como el Coló y él, y el Taca... y otros, como el Narigón, entran veinte minutos! ¡Entran todos los partidos, sí, pero veinte minutos! "Jugamos todos." ¡Mira qué turro!

—Decímelo a mí —susurró cabizbajo el Gato, tristemente.

Daniel chistó, como desinflándose.

—Encima hay que aguantarse que te puteen cuando erras un gol —dijo—. Hay que joderse —se rió, ácido—. A mi edad tener que venir a amargarse la vida. Uno que espera toda la semana el sábado para venir a jugar y pasarla bien y hay que amargarse la vida con estos pendejos. O con el Raúl mismo que no es tan pendejo...

—Son cosas del juego, Daniel...
—Y ojo que no lo digo por el Huguito, que es un flor de pibe, un pan de Dios. Pero los otros... No sé... Tienen mierda en la cabeza y... ¿sabes qué es lo que más me calienta? —Daniel se volvió hacia el Gato como si hubiese encontrado el quid de la cuestión. Retomó, incluso, el ritmo acelerado de su discurso.— Que te putean porque te erraste el gol pero, en realidad, lo que te quieren remarcar es que te lo erraste por viejo choto.

No por tronco, o porque sos de madera, por mal jugador... ¡Por viejo choto, porque no te dan más las tabas, ni las articulaciones, ni los reflejos! ¡Eso es lo que te quieren remarcar, lo que quieren poner en evidencia estos cabrones!

—No, Daniel...

—¡Sí, señor! Sí, señor... Porque el otro día, en el partido contra Mercadito, el Cacho, el Cacho, se erró un gol igual igual al mío, pero igual, calcado.

—Es cierto...

—Le quedó alta, a dos metros del arco, sin arquero y... ¿sabes adonde la tiró? —A la mierda.

—¡A la concha de su madre! ¡A la recalcada concha de su madre la tiró! Mucho más alta que la que tiré hoy yo. Ahí la tiró. Y lo putearon. Pero seguro que nadie pensó que lo había errado por viejo choto, porque el Cacho tiene veintidós pirulos y tiene un lomo así y es un toro el Cacho... Pero cuando un tipo de treinta y seis años hace lo mismo que hizo el Cacho ya todos piensan que lo erraste porque estás hecho un fósil de mierda, un viejo choto y que le tenes que dejar tu lugar a los pibes. ¡Mierda se lo voy a dejar! ¡A mí nadie me regaló nada cuando yo empecé a jugar! Veinticinco años hace que juego al fútbol... Y encima tenes que aguantar  que te erras un gol y te putean...

Se quedaron un momento callados. El Gato, abstraído, hizo girar con la punta de un dedo el tíquet que había dejado el mozo y que había quedado planchado bajo el culo del porrón húmedo. Lo despegó con cuidado y unos numeritos en celeste quedaron impresos sobre el nerolite. El Gato parecía estudiar el tíquet pero, de pronto, quedamente, dijo:
—Daniel... Daniel... Oíme.

Daniel seguía con los ojos clavados en la ventana.

—Oíme, Daniel —siguió reclamando el Gato—. ¿A vos te jode que te puteen por un gol errado?

Daniel osciló la cabeza, considerando estúpido responder.

—¿A vos te jode? Entonces déjame que te cuente una cosa. ¿Me dejas?

El excesivo preámbulo atrajo, por fin, la atención de Daniel, quien miró de reojo al Gato.

—¿Te acordás el sábado pasado, que jugamos contra Teléfonos?

Daniel asintió con la cabeza.

—¿Te acordás que yo entré en el segundo tiempo? Habré entrado a los veinte minutos del segundo tiempo...

—Sí, que entraste porque se jodio el Tito, que si no el Coló tampoco te ponía...

—Por lo que sea, por lo que sea... Cuando yo entré íbamos perdiendo dos a uno...

—Sí, dos a uno.

—Faltando unos quince minutos ¿te acordás? hubo un centro sobre el área de ellos, un rebote, y me quedó servida a mí, picando, casi en el punto del penal, un poco más atrás, pero casi en el penal, sobre la derecha...

—¡Uy, sí! Me acuerdo.

—Le pegué de prima y la tiré a la mierda. Así de simple. La tiré a la mierda.

—Arriba del travesano, me acuerdo.

—Arriba. Y... ¿querés que te diga una cosa, Daniel? ¿Querés que te diga una cosa? Daniel lo miró.

—Nadie me dijo nada —ahora era el Gato el que miraba fijamente a la mesa, las cascaras de maní, los

círculos dibujados con espuma por los vasos sobre el nerolite—. Nadie me dijo nada... Hubo un silencio... Un silencio total...

—Bueno... Es mejor. Te juro que...

—No, Daniel. No es mejor... Cuando ya nadie te dice nada es que ya nadie espera nada de vos... Es una cosa, ¿cómo decirte?... piadosa. Un silencio... comprensivo, ¿entendés? Me di vuelta y lo vi al Coló que le hacía señas al Quique como diciendo "Déjalo. No le digas nada. ¿Qué le vamos a hacer? Bastante hace el pobre viejo...". Por eso...

—Es que...

—Por eso te digo Daniel… alégrate que todavía te putean, alégrate. Quiere decir que todavía te consideran apto para jugar, para meter goles, para mezclarte con ellos…

Daniel aspiro hondo.

—Puede ser — dijo y pidió la cuenta.
Roberto Fontanarrosa
Extraído de Uno nunca sabe. Ed. De La Flor 1993/ Ed Planeta 2012




Sábados de Fontanarrosa. Hoy: "Vidas privadas"

El edificio no es muy alto o, al menos, no parece muy alto entre los demás. En el último piso, donde se adivinan los tejados color pizarra, hay una ventana iluminada. Si nos acercamos podemos ver que la ventana da a un despacho cuya decoración y amoblamiento coinciden con la  elegancia de la construcción. Cambiando un poco el ángulo de visión, advertimos que, sentado detrás de un amplio escritorio de madera oscura, hay un hombre. La luz que llega desde la lámpara de armonioso diseño ubicada a un costado del escritorio baña generosamente al hombre y nos permite estudiarlo con detención. Es una persona que ya ha superado los cincuenta años, tiene un rostro de rasgos distinguidos, cabello algo ralo en la parte superior del cráneo, abundante y prolijo sobre las sienes. Pero un tanto encanecido, es cierto. La camisa es de un color celeste cauto, surcada verticalmente por unas casi invisibles líneas blancas. La corbata, azul.

Sábados de Fontanarrosa. Hoy: el chiste del día... 6 de agosto

 Siempre se dijo que los chistes de Fontanarrosa siempre están vigentes y hoy lo vamos a demostrar nuevamente. En la sección de hoy perteneciente al Negro, tenemos "el chiste del día". La consigna es publicar un chiste del Negro que publicado un día como hoy, o sea, un 6 de agosto. Es por ello que van chistes de ese día que salieron publicados en Clarín, desde el '98 al 2006.


1998

1999

2000

2001

2002

2003

2004

2005

2006


Sábados de Fontanarrosa. Hoy. "El penani"

El que puso el dedo en la llaga fue, sin quererlo, el "Gamuza".

—Che, Penani —le preguntó—. A vos ¿Por qué te dicen Penani?

El flaco bajó la sexta que estaba leyendo, lo miró un momento y, encogiéndose de hombros, dijo:

—Qué sé yo.

—¿Cómo no sabes, gil? —insistió el otro.

—No. No sé.

—Otario —se puso agresivo el Gamuza—. Te dicen Penani y no sabes por qué te dicen Penani. . .
El flaco dejó de prestarle atención, volvió a levantar el diario buscando la página de deportes.
—Qué se yo, Gamuza —concluyó—. No hinches las bolas.

El Gamuza se levantó, riéndose, mirando hacia los demás.

—¡Qué otario éste! —lo señaló—. Ni siquiera sabe por qué mierda le dicen así.

Pero, a pesar de la aparente indiferencia con que el Penani había tomado la pregunta, al día siguiente quedó demostrado que la cosa le había dejado una cierta preocupación.

—Vos sabes que el rompebolas de Gamuza —arrancó, sin aviso previo, el flaco en tanto masticaba aparatosamente unos saladitos—. Ayer me metió un dedo en el culo. . .

Guilloti lo miró, expectante.

—Me preguntó —siguió el flaco— por qué a mí me dicen "Penani". ¿Y vos sabes que es una buena pregunta? Mira vos, mira vos cómo son las cosas. A mí nunca se me había ocurrido preguntármelo. Mira vos. . .

—O sea. . . —empezó Guilloti— . . .a vos te dicen Penani desde muy chico, me imagino.

—Siempre. Desde siempre —volvió a atacar los saladitos el flaco. —Y son esas cosas que vos ya las aceptas así. Que ni se te ocurre preguntarte por qué carajo son o de dónde carajo salen. Te llaman así y chau, a la lona, nadie entra a averiguar por qué. . .

—Claro —aceptó Guilloti— . . .como a mí Cacho.

—Bueno. . . Pero en el caso tuyo. . . nadie va a pensar que Cacho puede tener algún significado especial.

—Eso es verdad —aprobó Guilloti.

—No vas a ser un cacho de algo, un pedazo de alguna cosa.

—No —casi sonrió Guilloti.

—Qué joda ¿no? —el flaco se quedó pensativo. Cacho también. Pero a poco aportó lo suyo.

—Generalmente —dijo—Esos apodos raros que vienen de muy pendejos, son por alguna palabra que decías mal, o que le llamabas así a alguna cosa, o. . . —a Guilloti se le terminaron los argumentos.

—Sí —consintió el flaco— . . . pero "Penani". . . ¿Qué sorete es "Penani"?

—La verdad. . . —admitió su ignorancia Guilloti.

—Puta. . . se me ha despertado la curiosidad —se estiró el flaco en su asiento rascándose la entrepierna.
—¿Y por qué no le preguntas a tus viejos? —le dijo Guilloti.

—Sí. Sí. Les voy a preguntar —anunció el flaco. Y se pusieron a hablar de fútbol. Lo cierto, y para no hacerla larga, es que el flaco esa misma noche le preguntó a la madre. La madre primero lo miró con extrañeza, luego se puso algo nerviosa y, finalmente, le dijo que ella tampoco sabía.

—Vieja —se enojó el Penani—. ¡No me vas a decir que vos me conociste cuando a mí ya me decían así!

Pero la madre se mantuvo en lo suyo. Le dijo que si lo sabía se había olvidado, que debía ser por alguna tontería y que posiblemente el que tenía conocimiento del asunto era su padre.

El flaco quedó muy preocupado, no sólo porque su padre había muerto cuatro años atrás al chocar con el Rastrojero, sino porque esa noche la madre no quiso cenar y estuvo lloriqueando durante todo el tiempo que se mantuvo mirando televisión. Al día siguiente, el flaco abordó a Brígida, la abuela. La anciana sólo le brindó una información somera.

—Nene —le dijo—, si siempre te han llamado así —justificó.

—Sí, pero quiero saber por qué me llaman así.

La abuela miró hacia todos lados, se asomó a la puerta de la cocina, y después le dijo:

—No sé, querido. Me olvido de las cosas. Vos sabes que no ando muy católica de la memoria.

Penani tuvo que contenerse para no pegarle. La vieja aquella tenía una memoria prodigiosa que le permitía recordar qué vestido había usado su prima Etelvina cuando el casamiento de tía Eloy, a mediados del año 27, o el número de teléfono de su hermana Ruth, en Saladillo, de donde ésta se había mudado hacia fines del 31.

Penani tomó férreamente a la vieja por un brazo y amenazó torturarla con un tirabuzón. La abuela chilló un poco, le rogó después que no la comprometiese y, finalmente, vomitó.

Aquello ya sacó de quicio al Penani. Al día siguiente no apareció por el taller. Se tomó un ómnibus y se fue hasta el instituto psiquiátrico de Oliveros, a ver a su tío Tomás, internado allí desde hacía algo más de 25 años, año más año menos. Nunca había quedado bien en claro si Tomás estaba realmente loco en el momento de la internación, lo que produjo a través del tiempo más de una controversia airada en la
familia. Pero Penani sabía que el tío había vivido sus últimos años de cordura en su casa, cuando él era chico, y podía saber algo respecto de su apodo.

El recuerdo de su tío Tomás era muy borroso para el flaco. Recordaba una escena de una Navidad cuando él mismo, el flaco, tendría cuatro o cinco años, con Tomás levantando un fuentón con barras de hielo, y otra escena, con su tío peinándose frente al espejo del baño de servicio, con un tenedor de postre.

Penani fue a ver a Tomás ese día, y volvió ya de noche.

De allí en más su conducta cambió mucho. De común alegre y dicharachero, se tornó un muchacho serio y reconcentrado.

Un día antes que los compañeros de la barra lo abordaran para preguntarle qué le pasaba, hizo las valijas y se fue del barrio.

Al tiempo, se enteraron de que se había ido a vivir a Australia, que trabajaba en una curtiembre, arreglaba artefactos eléctricos y hacía otros trabajos menores.


Roberto Fontanarrosa

Extraído del libro "No sé si he sido claro". Ed. de la Flor 1998. Ed. Planeta.2002.




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