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Edelmiro Jacinto Hanson

Edelmiro Jacinto Hanson fue, para mí, el mejor arquero que haya visto pasar por Unión Esperanza. Club de la misma localidad del interior de la Provincia de Buenos Aires. Tuvo un breve paso por Ferro para luego recalar en San Lorenzo de Almagro, club con el que se retiró. Su carrera fue brillante. Tuvo momentos memorables. Mantuvo la valla invicta durante 12 partidos en la liga provincial. Hanson no tenía grandes atajadas. No volaba como superman de palo a palo, tampoco salía jugando ni tenía una gran personalidad. No vendía humo, como dicen ahora. Provenía de una familia de campo, era humilde, sencillo y así lo demostraba en la cancha. Atajaba lo justo y necesario, ninguna monería o pirueta al cohete, pocas veces salía a cortar centros. Donde verdaderamente era infalible era en el mano a mano. En toda su carrera, solamente un jugador le hizo un gol enfrentándolo en el cara a cara. Fue el "Ciego" Mamberti, el centrofoward de Nueva Chicago. Le decían así por su avanzada miopía, que lo llevo siempre a tratar de definir mano a mano contra el arquero porque desde lejos no veía el arco.  Todas estas actuaciones le valieron a Hanson que se lo llevasen a San Lorenzo.

Físicamente, Edelmiro era un arquero distinto. No porque tuviese una capacidad fuera de lo común al atajar, no sobresalía por ser ni muy alto ni muy flaco, no era narigón o bocón, tampoco tenía brazos largos o cortos. Era un tipo normal, salvo por el enorme par de turgentes y firmes tetas que tenía Edelmiro.  Eran dos melones del tamaño de la cabeza de un enano de circo. Ni siquiera la vedete más agraciada de la época tenía una delantera así. Esto no fue un impedimento para su desempeño bajo los tres palos. Todo lo contrario, los delanteros se abatataban frente a la figura de Edelmiro, vaya uno a saber si por asombro por ese par de melones o porque se distraían. Obviamente, que ese par de senos no pasaba desapercibidos para nadie. Solo el periodismo era benévolo con Edelmiro, por una cuestión de códigos. Ningún periodista hacía alusión al tema en las distintas crónicas de la época. Todo porque Edelmiro les caía bien a todos, era un tipo que se hacía querer, siempre estaba disponible para hablar, con un saludo cordial. Se acordaba de los nombres de todos los cronistas. Era un tipazo con todas las letras. Tanto que cuando tuvo el honor de salir en la tapa de “El Gráfico”, el editor de imágenes le tapo los dos pechos con color. Recordemos que en la época las fotos de las tapas se coloreaban a mano. Alfredo Mamberti, el ilustrador de aquel entonces de dicha revista, lo consultó telefónicamente para ver que hacía. El consejo del arquero fue que le tapen las “lolas”, por temor a que le bajen el pulgar de la selección. En esos tiempos no había tanta comunicación como hasta ahora. Todo era por el boca a boca. Y esa forma de comunicación siempre agrandaba los mitos, por ende las gomas de Edelmiro podrían ser una fábula o una realidad.

Pero así como los periodistas lo respetábamos, las distintas hinchadas no lo hacían. La gente venía desde distintos pueblos a contemplar a este fenómeno que era más habitual encontrar en un circo que en una cancha. Todos dudaban de la hombría de Edelmiro. Época jodida. Los hinchas son jodidos para algunos temas, y siempre instalaron sospechas en torno a la sexualidad del arquero.  A Hanson, que tenía mujer y 8 hijos, esos rumores lo irritaban bastante. Él mismo se encargaba de hacer desaparecer los fantasmas sobre su masculinidad en cada nota mandándoles saludos a sus hijos. Pero eso ni mosqueaba a la hinchada rival, que seguía gastándolo por tener esa característica tan extraña. “Bien Hanson, vos ayudaste a tu mujer a amamantar a tus hijos”, “con esos pechos me separo de mi mujer y me caso con vos Edelmiro” o “con esa delantera ganábamos el mundial de Suecia”, eran algunos de los improperios que le tiraban al pobre arquero.

“Así como a algunos le crece de más el vello corporal y parecen que tienen puesto un pullover, a mí me crecieron las tetas; así como el 10 del equipo tiene una nariz gigante, yo tengo los pechos gigantes… no reniego, es lo que me tocó, pibe, qué le voy a hacer”, me dijo alguna vez, en una nota. Según los médicos, Edelmiro tenía una especie de ginecomastia, nada peligroso. Algunas veces a la hora de salir a cortar centros le era incómodo. Hanson fue uno de los precursores de esos sostenes deportivos que hoy suelen utilizar las tenistas. No era un sostén en sí, era una cámara de aire, esas que iban antes dentro de las ruedas, que se ajustaba por encima del pecho. Transpiraba como un cerdo pero al menos no le rebotaban tanto a la hora de saltar.

Cuando llego a San Lorenzo procuro ocultar sus encantos. Usaba un buzo muy holgado, siempre con esa faja que actuaba de corpiño deportivo. Sus compañeros lo respetaban y lo defendían porque era un tipo que se hacía querer, sus pechos pasaban desapercibidos. En poco tiempo se ganó a la hinchada y sus grandes actuaciones lo llevaron a ser citado a la selección nacional. Todo era felicidad para el gran arquero surgido de Unión Esperanza.  Pero parece ser que el entrenador, Carlos Monfrinotti no estaba al tanto de ese par de tetas que tenía Edelmiro… o se había olvidado. O quizás lo había convocado por la presión popular, ya que cuando lo vio en la primera práctica quedó boquiabierto. “No podemos poner a un arquero con tetas de titular, se nos van a cagar de risa hasta en Japón” fue la reacción del por entonces entrenador de la Selección. Pero ya lo había convocado para un amistoso contra Checoslovaquia, no podía echarse atrás.

El arquero titular de ese partido iba a ser Edelmiro, pero la valla fue ocupada por el arquero de Vélez, Roberto Girón, quien tuvo la desgracia de desgarrarse 5 minutos antes de empezar el partido. Todo indicaba que el arquero de San Lorenzo iba a ser el titular, pero no sucedió. El gringo Retamozo, el arquero del juvenil que hacía de sparring debutó ese día en la Selección con 16 años. Como una venganza del destino, no logró terminar el partido ya que, a los 38 minutos del complemento, salió a destiempo y se llevó puesto al 9 checoslovaco, fracturándose la clavícula. Parecía que Edelmiro Hanson por fin debutaba, pero Monfrinotti decidió poner de arquero al centro delantero Carlos Otero. Argentina, que ganaba 3-2, perdió ese partido 5-3.

Antes de que el periodismo deshiciera en críticas al entrenador, este se excusó diciendo que Edelmiro se había lesionado en el calentamiento previo, aunque todos sabíamos que no era cierto. El bueno de Hanson no dijo nada y afirmó ante las cámaras que había sentidos molestias y prefirió no arriesgarse.
Fui a entrevistarlo a su departamento del Abasto, dos días después. Me atendió con lágrimas en los ojos, tenía la moral destrozada.  “¿Sabes porque no jugué? ¡Por esto!” me dijo con bronca el arquero mientras agitaba sus enormes pectorales. Estaba enojado y compungido. Por respeto nunca publique esa nota.

El otro fin de semana se jugaba de nuevo el torneo local, San Lorenzo enfrentaba a Huracán y me tocaba cubrir ese partido. Edelmiro no jugó. Al principio se lo atribuí a su caballerosidad de no dejar en evidencia al técnico de la selección nacional y seguir con la mentira de su lesión. Pero en el partido siguiente frente a Banfield tampoco jugó. Muchos nos preocupamos cuando desde medios partidarios de San Lorenzo dejaron entrever que Edelmiro se reponía de una operación y que iba a estar entre 4 y 6 fechas afuera. No sabíamos que estaba lesionado y mucho menos que debía operarse. Tuvimos un mal presentimiento.

Fue Roberto Tejei el reportero de Crónica, quien fue a verlo. Antes se había comunicado conmigo para que vayamos juntos a la provincia a verlo, pero justo ese día me tocaba cubrir un partido de la selección de básquet. Por aquel entonces no había periodistas “especializados”, uno cubría lo que le mandaban cubrir y punto. Con Roberto quedamos en encontrarnos al otro día para que me contará como le había ido. Tal como habíamos acordado, nos juntamos en un café cerca de mi redacción. En efecto,  Edelmiro se había sometido a una operación. No fue una cirugía más, se había mandado sacar las tetas. No lo podía creer, sin embargo lo entendía, por culpa de esas gomas se había quedado afuera del partido de la selección. Lo habían marginado por tener “eso” ahí. Una canallada, sí, pero la verdad es que no me gustó es idea, y es hasta el día de hoy que recuerdo las palabras de Roberto en ese café de avenida de Mayo. "A Edelmiro no sólo le extirparon las mamas, le sacaron el alma. Estaba caído, con la mirada perdida, yo no sé si va a volver a ser el mismo”

Pero volvió. El día de su vuelta, los hinchas tendieron banderas de apoyo al gran arquero. La sorpresa fue grande cuando Edelmiro salió al campo de juego, levanto los brazos y no había nada. No tenía tetas. Los murmullos que comenzaron a escucharse cuando salto a la cancha, se hicieron más notorios y se transformaron en gritos cuando Edelmiro se comió tres goles boludos en apenas 10 minutos. Y no fueron 4 porque la Rata Maldonado saco una pelota en la línea a los ocho minutos. Suerte para él que San Lorenzo empezó a atacar y Newell’s no le llegó más.  Todos esperábamos que el segundo tiempo Edelmiro no saliera, pero salió y con una sorpresa. Le habían vuelto a crecer los pechos. Pero había algo raro ahí, no parecían naturales, no guardaban cierta relación geométrica entre ambos... La tribuna se deshizo en aplausos y ovaciones. Muchos compañeros se emocionaron, al Rulo Suarez, ríspido defensor rival, se le caían las lágrimas. El partido no pudo haber sido mejor. San Lorenzo en un cuarto de hora llego al empate, y era casi seguro que se iba a quedar con el triunfo. Entre tanto ataque cuervo hubo lugar para una contra de la lepra y fue allí que sucedió el desenlace fatal. El rengo Manso lo encaro como un tren a Edelmiro, que había quedado solo. El arquero se adelantó para achicar. Ya estaban frente a frente. Hanson se adelantó un paso y por debajo de su buzo cayo una pelota, de esas Pulpo, a medio desinflar. La cancha quedo en silencio. Edelmiro se quedó estático y rojo de la vergüenza. Nadie sabía qué hacer, salvo Manso que lo gambeteo como a una estaca y puso el 4-3. Los abucheos de la tribuna no se hicieron esperar, hasta el mismo utilero le grito a Edelmiro “La puta que te pario Hanson, te queríamos como a una madre y nos mentiste”. Ese fue su último partido en el mundo profesional. Años más tarde me encontré con él y me dijo: “Sabes que pasa Osvaldo, yo me equivoqué. Había que ponerle el pecho a la situación y me cagué”.

T. Schweinheim 
Obra publicada, expediente Nº 510614, Dirección Nacional de Derechos de Autor

Los mejores abogados del mundo.

Lucas acababa de recibir su título de abogado. Su pasión era el derecho y se recibió en tiempo record. Trabajó y estudió en todo momento. A pesar de ello, en ningún momento dejo de lado a la familia.

—Qué lindo verte recibido, yo siempre soñé con verlo a tu padre recibido—El abuelo Roque se había puesto melancólico.

—Confórmate con verlo a tu nieto —comento sonriente Lucas.

—No es conformismo, es una alegría enorme Lucas — dijo dándole una palmada al nieto— el único reproche que tengo es que ni a vos ni a tu padre le gusta el fútbol.

—Para hacerse mala sangre esta la vida, el laburo —comenzó a enumerar Rubén, el padre de Lucas e hijo de Roque.

—Es un comentario muy simplista Rubén —respondió Roque mientras se sentaba en un pupitre que estaba en el medio del patio de la vieja facultad.

—A mí no me gusta el fútbol, nunca fui a la cancha pero reconozco que antes de morirme quisiera ir a una—se excusó Lucas.

—Vamos el domingo Lucas —devolvió inmediatamente el abuelo.

—No sé, abuelo, no me gusta…

—Dale hacelo por mí, antes que me vaya al cielo—Don Roque apelo a la lastima— es uno de mis mayores anhelos ir con vos a la cancha.

—Anda Lucas dale, si quieren los acompaño —terció Rubén.

—Quisiera ir con mi nieto solamente, así estoy un rato con él…

—Está bien abuelo, pero si la cosa se pone jodida nos vamos eh.

—Trato hecho — dijo el viejo con una sonrisa de oreja a oreja

El domingo Lucas fue para la casa del abuelo. Quien ya lo estaba esperando en su viejo Ford Taunus modelo 78. Estaba vestido con los colores de su equipo y su sonrisa adornaba todo. Estuvo esperando toda la semana a que llegara el domingo. Lucas en cambio estaba un tanto nervioso. Si bien ya era grande, estaba por pisar los 25 años, pero nunca había pisado la cancha. Nunca había seguido a  ningún equipo. Cuando le preguntaban de qué equipo era, decía que no le gustaba el futbol con una sonrisa de compromiso. Le pasaba pocas veces ya que su núcleo de amigos era como él. También estaba intranquilo. Las imágenes que siempre veía de los estadios era el de la violencia, barras, muertos.

Fueron a platea, donde la cosa es más tranquila. El partido fue verdaderamente un asco. Un completo dolor de ojos. Un cero a cero en todo sentido. Ni siquiera un tiro en el travesaño o en el palo. Nada. Lo más cercano que paso al arco fu un despeje al córner de un defensor que no quiso correr riesgos.

—Soy un tonto Luquitas —se disculpó Roque ya de vuelta en el auto—  elegí un partido de mitad de campeonato, donde ya no luchamos por nada al igual que el rival…

—No pasa nada abuelo —respondió Lucas— pasa que lo mío es otro ámbito. Es el derecho. La discusión, el debate. Indagar, aportar datos certeros, elaborar una defensa o un ataque. Eso me encanta a mí

—Eso también es fútbol…

—No abuelo. Si vos decís un ataque por un ataque al arco rival, no. Eso es un hecho deportivo. Físico. Yo te hablo de elaborar un ataque con datos, información...

—Yo tampoco te hablo de jugadas y eso, Lucas —dijo el viejo— es más, ya que me lo decís voy a presentarte a los mejores abogados del mundo.

— No entiendo…

—Vos déjame a mí, venite el miércoles para casa y te los presento.

El miércoles el flamante abogado fue para lo de su abuelo en su auto. Roque salió con su boina marrón, su campera. Se subió al cero kilómetro de su nieto y partieron.

Lucas y su abuelo entraron al bar del pequeño club que quedaba a dos cuadras de su casa.  Se sentaron en una mesa para dos. En la mesa contigua, había tres viejos que saludaron e invitaron  efusivamente a Don Roque a que se siente con ellos. El abuelo de Lucas se excusó diciendo que estaba con su nieto, aprovecho para presentarlo ante esos tres viejos chicharacheros, quienes lo saludaron fervorosamente. Roque se acercó hasta la barra, pidió dos cervezas y una picadita para compartir con su nieto.

—Bueno ya está —dijo Roque sentándose pesadamente.

— ¿A qué hora vienen estos abogados? —inquirió Lucas.

—Ahí están —comento divertido el abuelo mientras señalaba con el mentón a los tres viejos.

— ¿Ellos son los abogados?

—Así es…

—Pinta no tienen.

—La pinta es lo de menos. Tampoco tienen el título de abogados. Pero te puedo asegurar que la mejor defensa y la mejor querella esta en esos tres tipos.

—Te juro abuelo que no entiendo.

—Ya vas a entender, ya vas a entender. No hables mucho, para la oreja y presta atención a lo que dicen.

Lucas paro el oído unos minutos. Los tres viejos estaban hablando de temas banales. De carreras de caballo. Lucas no entendía bien porque. Pero su abuelo siempre le hacia este tipo de cosas. Los viejos hablaban de la quinta, la sexta de Palermo. Hasta que en eso sintió un tirón en la manga. Era su abuelo, quien lo miro, señalo a un muchacho con la camiseta de River que cruzaba por el bar para ir hasta la entrada de la cancha. Roque lo miro a su nieto, se llevó el dedo índice a la boca, en clara señal de silencio y con las cejas indico que prestara atención a los tres “abogados”.

— ¡Que grande millonario! —Grito uno de los viejos al muchacho que pasaba— Dale campeón, dale campeón.

— ¡Pero cállate amargo! —Se crispo uno de sus compañeros de mesa— festejas una copa de leche. Caradura.

— ¿Perdón? —Se defendió el otro—  Vos contabilizas la Copa Nicolás Leóz desde 1993, cararrota.

—La jugamos contra el Atlético Mineiro, no contra un equipo de tintoreros y podadores de bonsáis.

—Vos no tenés vergüenza Juan, jugaste esa copita de morondanga porque ganaste la copa pedorra que era la Master. Accedimos a la Suruga porque ganamos la Sudamericana ¿Te acordás? Donde lo dejamos afuera a ustedes…

—Pero nosotros te dejamos afuera toda la vida, no me vengas con pavadas.  En el 78 te deje afuera de la Libertadores, en el 94 te saque de la Supercopa ¿Te suena Palermo en el 2000 o la gallinita de Tévez en el 2004?

—Por supuesto que me acuerdo, así como también me acuerdo de la mancha del partido entre ustedes y Oriente Petrolero para sacarnos de la Copa...

— ¿Mancha? ¿Vos me venís a hablar de mancha? Tenés esa mancha de la B, desde el 2011, no me jodas.

—Ay porque Boca no jugo en la B ¿No? Estuviste cinco temporadas en la segunda división, 1908 a 1912. No me vengas con estupideces Juan,  te tuvieron que hacer ascender porque no ascendías.

—Son épocas del Amateurismo, Juan…

—Ajá, por eso te colocas la estrella de los seis campeonatos que ganas en el amateurismo. Contá todo Clemente.

—Seguí festejando, que te falta el doble de libertadores para alcanzarme.

—Sigan discutiendo que yo tengo 7 Libertadores —arremetió Luis que hasta el momento estaba callado— el único y primer rey de copa.

—Pero vos entrabas a jugar en semifinales caradura —lo corto Clemente— En el 66 cuando te toco ir a la fase de grupo  te quedaste afuera ahí mismo.

—Eso fue solo en la Copa de 1965, una sola vez. —respondió el viejo de Independiente.

— ¿Y en el 73, 74 y 75 Luis?

—Entramos en la segunda ronda, no en seminales.

— ¿Ah no es lo mismo? —se ofusco Clemente.

—Por supuesto que no, además vos siempre ganaste por penales no sé qué venís a hablar—dijo Luis.

—Por penales tiene el mismo valor, Luisito.

—Nosotros jugábamos partidos desempate —dijo Luis mientras juntaba miguitas con el meñique— era mucho más jodido. Además antes clasificábamos solamente los campeones, no como ahora que te meten por la ventana como hicieron ustedes contra Vélez o vos que clasificaste de pedo a segunda ronda.

—Pero antes lo más lejos que viajabas era a Colombia. 

—Lo que pasa es que la última Copa que gano Luis fue en blanco y negro.

—Claro, cuando Mirtha Legrand era joven

Los tres comenzaron a reírse. Hicieron un parate para tomar un trago de cerveza. Luego la discusión viro abruptamente hacia la política. Pero Lucas no necesitaba escuchar más nada. Se había dado cuenta por qué su abuelo había denominado a esos tres viejos como los mejores abogados del mundo. En cuestión de segundos pasaban de ser la defensa a ser la querella. Con datos precisos.

— Es increíble abuelo. Datos precisos, cierran cualquier tipo de vericueto del otro — se sorprendió Lucas— Pero tengo una pregunta, ¿Quien suele ganar con este tipo de pleitos?

—El futbol Lucas, el fútbol. — Dijo el viejo— ahora yo te hago una pregunta ¿Querés venir el próximo partido?

Por Toni Seguilo!  

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Una lección de Fútbol.

Muchas veces se alinean los planetas y es ahí cuando suceden cosas inimaginables. Pueden ser para bien o para mal. En nuestro caso fue para mal. Había una contra dos millones de chances que algo así así pudiese pasar pero paso y es ahí cuando esos planetas de mierda te cagan la vida, te la cagan. A nosotros nos mataron y ni hablar a nuestro rival. A ellos sí que lo hicieron mierda.  Por suerte nadie le dio mucha pelota a este caso porque paso en Irlanda. El fútbol irlandés  al  mundo le importa tres pelotas. Encima allá lo que manda es el rugby y está bien, los irlandeses son grandotes y con tipos así en una cancha o te dedicas al Rugby o haces lucha grecorromana. No quiero adelantarle nada, porque cada vez que me acuerdo de ese partido las palabras me brotan todas juntas y termino haciendo un mejunje de esa historia.

Yo siempre fui un audaz en esto del fútbol. Un busca vida. El fútbol me llevó por todas partes del mundo. Estuve en más países que la ONU prácticamente. Salí de El Porvenir, tuve un fugaz paso por Banfield, Laferrere y Dalmine en la Argentina. Después pase a Uruguay, de ahí a Suiza, haciendo una pequeña escala en Polonia. Tuve un breve paso por un club de la tercera de Alemania, a decir verdad no recuerdo el nombre, bah si lo recuerdo pero era tan complicado que si tuviera que escribirlo ahora me olvidaría la mayor parte de las consonantes. Era algo como Brawschield o algo por el estilo. Hasta para googlearlo es complicado. Los equipos del ascenso alemán son así, tienen más letras que espectadores. En fin, luego pase al Montpellier —todavía estaba en la segunda división—, no porque fuese un fenómeno sino porque mi representante —un empresario noruego dueño de una cadena de carritos de helado— nos había vendido a mí, a un senegalés, a un croata y un jamaiquino en un mismo lote. No jugué mucho y cuando se abrió el mercado de pases de invierno —verano para los argentinos— me compraron desde Irlanda, el Shipwrecked FC se había hecho de mis servicios. Un equipo modesto, modestísimo cuyo único logro fue haber clasificado a la etapa pre clasificatorio de la vieja Copa UEFA, donde perdió 6 a 0 y 5 a 1 con un equipo de Dinamarca. La verdad no me puedo quejarme de los irlandeses, en cuanto a la camarería y al trato son muy parecidos a los argentinos pero se calientan más rápido que pava e’ lata. En el equipo los únicos extranjeros —a parte de mi— eran dos ingleses y mi inseparable compañero el senegalés Pappuss N’Sync, un fenómeno el negro.  En realidad su apellido era N’Dkrono pero lo había cambiado por una cuestión de marketing y  porque era fanático de la banda del mismo nombre, cuando a los 12 años escucho por primera vez un disco de ellos que era de su hermana.

Me habían dado la diez por ser argentino. Obviamente si sos de la tierra de Maradona te identifican enseguida con él y a pesar de que soy lateral derecho me dieron la 10. De por sí el torneo irlandés es medio complicado: una liga de 12 equipos y se juega a tres vueltas. Arrancamos el torneo mal, perdiendo tres partidos al hilo. La verdad es que en la mayoría de los equipos donde estuve, si pasábamos mitad de tabla ya era para ponerse en pelotas y festejar hasta pasada la madrugada. Lo más cerca que estuve de pelear un campeonato fue en Polonia cuando nuestro equipo estaba a solo dos puntos del primero, pero después se jugó la segunda fecha y nuestras ilusiones se hicieron pedazos. Acá en Irlanda mi carrera no iba a ser la excepción. Por cada partido ganado perdíamos tres y empatábamos cuatro. Así se acercaba el final de temporada sin mucho por la que luchar. Ya desde la tercer o cuarta fecha nuestro equipo  no peleaba por nada, por suerte tampoco peleábamos el descenso. Uno podía esperar que un final así de campeonato iba a ser tranquilo, sin emociones pero no lo fue, créame. El Rambler United, clásico nuestro, había ganado ocho partidos al hilo. Incluido un clásico contra nosotros por 3-0. Ese envión anímico lo había propulsado al primer puesto de la liga. En la última fecha —la 33— llegaba con la misma cantidad de puntos que el Bohemians, equipo contra el cual jugábamos en esa fatídica ultima fecha. Hasta acá cualquiera con dos dedos de frente pensaría que nos dejaríamos perder y a otra cosa. Era lo más lógico, pero el único problema es que nuestro rival de toda la vida jugaba contra el Kickers Laspad, eterno rival del Bohemians. Obviamente, todos arribamos a la misma conclusión: Ellos también se iban a dejar golear.

Repasemos en limpio:
Shipwrecked FC  (nosotros) vs Bohemians (clásico del Kickers Laspad)
Rambler United (clásico nuestro) vs Kickers Laspad (clásico del Bohemians)

Espero haber sido claro porque la verdad es un verdadero lio. Es más enredado que un culebrón mexicano donde la cieguita embarazada está enamorada del galán que a su vez es el primo de la familia rival pero termina siendo su hermano. Un detalle no menor: Ambos punteros tenían la misma cantidad de diferencia de gol. Los tres partidos que disputaron entre sí, empataron. ¿Por qué digo esto? Porque acá en Europa los equipos que finalizan empatados en putos, definen por diferencia de gol, si aún persiste esa igualdad, entonces se ven los partidos que jugaron entre sí. Si hasta en eso no se sacaron diferencias no sé lo que harán. Calculo que lo más normal es que se juegue una final en estos casos, un desempate. Nunca paso, que yo sepa. Por ahí se miden el amigo y el que tenga el promedio peneano más largo sale campeón o hacen un partido de truco o vaya a saber uno que hacen. La verdad que no lo sé. Pero así como lo escucha, empataban en puntos, en goles, en partido entre sí. Todos los planetas alienados, así en fila india los muy hijos de puta.

Si nosotros salíamos a perderlo por cuatro a cero, los otros iban a salir a perderlo por seis a cero, si lo perdíamos por diez a cero, ellos seguro que se dejarían meter veinte. Para colmo de males los hinchas de nuestro equipo estaban bastante enojados por nuestra campaña —como si no estuviesen acostumbrados—, los ánimos habían empezado a caldearse cuando perdimos ese clásico. Vino la barra —o hooligans— a visitarnos, o algo similar a lo que puede ser un barra brava en Irlanda. Tres rubiones tirando a pelirrojos grandes como una heladera de carnicería a decirnos que si los del Rambler salían campeones, se iba a pudrir la cosa. En realidad eso me lo conto Pappuss porque yo de inglés poco y nada. Él había aprendido escuchando los discos de N’Sync, creo haber dicho ya, que él era fanático de la banda. Esta visita nos cambió radicalmente la forma de pensar. Obviamente ya había pasado por nuestras cabezas el hecho de dejarnos golear, pero ahora la cosa era distinta. No hay nada más terco y testarudo que un irlandés. Con la llegada de estos muchachos violentos ya nadie quería perder el partido, todo lo contrario, se había despertado algo en nosotros que era el orgullo, pero tampoco queríamos que los otros se alzaran con el primer puesto.

No sabíamos que hacer, entonces decidimos hacer una reunión en el bar de nuestro entrenador, el viejo Brian O’Brian, quien no era viejo pero tenía un aspecto consumido que daba la sensación de ser un octogenario. En realidad tenía apenas 40 años pero hacia 33 que se había vuelto adicto a la bebida y eso lo había destrozado físicamente. 

La reunión no arrojó nada alentador hasta que tuvimos un golpe de suerte. El golpe en realidad lo tuvo Kielly, nuestro zaguero, cuando quiso propasarse con la novia de un parroquiano y este le rompió una botella en medio de la cabeza. Entre las escaramuzas y los primeros auxilios, O’Brian se dio cuenta que el agresor era nada más y nada menos que William Kirkpatrick, el capitán del Kickers Laspad, el rival de nuestro clásico. Tuvimos que frenar entre seis a Clancy —nuestro cinco— que clamaba venganza por haberle roto la cabeza a uno de los nuestros. Pero el viejo O’Brian que era muy astuto, decidió apartarlo y conversar unas palabras con esa mole de cabello rojizo. Al cabo de un rato la situación se calmó y O’Brian conversaba animadamente con Kirkpatrick detrás de la barra sin que nadie reparase en aquella charla. A lo mejor eran viejos conocidos, pensé al cabo de un rato y seguí dándole vuelta a mi pinta de cerveza la cual que tenía tanta graduación alcohólica como para tumbar a un mamut en celo. Kielly ya se había repuesto del golpe en su cabeza y seguía chupando como una sanguijuela. Cuando nadie ya se acordaba de lo que había pasado hasta hace un rato, entraron por la puerta seis tipos inmensos con camperas del  Kickers y cara de pocos amigos. El silencio se apodero del bar y fue roto cuando el boludazo de Kielly quiso romper una botella para usarla de arma y termino con la mano ensangrentada. Cuando parecía que el lugar estaba a punto de hacer erupción el viejo O’Brian dijo entre eructos: “Tranquilos muchachos, yo los llame”. Todo volvió inmediatamente a la calma, salvo Kielly que se desmayó por la gran cantidad de sangre perdida y que desistió de vendarse la mano porque le parecía de “maricón”.

La idea del viejo era bastante simple y buena a la vez. Reunir a los referentes de ambos equipos para ver qué hacer con semejante dilema. Obviamente yo no participe porque había llegado hace poco, tampoco mi gran compañero Pappus. Se ve que la reunión fue larga y prolongada porque pasaban las horas y seguían escuchándose voces dentro del cuartucho del fondo donde se celebraba. Varias veces paso Kinly llevando cervezas, whisky y ron. Se notaba que eso los ayudaba a pensar. Yo me retire alrededor de las cuatro de la mañana no porque no aguantaba más, sino el ambiente se había vuelto bastante denso debido a que Pappus había puesto un tema de N’Sync en la rockolla, cosa que no cayó muy bien en la mayoría y la cosa parecía que se iba a desmadrar nuevamente.

Al día siguiente caí a la práctica a la hora de siempre, tipo diez de la mañana, ya estaban todos y la cara del viejo O’Brian estaba menos sombría que de costumbre. Nos reunió a todos en el círculo central de la cancha auxiliar y nos dio un discurso muy sentido:

“Muchachos, es sabido que el próximo partido define al campeón. Quiso el destino que nuestro rival de toda la vida pueda coronarse como campeón si nosotros ganamos el partido frete al otro equipo que esta primero. El Kickers Laspad está en la misma situación que nosotros. ¿Qué iremos a hacer? ¿A perder? Eso fue lo que anoche nos planteamos entre los referentes de ambos equipos. Perder alevosamente y adrede va en contra de los principios de este noble deporte y de la sangre irlandesa. Por eso llegamos a un acuerdo, un buen acuerdo, déjeme decirles. Si ambos equipos perdemos levantaríamos sospechas por más que nuestros equipos anden mal en el torneo, perder levantaría sospechas. Por eso camaradas, vamos a salir a ganar. Nuestro equipo y el Kickers saldrán a ganar. No nos importa que nuestros rivales puedan salir campeones. Que la suerte juzgue al campeón, que lo haga la justicia divina, no nosotros. ¡Que hay con que nuestro rival sea campeón! Saldrán campeones pero nosotros saldremos con la frente en alta, como unos campeones de la moral y la buena conducta”.

Las palabras del viejo hicieron emocionar hasta las lágrimas a casi todos, digo a casi todos porque a mí no me toco ni un pelo la verdad. No porque fuese un insensible, sino porque no entiendo nada del inglés como ya dije anteriormente, lo que dijo el viejo me lo tradujo Puppuss dos días después en la concentración. Lo que decía el viejo era cierto. Si perdíamos apropósito se iban a dar cuenta. Encima la UEFA con todo eso de los partidos arreglados suelen estar muy atentos y castigar con severidad a aquellos que lo hagan.

El día del partido éramos un verdadero manojo de nervios. Encima la cancha del Bohemians explotaba. A nosotros no nos habían venido a ver ni nuestras señoras. Para nuestro equipo era una final. Teníamos que ganar por más que el rival de toda la vida nos gozara hasta el juicio final. Era por el honor, eso sí que acá que no se negocia. Salimos a matarlos de entrada. El Bohemians pensó que íbamos a ser blanditos, con tal que el otro no saliera campeón. Por eso lo sorprendimos de entrada, Morrison desde el vértice del área la colgó en un ángulo al minuto de juego. Dos minutos más tarde Adams dejó en el camino a dos y definió sobre la salida del arquero. 2-0. Hasta yo me di el lujo de hacer un gol, un córner magnifico que Cronin me dejo justo en la cabeza. 3-0. El Bohemians estaba tan desconcertado que no daba dos pases seguidos y mucho menos llegaba al área. Terminado el primer tiempo lo primero que hicimos fue preguntar cómo estaban en el otro partido. Las noticias que nos llegaban de nuestro rival eran muy alentadoras: Perdía 3-0 también. Por cómo estaban los resultados, se jugaría una final, cosa que nos sacaba la pesadísima mochila de encima. Faltaba un tiempo por jugarse, pero que te den vuelta un partido con tres goles de ventaja es prácticamente imposible.

En el segundo tiempo el Bohemians salió a reventarnos, a hacernos puré, a aplastarnos. El entrenador rival se jugó un pleno, saco tres defensores y mando tres delanteros. En menos de dos minutos nuestro arquero salvo una al ángulo y vio como dos pelotas pegaban en el palo. No podíamos salir de nuestra área, ni siquiera nos quedaban los rebotes como para meter una contra.  En nuestra área había 19 jugadores, los 11 nuestros y 9 de ellos, salvo el arquero y un defensor que estaba parado en el medio de la cancha, estaban todos. Parecía una trinchera eso. En todo el campeonato, Ryan nuestro arquero, a lo sumo habrá atajado dos o tres pelotas de riesgo. Hoy ya había sacado cinco, el palo y el travesaño otras tantas. A los 15 llego el primer gol, centro llovido que Clancy no alcanza a despejar, la tomó el 7 de ellos, me eludió con suma facilidad y la puso contra el palo. Ese gol nos desmoronó psicológicamente. Nos aplastaron. Nos pasaban como postes. Conos éramos.  Claro habíamos entrado relajados, con la conciencia en paz, tranquilos con un tres a cero a favor. Ellos que no se habían esperado un primer tiempo así y salieron a este  complemento a matarnos, a demostrarnos por qué estaban primeros. En tres minutos se vino el 2-3, que ni me acuerdo como fue y a los 17 Pappuss hizo un penal cuando bajo al 7 de ellos en el corazón del área. 3-3. A los 20 perdíamos 4-3 y eso que metíamos con todo pero la verdad es que no agarrábamos a nadie. Nos dieron una lección de fútbol en menos de media hora. A mí me agarró un terrible dolor, una angustia terrible. Ya no queríamos perder, queríamos ganar. No nos importaba que nuestro clásico, que esos malparidos salgan campeones gracias a nosotros. Nos importaba el honor, la nobleza de salir con la frente en lo alto, el orgullo irlandés.
Nos pelotearon hasta el paroxismo, Nos estaban pegando un peludo de la hostia. Pero estábamos confiados en que una teníamos que tener. Y esa oportunidad llegó a los 39. Tiraron un centro que se fue cerrando hasta pasar a nuestro arquero, la pelota dio en el palo y me quedo de frente. Nunca le pegue tan fuerte en mi vida,  ese rechazo término con la pelota en la mitad de cancha. Pappuss salió disparado como una flecha a buscar ese balón, el último hombre de ellos estaba a tres o cuatro metros del círculo central. Claro si hasta el último hombre de ellos se había tirado adelante. Si desde que había empezado el segundo tiempo que no cruzábamos la mitad de cancha ¿Para qué se iba a quedar? Creo que nunca vi correr tanto a alguien en mi vida como al negro. Era una gacela con efedrina. Al jugador rival lo dejo clavado como una estaca. Agarro la pelota y se mandó a toda máquina contra el arquero, este no sabía si salir, rezar o quedarse atornillado bajo los tres palos. Optó por lo primero, nos quedamos estáticos, tiesos como aguardando el pase a la posteridad del Negro. Igual mucho no podíamos hacer, si para alcanzar la jugada nos teníamos que tomar un vuelo chárter. El negro siguió corriendo, al mismo tiempo el uno salía en su encuentro. Papuss N'Sync lo que tenía de veloz no lo tenía en habilidad. Estaban a poco menos de dos metros y el negro ni siquiera amagó una gambeta, muchos menos cambiar de dirección o bajar la velocidad. Todo lo contrario, parecía que el hijo de puta aceleraba aún más. El arquero se quedó duro por miedo o porque no sabía qué hacer. Se produjo tal choque que se escuchó hasta en la Antártida. N'Sync voló como dos metros, dio tres vueltas en el aire y cayó de espaldas. El arquero quedó tirado, roto como un florero viejo. El silencio sepulcral que se hizo en el estadio fue interrumpido por la estampida de silbatazos del árbitro. Cobro tiro libre a favor nuestro y roja directa al arquero por último recurso. Porque si nosotros éramos de madera, el árbitro era de telgopor. Mientras lo atendían al arquero todo el equipo rival rodeo al árbitro, hubo quejas y empujones. Claro ellos ya habían hecho los tres cambios y ahora perdían al arquero. “Adiós campeonato” habrá pensado más de un hincha. Encima teníamos un tiro libre muy peligroso. Todo parecía a pedir de boca y la cosa se puso mejor cuando el árbitro tuvo que sacar una roja más por protestar. El que se iba era el 3 del Bohemians.

Seguían las escaramuzas de las cuales nosotros permanecimos al margen, una vez terminadas el 9 del Bohemians, un grandote desgarbado de rulos,  se puso el buzo de arquero, se calzo lo guantes como pudo y se fue para el arco. Había que pegarle al arco nomas, era fácil con un arquero que era un torpe delantero y encima con dos jugadores menos. Por fin los planetas se habían alineado a nuestro favor. Morrison acomodo la pelota con el cuidado de un cirujano. Dio cinco pasos hacia atrás,  enfilo hacia la pelota y le pego con la parte interna del botín. La pelota hizo una comba hermosa. Se metía tranquilamente por el ángulo izquierdo cuando lo vi volar al malparido del nueve que hacía de arquero. La saco del ángulo prácticamente. La descolgó como una percha, el desgraciado. Una volada que no se la vi ni al pato Fillol. Tremendo hijo de puta. La mando al córner. Fuimos por la revancha. Morrison tiro un centro cerrado difícil para cualquier arquero. ¿No va este hijo de puta y la rechaza con los puños? Parecía Oliver Kahn. Meados por un elefante estábamos, el rebote le quedo al seis e ellos que la reboleo a la mitad de la cancha donde estaba Pappuss quien estaba rengo desde el choque con el arquero. Se la robo el 11, corrió solo hasta la salida de nuestro arquero que termino despatarrado. 5-3. Faltaban tres minutos más los dos que adiciono el árbitro nos parecieron 30 segundos. Habíamos dejado todo. Nos quedaba una amarga sensación, si bien al principio hubiésemos hecho cualquier cosa para el clásico de toda la vida no saliese campeón. Luego entendimos que el honor esta ante que todo y salimos a ganar, pero fracasamos como siempre. Solo nos quedaba el triste consuelo de nuestro primer objetivo que había sido descartado. 

El referí estaba por pitar el final y algo nos sorprendió. Los hinchas locales no festejaban, no gritaban. Nada. Solo se oían murmullos. Lo primero que pensamos es que al Kickers Laspad también se le había escapado, era medio difícil pero no imposible, a nosotros nos había pasado recien. El árbitro pito el final del partido y fuimos corriendo al banco de suplentes para ver qué había pasado. O’Brian estaba apagando su pequeña radio a pilas. Suspiro amargamente y nos dijo que el Kickers había perdido 5-3 también. Según él, se dejaron golear apropósito. Seguramente pensaron que nosotros habíamos “roto” nuestro pacto cuando nos empezaron a dar vuelta el partido. Se dejaron golear. Nos metimos cabizbajos al vestuario y nadie hablo. Lo bueno es que ese maldito campeonato se terminaba de una buena vez y que ahora el desempate era cuestión de esos dos equipos, nada teníamos que ver. Si salían campeones nos iban a gastar, a nuestros hinchas no les iba a gustar pero bueno, es parte del fútbol. A otra cosa.

El partido final se iba a jugar el domingo próximo pero nunca llego a jugarse. A mediados de la semana la UEFA actuó de oficio y dictaminó que ambos partidos estaban arreglados por las casas de apuestas. Algo que nos pareció descabellado. Aunque si uno se mira con detenimiento como se fueron dando las cosas parece que están recontra arregladas. La UEFA fue durísima. Los cuatro equipos descendían una categoría, una multa de cualquier cantidad de guita, todos los jugadores y los cuerpos técnicos inhabilitados por tres años, dirigentes enjuiciados e imputados judicialmente. Un verdadero escándalo. El campeonato quedo en manos del tercero, el Alestorm FC. En definitiva, perdimos el honor, perdimos el partido, a categoría, el laburo pero al menos esos hijos de puta no salieron campeones.

Ese episodio me hizo dejar el fútbol y volverme para la Argentina. Cada tanto chateamos con Pappus que también dejó el fútbol y ahora es el líder de una boyband allá en Senegal. Están por sacar su primer disco. Me dijo también que la industria discográfica es tan turbia como la del fútbol. También me hablo con O’Brian, no le entiendo muy bien pero según me contó, se retiró y hoy pasa sus días en un asilo para ancianos que jugaron al fútbol, “Cornercito de luz” se llama. Al menos ya no bebe tanto. Yo por mi parte estoy haciendo el curso de entrenador y Kielly me dijo que podemos hacer una dupla y dirigir en las Islas Maldivas, donde el fútbol todavía no está muy desarrollado. Habrá que ver.

Por Toni

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Día del Niño

— ¿A vos te parece llevarlo a la cancha? —Empezaba la interrogación de mi mujer— ¿No será peligroso?

—No mi vida, no pasa nada, ya tiene cinco años Valen —le respondí desganadamente como para que le genere seguridad.

—Por eso, es chiquito —continuaba con su paranoia— Se puede asustar con los petardos, además no me gusta eso de los barras y toda esa gente violenta.

—Andrea, fui toda mi vida a la cancha —dije seriamente—, siempre fui a la popular y acá me tenés, vivito y coleando. A Valentín lo voy a llevar a platea encima. Es mucho más tranquilo.

—No sé, no me gusta que vayas vos, menos me gusta que lo lleves al nene —protesto Andrea.

—Mi amor, no pasa nada —yo vire mi estrategia hacia la súplica—, es el día del niño además, se lo vengo prometiendo al nene desde que cumplió cuatro años.

—Me parece peligroso para un nene de su edad, llévalo a un pelotero —argumentaba ella.

—Linda, Roberto lleva a su Guillermito desde los dos años —objete algo molesto— nunca le paso nada. Vos me decís que lo lleve a un pelotero y está lleno de piojos eso.

— ¿Si, pero vos viste como es Roberto, no? —dijo despectiva mi esposa.

—Es un tipazo no sé qué decís de él —respondí enojado, me había molestado bastante ese maltrato a un amigo de muchos años.

—Es un vago, Javier, un vago —me dijo más despectivamente aun— está divorciado de Susana y uno de los pocos días que puede estar con el hijo a solas, se lo lleva a la cancha.

— ¿Y qué mejor que compartir un domingo de cancha con tu pibe? —me mande a la ofensiva.

—No son lugares buenos para los chicos —seguía cerrándose mi mujer.

—Dale ma, deja que me lleve a la cancha —pidió Valen que hasta ese momento permanecía callado, haciendo rodar un autito.

—Valen es peligroso —dijo comprensiva la madre.

—Pero papá viene conmigo, dale ma —seguía con la súplica el pequeño.

—No sé, hijo —permanecía inquebrantable Andrea— además vos Javier, siempre me decís que en la platea pasan insultando y no quiero que Valentín aprenda malas palabras.

—Andrea déjate de joder  —me defendí— en las novelas que escuchas vos, putean más que en una cancha. En la tele están todo el día meta a decir malas palabras.

Andrea se quedó pensando, yo en cambio seguí tomando mi café y hojeando el diario. Valentín en cambio seguía sumergido en su mundo, mientras paseaba su diminuto autito verde de plástico por la mesa.

—Bueno llévatelo —tiro Andrea mientras se levantaba de la silla— pero  Valen, esta semana te vas a portar bien y no vas a dejar tus juguetes tirados por ahí. Si querés que te deje ir.

—Te lo prometo, gracias mami, te quiero mucho — dijo Valen mientras abandono su autito de juguete y corrió a abrazar a su madre.

Yo sonreí por arriba del diario y volví a zambullirme en la lectura. Estaba contento, le había ganado un partido chivo a mi mujer. El asunto estaba cerrado pero al final de cuentas podía llevármelo a Valentín a la cancha. Porque lo más lindo que uno les deja a los hijos es el apellido y la pasión por el equipo de sus amores. Bueno, uno también le deja otras cosas como educación y valores, pero ese es otro tema. Todavía me acuerdo cuando mi viejo me llevo a la cancha por primera vez. Yo tendría unos cinco o seis años. Mi viejo estaba más emocionado que yo. Me moría de ganas de ver cómo era eso de festejar un gol en la tribuna. Pero fue un cero a cero horrible. Me acuerdo que termine jugando a la pelota con otro pibe de la misma edad que yo, en las escaleras de las viejas plateas. También recuerdo como mi viejo se la había agarrado con el lineman y lo puteo durante todo el partido. Pero la pase diez puntos, desde aquel hermoso día soleado, que relaciono el olorcito a carbón con esa primera vez en una cancha.

La semana previa, Valentín estuvo emocionadísimo. Se la paso correteando por toda la casa con la camiseta puesta, juagando con su pelota naranja en el patio de casa. Para enojo de su madre, que protestaba porque Valen siempre rompía alguna que otra planta. Mi hijo me pregunto en más de una ocasión si íbamos a ganar, si podíamos ver de cerca de algún jugador y todas las preguntas que puede hacer un niño inocente. Mi objetivo era justamente ese. Como era el día del niño quería que mi pibe no se olvide nunca de este regalo. Yo ya venía amasando esa idea desde hace rato. Le había comprado una pelota oficial a los de la barra en el último partido que hicimos de local. Tres gambas me salió, un poco cara sí, pero así y todo era mucho menos de lo que me pedían en una casa de deportes. Al balón lo iba a hacer firmar —con alguna dedicatoria— por algún jugador del plantel, luego del partido. Así como Valen me preguntaba por las figuras de nuestro equipo y todo lo relacionado a los jugadores. Su madre me inflo la paciencia durante toda la semana.  Con que era peligroso, con que esto, lo otro.  Yo le soy sincero, el año pasado me fume que ella para el día del niño lo lleve a un pelotero. Estaba lleno de payasos boludos, magos hinchapelotas que te hacían pasar adelante. Encima tenía que fumarme a los otros padres. Más dominados que el carajo, hermano. Ojo yo seré un gobernado por estar ahí, pero por lo menos tenía la rebeldía de quejarme. Era un minúsculo acto de independencia, lo sé. Pero a estos pelotudos lo llevaban de la oreja, y disfrutaban los muy boludos. Valentín la paso bien, pero está en una edad en la que le pones en frente un pedazo de plástico con forma de tereso y se divierte como si estuviese en Disney. Pero este año yo a mi pibe le iba a regalar algo mucho mejor, algo que lo iba a marcar de por vida.

Llego el domingo y a Valen le regalaron de todo. La abuela un tren eléctrico,  mi mujer un conejo enorme de peluche. Me acuerdo que ese conejo tenía una cara de boludo tan grande que te daban ganas de cagarlo a trompadas.  Mi hermana le regalo una computadora de esas pedorras para que los nenes aprendan jugando. A pesar de todos los regalos, medio que a Valen mucho no lo convencieron esos regalos. Estaba mucho más emocionado y expectante por mi regalo, ese que iba a llegar en un puñado de horas. Me sentí orgulloso de mi pibe. Almorzamos unos ravioles en la casa de mis suegros y de ahí nos íbamos a la cancha. Durante el almuerzo se formó un complot para romperme las bolas. Los abuelos —maternos obvio— empezaron con que era peligroso, mi mujer encima los apoyaba. Mi cuñado que es un flor de pelotudo me dijo que iba a llevar a su hijo a no sé qué festival de mierda en la plaza y si no quería que lo acompañemos.  Lo saque cagando, termine de comer rápido, lo cargue a Valentín en el auto y nos fuimos a la cancha ante los ruegos de mi mujer de que nos cuidásemos, como si iríamos a la guerra en lugar de a una cancha. El chico iba mirando para todos lados, le brillaban los ojitos. Era hermoso ver el entusiasmo en su carita de ángel. Llegamos al estadio, como de costumbre deje el auto estacionado a dos cuadras de la cancha. Fui al baúl a buscar la bolsita con la pelota desinflada que iba a hacer autografiar por algún jugador.

— ¿Eh amigo, no tiene algo a’ lo’ pibe’ por estaciona’ acá? —me sorprendió una voz a mis espaldas, mientras cerraba el baúl.

—Si como no —atine a responder mientras sacaba la billetera. No le iba a da más de veinte pesos, como siempre lo hacía.

—Papi, papi le vas a dar plata a este delincuente —me dijo Valentín inesperadamente, ante mi atónita mirada. El “trapito” me miro con odio.

— ¡Valen como vas a decir eso! —lo reprendí a mi hijo.

—Mami dice que estos son unos vagos y sinvergüenzas —agrego Valen. Yo no sabía dónde meterme, agarre un billete de 50 y se lo di al “cuidador de autos”. Este lo tomo con cierto odio y no me dijo nada, yo sonreí nerviosamente, lo agarre a mi hijo y nos fuimos rápidamente. Mientras caminábamos, lo rete al nene por ser tan inoportuno. Pero no me daba pelota. Estaba extasiado por todo lo que lo rodeaba en el camino. Estaban los vendedores de banderas, los clásicos choripanes en las parrillas. Me pidió que le comprara algo de la parrilla, le respondí que después del partido, ya que hace un rato habíamos comido.

Llegamos a la cancha y entramos. Subimos las escaleras hasta las plateas y no sentamos. Valentín estaba chocho. Miraba para todos lados, hacía preguntas. Aplaudía, cantaba. Yo también estaba feliz como él.  El partido fue medio un embole. No me voy a poner a describir todo el encuentro, porque fue muy aburrido. A los cinco minutos ya perdíamos uno a cero, en la primera y única llegada del equipo contrario. Nuestro equipo daba asco. Sin embargo Valentín disfrutaba juntando papelitos y tirándolos de nuevo hacia la cancha. Era un monumento a la ternura. En el entretiempo le compre una gaseosa. En el complemento la cosa no cambio y el partido seguía siendo un dolor de ojos. Pero llego el empate. El gringo Godoy, de cabeza había metido el empate. Hice lo que siempre soñé, abrazarme a mi hijo para celebrar un gol. Le soy sincero: se me pianto alguna que otra lagrima de emoción. El partido termino así, sin muchas emociones más. A la salida fuimos al estacionamiento a esperar a que algún jugador me firme el regalito para mi pibe. Habremos esperado como media hora, cuando apareció la enorme figura de Enrique Godoy.

— ¡Gringo! ¡Gringo! —lo llame— ¿me firmas la pelota para mi hijo?

El gringo, no dijo nada y se me acerco en un hermoso gesto. Le entregue la pelota.

— ¿Cómo te llamas pibe? —Le pregunto a mi hijo.

—Valentín —dijo tímidamente el chico— ¿vos cómo te llamas?

—Yo soy Enrique Godoy, pero me dicen el Gringo —dijo con una ancha sonrisa el nueve.

—¡Ah vos sos el muerto de Godoy! —exclamo inesperadamente Valentín —Papá siempre dice que sos un puto.

Yo sentía lentamente como mi cara se iba calentando y poniéndose roja. Le pegue un tironcito a la manga de la campera de mi hijo y lo mire fijo.

—Ah mira vos —dijo Godoy mientras me echo una mirada de odio— ¿Qué más dice tu papa?

—Que sos horrible y siempre pide que te lesiones —dijo divertido Valentín mientras yo no sabía dónde meterme. Fue ahí cuando Enrique Godoy termino de firmar la pelota, se agacho para entregarle la pelota a mi hijo y le dijo: “Quiero ver cuantos jueguitos haces”. Acto seguido se levantó y me emboco una trompada en el ojo derecho que me sentó de culo en el piso. Valentín seguía embelesado con la pelota y por suerte no se dio cuenta de lo sucedido.  El gringo Godoy se dio media vuelta y se marchó. Me levante, lo tome de la mano a mi hijo y nos fuimos rapidito.

—Papi, me prometiste comprar asado —dijo Valentín mientras pasábamos por al lado de una parrillita precaria hecha de tambor. Suspire molesto, frenamos y le compre un sanguchito de bondiola. Caminamos hacia el auto mientras Valen degustaba su comida. Al llegar al auto observe como lo había rallado por todos lados y encima le había arrancado uno de los espejos retrovisores. Me quise morir. Seguramente fue el “trapito” vengándose de lo dicho por Valentín.  O por ahí no, pero ya no tenía ni ganas de ponerme a pensar. Nos subimos, puse primera y empezamos el retorno a casa.

—Papi me siento mal —me dijo Valentin, justo cuando lo iba a cagar a pedos por lo que había hecho hoy.

—¿Qué tenes hijo? — le pregunte mientras iba deteniendo el auto.

—Me duele la panza pa —respondió el nene. Casi no pudo  terminar de responder, hizo una arcada y empezó a vomitar. Me vomito todo el auto. Detuve el auto, abrí su puerta pero ya era tarde. Ya había lanzado todo, lo importante es que se sentía mejor de la panza. No le quise decir nada, pero el ojo se me empezar a hinchar cada vez más. Por suerte ya casi llegábamos a casa.

— ¿Cómo la pasaste Valen—Le pregunte.

—Fue el mejor día del niño de mi vida, gracias pa—me respondió Valentín con una enorme sonrisa. Me sentí reconfortado, si bien el ojo me dolía como la reputisíma madre que lo pario, esa sonrisa me curaba todo. Por fin habíamos llegado a casa. Valentín bajo corriendo. Nos recibió Andrea con una cagada a pedos, pero se frenó cuando vio mi ojo. Le dije que después le contaba cómo había sido todo. Me hizo un gesto como diciendo: “Que boludo que sos”. Mientras, Valentín no paraba de contar todo lo vivido recientemente en la cancha. Fue un lindo día a pesar de todo.

El otro día vino Valentín con su sonrisa compradora a preguntarme algo

— ¿Papá cuándo vamos a la cancha de nuevo?

—No sé hijito, es peligroso, tu madre tiene razón—le respondí mientras me tocaba el ojo que todavía me dolía.

T. Schweinheim 


Por Toni

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El Guille

“No se queden quietos pelotudos, muévanse” Así era como el Guille ordenaba la defensa,  ese grupo de amigos panzones oficinistas que jugábamos los clásicos picados de los miércoles. Guillermo era uno de esos centrales duros, ríspidos. Esos que cuando los miras ya te sacaron un 50% de la pelota con la mirada de asesino.  Siempre iba al frente y nos hacía ir al frente. Lesionó a muchos de nosotros y eso que no jugábamos nunca por nada. Pero lo hacía sin intención, lo suyo era pasión y cuando las patadas no son mala leche, tal vez duelen menos. Éramos un grupo de amigos que despuntábamos el vicio jugando los miércoles en una canchita polvorienta de Mataderos. Grupo al que se le fue sumando conocidos, compañeros de laburo y familiares,  cuando faltaba alguno.  Había veces en la que esta cancha de siete a veces nos quedaba más grande que el Maracaná. En otras oportunidades —pocas, la verdad— nos quedaba chica porque venían todos y éramos como 20. Rotábamos entre todos aunque sea para jugar unos minutos.  Obviamente había jugadores que no salían, como el Conejo Rodríguez que era capaz de gambetear hasta un bondi a 300 kilómetros por hora viniendo de frente. También se quedaban Tito y Marcelo, por el solo hecho que  atajaban. No eran grandes arqueros pero por el solo hecho de ir solitos al arco los hacía irreemplazables. Como en todo “picado” nadie quería ir al arco y por eso ellos eran más necesarios que la cerveza y charla post partido. A veces creo que muchos de nosotros veníamos por eso, por la juntada después del partido. Porque en la cancha había varios que daban lastima, pero lo que no hacían dentro de la cancha, lo hacían afuera hablando hasta por los codos.
 
Guillermo también era inamovible. No porque haya sido un fenómeno sino porque era un líder innato.  Te ordenaba todo, defensa, medio y ataque. Con él te sentías seguro. Hasta ordenaba al viejo que nos venía a avisar que la hora de jugar se había terminado. "Dele Don Jaime, déjenos unos minutos más" solía decir el Guille al principio. Luego ante la negativa del vetusto sujeto, su tono iba poniendo tan o más ríspido que su manera de jugar.  Pero había veces que Jaime estaba de buen humor producto de haber ganado algunas chirolas al póker nos dejaba jugar un rato más, pero si el viejo estaba de malas ni siquiera se molestaba en venir a avisarnos, directamente nos cortaba la luz y váyanse a la mierda pendejos maleducados. Cosa que nos irritaba, pero a Guille lo sacaba y mientras las luces iban dejando de a poco de alumbrar, se ponía a putear a todo el árbol genealógico del canchero.  Igual Guillermo siempre iba al frente y lo jodía a don Jaime.  Porque el Guille era un distinto, pero no un distinto a la hora de jugar, en la vida lo era. De acá, del corazón. Usted ya habrá notado en mis palabras que trato el Guille, como si ya no estuviese. Digo “era”, “fue”, pero no quiero adelantarme a los hechos.

Una calurosa noche de noviembre, nos extraño cuando sin previo aviso el Guille falto y no había avisado nada. Era raro en él.  No sé si lo dije pero Guillermo no faltaba nunca, hasta el día que le festejaba los 15 a la hija vino.  Ese día la excusa que había metido fue que nos había venido a buscar. Y si, era verdad porque fuimos todos, pero después de jugar el partido. Y cuando digo todos, es porque allí estuvimos todos. Hasta el gordo Patricio —tipo roñoso si los hay— fue sin bañarse, tenía un olor acre que le ganaba por goleada al olor que había dejado la bengala apagada en la torta de cumpleaños. Creo que el Guille estaba más contento con nuestra presencia ahí, que con el cumpleaños en sí. Seguro que después en la casa lo cagaron a pedos, pero uno nunca se enteraba de lo que le pasaba. No porque no fuese abierto con sus amigos sino porque siempre estaba con una sonrisa, siempre haciendo chistes y disfrutando con los amigos. Llegaba acá y era otro mundo,  SU mundo. Las cosas que pasaban en su casa, quedaban allí, se quedaban en la puerta del club. Por eso nos llamó la atención su ausencia.  Pero bueno, él era docente, seguramente estaba  con mucho para corregir o por ahí le había agarrado alguna gripe, nadie está exento de eso último. Así que nos aguantamos su ausencia y nos pusimos a pelotear. Obviamente sin él, nos sentíamos huérfanos y hubo tantos errores defensivos tanto en uno como en otro equipo que creo que empatamos como 25 a 25,

Si aquel faltazo nos llamó la atención, su ausencia en la semana siguiente nos alarmo. Otra vez había faltado y esto auguraba un nefasto presagio. La verdad es que ese día no jugamos con muchas ganas, además éramos 10 en una cancha algo grande para nuestras capacidades físicas y  de edad. No hizo falta que venga don Jaime nos venga a visar de la hora, porque faltando 10 minutos nos fuimos a nuestra mesa asignada al “tercer tiempo”.  El tema de conversación obligado fue la nueva ausencia del Guille. Tito —que había llegado tarde ese día— nos había dicho que el lunes había ido a buscar a su hijo a la escuela y que lo había visto en la puerta de la Escuela. Que seguramente algo habrá pasado en su casa, porque no tenía buena cara. No había bajado del auto y Guillermo tampoco se había acercado hasta él. Un bocinazo y un movimiento de mano, fueron sus intercambios de saludos. Nada más. No sabíamos si preocuparnos o enojarnos con el Guille. Por ahí no quería venir más o estaba jugando con otro grupo de amigos, lo cual sería imperdonable. O por ahí estaba jodido de alguna gamba. Pero eso de que “no lo había visto bien”, nos perturbo un poco. Luego la charla como en todo grupo de amigos se fue por temas como el futbol profesional, las minas, los autos y las cargadas al Conejo que estaba esperando su octavo hijo, por algo le habíamos puesto ese apodo.

El siguiente miércoles el Guille otra vez falto. La verdad es que nos impactó menos que las anteriores dos veces, pero nos llenamos de curiosidad. Otra vez éramos pocos y tuvimos que echar mano a uno de los hijos del Conejo, el mayor que tenía 20 años y a un amigo suyo. El “conejito”, como lo bautizamos rápidamente, era flaco, altísimo como un poste de luz y con menos habilidad para jugar al fútbol que un pedazo de mondongo.  No entendíamos como un tipo tan hábil como el Conejo tenía un hijo tan paquete. El amigo era bajo, pelilargo y adornaba su humanidad con una remera gastada de Hermética. No jugaba mal pero era un asesino en potencia y revoleaba la pelota a cualquier parte. Dos veces la tuvimos que ir a buscar a la calle y eso que el alambrado mide como siete metros.  No recuerdo el resultado, pero le ganamos por mucha diferencia al combinado del “Conejo y amigos”, como para no ganarle con semejantes refuerzos.

— ¿Sabes con quien hable el lunes? —dijo Tito, ni bien nos sentamos en la mesa mientras el hijo del Conejo servía cerveza y dejaba más espuma en la mesa que en el vaso.

— ¿Con quién? —pregunte mientras con un pedazo de servilleta intentaba remediar el desastre que había hecho el hijo del Conejo.

—Al Guille, hable con él cuando fui a buscar Gustavito a la escuela — dijo Tito quien había otra vez llegado tarde y por eso no nos pudo decir nada cuando nosotros al principio nos preguntábamos por otra ausencia de nuestro amigo.

— ¿Y por qué no viene más ese hijo de puta? —pregunto Marcelo.

—Creo que esta jodido de un brazo, no sé, pero la verdad no lo vi bien, esta como deprimido, bajoneado —dijo Tito mientras con otro servilleta intentaba aliviar la laguna de cerveza que se había hecho en la mesa.

—Está deprimido porque San Lorenzo no le gana a nadie —arremetió el Conejo

—Pero cállate, vos sos de la B muerto —intercedió Carlos. La charla nuevamente se desvió por el folclore del futbol. “Que vos sos de la B”, “que vos no llenas la cancha”, “que tenemos de hijo”… Lejos de meterme en esta discusión banal y sin sentido, en la que siempre suelo discutir apasionadamente, me quede pensando en el Guille. Un tipo con esos huevos y deprimido ¿Qué nos quedaba a nosotros entonces? El Guille no era rico —era docente— pero el viejo le había dejado una fabriquita a él y al hermano —quien la administraba y le daba su parte—, y sin estar muy holgado financieramente, no la pasaba mal. Tenía una linda familia, según él trabajaba de lo que le gustaba. Pero uno nunca sabe lo que pasa por la mente del otro.

A la otra semana, como todos los miércoles, el primero en llegar fui yo, después vino Tito, el Conejo, Carlos y varios más. Éramos siete, contando al paquete de yerba del hijo del Conejo. Tito ya sabíamos que no venía porque se tenía que quedar en la oficina cerrando balance. Faltando diez minutos y cuando ya estábamos planeando jugar un “cuatro contra tres”, malgastando energía y dinero del alquiler en la cancha apareció el Guille. Cayo como siempre, con su bolsito, con los botines puesto. Pero le faltaba algo. Su cara estaba como triste. Se tomaba el brazo derecho a la altura del codo, como si le doliese o hubiese recibido un golpe. Esa sonrisa con la que nos cobijaba siempre, no estaba. Saludo a todos con un tibio “buenas”, se cambió en silencio como si fuese un extraño y cuando el Conejo le dijo que pensábamos que no iba a venir más, respondió con una sonrisa forzada sin decir nada.

Armamos los equipos, Guille tuvo la mala suerte de “caer” en el equipo donde no había arquero fijo. A Marcelo lo habíamos elegido rápidamente nosotros. El Guille al ver que en su equipo había que rotar de arquero con cada gol recibido, puso una cara de velorio, cosa que me extrañó porque se daba maña bajo los tres palos. Estuve dos veces a punto de preguntarle que le pasaba pero era mejor no molestarlo. Empezamos a jugar como siempre y cuando empezó a rodar la pelota nos dimos cuenta que el Guille no era el de siempre. Esa voz de mando se calló. No estaba. Físicamente estaba ahí el Guille, pero su espíritu guerrero estaba ausente. Con decirle que el muerto del hijo del conejo lo pasaba como un poste. No paraba a nadie y cada dos por tres se tomaba el brazo. Hasta que paso algo que nos helo la sangre. En menos de cinco minutos estábamos ganando tres a cero y le tocaba atajar al Guille.

—Te toca Guille —dijo el Conejo mientras se levantaba las medias.

—No… yo no puedo atajar —dijo en forma dubitativa como buscando palabras.

—Papito, atajamos todos, te toca —casi ordeno el Conejo. El tono con el que lo dijo me irrito un poco.

—Te digo que no puedo, en serio, no puedo — dijo casi al borde de las lágrimas el Guille mientras se tomaba el brazo.

—No te hagas el pelotudo con que te duele, yo me doble un dedo y ataje lo mismo — salto Carlos. Yo no podía creer la situación. El Guille siempre fue un león, semanas atrás en una situación así les hubiese arrancado la cabeza con los dientes a ambos, a lo Ozzy Osbourne. Pero ahí estaba el Guille, pálido y con lágrimas en los ojos.

—No, no pued… — El guille no pudo completar la frase, una lagrima le broto y salió corriendo para donde estaban sus cosas, como si fuese una adolescente que era castigada por los padres y se iba a encerrarse en su cuarto.

Todos nos miramos y corrimos junto a él que se había sentado a llorar sin pudor alguno al lado de su bolso.

—No puedo, no puedo. Yo sabía que era una mala idea. No puedo más — repetía el Guille.

—Pará Boludo ¿Qué te pasa? No te pongas así — Se arrodillo el conejo poniéndose frente a él, tal vez arrepentido en la forma que lo había tratado hace minutos.

— ¿Vos no entendes? No puedo, me estoy muriendo… —Sin decir más, el Guille se aferró al Conejo y lloro desconsoladamente como si fuese un bebe en el regazo de su madre. Nos quedamos contemplando esa situación por demás extraña.

Ya algo más relajados, y con el partido suspendido. Nos sentamos en nuestra mesa a fin de poder contener al Guille. El constante ruido de patos y vasos chocando, el chistido de la máquina de café  y del bullicio que hacían los veteranos jugando al póquer, nos parecía lejano. Como de otro mundo. Estábamos sordos de la realidad. Tal vez, como dijo después Carlos, era porque estábamos refugiados y con las puertas cerradas en nuestro mundo.  Yo particularmente sentina un escozor a la altura del pecho, como un dolor de perdida, quizás tal vez haciendo una premonición.

—Tengo Esclerosis muchachos, ELA, no sé cuánto tiempo más tenga —Fue el propio Guillermo el que rompió el silencio y sus palabras sonaron como un rayo que parte en dos un viejo árbol en medio del campo. Por minutos nadie dijo nada. Éramos espectros sin saber qué hacer. Algunos sentados, otros como yo parados al lado del Guille. A pesar de que a tres o cuatro mesas de distancia se estaban peleando por una partida de truco, nuestro silencio se clavaba como agujas.

— ¿Disculpa negro, pero que es eso? —dijo por fin el Conejo, poniéndose al frente de quienes no sabían sobre el tema. Yo algo había escuchado cuando se murió Fontanarrosa, pero no tenía mucha idea.

—Te vas muriendo de a poco hermano, de a poco —La voz a Guillermo le temblequeaba— te vas muriendo de a poco —repitió— las neuronas encargadas del movimiento, empiezan a morirse de a poco… —hizo una pausa de unos segundos— como consecuencia de eso tenés una parálisis muscular, o sea se te van paralizando los músculos. Vas perdiendo movimientos, las cosas se te caen como un pelotudo de la nada —el Guille en su vocación de docente intento explicarle lo mejor posible al Conejo y a nosotros también un tema bastante complicado. Y del cual no teníamos ni la más remota idea.

— ¿Pero cómo te lo agarraste? —pregunto Carlos inocentemente.

—No Charly, no te la agarras ni te la pegas —dijo Guillermo con una sonrisa— Puede ser hereditaria en algunos casos y porqué sí, como en mi caso. No hay nada que te haga tener la enfermedad, no hay causas. Te toco y te toco, chau a otra cosa hermano. Y a mí me toco.

—No hay un tratamiento, algo que se yo —dije, quizás aferrándome a una esperanza.

—No Tomy, bah hay algunos —dijo el Guille con toda calma— un par de tratamientos pero no son efectivos, hay algo en Israel pero no te hace mucho, no sé, qué sé yo…

— ¿Y entonces?— dijo Carlos, tirando una pregunta que todos nos hacíamos pero no nos animábamos a hacer.

—Y a esperar la muerte lo mejor que uno pueda —dijo Guillermo, sonriendo como si se sacara un peso de encima. Nos miramos y no sabíamos que hacer. La voz de mando era la de él. En la cancha hacíamos lo que él nos ordenaba. Por más que fuera un partido entre amigos, él tenía la voz mandante.

Después de esa charla nos quedamos toda la noche hablando de anécdotas pasadas. Como aquella vez que jugamos un campeonato en “serio” y del cual nos fuimos todos porque al Guille lo habían expulsado erróneamente en un partido, perdimos como tres lucas de inscripción y solo habíamos jugado 15 minutos.  O de cómo una vez le puenteo el interruptor de las luces a don Jaime, el club estuvo como dos días con las luces prendidas y al viejo lo recontra cagaron a pedos. Miles de anécdotas fluyeron en la charla. Hasta él se había olvidado de su enfermedad y también nosotros. Íbamos del llanto a las risotadas por todas las aventuras vividas.

No voy a contar como fue el doloroso desenlace del Guille, pero empeoro rápidamente. Al cabo de un tiempo ya estaba en una silla de ruedas. Pero la Carlos lo traía rigurosamente todos los miércoles a vernos jugar y se quedaba después de hora charlando con nosotros. En las tres o cuatro horas que duraba todo, el Guille no estaba enfermo, por más que estaba en una silla, nosotros veíamos como se animaba. Era uno más.  Ya casi había perdido el habla pero igual estaba allí, mirándonos con una mirada cómplice.

Un día se nos ocurrió hacerle el partido de despedida, como tienen los grandes jugadores. Él era un grande, así que le metimos para adelante. Me acuerdo perfecto que fue una tardecita de primavera. Carlos había llegado con el Guille y su silla, ya no podía hablar. Pero nosotros le teníamos un último regalo al enorme y querido Guille, una caricia que ni siquiera la muerte lo iba poder hacer olvidar. Ese día estábamos todos.  Guillermo nos miraba con sus ojitos llenos de viveza y curiosidad, fue Carlos el que tomo la palabra.

—Guille, queríamos hacerte un pequeño regalo, un partido despedida —dijo Carlos acercándose a él— vos siempre un soberano rompepelotas a la hora de jugar. Mandabas más que mi vieja. Desde que te agarro esto que estos muertos se comen goles boludos y no marcan a nadie, pero lo bueno es que desde que estas afuera ya casi nadie sufrió esas patadas de burro que dabas, así que ahora vas a entrar a jugar un rato para ordenar esta defensa de paquetes. No sé si es un partido de despedida en si o un partido de “hasta luego”, anda saber si no volvés a jugar.

Guillermo miraba con ojos descreídos. Fue entonces que el Conejo agarro la silla de ruedas y la llevo hasta dejarla frente al área, en clara posición de defensor. La sonrisa que se mandó el Guille era más ancha que la medialuna del área grande. Comenzamos a jugar como en los mejores días. Tuve la suerte de integrar el mismo equipo que Guillermo y sentí como él disfrutaba, volvía a ser uno más, pero esta vez dentro de la cancha. Jugamos como hasta la dos de la mañana —Carlos había sobornado a don Jaime con 200 pesos para que nos deje jugar hasta que cierre el club—, tuve la sensación de que el Guille se levantaba de la silla, se elevaba por sobre el Conejo y se la ponía en el ángulo a Tito. Que se tiraba a barrer, que señalaba con el brazo a donde debíamos acomodarnos, que nos puteaba y que iba a trabar con todo. No sé cuánto salimos, pero era obvio que el equipo comandado por Guillermo había ganado por goleada.

El martes de la otra semana nos enteramos que a Guillermo lo había internado de urgencia y que había dejado este mundo producto de un paro cardiorrespiratorio. Una de sus últimas voluntades había sido  que el cortejo fúnebre se detuviera unos minutos en frente del club. Cuando vimos asomar la trompa del auto negro por la esquina, nos pusimos uno al lado del otro en la puerta del club. El auto se detuvo y estuvimos así, abrazados por sobre los hombros todos juntos, como si fuese una tanda de penales. Hasta que escuchamos un grito fuerte como dando una orden, sin duda alguna era la voz del Guille que nos gritaba: “No se queden quietos pelotudos, muévanse”


Por Toni

Obra Publicada, expediente Nº 510614. Dirección Nacional del Derecho de Autor
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